Una estela de enfermeras emprenden el regreso a casa

 


“Sí, el mundo es un navío en un viaje sin retorno”

Moby Dick, Herman Melville

 

“Poeta agrio, la vida hierve

y la ciudad arde”

El ombligo de los limbos, Antonin Artaud

 

Tengo las suficientes marcas en el cuerpo como para querer meterme un tatuaje en el medio de tanta cicatriz. Y confieso que la mayoría de esas huellas no se ven a primera vista, porque son como la pata perdida del Capitán Ahab, un recuerdo que va a seguir insistiendo por leguas y leguas de ese viaje que, parece, tiene un final y que no es para nada agradable… Entonces lo que más se quiere ahora es un breve – pero profundo – distanciamiento social acompañando de un codazo, que devino en saludo cariñoso. ¿Cuándo nos volvimos tan explícit@s? Debe ser que el barrio Rivadavia – que sería algo así como una sinécdoque del mundo y sus espacios – cambió sin que me diera cuenta, como si yo fuese un pollo que se va “haciendo” a fuego lento, y que cuando empieza a reaccionar porque lo están quemando, ya es tarde. Otra vez el tiempo y sus llegadas a cualquier hora, a citas ya convenidas. No sé cómo le hace para cagarse tanto en las reglas, las convenciones. Menos mal que tenemos esas cosas, una Constitución llena de vacíos y una bocha de jueces (im)probos que se encargan de hacer asados en sus quinchos todos los domingos, después de un picadito de polo en la chacrita de un buen amigo, “porque Luisito es lo más, está bien que la caga a palos a la mujer y que garcó a medio mundo del trabajo, pero sigue siendo Luisito, tan adorable como sus interminables hectáreas sembradas de amable soja transgénica, el producto del futuro que repite el pasado, el granero transgénico del universo que hipoteca el presente”. ¡Ah! Pero vale una aclaración, siempre hay sojeros buenos, o que miran para otro lado mientras sacan la cosecha más cojonuda de los últimos años. Pero que a los impuestos los pague George Harrison con su inefable Taxman, y no jodan que somos (casi)pobres. Al menos lloramos un montón, con Luisito, cada vez que los comunistas hablan de sacarnos lo que es nuestro, porque lo supimos heredar. ¿O acaso Jesucristo renegó del reino del padre? Y ese sí que era un reino enorme y mucho más machirulo y violento que el nuestro. Pero no señor, nadie tiene que soltar nada que no le pertenezca por mandato de vaya a saber qué tribu que habitó anteriormente estas tierras, y que por suerte se le ocurrió inventar jueces y escrituras y boletos de compra venta y……..navíos, navíos hechos pelota, con forma de lanchitas amarillas que se hunden cada tanto y se llevan la vida de valerosos salvajes de Rokovoko, nunca reclamados por sus familiares. A esos trabajadores sobre-explotados, muy feliz día, y que la explotación siga por los siglos de los siglos. O uno de esos buques oxidados y grises, que estacionan en el puerto todas las semanas y son pintados con banderas piratas, para que sus grandes dueños evadan impuestos. De verdad, les juro que si no tocamos las grandes fortunas de la ciudad:

1)       El intendente va a gobernar mejor, porque va a seguir con el culo atornillado en la silla del COM sin que nadie le rompa los huevos, mientras pone cara de barbijo para decirle a la gente que se cuide, a los comerciantes que no se puede hacer mucho, y a los demás cofrades que si no se llora no se sobrevive, porque de mamar ya está cansado.

2)       Los CEOS, los grandes tenedores de grandes cosas, los acumuladores compulsivos, los súper evasores de súper impuestos, van a devolver sin que se les diga nada. Te juro, es como una promesa tirada dentro de una botella, que sale a alta mar tras la gran ballena blanca, que nunca se entera. Y que los que se quedan en la orilla hagan algo por sus vidas, se arreglen como puedan, sigan nadando porque ya van a llegar a algún otro país que esté dispuesto a seguir explotándolos. Todas las orillas se parecen.

Suerte con todo eso y con lo demás. Yo me bajo del navío y me quedo un poco más cerca de Francia y Castelli, porque no vaya a ser cosa que me agarre la próxima ola del capitalismo salvaje. Le tengo miedo, porque se contagia sin querer y no hay vacuna que la pueda frenar. Peor aún, parece que toda la población es asintomática, y que no se da cuenta de que se va muriendo desolada. Y mire, por favor, tenga cuidado, porque el hielo se deshace en la lluvia y mañana hay que salir otra vez a navegar hacia la nada, con un timón que no es nada, en un navío de la nada, pero con mucha gente arriba, eso sí. ¿Qué hacer para aliviar los costos? Pedir prestado al Fondo, que encima tiene el nombre de la condena. Otra buena idea de la gente que estudia en Harvard, que justamente es auspiciada por el Fondo, pero quién va a sospechar. Ahora no importa, mientras más obsceno, mejor. Estamos cerquita del día del trabajador, pongámosle mejor el día del trabajo y terminemos de sacarle la poca humanidad que le quedaba. Celebremos los productos que podemos consumir esta noche, mientras miles de personas se mueren en el pasillo de una guardia de salita de emergencias, o se congelan con los primeros fríos debajo de un árbol atacado por hormigas coloradas. ¿Cuántas imágenes más puede aguantar un ser humano? Infinitas, siempre que se las ponga por Netflix o cualquiera de sus allegados, prestadores del mismo servicio, con los mismos argumentos y los mismos actores, actrices, sonidos, escenas, remakes y docurescates de cualquier tipo. Al menos nos queda algo de mar, el que nos dejan ver los balnearios y los edificios deshabitados, listos para habitar bancos y que la burbuja se expanda hasta que le estalle en la cara al boludo ese, que está tratando de tomar una birra con el último y tibio rayo del sol de otoño, esperando por esa enorme luna que no es más que el desierto prometido. Un alivio, el desierto, porque no va a tener todo lo que ya venimos acumulando. Necesito un Ahab con pata de palo y mirada angustiante y un Queequeg dispuesto a dormir conmigo esta noche.


*****Casi me olvido de que tengo que ir a pagar unos impuestos que me quedaron del mes pasado, y eso que no paro de bajar el consumo de todos los servicios, pero no hay caso: las boletas siguen llegando con el mismo valor que si hubiese consumido el doble. Paradojas de la vida cotidiana, ventajas de los monopolios, sufrimiento de much@s. Para aliviar la cuestión, el clásico de los Beatles que se nombre en la reflexión de jueves, pero en la versión de Tom Petty y the Heartbreakers, con bonus tracks:

***************************************************************************************************Humildemente, Juan Scarda, amasando ñoquis un 29, como para no perder una tradición que no es mía, como esta de escribir a (des)tiempo***************Al final no pagué un carajo, perdón, voy a esperar a que reaccione la afamada teoría del derrame*****************************Love you all the time........********I need you***


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