La vida, según cómo se la mirara, era regalada

Amaba tanto Mar del Plata, que las demás ciudades eran como buitres desnutridos, cotorras desplumadas ante sus salinos ojos….no, no, no, debería ser algo con más corazón, más espíritu…Su amor imposible era la ciudad de Mar del Plata- Batán, cada vez que amanecía se abría ante sus salinos ojos la oportunidad de concretar semejante sentimiento, entre las playas y el dorso donde se escondía el sol más satisfecho del universo…no, no, no, demasiado hiperbólico, la ciudad tampoco era para tanto. Lo que sí es seguro es que ese personaje amaba tanto a Mar del Plata, porque no le quedaba otra. Como un regalo había caído en ese – y no en cualquier otro – pedazo de tierra. Y eso que había tanto lugar en el Universo, que no se lo terminaba de conocer nunca. Lo que sí, con lo poco que se veía, alcanzaba para inventar dioses y destinos que parecían inmodificables. Porque para eso están el destino marcado por el Universo y los dioses, para decirnos más o menos cómo somos y qué deberíamos hacer, aunque no los conozcamos jamás en la vida. Bien, él era un pequeño grano de arena más habitando el barrio Rivadavia. Como le tocó nacer en el año 1980, justo le caería la cuarentena, pero de manera doble, en el año 2020, que es casualmente el motivo de esta reflexión, nota, historia, lo que fuere. El mejor regalo que le hubiera podido tocar una tarde de festejo de sus cuarenta en soledad, en cuarentena, lo que parecía impensado el año anterior. Y el anterior, etc. Pero los regalos, después de cierto tiempo en la vida, dejan de elegirse. A decir verdad, tampoco de más chico había podido elegir ningún regalo, tenía que conformarse con lo que había. Entonces, no le costó adaptarse a la llamada nueva normalidad, normalidad chanfleada, anormalidad en vías de normalización asistida. Eso podía ser la más clara definición de toda su vida, hasta los cuarenta, hasta la cuarentena. Se sentó, destapó una cerveza, prendió la tele y se puso a ver un capítulo de alguna serie que seguro que no le gustaba. A lo mejor era la última película de George Clooney, pero de seguro era algo poco estimulante. Por eso se acordaba de aquel inicio de la película más emblemática de ese director pequeño nacido en Brooklyn, y que ya había caída en desgracia por haber demostrado ser un real sorete en la vida real. Pero siempre está la ficción para que podamos imaginar que no todas las personas son siempre una mierda, basada en hechos sanitarios reales. Se relajó un poco, sabía que en algún momento se terminaría ese año. Lo que lo volvía a poner tenso era que tenía la misma certeza de que estaría por empezar uno nuevo, y esa incertidumbre era, era, era….mejor dicho, se sentía como estar atrapado en una escena de la película de George Clooney, con él en el Polo Norte o en un satélite atajador de piedras en vaya a saber qué órbita extraña. Imposible salir de una escena tan embolante, más difícil pensar que la escena siguiente pudiera ser mejor. Agradeció la metáfora al realizador de ese bodrio, que recordaba de aquella serie en la que hacía de doctor en una sala de emergencias, con barbijo y alcohol en gel. Qué raro que era resignificarlo todo desde la perspectiva del 2020.

 

A veces nos mirábamos y nos sentíamos privilegiados.

Le costaba imaginar el futuro, pero desde siempre. Sus recuerdos eran de crisis totales, de guerras, de caídas de imperios, de levantamiento de imperios peores que los anteriores. Tenía bien aceptado que las ideas superadoras eran pésimas ideas. No tanto por culpa de las ideas en sí, sino más bien por la gente que conocía que las tenía que llevar a cabo. Veía mucha gente privilegiada arengando por el cambio. Los miraba, las miraba, y sabía que todo terminaría en eso, en nada. O peor, en más problemas, complejos inconvenientes para los que era muy raro que llegara un antídoto a tiempo. No pasaba como en las películas, en las que las escenas iban aumentando el drama, el suspenso, hasta que llegaba la solución al final, y quedaba salvado el día. O por lo menos con una posibilidad abierta, en un futuro no muy far away. Pero en su realidad ficticia de cada día, lo único que se sumaban eran los dramas, junto con la aparición de falsos súper héroes autoproclamados salvadores de algo que no entendían. Eso que no entendían era su tierra, el barrio Rivadavia. ¿Cómo aparecía alguien a decirle que él/ella lo podía arreglar todo, si no sabía combinar los colores de la ropa que llevaba puesta? No podía más que salir a la vereda de siempre, abrir otra botella de cerveza, mirar la esquina y pensar que los privilegiados son cortos de mira, les falta algo, algo, algo….No se sentía privilegiado. Lo que sí estaba seguro es que era corto de miras también. ¿Por qué estaría tan caliente la cerveza? La maldita heladera, seguro, otra vez hecha pelota.

 

Somos locos, somos inocentes

¿Y qué podía hacer él? Ya era tarde, con ese pasado lleno de obstáculos leves, pero lo suficientemente continuos como para haberlo moldeado de una manera, ¿cómo decirlo?...Poco épica, poco estimulante. Esos chicitos de colores que le daban de chico, o esas golosinas atroces como los caramelos fizz, las mielcitas, los juguitos verde flúor y tanta mierda que ayudaba a nada. ¿Qué ciudadano esperaban formar dándole gaseosa Harlem de naranja y poniéndole el Show de Videomatch, Jugate Conmigo y Grande pá? Imposible llegar impecable a los cuarenta años, ni en pedo. La niñez finalizando los ochenta, la caída del muro y el fin de la Historia. ¿A quién se le puede ocurrir terminar la Historia? Eso no puede generar nada bueno en nadie. Y después los noventa con la pizza y el champagne, el uno a uno y Miami como un barrio más al que visitar los fines de semana. ¿Cómo iba a terminar su cabeza después de todo eso? ¿Dos cero kilómetro va a tener el del kiosco? ¿Posta? Seguíamos y seguimos en el mismo barrio Rivadavia, hay cosas que te hacen desconfiar un poco, ¿o estaba exagerando, estaba loco? Bien, se dijo, si lo consideraban un loco ortiva, se hacía cargo, pero eso sí, que no lo viniesen a joder después, cuando las cosas se complicaran. Porque si la locura era lo suyo, pues quedaba liberado de culpa. La noche de los inocentes, la entrada al año dos mil. Y no, no rompan más las bolas, no es el fin, no fue el fin. Fue una catástrofe, tanto peor…

 

Sólo la espera, cuando uno esperaba algo, entusiasmaba esa sensación

Pero ahora todo eso quedaba lejos y superado. No por cosas mejores que hayan ido pasando. El paso del tiempo no suele ser nada bueno. Y todo un vaivén desquiciante hasta llegar al día de la actualidad actual, basado en hechos ficcionales, pero tan reales como el barbijo que tenía puesto a la altura de la pera, para poder empinar la botella. ¿Cómo hacían los demás para vivir tan entusiasmados por las cosas? ¿Qué sentido tenía en ese momento desear “felicidades” a una persona que caminaba estornudando y que nadie quería saludar? Rara vez pensaba en algo tan extraño como el futuro, porque para él esos cuarenta años habían sido una suerte de escuela de mierda. Pero pensó, la escuela es eso, ¿no? Está bien, queda mal afirmarlo tan tajantemente, pero la verdad que distaba mucho de ser una institución confiable. Ninguna institución le parecía muy confiable, ni siquiera el natatorio de la ciudad, en el que no se podía ir al baño, pero sí mear adentro de la pileta, por lo menos un cachito, para salir del aprieto. Con barbijo, siempre. Encima era verano, ¿era verano? Parecía, con turistas que se negaban a abandonar sus planes de relax, amuchándose en las mismas playas de toda la vida, porque lo mejor que podemos hacer ahora es estar unes al lado de otres. ¿Y por qué no, pensó? La vacuna ya estaba pasando cerca, ¿no? Por ahí en el barrio Rivadavia todavía no, pero alguna partida le iría a tocar, seguro. No podía más que esperar sentado en la vereda de Francia y Garay, tomando una cerveza, viendo cómo los autos que pasaban se olvidaban de esquivar el bache de siempre, ese que había estado todo ese tiempo, igual que él. Debía tener como cuarenta años, ese bache. Pero estaba ahí, como él. Dos pedazos de estoicismo, esperando entusiasmarse por algo que no iba a pasar, pero saboreando la sensación, para tirar un añito más…

…La ciudad, a veces, me ahogaba. Demasiado pequeña. Me sentía como si estuviera encerrado en un crucigrama…

 

**********Fin del año y una aclaración: tanto el título como los apartados en cursiva pertenecen a un fragmento del relato “Dos cuentos católicos” de Roberto Bolaño. El tema no tiene nada que ver, sólo sirve para terminar la nota escuchando linda música y brindando, de lo mejor del año Taylor Swift (como las hamburguesas):


*****************Esto fue todo por este año, ya no queda mucho más por escribir y sí mucho por leer y escuchar******************Será hasta la semana que viene, nomás***************Con humildad, Juan, desde el centro del universo: el barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del Plata-Batán*************No tengas problemas de autoestima, es una boludez, autoestimate bien que sale gratis******


Y de pronto el recuerdo surge, como una ballena blanca


Estuve tratando de retener esa frase durante todo el día. No la anoté en ningún lado para no hacerme trampa, quería ejercitar la memoria porque me parece que es algo que uno, paradójicamente, se olvida de hacer. Como si fuera un músculo inservible, porque claro, ¿quién muestra en el Instagram una foto de la memoria? Mejor cualquier otra parte del cuerpo, con la que no se piensa para nada, pero que puede llegar a generar una legión de seguidores, seguidoras, a la grandísima distancia de un corazón de mentira. Pero claro, yo estoy en este mundo también, por lo que fue imposible recordar la totalidad de la frase una vez terminado mi día, que  finaliza casi siempre con un momento de escritura, una necesidad de vomitar cada veinticuatro horas, con autorización y receta médica firmada por inefable escritor francés ya muerto, culpable de que para mejorar mi capacidad evocativa, me tomara un té con magdalenas, justo una de las tardes más calurosas que recuerde el barrio Rivadavia. Porque para Proust toda su maquinaria de lugares y personajes, que se encuentran y se desplazan como bailarines y bailarinas perfectamente coreografiados, parte de un sentido por ahí menospreciado como herramienta de evocación: el gusto. Pero puede ser un artificio literario y nada más. A lo mejor, es Rodrigo Fresán el que da en la tecla con eso de que para recordar es necesario soñar, y soñar profundo, como leer profundo, como ya no se hace y no se puede. Yo intento repetir todos los rituales, porque me preparo un té con más de treinta grados de calor a la sombra, y me lo tomo entero. Pero es un té con hierbas para dormir, o que se supone que ayudan a conciliar el sueño, que es algo difícil de lograr en una tarde tan calurosa. No me rindo, hoy quiero recordar y voy a poner todo de mí. Creo que transpirado y todo logro llegar a un estado casi de duermevela, casi de sueño superficial, un poco de caída en la profundidad, otro latigazo…Hasta que el calor de diciembre me devuelve a la realidad, al presente, que es eso, un celular sonando con mensajes que no necesitaba para nada leer, unos autos que tocan bocina y pasan a toda velocidad por la avenida y esas cosas que me faltan por hacer en el día, que no son para nada obligatorias pero que la vorágine se encargó de meterme en la cabeza de que sí, obvio, esto se tiene que hacer hoy porque sino ¿cómo ponemos en marcha el presente? El presente y nada más, y nada menos. Lo que busco hoy es el recuerdo, que surja ese recuerdo, no cualquiera. Pero los recuerdos no se inducen, imposible. Forzalos es crear otra cosa distinta, algo que puede tener una capa superficial de recuerdo, pero que en realidad es una treta. Aparecer escondido, sugerido, sin exposición directa. Tomo otro té, esta vez, el común. El sol se va apagando, pero el calor no afloja. Un amigo me ofrece un trago de birra, en la vereda de Francia y Garay, pero yo le digo que mejor no, que estoy tratando de recordar. ¿Y recordar qué? Me pregunta, con cierta obviedad, y yo no sé qué carajos responder. No sé, recordar algo, supongo que previo a todo esto que nos pasó en el año, no sé, recordar algo copado que pasó en un tiempo que ya no me sale nombrar. ¿Y para qué querés acordarte de algo que ya pasó, qué sentido tiene? Tampoco sé muy bien qué decirle. Supongo que tiene el mismo sentido que seguir pensando en las cosas que debería hacer ahora y en las que no estoy pensando por motivos terapéuticos ¿Terapéuticos? ¿Estás fumado? No, nada que ver, es que me tomé un té para tratar de recordar algo, así como hizo Proust antes de escribirse ochenta mil páginas para salir en busca del tiempo perdido…Era eso lo que quería, recordarlo todo para poder escribirlo todo. Como Gombrowicz, escribir no un solo diario apuntando el todo, sino muchos diarios, y que en algunos esté yo pero sugerido nomás, impersonal, una especie de alter yo, otro ego, otre. Y también un diario donde figure mi nombre y mi apellido, y que figure tu nombre y apellido y el de todos los lugares que caminamos, todas las veredas en las que nos sentamos a tomar una cerveza, todos los días en los que pensamos que eso iba a durar para siempre, y que sin embargo se terminó apagando a las nueve de la noche de un día caluroso de diciembre, porque lo sabemos muy bien, a todo perro le llega su día. Y yo siento que el mío ya se me recostó al lado y no me piensa abandonar. Entonces, vuelvo a prepararme el té, deseando poder dormir bien esta noche, alguna noche. Voy a tratar de estar tranquilo y sin mucha literatura estorbando, para poder llegar desintoxicado al año nuevo. Y quién sabe, después de tamaño esfuerzo, empezar a recordar algo, en cuanto empiece a evocar esos sabores que son de antes, del antes en el que éramos capaces de salir con medio salvavidas en busca de Moby Dick y del capitán Ahab, para verlos esplendorosos luchando contra sus más incomprensibles obsesiones, buscarse, encontrarse, y todo para terminar de recordar que lo que unos y otros quieren al llegar al destino es apagarse para siempre.


***********Y más sobre la ballena blanca y el tamaño de los recuerdos:


********Con humildad, Juan, desde el patio del fondo de una casa chorizo en el barrio Rivadavia, Mar del Plata-Batán, diciembre del 2020**********tratando de recordar, todavía*******

Sabemos bastante. Sabemos demasiado. No sabemos nada

 


En el rutilante posposposapocalíptico mundo ciberurbanizado de hoy, los grandes temas son compartidos en un par de caracteres para ser digeridos con la misma velocidad que se viraliza el video de una persona metiéndose un petardo en la raya del culo. Perdón por esa imagen, pero me pasó literalmente, hace instantes. Por eso me preguntaba qué carajos podía quedar de todo eso, ¿sirve de algo tener tanta información a mano si se desvirtúa entre la cantidad de otras cosas que no ayudan en nada, si se desvaloriza por estar cataloga en el mismo no-lugar que el resto de las cosas triviales que se comparten en las redes sociales? ¿Es posible que haya personas que piensen que conocen a otras por mirar su “perfil” y sus publicaciones de estados y fotos donde siempre se aparece excepcionalmente haciendo cosas de domingo al sol o en vacaciones vaya a saber en qué reducto del planeta? Por las dudas voy aclarando: no siempre estoy sonriendo como en esa foto, para nada. Y con eso y unas mil palabras que pienso escribir hoy, deberías tener un perfil más o menos real sobre mi persona ¿Para qué? No, no soy el amor de tu vida, tampoco tengo la vacuna contra el covid, no creo que nos veamos este fin de semana y a lo mejor no nos cruzamos nunca más en nuestras vidas. Bueno, tendríamos que aclarar en cuál de las vidas no nos vamos a ver más, porque a lo mejor, en alguna red social nos encontramos y empezamos a chatear y etcétera, etcétera, etcétera. Puede pasar, y puede que me ponga pesado y empiece a enumerarte chistes malos que solo me hacen reír a mí. No te ofendas, cuando escribo no es contra vos o para vos. Es siempre para mí y contra mí, para volver a leerlo y empezar a sospechar que ya no soy yo el que escribió eso. Algo así podría ser literatura. Ya ni siquiera literatura del yo, sino más bien del otro yo, del yo cibernético. Y de eso hay una increíble cantidad de páginas disponibles para ser consumidas  a velocidad relámpago, pero que de repente resulta ser todo el día. A lo mejor un par de me gustas, ver una historia que no querías, y que del otro lado alguien interprete “hey, ¿me estará tirando onda?” No, nada personal, todo sin personas, somos perfiles, perfiles incompletos y totalmente ideales. Pero ya basta de esa crítica pasada de moda, hablemos en serio, por Whats App, que tiene cierta fama de realidad, aunque es lo mismo. Pero es el servicio de mensajería gratuito, ¿no? Siempre desconfié de eso, porque gratuito no hay nada, menos desde que el mundo es globalizado, es decir, menos desde que se decretó el fin de la Historia y el triunfo del Capitalismo ¿Qué culpa tengo yo de lo que me vino heredado? Sí, puede ser que me haya dejado seducir por alguna que otra cosa, a quién no le pasó. Pero bueno, también es muy difícil atravesar todas las crisis desde el barrio Rivadavia, no tenemos una cantidad importante de revolucionaries por acá. Entonces me pongo a tomar una birra, sentado en el cordón de la calle Francia, como acto de rebeldía. Y no, no tengo el celular en la mano, sino este libro de David Lawrence, un ensayo sobre literatura clásica norteamericana. Mientras empino la botella leo una prosa que parece escrita ayer, pero ayer de acá nomás, aunque en verdad es de hace ya casi un siglo. Sí, ya sé, otra vez el otro que no es yo, hablando de uno de esos libros que a quién carajos le puede llegar a importar. Aguantame un toque, tomate vos también un trago de birra y relajá, es jueves, hay un viento del orto, estamos en diciembre y ya se termina un año bastante de mierda. Relajá. Te decía, este Lawrence fue un escritor inglés que se zarpaba bastante para su época, sobre todo con el goce sexual de las mujeres, que se las imaginaba siempre libres, mucho más de lo que eran en su época. Ok, pero eso en sus novelas. En los ensayos sobre literatura el tipo se iba para el lado que se le cantaba, desestructurando la prosa ensayística. Por eso me gustó tanto, por eso lo pongo como un acto de rebeldía, como sentarse en la vereda a tomar una birra sin subir una foto a la red que venga, sin tener el celular cerca. Creo que me voy a separar un tiempo del celular, en verdad me hace bastante mal, porque perdí el control absolutamente. De repente suena cuando quiere, se apaga y se prende cuando se le canta, me obliga a mirarlo y tocarlo cada vez con más frecuencia y se declara obsoleto justo cuando no tengo un mango. Una relación que no me está llevando a ningún lado, pero que cuesta terminar.

La afirmación del principio es un ciclo, ese ciclo que se repite desde que el mundo es mundo, desde que fue nombrado el primer grano de arena. Porque primero habrá que concluir en que lo sabemos todo, porque parece que tuviésemos todo al alcance de la mano. Pero resulta que después empezamos a saber demasiado de todo, y tanto que al final volvemos al origen: no sabemos nada ¿Querés que te diga lo que va a pasar mañana? Estate conectade, lo publico en un ratito, para que lo leas en diez segundos antes de acostarte a dormir, antes de que te despierte una actualización y tires el celular al piso, rompas la pantalla número mil y te quieras matar, porque mañana que ya es viernes vas a tener que ir a ver al técnico para que haga algo, lo que pueda, porque obvio que no podés pasar el fin de semana sin el celular. No, no estoy en contra de las redes sociales, de hecho las uso, pero a veces como que me canso un poco y necesito ponerlo en palabras, mi obra social no me da para psicólogues. A decir verdad, ni tengo obra social ¿Ese no era un derecho laboral? ¿En qué momento empecé a perder cosas que en verdad necesitaba? Cierto, el futuro llegó hace rato y trajo un apocalipsis muy particular, porque como que se continúa, como si fuese una serie de televisión y no una película con The end, fundido a negro y todes a dormir........


********Tratando de subir las fotos me borré mi contacto conmigo mismo, drama ciberexistencialista. ...Tómalo con calma, siempre me imaginé con esa pobre antena tratando de comunicarme con vos. Y nunca puedo...


*********Juan, transmitiendo en diferido desde alguna vereda del barrio Rivadavia, Mar del Plata - Batán************Se me hizo de noche, chau**********

El eterno retorno del juego de la Historia

 


En una historia, una persona decide por propia voluntad salir a pedalear por la ruta 2. Volvió hace rato de su trabajo en oficina, por zona céntrica, comió, descansó en su departamento y decidió terminar el día con algo de ejercicio. Tiene una de esas bicis con freno a disco, tipo de montaña, que hace poco pudo comprar en cuotas, porque le fue imposible viajar a Europa a causa la crisis del Coronavirus. Toma Champagnat en dirección al aeropuerto, todo por la ruta, saltando en “L” como el caballo del tablero del ajedrez. Al cruzar la rotonda de Constitución, advierte que la ruta está cortada más adelante. El humor, que ya venía complicado por el día lleno de malos tratos en la oficina y la bendita atención al público, y la maldita atención al superior, termina yéndose a la papelera de reciclaje de la odiada computadora de su escritorio, siempre desactualizada. Sin embargo, continúa pedaleando, obstinada como el caballo, aunque sabe que el choque será inevitable, que además eso provocará lo que hace tiempo quiere evitar.

En otra historia, un policía es llamado para presentarse de manera urgente, junto a otros efectivos, en ruta 2 a la altura del aeropuerto. No puede decir que no, porque ese es su oficio. Sale en un patrullero lleno de abolladuras y restos de sangre mal lavados, con la certeza de que algo malo va a suceder. Sabe que, otra vez, habrá un corte de ruta. Conoce perfectamente el procedimiento, cómo sus superiores en algún momento los irían a hacer formar provocativamente, antes de dar la orden de proceder. Proceder es mover los peones para delante, único movimiento que pueden realizar. Se entiende que la orden es una e inapelable, llegará el momento de reprimir, como siempre. La última vez se había visto en la “obligación” de tomar del pelo a una muchacha, “reducirla” en el piso y golpearle “un poco” las costillas a patadas para que no pierda el control. La clave es la de tener el control. Para “evitar daños mayores”, había que propinar daños menores en algún particular. Desde aquella vez que no podía dormir bien ninguna noche. Desde aquella vez que no podía ver a los ojos a su hija. Y ahí estaba yendo, al frente del tablero, una vez más.

En la historia de los peones negros la cosa es harto más simple. Llega la mañana atrás de otro día en el que se sobrevivió como se pudo, y hay que empezar a resolver las horas que siguen, paso a paso. Para los que tienen el laburo parado, las changas cortadas, la cosa es más compleja. Porque las nenas, los nenes, la familia necesitarán comer, y porque en pocas semanas son las fiestas. ¿Las fiestas de quién? Serán del rey y de la reina, que ya ni se conocen. Tampoco importa, el peón negro vive al día, no tiene tiempo siquiera de pispear lo que hacen los alfiles políticos lame culos del reino, o las torres periodísticas serviles del poder. Entonces avanzan casilleros hasta la ruta 2, a la altura del aeropuerto. Ahí piensan llevar  a cabo el corte de ruta, para ser vistos, para ser atendidos al menos unas horas, hasta que el reino decida enviarles la caballería encima, la opinión pública encima, los peones blancos a reprimir. Saben lo que va a pasar, porque siempre sucedió de la misma forma. Pero la impotencia y el hambre son muy grandes, no tienen el tiempo para pensar en otro mecanismo de protesta. Y saben que nadie los va a perdonar, pero se la juegan, no les queda otra, la Historia se perdió en una partida allá en los comienzos de la década del noventa. Desde aquel fatídico día, es resistir o quedarse en las casillas esperando la muerte por inanición ¿Exagerado? Ojalá, piensan, fuera la exageración el problema. Se plantan, no dejan pasar camiones, ni el transporte público ni coches. Los insultos se ramifican, los malos tratos van y vienen, en todas direcciones, como jugadas orquestadas por grandes maestros del tablero, que saben en qué momento la cosa va a empezar a ser una carnicería. Van empezando a caer las primeras piezas.

En la historia del jugo del ajedrez, lo primero que se sacrifica son los peones, movidos casi por provocación, regalados a la Historia para ver cómo continuar con el resto de las piezas, que se guardan para los momentos definitivos, los importantes. Caen esas piezas iguales y menores, de las que hay tantas, y que son tan necesarias porque sin ellas no habría juego. Pero como están entrenadas para ir para adelante, para no mirar quien las maneja, nunca pueden revelarse. Entonces el juego se reproduce, cada vez más sofisticadamente, pero con el mismo proceso. Primero caen los peones, siempre. El rey dicta, la reina dicta, los alfiles asienten y acompañan, las torres protegen y comunican, los caballos saltan por el costado y cargan algún peso, los peones se sacrifican. Las reglas nunca se tocan.

Cae la tarde en ruta dos, a la altura del aeropuerto de Mar del Plata. Una persona en bici quiere pasar por el medio del corte, porque dice que es su derecho como ciudadana, circular libremente por los espacios públicos. Quienes mantienen el corte de ruta, para pedir bolsones de alimento, la instan a que pegue la vuelta, lo hacen de mala gana, con insultos y ademanes obscenos. La discusión se torna insoportable. La policía es llamada a intervenir, una “autoridad” da la orden desde el escritorio de su casa, en un barrio privado de cuyo nombre no quiero acordarme. Los oficiales se aprestan amenazantemente, se ponen en fila, sacan sus armas, comienzan a reprimir. El humo de las fogatas y de los gases lacrimógenos se funden en algo común, que tiene el espesor propio del infierno. Dentro de esa violenta niebla se escuchan disparos, gritos de mujeres, gritos de hombres, gritos de niñas, gritos de niños. Las rutas se manchan de sangre, una vez más. El tablero es rojo en el fondo, las piezas caen.

Todas las piezas caerán, tarde o temprano. Y, créanme, van a ir a parar al mismo lugar junto con el reglamento y la Historia...

El olvido...


*****Desde el barrio Rivadavia, con Alice Cooper y una birra...todo rojo, tristemente rojo:


***********humildemente, Juan********************* 

Salir a la cancha


Ya intenté catorce veces escribir, al menos, una primera oración. No me sale, y eso es raro. De las pocas cosas que puedo destrabar en mi vida es la escritura, que por lo general fluye sin mayores inconvenientes. Pero esta vez resulta diferente. Será porque el motivo me sobrepasa por completo. A lo mejor, me pasa lo que a la mayoría de les argentines, estamos desbordades, no podemos explicarnos cómo puede pasar tan rápido el tiempo, cómo las cosas que creíamos eternas se desvanecen en unos segundos, cómo las alegrías se empiezan a apilar allá lejos en algún lugar del pasado, y qué poco y cuánto cuesta traerlas de nuevo al presente. El siempre más insoportable presente. Entonces se nos va el más impresionante de los personajes que podríamos haber imaginado todes juntes, a la vez, y por única vez. Como catarata caen las comparaciones, los recuerdos de anécdotas hermosas, llantos de personas que no lloraron nunca, emociones desbordadas de quienes están imposibilitados emotivamente para la expresión en el resto de las cuestiones que aquejan sus vidas, frases inolvidables, episodios escandalosos, desmesuras inentendibles y un largo etcétera, con la firme certeza de que la vida, a partir de acá, va a ser un poco más triste. Y de que, claro, quién no se va a parar ante lo imposible, a intentar lo imposible, mientras un pensamiento lo persigue sin dudar: "como Maradona", "hay que hacer como Maradona"…"Si yo fuera Maradona"... Para toda la vida, el héroe de los mil pueblos.

Un adjetivo imborrable: maradoniano, y un sin fin de perlas futbolísticas, en la cancha, el lugar donde sabemos que se juegan las cosas en serio. Siguen los poemas, las ofrendas, las historias, los recuerdos cargados de sentimientos hermosos, y esa sensación de que lo glorioso pocas veces vuelve a repetirse en la vida de una persona de a pie. Esa sensación de que lo mejor ya nos dejó lejos, se quedó en el pasado, que es fijo y trae consigo una mezcla de sabores que lo hacen el más vivo de los tiempos. En ese lugar quedan todas las cosas que luego vendrán a la memoria, en presente, aleatoria y caprichosamente. Seguro, para las grandes mayorías, para todos los pueblos, para su pueblo, para mí, la imagen de Diego recortada del horizonte terrenal, será parte de las evocaciones más lindas y deseadas para afrontar el día a día, para salir a la cancha, una vez más...

  

******Juan, desde el barrio Rivadavia, triste pero andando******************************************


El Gran hotel, la vereda y una birra al sol

 


Entonces, una mañana de 1973, Procol Harum sacaba su nuevo disco y grababa su mejor canción, cambiando el sonido de la banda para siempre, molestando a los seguidores que se convertirían en haters en poco tiempo, porque cómo pueden traicionar el sonido del grupo de esa manera, con ese tema que le da nombre al disco y que, para Él – siempre y solo para Él – era lo mejor que podía existir: Grand hotel. Cuántas veces había que intentar cambiar las cosas en direcciones extrañas. Por ahí para sentirse un poco más vivo, por ahí por aburrimiento, por ahí para tratar de sobrevivir a tanta superpoblación de internautas dispuestos a publicar cada segundo de un día, como si fuese el último de la humanidad. Y hasta aquí había llegado Él, con su traje de otro tiempo y esas ganas de tirarse en la vereda de Castelli y Francia a tomarse una birra, como siempre lo había hecho en el pasado del barrio Rivadavia, cuando era más cómodo socializar y cruzar miradas con personas, y no tanto con dispositivos electrónicos que llegaban en contenedores que no eran nada virtuales, que tenían un peso y una fuerza en la realidad, tan terrible como las fábricas donde se hacinaba a personas para que…claro, Él y yo estemos compartiendo este texto en una de tantas redes sociales, o en más de una, con suerte. No sabía bien si Whats app era considerada una red social. Como fuera, se había clavado los auriculares y había estado la tarde al sol, tomando la birra, escuchando Grand hotel de Procol Harum. No podía dejar de dar vueltas con ese valsesito psicodélico, tipo calesita, que arremetía en una parte de la canción. No se imaginaba tanto el hotel, porque no le gustaban para nada esos lugares de tránsito, donde las camas siempre parecían embajadas con poca onda, donde el baño era un territorio tan extraño y frío como un desierto en la Antártida. Pero se esforzó por, al menos, empatizar un poco con las comidas fastuosas y los desayunos all inclusive, calculados para llenar a la gente con solo mirarlos, porque siempre se tardaba más en ver todo lo que había en las mesas para servirse que en sentarse a tomar, por lo menos, un café con una medialuna. Y ya le entraba el hambre, pero no tenía a mano el barbijo. Se cagó en la nueva normalidad que traía más protocolos que la vieja anormalidad, donde podía pasar la birra de labio en labio sin temor a matar a nadie. El virus sería como un veneno mortal que todos podemos tener, y que todos podemos compartir. Algo así como la posibilidad que nos dan las redes sociales…y ya estaba cansado de las comparaciones pelotudas. Se sintió un pelotudo, entonces me hizo sentir mal a mí también. Volvió a la música, a esa anécdota del disco de Procol Harum, la renuncia a último momento del guitarrista Dave Ball, cuya cabeza fuera removida y reemplazada en la foto de portada. En su lugar, la nueva cara del nuevo integrante de la banda Mick Grabham. Pensó en Mick estando en un cuerpo que no era el suyo, en la entrada de ese hotel que de tan blanco parecía más irreal que su propia cabeza, y volvía la calesita a girar y la birra ayudada por el sol de la tarde, un sol de primaverano que calentaba unidireccionalmente…Se estaba empezando a quemar una sola parte de la cara, pero no le preocupaba. Lo que sí estaba mal era toda esa gente que pasaba en un auto leyendo mensajes de Whats app mientras manejaba. Porque no existe nada más importante que leer un mensaje sin importancia, y después pasarse un rato tratando de justificar el error que podría haber causado un accidente peor que el de contestar un mensaje sin importancia con otro mensaje sin importancia, y así hasta que llegó a la gran verdad de la tarde: esa manera de actuar tenía que ser el peor de los virus imaginables. Y tan malo era, que nadie podía detectar los trastornos que ocasionaba. Y tanto peor, a nadie se le había ocurrido que era una enfermedad, terminal, enviar mensajes por redes sociales a toda hora. Y, ¡por el Gran hotel! Él también estaba contagiado, y por lo tanto yo también, y vos que estás leyendo un blog al que llegaste por esa misma vía. ¿Qué carajos tenemos que hacer viendo la actualización de un estado, que no es más que la demostración de que una persona no está, porque donde está es en algún lugar con wi-fi gratis, acariciando una pantalla para sacar una foto más, que no le va a importar a nadie, porque vemos tantas fotos por día, tantas actualizaciones, tantas deformaciones de grandísimos textos que ya nada de eso parece tener sentido. ¿Y del otro lado, qué? Del otro lado de la birra en una vereda del barrio Rivadavia, ¿quién podía interesarse por su imagen y por su texto, más de dos o tres segundos? Como poner una frase por acá: “la realidad no existe más, porque se la compró alguien por Mercado pago / libre mercado online / pago cualquier bosta / etc pagos”. Esperar dos o tres segundos, repito, y después…ya pasó. No tenía que olvidarse más del barbijo, porque la cerveza en algún momento se termina y no tenía cargado el celular para mandar un mensaje a los delivery, que ahora eran multinacionales y que se llamaban distinto, más cheto, pero que explotaban cada vez peor a sus empleades, porque eso sí, respetaban la diversidad sexual. Todes explotades de la misma manera, con las mismas reglas, igual de desamparades, con las mismas cajitas y las mismas camperas…¡Qué linda tarde la que se le estaba escurriendo de los ojos! La pena que sentía era la misma del principio, la de no haber estado nunca en un Grand hotel, con los Procol Harum, dando vueltas entre paredes de marfil y desayunos continentales, en calesitas sonoras que lo harían olvidar que necesitaba despertarse, ponerse el barbijo y volver a exponer su corazón en vaya a saber qué próximo emprendimiento multinacional de explotación humana.

 

***********Y el tema al que hago referencia es este, versión en vivo, vaaaaarios años después:


***************Las trampas del tiempo**********Humildemente, Juan Scardanelli********************Atiendo por mail, porque mandarse mensajes para leer con tranquilidad y buena onda es mucho mejor: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar*******************

Recorte

 


Hacía esos recortes para olvidar el contexto. Siempre es más fácil mirar un determinado sector y pensar que las cosas ahí están bajo control, que no pueden ocasionar el final de nada. Se sentía un poco cansado de ese determinado sector, siempre amable, siempre en suspenso. Era como se imaginaba un alma, si acaso algo como eso existiera. Figuras suspendidas captadas por otras figuras suspendidas, que a su vez son captadas por otras más. Y todo así. Volvía sobre esa nube que parecía quieta, que daba una sensación que no sabía expresar, porque claro que todo lo vivo es constante revolución. Pero esa tarde, esa encuadrada tarde, quería dejar la imagen fija. El tiempo lo llevaba hasta un lugar no muy lejano, con paisajes muy similares, porque es imposible enfocar aquellas cosas que nos pasaron de largo. Muchas veces esos sentimientos se mezclaban y querían tomar su lugar, mostrar movilidad. Pero era tan fácil dejar que se deslizaran bajo el mismo marco, sin causar estragos, olvidando lo que ya no quería recordar. Evocaba una frase que le pareció ingenua: “nada dura para siempre”. Pero no resultaba en él, porque sabía como nadie que el pasado sí que rompe la regla, está todo el tiempo presente hasta el final. Entonces, ese cielo era una evocación de otros tiempos, los suyos y los de quienes habían venido por detrás. También, era proyección, embrión de los que estaban siempre por llegar. Y la esperanza descansaba en esos últimos, que se apresuraban por ser pasado, porque ahí dormía la gloria. Era tarde, el barrio estaba confundido, las calles lo reflejaban sin pasión y había tanto por hacer, tanto. Como levantarse por la mañana y tratar de no morir en el banco de una plaza. O correr el colectivo para no llegar tarde a donde, tal vez, ya no se puede llegar, ya no se deba llegar. Había rumores que lo perseguían, necesitaban culparlo de algo. Todos quieren descansar bien, sobre las voluntades de los demás, porque es más fácil, porque el peso no es ligero. Y seguía con el recorte, detallaba sus ojos en la nube, que no parecía poder resistir el ansia del viento por desmembrarla. Vaya metáfora, se dijo. Pero no quiso ahondar más, estaba cansado, los ojos le empezaban a pesar en el pasado, cada vez un poco más. Los sonidos eran los motores de toda una vida, la de las fábricas y sus operaciones, sus fusiones, sus costumbres de explotadores y explotados. El cielo no le mostraba ningún límite moral, era así como debían sentirlo los dioses, que ya no están, que se fueron hace tantos pasados. Pero los recortes de los atardeceres cansan, vienen llenos de damas que relucen un brillo dorado que nunca tuvieron, de amables noticias que esconden violencia y guerras. Pero todo eso, recortado, es una manera de interpretar y nada más. Porque para ver el horizonte completo no alcanzarían los ojos de nadie. Los de él eran apenas comunes. Grandes y negros, con cejas súper pobladas, que habían tenido la sed de un mundo que nunca había existido y nunca existiría. Le pedían que no tirara abajo esa imagen, que la pintara de púrpura, que la resaltara, que la adornara de bondades que nunca recibió. ¿Cómo se atrevían a pedirle lo que nadie le había dado? Solo un recorte, es todo lo que debía ofrecer una tarde cualquiera. Un espacio dentro de la inmensidad que lo comprendía todo, pero que él jamás iba a desentrañar. Los misterios son motores imposibles, pero sirven para ir tirando, para acercarse al precipicio y tratar de imitar a una gaviota en pleno vuelo. ¿Pero qué más podía hacer, esa tarde, todas las tardes? Escuchaba, a lo lejos, las necedades diarias, los falsos amores, los odios intensificados, las mezquindades, las propias y las ajenas. Un recorte. Un trozo nomás, para que no enfermase el corazón. Y vaya que insistían en convencerlo de sus errores, que él conocía perfectamente. Tal vez era lo mejor que podía hacer, alzarse con las frustraciones de los demás, ser el filtro para toda esa mierda que ofrecía una parte recortada del mundo. Siempre un recorte. Una condena. Una esperanza. ¿Para dónde caería su alma aquella tarde? No quería saber, solamente esperaba poder poner su atención en ese espacio elegido, en ese plano y en nada más, en nadie más. Porque el secreto era intentar un escape de algunos minutos, un escape del tiempo, ser presente. Olvidarse de todos los otros engranajes del tiempo, habitar el no lugar donde todas las cosas son posibles y todos los hechos son directos. Esa tarde debía ser, ninguna otra más. El conjuro terminaría pronto, porque siempre en la vida la ley máxima se cumple. La oscuridad de la noche primaveral se llevaba, una vez más, el recorte de su cielo, del barrio Rivadavia. Alguien gritaba desde el patio de alguna casa, unas niñas hacían sonar la pelota contra la medianera más blanca y agrietada del patio. Y eso había sido todo, un mundo para él y sus ojos. Un recorte, apenas, un recorte. Tenía hambre y muchas ganas de mear. Una birra lo esperaba a la vuelta de la esquina. Si hubo una magia existente -aquel atardecer- ya estaba siendo devorada por todo lo demás. Le había quedado algo, solo que no era ese su momento para volar.


*******Humildemente, Juan Scardanelli. Esta tarde, disfrutando del silencio....................El contacto de siempre: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar********************nada más lindo que sentarse a escribir, pararse a escribir, correr para escribir, nadar escribiendo, volarescribir, leerescribir, vomitarescribir, cogerescribir, caminarescribir, escribir**************************Foto: el cielo en la tarde desde un patio, barrio Rivadavia MDP-Batán********************

El azar puede ser devastador

 


En contraste con la piecita de la entrada, en el salón de estar reinaba un desorden que, para ser preciso, tendría que calificar de encarnizado. El azar puede ser devastador, pero nunca es metódico ni meticuloso. Y aunque es verdad que, desde cierto punto de vista, todo lo que se refiere a los actos humanos es locura, sería prudente reservar esa palabra para designar algo específico y que es, no extraño a la razón, sino el resultado de una razón propia que ordena el mundo según un sistema de significaciones sin fisuras, y por eso mismo impenetrable desde el exterior.

Juan José Saer, La pesquisa


¿Qué hace ese patrullero ahí, entre esos tranzas, pidiendo qué cantidad de guita que no les hace falta? ¿Y esos pibes que de tanta impotencia tienen bronca contra todo, y lo cagan insultando al almacenero ese, que tiene un par de cicatrices porque alguna vez se plantó, y bueno, con algo hay que pagar en esta historia, que vaya a saber por qué carajos tiene las cosas acomodadas como yo las veo ahora? ¿De qué se quejan ese grupo de ricachones, de verdad? ¿Que no los dejan vivir como ellos piensan que quieren? Pero si los dejan discriminar, insultar y cagarse en quienes quieran. Si pueden acudir a su juez amigo en cualquier momento, si para ellos está funcionando la Gendarmería con el grupo Halcón, el Albatros y cuanto buitre ande con uniforme y un arma en la mano. Eso sí, ese tipo de crímenes son legales, van por derecha. Por eso tienen hasta sus propios medios de comunicación, sus casas de estudio, sus barrios y lugares de reunión. Tienen sus médicos, también, sus propios héroes a disposición por una módica suma de xxx dólares. Esa es su moneda, la rúcula yanqui, claro. Ese es el orden que nunca se pudo desmantelar, porque cuesta mucha, mucha sangre. Y claro que los intentos deben ser democráticos y en paz, pero a veces es muy difícil, a veces indigna cómo se protege a la propiedad privada más que a la vida de un ser humano. Cómo se descubre toda una maquinaria social, política, mediática, judicial y económica para beneficiar la protección de un objeto. Y la cantidad de personas que están de acuerdo con ese mandamiento: respetarás la propiedad privada, aunque estés muriéndote, cagándote de hambre sin tener dónde caer bien muerto. Ese sería el único derecho universal, atentos a todes en la ONU, ahí va: todes les habitantes del planeta tierra tienen el derecho a morir. Úsenlo cuando quieran, pero por favorcito, no lo hagan en el pato de mi propiedad. De la cerca para allá, del alambrado para el otro lado, porque sino es ilegal y no te puedo dejar morir. Lo justo es justo, pero es mucho más justo si es uno el que dice cómo se deben escribir las leyes. Y mucho mejor, cuándo hay que aplicarlas y cuándo no. Porque el poder real es tener el tiempo de tu lado. Que las cosas se resuelvan rápido para un mismo lado siempre, marca tendencia de quién dirige la batuta, quién armó esta piecita que se siente tan ajena a mí, que no puedo terminar de comprender. Me siento a un costado, trato de mirar sin indignarme, de pensar soluciones para darle un sentido a tanto sufrimiento. Pero es difícil, es muy complicado aceptar que las cosas apenas si se van a reformar, y que nada de eso va a traer alivio, que nada de eso va a traer justicia, que los cuerpos débiles van a seguir pagando en nombre del Capital. Qué concepto, Capital. Pensar que hay quien dice que ya pasó de moda, cuando todos los días se constata lo contrario. Escribir para hacerse el boludo y mirar a cualquier parte no es opción. No se puede estar mirando por la ventana todo el tiempo, es necesario observar la piecita con detenimiento, los detalles desde adentro, porque ahí está la disputa. ¿Suena belicoso? Que suene como deba sonar, pero que suene. ¿Hasta cuándo las crisis para los que viven en situación crítica desde el principio? ¿Cuántos debates, simposios, asambleas y demás shows hay que montar para que empecemos a solucionar las injusticias, las desigualdades, la discriminación y la violencia que imperan en el mundo que habitamos? Porque lo habitamos todes, todes. Entonces no hay salida a los conflictos sino de manera colectiva. Nadie debería explotar a nadie, nadie debería beneficiarse con el sufrimiento de nadie. ¿Cómo se atreven? – parafraseando a la pequeña pero inmensa Greta Thunberg – ¿Dónde está el goce en ver sufrir al otre, en humillarlo, en humillarla? Preguntas básicas que, a lo mejor, me ayuden a ver con mayor detalle esta piecita que nunca puedo terminar de entender. ¿Quién la ordenó así? ¿Por qué puso las cosas tan del revés? ¿Para qué mierda enterró el 99% y dejó al resto arriba y con todos los placeres a su alcance? ¿Quién volvió tan competitiva y violenta la especie? ¿Es culpa de Darwin, de Trump, de Milei? ¿Qué carajos quieren hacer con esto, en serio? ¿Tanto disfrutan de la sangre, tanto de ver gente arrastrarse por las calles agonizando por no comer en semanas? ¿Les resulta lindo mirar a un niñe cagado de hambre pidiendo una moneda, y responder con asco “no tengo, salí de acá”, mientras comienza la justificación de “seguro lo manda el padre para comprarse un vino”? Entonces volver al celular para responder una mierda de Whats app, una boludez kilométrica que justificó la compra de un modelo de cincuenta mil mangos de un celular fabricado a fuego y sangre, en el siempre castigado territorio del tercer mundo. Y guarda que hay quienes se sienten parte de otro tipo de piecita, que mira para otras naciones poderosas como si fueran parte de esa superioridad fascista. Y justificarse, siempre. Jugar al papel de la víctima, por las dudas. Entonces debe estar esa razón que hace pasar por azar lo que en realidad es un caos generado a propósito. Y que ese caos no es más que un orden jerárquico, que imperó disfrazándose a largo de la Historia de la humanidad, la de la H con mayúsculas, la que acomodó las cosas para justificar sus matanzas, que nunca dejaron de perpetuarse en el tiempo. Y quien a sangre nace a sangre vive y a fuego muere. De ahí, toda una filosofía de mierda que se inventó sus escuelas para poder discriminar con mayor precisión, y con un falso bagaje científico de fondo, con sus religiones y sus sistemas políticos de mierda, de mierda. Perdón, eso de enojarse también lo encontré en la piecita, en el salón de estar. Vino hecho, ya estaba. Yo solamente entré, me acomodé donde pude y me empecé a horrorizar a corta edad, en un barrio que estaba olvidado, de espaldas al Capital, un barrio donde el deseo era inalcanzable siempre, pero aparecía desdibujado a lo lejos y acompañado de un slogan que versaba: “si te esforzás, no hay nada que te pueda frenar”. Entonces los esfuerzos se desdoblaban, pero el premio no llegaba nunca, porque ese tanto esfuerzo nunca alcanzaba, estaba ocupado alcanzando a quienes siempre la tuvieron todas consigo, ese porcentaje pequeñito que se mete en la piecita cuando quiere, que toma lo que se le canta de la sala de estar, y que se inventa todos los días una manera de justificar la sangre inocente que cubre sus manos.


******Hoy sin música, por respeto a las familias que no tienen dónde dormir esta noche********************Humildemente, Juan Scardanelli******************Desde el barrio Rivadavia, MDP-Batán**********************


Sobre la identidad

 


 *dedicado a mi primo, Javier Penino Viñas, quien recuperó su identidad en el año 1999.


 

Conjuntos de rasgos de diversa índole que caracterizan a una persona,

que es esa y no es otra que quisieron robar, ocultar, desaparecer;

 

Y yo creo que era un sábado,

uno de esos sábados de mitad de estación,

había un sol intenso,

de eso estoy seguro;

también de que toda la familia

estaba expectante, entusiasmada,

con mucho nervio moviendo las sensaciones,

planeando cosas, imaginando reacciones,

dejando al azar un poquito de eso

que se dice espontaneidad.

Y yo creo que estaba en mi habitación,

eran los primeros años de adolescencia

y estaría viendo tele o jugando al family,

porque ese día había que estar ahí,

entonces yo cumplía el mandato,

no teníamos que sumar nervios extra.

 

Igualdad que se verifica siempre,

cualquiera que sea el valor de las variables

que contiene

 

Y yo creo, seguro, que estaba triste

porque en la escuela me habían jodido

¿con qué iba a ser?

con esas enormes cejas oscuras

que sobresalían siempre del resto de la cara,

que parecían una sola,

como dos gatas peludas apareándose,

y yo creo que odiaba a las gatas peludas

y maldecía esas cejas que vaya a saber

por qué motivo me habían tocado a mí.

Pero ese día era distinto,

no lo podría explicar de otra manera,

porque por lo general los días se pasan

sin dejar una señal recordable,

como barcos sin rumbo que se hunden

en ese horizonte que uno imagina eterno.

“Esas cejas, querido, son como las de tu padre,

que vienen de tiempo atrás,

porque son las mismas que tenía tu abuelo”

y así subiendo el árbol genealógico

hasta tocar las nubes del primer Penino.

“Y qué tal si te las afeitás,

queda piola y está de moda

te va a dar fama de rebelde o punk o dark”;

esas ideas amigas me daban vueltas

por aquellas horas extrañas,

parecía simple,

agarrar la hoja de afeitar de mi viejo

y podar esas dos manchas peludas,

como el Pink de la película The Wall.

Parecía fácil, Bob Geldof lo había hecho

en apenas unos segundos

y casi sin prestar atención.

Seguí distraído, con la tele, Pink

y esas cejas enormes que parecían

haber crecido aún más.

 

¿Qué hacer? Cuántos problemas

superfluos que deforma la adolescencia,

como un entrenamiento liviano

para los sufrimientos de la vida futura.

Y yo creo que todo eso estaba

por caerme encima, cerca del mediodía,

cuando el sol parecía más fuerte que nunca.

Escuché la puerta que se abría

y mi vieja que me gritaba

y mis hermanas que ya estaban abajo

extrañamente calladas

y mi viejo que se empeñaba

por hacer sentir bien a la visita,

que era la razón de todo.

Y yo creo que grité “ya voy”

como solía hacer todos los días

a la hora de las comidas

y que era el primero de tantos avisos

antes de bajar a recibir el castigo.

Pero ahora recuerdo que seguía pensando en Pink

y no deseaba que nada ni nadie me jodiese,

tenía que memorizar bien esos movimientos,

no quería cortarme ahí la cara,

sería peor que dejarme las cejas gigantes.

Para mi sorpresa nadie me volvió a llamar,

parecía que las cosas con la visita

estaban muy interesantes como

para que alguien se acordara de mí.

Aproveché para evadirme,

para terminar de tomar valor,

estaba dispuesto a borrar mis cejas definitivamente.

 

Y yo creo que las cosas en la realidad

pasan justo cuando tienen que pasar,

y que la literatura corre de lejos

y en chancletas.

En ese día de calor, de sol gigante,

me sonó la puerta con un golpe

tímido, propio de alguien

que moriría de vergüenza

ante una reprimenda, un grito.

Y yo creo que dije “qué querés”,

pensando que sería una de mis hermanas

ahora sí cumpliendo la orden superior

de darme el ultimátum para bajar

y saludar a la visita,

que ya tenía casi olvidada.

Pero no pasó ninguna de mis hermanas,

el que abrió la puerta fue un joven adulto

mucho más grande que yo,

casi tan flaco como yo,

también con el pelo oscuro como yo

y una expresión de encantadora vergüenza.

Y yo creo que ahí entendí todo,

ese día,

ese día de sol,

los días perdidos en el horizonte,

las ausencias

las luchas

los llantos silenciados

y, sobre todo,

comprendí la importancia

de la identidad

porque ese pibe tenía mis cejas,

las mismas de mi viejo,

las de mi abuelo,

las de mi tío, su papá,

esas cejas eran nuestra identidad.

Y yo creo que le dije “hola”

y que él se acercó y se puso

a ver la pantalla del tele conmigo,

y fuimos cuatro cejas enormes

mirando para el mismo lado

un día de sol

y para siempre.

No los voy a defraudar

 De frases célebres estamos hechos, además de falsas promesas y vínculos complicados. Por eso la necesidad de poner algo de eso en un título, esperando generar algún recuerdo, alguna reacción química. Reacción muy diferente a la de simplemente leer algo, ver pasar las palabras como si no tuviesen más que un solo carril. Pero claro, resulta que estos signos tan extraños están cargados de sentido, que pueden variar infinitamente de persona a persona. Y así se construye uno la realidad, totalmente atravesada por emociones, sensaciones, ideologías y películas clase B, que alguna vez generaron frases y movimientos esclarecedores. Hoy tal vez no sea así. Porque de tanto ver estos signos replicados en diferentes formatos, que duran lo que un estornudo, bueno, no deben tener la misma capacidad de influir en el tiempo. Ahora, las frases se multiplican, y de tanto retweet, repost y etcéteras, se agotan antes de quedar en el inconciente colectivo. Por eso también hay tantas dando vuelta, por eso los principales actores se animan a decir cualquier cosa, porque son – al menos en parte – concientes de que ante la cantidad de palabras y opiniones que andan dando vuelta, la de ellos será sólo una más, a lo mejor destinada a ser célebre por unos famosísimos quince segundos…dos, tres…quince. Ya nos olvidamos de lo que dije en la oración anterior, hay muchos mensajes y audios de Whats App, entonces “vaciar todo” “refresh” y vuelta a empezar, desde el principio, otra vez. Pero la memoria se defiende como puede, y algunas cosas no pasan tan desapercibidas. Sin embargo, ya nada tiene la consistencia del ayer, nunca la tendrá. Por eso puedo rezar un rosario de frases noventosas, dosmilosas, que todavía se alojan en algún recoveco de mi memoria. Después todo es más confuso, menos preciso, más caótico. Con la información pasa otro tanto. La cantidad, la pérdida de jerarquización y la ensalada total imperan en el espacio social por excelencia, dominado por las redes sociales. Ojo que no estoy estableciendo un juicio moral, tendrá su costado positivo. Siempre alguien se beneficia con estas cosas, por eso siguen apareciendo gurúes que saben dónde se debe poner la bala para seguir explotando al ojo. Ojo, eso no cambia, habrá explotadores y explotados para toda la vida.( *Aclaración: toda la vida se agota en lo que dure mi vida). Y las vidas duran menos, no me digan que no. Se pasan más rápidos los minutos frente a las pantallas que contemplando cualquier otra cosa. Hagan la prueba, en sus casas, sin ir más lejos. Agarren el celular, por ejemplo, paseen por alguna red social y calculen el tiempo. Luego, miren por la ventana la misma cantidad de minutos. ¿Lo notan? Lean la siguiente frase: lean la siguiente frase: y así. Ya pasó, no nos dimos cuenta. ¿Cuál era esa frase del principio? ¿Cuál era la promesa que nunca se cumplió? No importa, las promesas hay que hacerlas, se van a encargar ellas solas de incumplirse. El motivo es simple, es literario. Para que la historia / el argumento avance es necesario que suceda algo trascendente. Muy pocas cosas son mejores que las promesas que no se cumplen, porque los vínculos ahí cambian para siempre. Y si vuelven a reconstruirse ya nunca serán los mismos, como en el principio. Luego nos resta recordar el principio, pero ahora súper idealizado. Con eso podemos seguir hacia algún lugar, que será la próxima historia, una relectura del pasado que nos parece tan perfecto, tan bien acabado. Y volvemos a caer en la tentación, pero con el tiempo cambiado. Ese es el desperfecto de la vida, que es insalvable. Condenados a seguir cargando lo que el pasado nos aconseja cargar, que es medio caprichoso y – la mayoría de las veces – doloroso. ¿Es posible empezar de cero? Puede ser uno de los mejores efectos de estos tiempos. Esa misma cantidad sin jerarquizar de frases y noticias que se degluten en un segundo, nos pueden ayudar a no sentir el peso del pasado, o a sentirlo menos. Un consuelo, en un contexto tan liviano como difícil de procesar. 

 

En una de esas, sí, los defraudo. No. No pienso hacer como ese ex presidente ex presidiario. No me voy a sacar las patillas y cambiar el poncho rojo Federal por una camisa hawaiana comprada en Miami. Nada de maridajes noventosos como la pizza y el champagne. Lo que sí, y acá cito al revés a otro ex lamentable ex presidente, qué bueno es no darles buenas noticias. Si mal no recuerdo, el dólar era moneda nacional y popular, valía lo que un peso. Después – cito a otro de esos lamentables – pasaron cosas, muchísimas cosas. Helicóptero mediante y durante, quien depositó dólares tendrá dólares, lo que nunca se aclaró era cuántos, dónde y cuándo retirarlos. Pero las gentes aprendemos a los golpes, y para eso estuvo la bonaerense y la gendarmería, y las frases empezaron a parecerse mucho sin importar el color del partido político a cargo. Ahí defraudo, porque me dejo enviciar por el discurso anti político, y no debería. En serio, el esfuerzo es construir con la democracia, porque – una frase más amable – con la democracia se come y se educa, y porque además no hay que olvidar nunca nunca que la patria es el otro. Y mucho mejor si soy inclusivo, como me pidiera un gran amigue un muy lindo día de libertad: la patria es el otre. ¿Que si estoy siendo sarcástico? ¿Que si soy zurdo, anarquista, kirchnerista, maoísta, leninista? Sí, soy todo eso y mucho más también, y no soy. En verdad, soy lo que ustedes quieran interpretar de mí. Por ahí, si tienen tiempo y repasan esta especie de nota/reflexión puedan encontrar algo más, una idea extraña. Espero que sea así, caso contrario me pueden poner bajo la lupa de sus ideologías, de sus emociones y juzgarme según su parecer, como hiciera Dante en su Divina Comedia. A lo mejor, si tienen el suficiente talento, los acabo de inspirar para realizar la próxima gran obra del siglo XXI. Eso sí, en agradecimiento, por favor, no me manden al círculo de los traidores, no soy tan malo. Me conformo con el castillo sin sol, en el medio del limbo, la tierra de los nadie, nada, nunca.

Espero que les haya quedado alguna frase en la memoria, y que si vale la pena, la recuerden mañana, cuando estén por comenzar la nueva historia del día.

 

**********la siguiente música puede ayudar en el largo camino de la relectura, que es la lectura, como dijera...

**************************Humildemente, en vivo y en directo desde un patio de una de esas casas peronistas del Barrio Rivadavia, república de Batán*****************************Aclaración 2: la foto del inicio de esta nota es un fragmento de Proust, de su inmortal En busca del tiempo perdido, la primera novela: por el camino de Swann************


El inconsciente fluir de los días de siempre

 


Tomaba las esquinas, pero de forma muy distinta a la de ayer. Escogía los momentos en los que exponer todo su ser, porque no le quedaba mucho. A lo mejor, estaba casi seguro de que no necesitaba más que dos frases y una esquina para resumir el Universo. Todo eso conformaba una suerte de desgano que se traducía en el andar de babosa, arrastrando los pies, deslizando las piernas como si pesaran más que aquel penoso día. No extrañaba demasiado el ejercicio de sentarse a tomar un café o una cerveza, en uno de esos lugares que ahora sólo abrían para sufrimiento de sus dueños, acorralados por las deudas y la falta de horizonte. La historia se repetía, pero con más crueldad. La suya también, porque estaba por ahí, caminando el barrio Rivadavia con la billetera en rojo y la cabeza confundida. Salidas, siempre muchas, y las mismas. Los procesos había que padecerlos y aguantarlos, toda la Historia de la Humanidad había sido así, no iba a cambiar aquel día. Claro que la noche era más agradable, no hacía tanto frío, las luces de la calle hasta tenían otra manera de expresarse que la del invierno. Sin embargo Él se sentía atrapado de una forma incómoda, involuntaria. Como si fuese el personaje secundario de una historia que no quería desarrollarse, o que se desarrollaba como podía. Por eso sus pasos eran esos, no tenían otro ritmo, imposible. Caminaba entre la muerte y la desigualdad, como siempre, pero ahora se sentían más. Cada dieciocho minutos le dolía el pecho, sin saber por qué. No, no tenía el virus, aunque no se podía saber con certeza, nunca. Cruzó la avenida Colón, por Jara, como casi toda una vida. Sólo se veían, sobre todo se escuchaban, las motos repartiendo mercaderías, a toda velocidad. Le servía a quien compraba, para no moverse de su lugar de seguridad, y le servía mucho más a toda una juventud que necesitaba creer en algún futuro con prosperidad. ¡Qué palabra antigua, que envejeció muy mal! Lo que se buscaba era sobrevivir todos los días, soportando el fin del mundo a cada minuto, nada diferente a todos los días anteriores. Pero la cadencia era otra, ahora el mareo existencial era un soberano golpe al corazón. Cansado de la pantalla omnipresente del celular, caminaba cada vez más despacio. No quería llegar a ese no lugar otra vez. Era todo un gran túnel, en el que se vislumbraba al final una pequeña, diminuta luz de una pantalla, cuyo fin era otro túnel, y así hasta morderse la cola. Estaba desesperado, la verdad. Caminó por horas sin querer llegar a ningún lado, sabiendo que llegar a los lados era incomodarse para incomodar a los demás. ¿Cómo haría toda esa gente para encontrarle un sentido a lo que estaba pasando? De verdad, ¿cómo sentarse a escribir historias de otros momentos, de otros universos? ¿Cómo escaparle al presente, que nunca se sintió tan denso? No lo entendía, por eso caminaba. Deseaba aferrarse a algo, alguna religión, pensamiento, doctrina, política, ¡autoayuda! Pero nadie puede autoayudarse, no tiene gracia. Lo que escuchaba de afuera era nada, la misma desesperación con otro pronombre, nada más. Sentía que nunca había estado más encerrado que aquella primavera. Como le decían seguido, pensaba en quienes estaban mucho peor. Pero eso nunca había funcionado, era un consuelo que le sonaba muy pobre. Pensaba en todo, en todes, en general y en particular. Caminaba. Se compadecía del presente, el tiempo total. Se compadecía del encierro, de los límites que nunca sospechó tan marcados, tan intensos. Cuando frenaba leía a Proust, buscando el tiempo perdido. Mucho mejor, a la búsqueda del tiempo perdido. Esa era una meta concreta, pero que escondía una trampa. Buscar lo imposible era encontrar el pasado.  ¿Y qué tal si el pasado era eso que lo había llevado a que duela tanto el pecho? Entonces caminaba no para buscar, sino para olvidar, entonces todo eso que lo acongojaba era una excusa. Si seguía en esa búsqueda estaba él, en otro escenario, sí. Estaba en otra esquina, distinta a la de Francia y Garay, sí. Habría una iluminación diferente, tal vez más tenue, a lo mejor un rayo de luna rebotando en el mar. El clima sería distinto, un calor agobiante, una noche de transpiración. En vez de caminar lento, estaría sentado, buscando la fresca para poder descansar. Pero, claro, el dolor en el pecho estaría igual. Y lo más probable es que la injusticia estaría siendo la forma de gobierno más común, y la juventud sería sacrificada otra vez esa misma noche. Otro aquelarre de la desesperación, en cualquier parte de Latinoamérica, en los terceros y cuartos mundos. También, la desesperación de saber que no había versos interesantes en nada de aquello. Restaba mirar al mar o a donde fuera para volver a lanzar una moneda al aire y pedir el deseo de siempre. Que no duela más. El pecho. Respirar. Fue difícil, sí. Ahora, era peor. El dolor aparecía cada vez más seguido. ¿Cuánto podía aguantar? Llegaba al cruce de las avenidas, una vez más. Las plantas de los pies le ardían. Le dolían los ojos y la cabeza. Quería llegar a la playa, sentarse a mirar la luna, volver a respirar sin tanta consciencia, al menos unos segundos. Cerró los ojos, cruzó la avenida. No supo si tenía paso. No supo si vendría la parca a su encuentro. La parca, que figura antigua. Como esas calles, como esa noche, como sus pies cansados, como la extraña llama que consumía su cuerpo, como los recuerdos bañados de sal, como el presente del virus, como el futuro que no se podía acariciar. Esos parecían versos viejos, copiados del fondo de un aljibe. Aljibe, qué palabra antigua. Esos versos, qué gastados que sonaban. Se sonrió, pero con una sonrisa distinta a la de siempre. Llegó a la verdad que había estado buscando: Ya nada existe igual, porque ya estaba roto, desde el inicio. Ese dolor en el pecho, cada dieciocho minutos.


**********Claro, la misma vieja historia, pero con distintos tonos. Todo tuyo, Sammy...


***************Humildemente, el caminante del barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del Plata - Batán, a.k.a Juan Scardanelli********************escribiendo para el olvido******************************contacto, casi, contacto: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar********ahí me explico mucho mejor*********

Días montuosos

 


Hay días montuosos, difíciles, y tardamos mucho en trepar por ellos; y hay otros cuesta abajo, por donde podemos bajar a toda marcha, cantando.

Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swann.

 

Transitando por un día de esos, de los que cuesta un poco terminar de transcurrir. Para empezar, alguna especie de mecanismo de la estupidez me quiere convencer de que la juventud argentina se tira de cabeza en lagos inhóspitos, para morir ahogada en escenarios perdidos, sólo porque intentaban escapar de la ayuda de algún uniformado, víctima de la mala interpretación. ¿Será que me huelen a distancia? Sí, no soy muy listo. No soy nada listo. Mejor, no estoy listo para tanta crueldad. No quiero ser un listo defensor de los crímenes de la policía, menos de la gendarmería. Tampoco pienso formar parte de ese reparto discriminatorio de penas, porque resulta que les que sufren son siempre les mismes. ¿Vieron? No soy tan astuto como para ampararme en el Instagram de la Real Academia, que te dice a cada segundo cómo tendrías que ponerte a escribir. En lo posible, me dijeron, trate de respetar la investidura del rey. Investidura, “Carácter que se adquiere con la toma de posesión de ciertos cargos o dignidades”. Pero va con onda, ¿sos argentino? Sí, claro, pero con poca investidura, más bien en calzones y con las ojotas, porque ya está empezando a hacer calor. Mucho calor. No quiero que se me mal interprete, voy a tratar de seguir las reglas que impusieron a sangre y fuego, descuide. Voy a hacer lo posible por seguir haciéndome el pelotudo, para que sus cosas funcionen de la mejor manera. Igual, aguante María Moliner y su mil veces mejor: diccionario de uso del español. Con cariño, etc. Y ya no me contestaron más, supongo que habrá otras miles de consultas de internautas que se dedican a corregir a otros internautas, hostigando a quienes escriben con el inclusivo, sintiéndose bien con ese canallesco y aborrecible acto de humillar a los demás. Porque, por supuesto, es la mejor manera de ganar confianza uno mismo, y de sentirse más próximo al rey. ¿No le habíamos pedido perdón, en la voz de algún ex presidente sin investidura? Creo recordar que sí, y que fueron varios, y que son más quienes disfrutan de los días de caza de su retirada excelencia Juan Carlos. Pero lo siento, amigues, les hablantes somos más que todo su reinado, y somos quienes marcamos la Historia, con nuestras pequeñas historias. Ojalá podamos juntar los argumentos, para poder volver a marchar juntes. Por ahora me voy a conformar con tratar de bajar por la pendiente de este día, que una vez que se vuelve escritura, parece funcionar mucho más amablemente. ¿Y qué pasa con les lectores? ¿Dónde habitan les lectores del siglo 21?. Hay que buscarlos por los diferentes espacios, rastreando diversos formatos. Desde el barrio Rivadavia, a veces es difícil dar con una lógica amplificada. Tengo que decir que me estoy quedando cada vez más lejos y con demasiadas preguntas sin contestar. Eso es envejecer, para mí, en este momento de la vida. Este instante que es presente absoluto, y como tal, imposible de captar en toda su complejidad. Vuelvo a lo mismo, de alguna forma nuestras sociedades se las arreglan para impartir las penas y los sufrimientos sobre los mismos cuerpos, siempre. Se criminaliza, se discrimina, se asesina y se condena en nombre de la justicia al pobre, a lo negro de la sociedad, al marginado, a quien no tiene manera de defenderse. Sociedades animalizadas, que detestan la debilidad. Confieso, me resulta muy difícil respirar en medio de tanto odio y tanta injusticia. Peor, cuando me veo formando parte de eso, no puedo, no lo soporto, se me terminan las palabras…

Difícil escribir cuando la pendiente del día se pone tan pesada, tan densa. No confío en los medios de (in)comunicación. Vos tampoco deberías, pero no me meto con tu vida, ni con los servicios que pensás que necesitás para sobrevivir. No me fío del poder, es una relación de mierda, como más o menos decía Foucault. Trato, entonces, de no ejercer poder sobre nada, pero a veces es imposible, existen los escenarios donde se ponen en juego los micropoderes, y ahí estamos todes jodides. Cuesta, es difícil, escuchar tanta estupidez junta, tanto odio de clase, tanta discriminación, tanta falta de empatía…que te importe un poco el/la otre. Dale, corregime, te espero por allá. ¿Listo? ¿Contente? ¿Tanto te molesta la diversidad? No todes son así, y que quede claro que no tengo resentimiento por nadie ni por nada. Debería, pero no tengo tiempo para eso. Resulta que estoy metido de lleno en la lectura de Proust, buscando el tiempo perdido en seis interminables novelas. Sobre la primera, tengo una extraña sensación. No sé si prefiero la evocación deliciosa de los lugares de la infancia del narrador o esa tan difícil relación entre Swann y Odette. De a ratos me da pena Swann, el celoso, obviamente, el “abandonado”. Pero de a ratos me pongo del lado de Odette, porque ella no parece saber bien qué quiere, porque experimenta y porque parece más abierta a la vida. Pero el punto de vista nos lleva a empatizar más con Swann. ¿O será una sensación que me dio a mí, nada más? Poder, qué relación estúpida. Igual, como ya dije, no soy nada listo, nadie debería hacerme caso. Lo que sí, por favor, tampoco me tomen el pelo tan alevosamente. Las cosas pasan, los días vienen siendo pesados, cansados, monótonos, llenos de muerte y negación libertaria. Por eso, para aliviar un poco, si me ves por algún lado, invítame a bajar un poco, rodar cuesta abajo, juntes. Perdón RAE, fue la última. 


***********Una música como para....qué se yo, fijate vos:

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************Humildemente y nada listo para hoy, Juan Scardanelli, desde el corazón del barrio Rivadavia, donde este blues de Etta suena jodidamente adecuado********************************************************************Contacto: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar, siempre leo y respondo emails, los amo profundamente*********



Terceravera

 


Terceravera

 

Una cuenta de primavera

dice que los espantapájaros

ya no pueden dormir,

la tierra renacida los necesita,

un ciclo más que pasa de largo

sin prestar atención ni piedad,

como los desesperados chimangos

disputando un pedazo de carne,

que ya no sirve de adorno,

nn las mesas de quienes

palpitan una noche de oportunidades

servidas de los encantos mal pagos

de la muchedumbre sobreexplotada,

incapaz de revoluciones,

porque mil disculpas Lev,

cien perdones Vladimir,

no hay tiempo,

ni plata,

ni fuerza

para revolucionar nada,

porque ni el campo primaveral ayuda,

tal vez le regale algún color

a quienes la pasan flaneureando,

¡y claro!

a un par de enamorados del aire.

Pero lo que es la muchedumbre,

bueno,

no se puede.

Perdón Scardanelli

y Bécquer

y un millón de perdones

al bueno de Keats,

pero no podemos,

imposible pararnos un instante

a ver las flores y los claros de luna,

eso es un regalo que nos pueden hacer

quienes inventan la Historia,

pero la verdad,

no necesitamos más de sus servicios,

de lo imposible para la muchedumbre.

 

Para nosotros no se hizo la primavera,

ni la segundavera,

ni la laguna limpia

y rebosante de rayos solares

que, seguro, se disparan

como fuegos artificiales,

esos que encienden

el amor demencial,

no,

para las muchedumbres

es la hierba,

sí,

Whitman,

sí,

 pero la hierba seca

donde ya no sirve de mucho sembrar,

donde yacen quemadas las ilusiones

de igualdad y fraternidad.

De la otra, mejor, ni hablar,

a veces es preferible

el silencio,

la hoja en blanco,

la incapacidad de retener los signos,

una escena borrada,

el tiempo se va

Y tal vez

Sea mejor así.

 

 

 

El aleteo mortal de un cuervo

 

Sintonizo los rechazos

en esas palabras gustosas

de entender letanías,

lejanos mares de invierno.

 

El oasis es el no lugar

del entendimiento amoroso,

un recuerdo embutido

bajo tardes necrológicas de sol.

 

Veo esos espacios vacíos,

con imágenes de sal

que aumentan la distancia,

cuevas subterráneas de los ojos.

 

Comprendo los motivos,

escapo de los rumores

que tiñen de gris la arena,

cuna de ataúdes que agonizan.

 

No hay goce en la memoria,

apenas un trabajoso esfuerzo

por pintar de otro color

el aleteo mortal de un cuervo.

 

 

 

Laberinto

 

Como meterse todos los días en un laberinto sin cielo,

agazapado en cada giro,

cada esquina con un final sin salida

- y vuelta a empezar -

Creyendo que se puede arrancar de nuevo,

pero el cielo sigue sin estar ahí,

porque en verdad nunca existió,

habrá sido un señor soñando

un pasaje de algún libro,

notando que los días sin un techo

son pálidos y se parecen demasiado,

que la lluvia cae desde abajo

y que habrá que darle algún

- otro –

sentido.

Hoy, ahora del hoy, mañana del hoy

- fin de sendero –

ayer del hoy

- es –

vuelva a empezar,

Perón, Cristo y los días vuelven,

el espacio central,

otro mismo comienzo,

un engaño de sábado a la noche

- no va más –

volver a apostar los pies,

en esos espacios descielados

que son tus recuerdos.

 

 

 

Ma! He´s making eyes at me

 

Hoy sí: no escribo nada,

nada,

ni una mosca,

nada,

esa musiquita “charmy”

que me insiste,

es molesta,

me apura,

no quiero casarte

olvidarte

cómo me apura

esa música

va más rápido

que la vida

después de los cincuenta,

no,

no quiero ser

tu orgullo

no,

no soy la alegría

de nada

de nadie,

pero qué

rápido

muy

pi

do

casi

no

puedo

parar

si el corazón

si el pulso

se ponen

a ritmo,

se confabulan

con la trompeta

creo

sin

equivocarme

me

muero

ahí.

Tócala

otra vez.



******Ese último poema, que es la despedida, viene acompañado de esta música:


**********Humildemente, Juan Scardanelli, desde la misma vereda de siempre, en la misma esquina de siempre, del barrio Rivadavia, Mdp-Batán*******************************Contacto a parte: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar*********************

Tengo un baile de marineros en mi cabeza

Eso sería el título o a lo mejor una cita de comienzo, o tal vez el epílogo, o un verso que me quedó haciendo ruido, desde una lectura de ha...