Voy a
empezar contando un sueño que tuve hace un par de noches, y que desde ese
momento no me permite volver a dormir. ¿Me habrá generado un trauma? ¿Una fobia,
tal vez, al hecho inevitable de cerrar los ojos y apagar el cerebro por un
rato? Veremos próximamente. Por ahora, me voy a limitar a confesar este sueño,
que pareció tan real como el insomnio con el que escribo ahora – y vaya una
aclaración por acá, tratar de acertar una oración o un párrafo con tantas horas
sin dormir es una epifanía que no sucede con frecuencia, lo que quiere decir
que esta reflexión/confesión va a estar bastante mal escrita, como si estuviese
anotando frases sin sentido un día antes de ser fusilado – y que me trajo otros
inconvenientes, tal vez, peores. Resulta que soñé con Marcel Proust. Sí, ya sé,
un sueño un tanto snob ¿no? Pero no lo estoy inventando para pasar como pseudo
intelectual, porque bien podría haber soñado con Carmen Barbieri o Flavio
Mendoza, lo mismo da. Es más, ojalá hubiese soñado con cualquiera de esos otros
dos personajes de la farándula. Pero me tocó soñar con Proust. Y no con
cualquier Proust. En la pesadilla – ya la podemos llamar así, por las horas de
descanso que me sigue quitando – Marcel Proust aparecía muerto. Bien duro y con
las ojeras resaltadas, como en la foto de Man Ray. Y despertaba y el cadáver de
Proust estaba al lado mío, bien frío y rígido como solo la muerte puede
describir los cuerpos. La primera idea que se me viene ahora sería una obviedad, mi cabeza se
representó dos obsesiones claras que no oculto para nada: mi
enfermedad-fanatismo por En Busca del tiempo
perdido y mi obsesión por la muerte- que todo ser mortal padece - . Hasta
ahí parece normal, pero el transcurrir del sueño me llevó para otros lados.
Lejos de reaccionar – mi Yo del sueño, digo – aterrado, lo que sentí fue una
desesperación por tener que hacerme cargo de un cadáver, entonces pensé ¿por
qué carajos será que nos incomoda tanto una persona muerta, cuando en realidad
debería darnos una paz inmensa?. Lejos de llegar a esa conclusión, mi yo del
sueño se desesperó porque no sabía qué cosa iba a hacer con ese cuerpo. ¿A quién
llamar, a dónde ir, qué decir para no sonar sospechoso? La causa de la muerte
estaba clara, lo había leído en alguna biografía del escritor francés, era
neumonía. ¿Pero y si diagnosticaban coronavirus? ¿Qué hacía él con ese cadáver del
siglo pasado ahí? Mi yo del sueño debía deshacerse de ese incómodo cadáver,
como sea. ¿Pero y su valor? Pensó – pensé en mi sueño – que tal vez tenía que
llamar al embajador de Francia en el país, al ministerio de cultura a Beatriz
Sarlo, a quien sea que a lo mejor fuera capaz de llevarse ese cuerpo para
embalsamarlo y colocarlo en algún rincón de París. Así que mi yo del sueño se
daba cuenta de algo terrible, era mentira que la muerte nos igualaba a todes.
Aún en la muerte, una vez que somos cadáver o cenizas o polvo, hay estratos,
niveles, divergencias, clases. Porque sino mi abuelo estaría embalsamado como
Lenin en la Plaza Roja. Pero no señor, hay cadáveres y cadáveres, y los polvos
se diferencian como más o menos decía Quevedo, aunque en su caso dividía entre
el polvo de cadáveres que amaron a alguien cuando vivos, de aquellos que no
amaron más que a su propia aspiradora. Bien, gracias sueño por ese
descubrimiento, porque ahora empiezo a odiar al cadáver de Proust, en el sueño.
¿Y no será En busca del tiempo perdido,
con todas sus siete partes, una extensión del polvo de Proust? ¿No estaría, en verdad,
soñando con las novelas de Proust, y todo sería una gran metáfora de algo que
no estaría entendiendo mi Yo del sueño? Tengo piedad con él – digo con Yo –
porque es imposible razonar mientras transcurre un sueño. Lo que había eran
sensaciones un tanto desordenadas y el cuerpo de Proust en mi cama. Un cuerpo
incómodo, un cuerpo desbordado, como una obra literaria entera, como un estilo
y una forma de trascender el mundo terrenal y el otro, que no tengo idea si
existe, porque mi vuelo no es tan elevado. Miré otra vez ese rostro sufrido,
ese rostro de escritor, ese rostro lleno de horas de verborragia literaria.
Creo que mi Yo del sueño lloró o es un toque de edición de mi parte consciente.
De todos modos, debería haber llorado, debería haber declarado mi amor por
Proust en ese instante. Hermoso final para la historia, ya no en Combray o a
los lados del camino de Swan, sino en el límite entre Sodoma y Gomorra, mi
habitación, mi cama en el barrio Rivadavia. Ahora puede ser que esté llorando
un poco, y está bien, perdí mi chance de ser feliz en el pasado. A lo mejor
cierre los ojos esta noche y desee volver al sueño anterior, cosa improbable,
porque no se pueden editar los sueños en tiempo real , no se les puede escribir
el guión. Además, soy un pésimo actor, no lograría más que una falsa imitación
de un sentimiento que inventé para escribir algunas palabras este jueves de
febrero, tan parecido al primer día que supe de Proust, de los avatares del Yo
en el acto de escritura. Una cosa más recuerdo del sueño en el que mi Yo de ese
territorio se despertó una mañana de sábado junto al cadáver de Marcel Proust,
y es que ese cuerpo sin vida tenía un pequeño papel enrollado en su mano
derecha. Lo que decía es imposible que lo pueda reproducir, porque ya saben que
no se puede leer coherentemente en los sueños, es como una regla general. ¿Será
eso o es que, simplemente, somos incapaces de retener las lecturas que hacemos
mientras divagamos en el mundo de nuestro inconsciente? En verdad, poco
importa. Lo que sospecho por experiencia de lector es que tengo que haber
encontrado algo así o no podría volver a descansar… “Pues en este mundo donde
todo se gasta, donde todo perece, hay una cosa que cae en ruinas, que se
destruye más completamente todavía, dejando aun menos vestigios que la belleza.
Es el dolor”
Gracias por
eso, buenas noches, y que nos encontremos en la próxima edición de un sueño de
mi Yo…
*La foto es de Man Ray, obviedad absoluta. El fragmento citado es de la última novela que conforma la totalidad de En busca del tiempo perdido, que se tituló El tiempo recobrado. Si bien Proust había terminado con la escritura de toda la obra antes de su muerte, a esta última parte le faltó la corrección final. ¿Se habría titulado así, habría sonado así? La literatura - como la vida y los sueños - está llena de misterios. Y como fondo para cualquier lectura de Proust, vamos con...
****************************************************************************************************Ouiiiiii, Je t´aime tanto, pero taaaaaanto************Con humildad y muchas ganas de volver a dormir, Juan Scardanelli*******Imposible vivir sin imaginar cosas que no existen, pero pintándolas de realidad*********************************************************
Comentarios
Publicar un comentario