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Las formas del final

 


Final, fin.

La ópera termina con un rondó final. Este es el final de aquella ópera. Poco después de aquella aria, que es el final, hallamos escrita en el libreto la palabra fin.

De modo que el fin comprende el final, mientras que el final no comprende en ningún caso el fin.

Luego, el final es un fin convenido, y el fin un final absoluto.

El que finaliza acaba por entonces, es decir, concluye. Yo finalizo mi tarea, la finalizo ahora; pero mil tareas pueden venir después.

El que fina concluye para siempre; es decir, acaba. Todos finamos.

(Roque Barcia en Sinónimos castellanos)

 

-          Me voy – Repitió el enfermo.

-          ¿Por qué lo crees?- Preguntó Lyóvin para decir algo.

-          Porque me voy – Repitió, como si le agradase la expresión -. Este es el fin.

(Lev Tolstói en Anna Karenina)

 

De sillas, de atardeceres extra, de pistolas que acarician

nuestros mejores amigos

está hecha la muerte

(Roberto Bolaño en La universidad desconocida)


Porque justo estaba llegando al final de una historia y me atacó esa dulce congoja. Por un lado, necesito leer ese final y saber qué pasa con los protagonistas, finalmente, cuando inventen de la nada esa escena en la que acaso se digan todo, o tal vez, olviden en un fatídico momento qué carajos estuvieron haciendo hasta ese punto, y se concluya con un final abierto. Como sea, la congoja llega después del descubrimiento, la angustia porque se termina, se llega al final de los hechos narrados. Pero, como bien señala y distingue Roque Barcia en su libro de sinónimos, ese es sólo un final, porque en verdad nada ha finalizado, y mucho menos finamos. Me agrada la creencia de que después de la muerte uno continúa el camino por otros medios. Pero no me convence, porque sería traicionar a la historia. Hay que alcanzar el fin, hay que finar finalmente para darle sentido a las palabras y a todas las cosas que fueron narradas. Por eso la necesidad de la muerte, para ponerle un nombre a quien es archinémesis del tiempo, siempre sediento de eternidad. ¿Y todo esto para qué o por qué o para quién? A menudo comienzo historias de todo tipo, en papeles, en dispositivos electrónicos, en mi mente, en el día. Todas ellas tienen la misma jerarquía y merecen su respectivo final. Cada uno de ellos es una pequeña muerte, una forma de ir preparando el definitivo fin. De cada uno de ellos he tenido que padecer un duelo, que a veces termina bien, y otras veces no parece tener final. El final de un duelo es cosa improbable, porque el cuerpo tiene memoria y no se puede fraguar  el funcionamiento, por lo que es factible que en cualquier momento se me abra una vieja herida porque un recuerdo me trajo el duelo que pensé que había cerrado hace tanto tiempo. Y el duelo se queda un rato, el que le parece, hasta que nuevamente, impulsado por otra historia, el cuerpo se aleja de ello y recobra el estado cicatrizante. Esta ilusión permite seguir adelante con la vida en su día a día, final a final. Pero como somos también una especie averiada, continuamos en el mismo punto que nos llevó al primer duelo: el comienzo de una nueva historia, que anticipa a modo de spoiler que va a concluir, será más pronto que tarde un nuevo final. Y es demasiado tarde para salir indemne, claro. Cada uno de esos finales dejarán su huella en nosotres. Bien, acumulamos tantos y de distinto calibre, que llegado el final del final, ya no tendremos manera de rememorarlos a todos, tenderemos al olvido, hasta que nuestro hermosamente diseñado cerebro se apague, fine. Otra cualidad asombrosa es que puede ser que finemos antes de tiempo, lo que comúnmente se conoce como morir en paz, y que no es precisamente el haberse despedido de los seres queridos en tiempo y forma, dejando las cuestiones administrativas ordenadas y etcétera. Finamos antes de tiempo cuando sentimos que nuestro cuerpo empieza a dar tirones involuntarios y tiende hacia la rigidez. Ese sentimiento es la certeza de que hemos finado y no hay nada más por hacer. Nada que ver con un estado de paz, casi que todo lo contrario. Y no se piensa en nada más que en  que se es consciente de que se agotaron todas las posibilidades lingüísticas, hemos alcanzado el fin del final. Restará un fundido a negro con un “The end” en blanco, para avisarle a quienes no acaban de darse cuenta, de que esa historia ha concluido, pero que mañana comienzan otras y que mejor prepararse, porque un poco la vida es acostumbrarse al fin del final.

Y llegamos a la muerte como mejor manera de comentar un fin de final. Entonces, no me vengan con resucitados que aparecen para joderme el argumento. Para que exista el final el resucitado debe aceptarlo. Una historia termina y es mejor que no se la deje con puntos suspensivos, como esperando un regreso que no debe ocurrir. Y perdón por eso, pero es una cuestión terapéutica, necesito que haya finales para no volverme loco esta y las demás noches. Un final fraguado es una de esas tardes extra de las que habla Bolaño, claro, porque el gran secreto es que no hacen falta. En lo más mínimo. A las buenas historias hay que podarlas cada tanto y dejar el final donde corresponda. El Apocalipsis es un grandísimo final de ciencia ficción para un libro que debería ser leído de esa forma, una genial historia de ciencia ficción. Y tampoco tan genial, porque de verdad hay momentos en que la narración se cae, y hay que pasar muchos años a la deriva por desiertos poco estimulantes.

En fin, que sería un adelanto del final de esto que estoy escribiendo, pero no el final. Tendré que aceptar – solo por ahora – que una tarde más se apoderó de las calles del barrio Rivadavia, que es una suerte de final en sí. Y como tal, la posibilidad de que mañana vuelva a empezar una historia parecida, con personajes un poco diferentes, que en unos siglos con suerte se convertirán en protagonistas de la próxima novela de ciencia ficción a canonizar. No sabremos cuál será el fin de ese final, porque en definitiva todo lo que sabemos del fin es amargo y, en verdad, muy poco.

 

FIN

 

****Final de nota: un tema que viene a cuento y que no es el final de nada



 

*********Nos vemos en el próximo paraje, humildemente, Juan Scarda******************Desde el patio chorizo de una casa del barrio Rivadavia***************

 


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