- Primer sueño -
Sabías que era una trampa. Hiciste todo para que lo pareciera, a pesar de tu silencio. Ahora estamos atrapados y es probable que no podamos salir. Y sin libertad, sabés muy bien, no se puede estar, no nos corresponde algo así. Lo natural, si querés, sería que volemos un rato, que sintamos el aire en nuestros pulmones sin que nos destruya...
Lo que pasa cuando no hay libertad es que los tobillos se agotan y no necesitan caminar
Lo peor es elegir esa costumbre, la de la falta de libertad. Entonces aparecen todas esas ciudades pintadas de colores brillantes, con las marquesinas enlatadas y reproducidas hasta el hartazgo, y nos vemos al final de un callejón, el mismo donde se han cansado de violar a todos los animales de este asfalto,
este,
lleno de basura, de restos de cosas que ya se dejaron de usar para eso, porque ahora sirven para algo bien distinto. Como nosotros. Ya no nos podemos usar como antes, cumplimos otras funciones, que es seguro que mantengamos hasta que una infame tarde de martes, fallezcamos atropellados por el olvido. Eso es nuestra libertad, un olvido programado, tres, dos, uno y se murió la batería. No pongas cara de sorpresa, ya lo sabíamos, tenía que pasar. Lo inevitable es eso, para empezar, inevitable. La famosa trampa perfectamente diseñada por nosotros para nuestra hermosa y épica caída en desgracia. Todo un marco de postes de luces sangrando de a chorros naranja sepia, y mariposas sin color golpeándose contra grandes y fogosos focos de bajo consumo. Todo a la baja, porque claro, hay que llegar a fin de mes. ¿Llegar a dónde y para qué? A un final o dos, para terminar perdiendo la libertad. ¿Y la libertad para qué? Para moverse en esas direcciones improbables que de seguro atraen la desgracia. Llegar a ese puerto vacío una noche de agosto, fría como los huesos de las personas que ya no están con nosotros. Un bolso que cae en el muelle, dos barcas que se hunden de aburrimiento y un viejo capitán que mira el horizonte sin mirar – es de noche y nunca tuvo buena vista – porque queda bien a su estirpe, aunque jamás timoneó nada. Entonces él soy yo, pilotos expertos de aquello que nunca pudimos conseguir. La yuta madre con esas metáforas y comparaciones de mierda. No las necesitamos. Necesitamos tirar a la mierda todo lo que ya no sirve y volver a buscar esos sueños de año nuevo en la casa de la juventud.
- Segundo sueño -
Pasa que la trampa es tan perfecta…
no me puedo acordar de ninguna dirección, ni de cómo te llamabas, ni dónde te podría encontrar. El para qué, convenientemente, tampoco me puede asistir. Seguiremos varados en el puerto, esperando por un horizonte que, un domingo de estos, se deje ver.
Y claro, claro, ya lo sé: el artista es un observatorio subterráneo,
Lo sé y no sé, porque no ando por las noches contando los sueños, uno dos tres, imposible llevar el registro. Es al pedo llevar la cuenta, las cuentas, porque no nos va a servir para nada en el final, que siempre es olvido, y en ese olvido la oscuridad y la sensación de que si dejo de escribir me muero, atrapado en ese observatorio de mierda, encerrado en el ataúd de los recuerdos que ya no me pertenecen, porque pasó el tiempo adecuado para perder los derechos. Y estamos bien con eso de que nos roben los sueños, los categoricen y nos inventen un nuevo yogurt para consumir, una nueva bolsa de monedas para traicionar, pueden ser reales o intangibles, imaginarias, tan incontables como los sueños. Qué bien saber apostar allí, entre cangrejos ladrones de ilusiones y patrocinadores del olvido...
Mejor,
necesitamos dormir profundo y rescatar las imágenes que nos quisieron desarmar
- Pérdida de la cuenta -
Y esa historia que sale desde algún lado, con la música de fondo, para taladrarnos el sentir y decirnos que desde lo más recóndito del observatorio subterráneo podemos seguir contando…
La pequeña
historia de hoy
- Último sueño -
El pobre de Johannes Brahms enamorado de la mujer de su mejor amigo, Clara. Ese amigo que lo bancó en los peores momentos, cuando más lo atacaban, cuando más criticaban su música. El bueno de Schumann preparando unos tragos mientras el pobre de Johannes le mira el ojete a la siempre atenta Clara. Un triángulo amoroso con la mejor música de fondo. Todas las trampas puestas en conjunto y alentadas por sus propias víctimas. ¿Por qué forzar historias que nos van a hacer pelota? No hay mejor explicación que esta: nos gusta demasiado la literatura, tanto como los sueños. Aunque alguien no lea, esa necesidad de literatura lo va a llevar a este tipo de conflictos. Y no es que se curaría leyendo todos los días, para nada. Esa necesidad de literatura no aplaca nada, por el contrario alimenta la sed de más historias, más trampas, más literatura de la vida, más soñar en el subterráneo. Porque sino todo estaría acomodado por la razón. ¿Y quién querría ser esclavo de la razón? Preferible caer, cada tanto, en ese agujero mal cubierto, que sabemos que algún día nos vamos a encontrar, porque lo hicimos nosotros hace un tiempo, previendo que esa caída tenía que lucir inevitable. Mentira, somos obreros de la mentira, pero apasionados con el trabajo que emprendemos...
Vigilia
*Creo haber soñado una historia que mezclaba las siguientes cuestiones: un par de fragmentos de Ada or ardor de Nabokov y de la novela Delatora de Joyce Carol Oates, la música de Brahms - para intentar dormir y contar sueños - que dejo a continuación y la falta de consistencia del lenguaje onírico. Ojalá quede algo y sigamos comunicades:
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