Corderos en la noche


***ADVERTENCIA: en cursiva o resaltado está el track list de este artículo, ojalá lo disfrutes tanto como yo. La foto es cortesía del gran Wally de barrio Rivadavia...Ya lo sabés:

Argentina es ese lugar donde seguro que su tierra es lo mejor, sus paisajes una verdadera locura, pero el problema de verdad sin solución es su economía. O tal vez somos los propios argentinos el único e intransplantable inconveniente. Un pueblo lleno de equivocaciones históricas, que siempre termina culpando a alguien para terminar perdonándolo y repatriando su cuerpo bien muerto muchos años después, cuando ya no hincha los huevos. Un pueblo que se equivoca todo el tiempo en pasado, y lo admite y se redime en el futuro donde ya no existe ese presente. Quiere decir, pide perdón a las sombras, cuando es al pedo, cuando no sirve para nada. Y a lo mejor todo eso podría ser verdad, pero ahora de vuelta del recital de Las Pelotas pienso que no. Todo eso que escribí al principio y que pensé esa noche bien puede ser un conjunto de enunciados que nos metieron en la cabeza, para que estemos destinados a funcionar siempre mal. ¿Quiénes? Los argentinos, las dos cosas: nos metieron en la cabeza la desilusión constante y funcionan siempre así, mal. Una nación destinada a la grandeza, pero sin la capacidad adecuada. El país de la clase media, sin plan para sostenerla más allá de –casi- una década. La tierra capaz de alimentar al mundo, pero que tiene problemas para darle de comer a más del sesenta por ciento de sus habitantes. ¿Contradicciones? Re-contra adicciones de las que no hacen nada bien. Y en el recital me encuentro con un amigo que me dice que están rajando a todo el mundo en su laburo y que solo va quedando él, atiborrado de pastillas para tratar de no pensar más allá de esta noche. Esta noche, la del recital. Y menos mal que existe la música y que tuvimos el ojete de conseguir entradas, y que tomamos una birra y brindamos por nada, pogueamos por todo, como en los viejos tiempos, como en los nuevos tiempos, como siempre. Hace frío, pero el calor lo ponen los cuerpos formando el ritual sagrado. Y la sangre me hierve y se me pone la piel de gallina con los primeros acordes de Ya no estás, porque es una música que me encuentra siempre, aunque me quiera esconder. Sentir…sentir…sentir…De eso se trata un poco. Y qué bien nos vendría sentirnos un poco más y lograr ablandar los corazones, en medio de esos discursos que distorsionan la realidad para llevarla al tacho de la basura libertícola. Vuelve a estar de moda ser un forro, cagarse en los demás y gastarlo por eso, patear al caído en el piso. Por suerte, esta noche no se toca. Una noche en la que están presentes los espíritus de Luca y el Bocha. Y más que presentes y materializados Germán y su calidez única, abrazando a su público y cantando esas canciones que son nuestras verdades, y Gabi con su bajo y su alma. Esos artistas que dicen todo en el escenario porque ahí lo dejan todo, con un gesto, unos versos, unas músicas. El hechizo completo, los bises del final, y que no se vayan nunca y sigan tocando toda mi vida, toda la vida. Pero para que las cosas sean geniales tienen que durar poco. Por ejemplo, mi última relación amorosa duró una noche. Igual no fue tan genial, no fui tan genial. Muchas sombras…si supieras…Sobre sombras había algo que quería decir, que es una suerte de casualidad y confirmación o insistencia de metáfora. Hace poco leí un libro de Emmanuel Carrere que se titula Yoga, que tiene un apartado en el que cuenta una mala racha, una temporada internado en un psiquiátrico, y hace referencia a esa parte oscura que no puede dejar de aparecer cada cierto tiempo en su vida, y que esa sombra también forma parte de quien es, que si no estuviese ahí no sería él. La sombra sería constitutiva del ser, una parte insustituible, necesaria para completar su identidad. Lo mismo que plantea Murakami en su reciente novela, y que había leído semanas atrás. ¿Coincidencias? Si fuera ombliguista diría que la literatura me está queriendo decir: Dale flaco, aceptate de una vez por todas, sos así y no está tan mal. Como agregado que no tiene mucho que ver con nada, en ese libro de Carrere, él hace alusión a una novela que lee en un momento de sus vivencias, y es nada menos que Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, libro que leí un mes atrás, casi por casualidad. ¿La literatura y sus mensajes? ¿O será que aprovechamos las mismas ofertas editoriales? Vuelvo a la noche del recital, salida luego de último pogo, continuidad con un gran amigo hacia el bar más cercano, hay hambre. Entrar a una de esas cervecerías, que hace un año explotaba de gente, y ver que ahora sobran sillas, sobran mesas, hay menos personal laburando. Eso, se acerca el día del laburante, la laburante, y la verdad es que no hay nada para festejar. Se intuyen meses difíciles, despidos arbitrarios e invitaciones a retiros voluntarios…¡Hola! ¡qué tal? Muchas gracias y hasta luego, y arreglate como puedas. Entonces la noche es ahora y más vale reventarla todo lo que se pueda. En la tele suenan los Beatles en la terraza. Yo no paro de gritar, desafinando cada verso de Lennon…no me dejes caer…justo en la terraza, únicamente John. McCartney lo mira destrozando el bajo, que suena como si fuera jazzero, muy puro. Yo estoy pleno de música, pero muy consciente de que la terraza se está viniendo abajo, de que los buenos tiempos quedan cada vez más lejos. Argentina, ese país imposible pero que es probable que sobreviva a cualquier desastre universal, porque viene entrenando hace mucho tiempo…América del sur, bien al sur… El país que es como los Beatles en un último concierto, suenan mejor que nunca, parecen felices, pero saben que la cosa no funciona más. Hay que desalojar el lugar y pelear por las regalías, los derechos autorales. ¿Y la deuda, quién la paga?...Pará con la papa, papá… No nos dejemos caer…Después de todo, solo somos víctimas del cielo…que no elegimos, pero que tenemos que defender.

 

*Y el pogo para este final, que me dejó alguna lágrima, en otro tiempo con el único e irrepetible Bocha Sokol:

***********muchas sombras hay acá***********Carrere-Murakami-Sokol***********humildemente, Scardanelli, con el auspicio inclaudicable de Wally******



Crear en tiempos adversos



“El objetivo del arte no es la descarga momentánea de una secreción de adrenalina, sino la construcción paciente, a lo largo de toda una vida, de un estado de quietud y de fascinación” (la frase pertenece a Glenn Gould, citada en Yoga de Emmanuel Carrere)

 

El Yo que dice yo volvía de la marcha por la educación pública, era de noche, había tomado un par de cervezas con Scardanelli, que también había marchado, a pesar de que nunca había pisado una institución pública. Tampoco privada. En verdad, Scardanelli nunca había asistido a ningún tipo de institución, pero siempre sabía de qué lado estar en cada acontecimiento de la historia. ¿De dónde había sacado entonces esa capacidad? Lo que le dijo al Yo que dice yo no tuvo nada que ver con nada. Primero, tomó lo que quedaba de la botella. Segundo, salió con una confesión que nada que ver. Contó que el día anterior había estado sentado un par de horas, simplemente meditando. Exacto, sentado en el piso de cemento alisado de su piecita, sin pensar en nada en particular. Celular apagado, radio apagada y televisor no hacía falta apagar porque no tenía. Así como cuenta el escritor francés Emmanuel Carrere, que estuvo diez días abocado a esa labor, en un retiro espiritual que dejó sensacionalmente escrito en el libro referido al comienzo de esta nota (o lo que sea). Sí, el tipo estuvo diez días en el medio de la nada, meditando diariamente unas diez horas en promedio, interactuando y moviéndose lo menos posible. Contaba Scardanelli, mientras el Yo que dice yo trataba de reacomodar la situación del diálogo, porque ¿cómo había hecho este tipo para pasar de una charla más bien histórico política actual en presencia, hacia una historia mínima de su vida privada que tenía que ver con un libro que estaba leyendo? Un mecanismo tan extraño como fascinante, la mente humana en general, y la de Scardanelli en particular. Quiso saber cómo había aguantado tanto tiempo en una misma posición, si no se le habían entumecido los pies o la cola, o esa mente tan en fuga, en movimiento impredeciblemente perpetuo. No sé, respondió Scardanelli, lacónico y determinante. Lo que sí sé, amplió, es que después de esas dos horas de meditación me dieron ganas de crear algo. ¿Algo como qué?, quiso saber el otro. Algo artístico, o cercano a lo artístico. Y se me ocurrió que lo mejor que podía llegar a hacer era matarme. Acá debería describir el estado de alteración con el que el Yo que dice yo habría recibido la noticia, pero sería entrar en terreno ficcional. No lo sorprendió para nada. Por el contrario, le pareció tan natural como el esfuerzo de un chimango por abrir la bolsa de residuos en el canasto de una de las casas de calle Francia entre Rawson y Garay. Cosas que pasaban todo el tiempo en el barrio Rivadavia. ¿Y cómo fue que lo intentaste y fallaste, cosa obvia porque hoy fuimos a la marcha y estás acá caminando al lado mío? Te diría que soy un fantasma, pero eso ya lo sabés, redobló la apuesta Scardanelli. Y continuó con la excusa de la realidad mundana, casi rutinaria a esta altura del año, porque le confesó que quiso encender el gas del horno de la cocina, pero que ya se lo habían cortado. Muy cara la factura del gas, impagable. La confesión de Scardanelli no era más que una confirmación de lo difícil que sería el invierno en la ciudad, en el barrio. El Yo que dice yo continuó su camino, en dirección al chino, pensando justamente en que debía gastar lo justo y necesario para poder pagar la factura del gas, sino él también tendría el mismo problema que Scardanelli. También pensó en Emmanuel Carrere y esa manera de contar lo suyo tan desesperada, tan pura y lanzada a la vez, tal y como debería ser escrito lo mejor de la creación artística. ¿Cómo partiendo del caos se puede llegar a crear algo que permita la quietud y la fascinación con su lectura? Difícil de digerir. ¿Y cómo Scardanelli habría llegado a esa retorcida conclusión? Sería una salida adecuada a la lectura de Carrere, supongo. Un atajo que contempló para sí mismo muchas veces. Pero no es lo mismo estar en un departamento en París que en una piecita del barrio Rivadavia, por lo que más vale que a Emmanuel Carrere no se le ocurra dejar prendido el gas de la cocina. Por cierto, ¿en Francia le dirán cocina al ambiente del hogar y al aparato para cocinar también, de la misma forma que en español? Muchas preguntas le daban vuelta, al mismo tiempo que dejaba la bandeja de queso roquefort a un lado, porque parecía que el chino estuviera remarcando los precios al ritmo de la hiperinflación que supuestamente el actual gobierno está combatiendo. Batallas perdidas entes de empezar, una más. Vuelta a casa sin queso roquefort, pero con educación pública. Todavía. El Yo que dice yo se preguntaba cuántas cosas más quedarían por perder en su ya limitada existencia. O, mejor dicho, cuántas cosas quedaban por defender. ¿Habría mucho más que eso que era su hoy? ¿Cómo proyectar un futuro entre tanto límite impuesto desde afuera? ¿Cómo meditar en tiempos de crisis sin que la mente se vaya hacia el horno más cercano, porque prefiere un retiro voluntario por adelantado? Ahora le pasaba lo que le pasaba siempre que hablaba algo con Scardanelli: lo entendía unas cuantas horas después, cuando ya no estaba allí para continuar con la charla. Eso era algo que le gustaría corregir para, finalmente, lanzarse en la aventura de escribir su primera novela, o crónica, o biografía, o cualquier cosa que se pareciera a una creación artística que ayudase a calmar la ansiedad de personas sufrientes, anhelantes ya no de un futuro determinado, sino de poder imaginar al menos un futuro corto, onda la semana que viene. Ya era tarde, estaba cansado para escribir, no quería que su impulso terminara en una descarga de adrenalina, por respeto a Glenn Gould, por amor a los libros de Carrere.


***Música sugerida para la lectura, y para cualquier otro momento también:

**************************humil-demente, .....................................*******************************



Despedida en pendiente

Creo que estabas sentada en el suelo

y que tomábamos la última birra del mundo,

y que me hablabas de las cosas que te jodían:

primero, la cana y esa manía de andar matando

pibes del barrio por portación de cara,

y segundo de lo molestos que eran

esos versos de mierda que escribía yo,

empezar y seguir conectando eternamente

ideas y sentimientos totalmente innecesarios,

y me decías que entendías perfectamente

eso de que es fundamental expresarse

y demostrarle a los demás cosas

que en verdad servían para

satisfacer las necesidades

de su propio creador,

y que el mundo sería mucho mejor

sin esos versos y ese excesivo uso de conectores…

Y nos reíamos

y seguíamos tomando

de la botella,

sentados en el piso

de un depósito por Champagnat

que hoy está abandonado,

pero que no es muy distinto

a lo que fue en aquel día,

y pienso que nosotros

debemos estar más o menos igual,

un poco abandonados

pero capaces de seguir cumpliendo la misma función,

y que mis versos entrelazados

que tanto te molestaban

también contienen la misma forma,

como depósitos abandonados

de encuentros por venir.

 

Epílogo...

Te ibas y sonaba ese tema de Norah Jones,

dos cosas que pudieron haber pasado a destiempo,

pero que el recuerdo acomodó en un solo movimiento,

y es verdad que hacía frío

y no había laburo en la ciudad,

y que el progresismo invernaba culposo

esperando por volver en primavera,

y que nosotros ya no éramos jóvenes

- tampoco viejos –

Dijiste que éramos como un limbo marplatense,

y que estábamos en punto muerto

de bajada en una pendiente,

/ a partir de acá

el tiempo se acelera y se comprime,

la velocidad va en aumento

y el cinturón de seguridad no funciona,

y yo pienso ahora que el símil es una cagada,

pero que deseo que tengas el freno de mano

en condiciones,

y que a veces tengas un rato para mirar 

atrás,

donde estábamos

 

-          Y qué versos de mierda escribiste. Me dirías

y yo me cagaría de risa

tomando el último trago de birra,

sentado en cualquier piso

sin conectores y con el movimiento en cero,

solo por hoy.


*La música sugerida:



El último acto del funcionario gris


Esto no es importante, pero sirve para llegar al final de lo que voy a escribir. En el último libro de Zizek, ese filósofo marxista lacaniano histriónico y superstar de Eslovenia, aparece una mención a un dirigente político de la última etapa de la Unión Soviética, la de Gorbachov, la previa a la caída del muro y el fin de la Historia, y –obvio- el comienzo de otra coyuntura que ahora vendría a ser de la pos-Historia. Como sea, la mención a ese dirigente está relacionada a una actitud que enfrentaba ante cada anuncio del gobierno, por más contradictorio que fuera con los valores clásicos de la Revolución soviética. Y era que ante cada una de las propuestas de un gobierno en franca decadencia, el tipo sacaba a relucir un increíble archivo de frases de Lenin, que guardaba celosamente en su despacho. Entonces, ante cada anuncio, seleccionaba una de esas máximas del líder revolucionario para lograr dar con el apoyo adecuado, una certeza de que el camino elegido tenía la bendición casi religiosa del Dios todopoderoso de la Unión Soviética. No importaba lo descontextualizada que estaba la frase, el tema es que tenía que haber una apoyatura litúrgica a cada anuncio que viniera desde el poder. Arbitrariamente, este funcionario recortaba las palabras de Lenin y las ponía a jugar sin importar lo inadecuado de su utilización en una actualidad, que el propio líder fallecido no se habría podido ni haber imaginado. Utilizar la cita de autoridad de una figura política histórica como si se tratara de las palabras de un texto sagrado. El mismo procedimiento con el que las religiones dicen lo que dicen y hacen lo que hacen. Esto es casi un relato de ciencia ficción, y me pareció que podría servir de manera excelente para conformar un muy buen libro de cuentos. Pero para eso está el libro de Zizek. ¿Y cómo era que se llamaba ese funcionario? No lo recuerdo, y en todo caso poco importa. Lo que sí me imagino son esos días en soledad que habrá pasado en ese despacho, primero almacenando frases de Lenin, después acomodándolas por temática, y finalmente, poniéndolas a jugar con un anuncio actual de un gobierno ya carente de buenas ideas. Y lamentar ese contraste absurdo, como una especie de profanación a lo mejor de la Historia de su propio país. Sentir el desgarro en lo profundo del pecho, el sabor amargo en la garganta, hasta unas lágrimas de desesperación dirigidas al cuerpo embalsamado de Lenin, que no dudaría en ejecutar sin piedad al funcionario por osar profanar sus propias palabras, hacerlas trabajar totalmente fuera de su contexto para justificar las medidas más absurdas de una forma de gobierno en clara caída. Y la soledad de todos esos días monótonos, conviviendo entre dos mundos opuestos, con el trabajo de unirlos forzosamente, pero utilizando las palabras de otro, fraguando y robando, cortando y pegando, como un muy mal y corrupto procesador de textos. Sin embargo, el pequeño consuelo al final del día: Un encierro en el despacho, a altas horas de la noche. Un fuego en la salamandra, porque en toda la Unión Soviética el frío debía ser constante. El vaso lleno de vodka bueno, porque la burocracia otorgaba algún que otro gustito a sus fieles servidores. Y la lectura de todas esas frases, como si el mismísimo Lenin acudiera todas las noches para charlar un rato más de política, con ese gris funcionario del politburó. El momento en el que tanto esa sombra en funciones como el fantasma del líder podían juntarse a soñar otro mundo posible, que en la realidad no era más que una pesadilla con final cantado. Mas un epílogo desdoroso, porque la eternidad del día se apaga al llegar la noche, y el momento de poder de hoy no es más que el anverso de la caída al llano de mañana. Siempre se vuelve al primer escenario, siempre se vuelve al momento de mayor vulnerabilidad, y sería mejor hacerlo sin tanta culpa encima, sin haber arruinado las vidas de tantas personas, sin haber traicionado los ideales de la Revolución. Funcionario que va presintiendo la caída del régimen. Funcionario que empieza a depender cada vez más del vodka para no volverse loco y pegarse un tiro en la última noche blanca. Esa noche que prepara su lastimoso final. La noche en la que Lenin confiesa que sus palabras ya no tienen nada que aportar a la realidad, porque la distorsionaron tanto que ya es imposible la alquimia. No va a funcionar. El momento del descubrimiento, la anagnórisis, la certeza de que aquello que el funcionario está avalando es exactamente el opuesto a lo que el líder de la revolución bolchevique quería en sus propias palabras. En esa última noche, el funcionario revuelve todo el despacho, no deja papel y anotador por revisar, busca alguna frase, al menos una palabra de Lenin que justifique el horror que está viendo, el futuro que se imagina para los suyos. Esa pos-Historia que no ve como un remanso de paz y fin de conflicto, sino que percibe como algo peor, una suerte de apocalipsis que tendrá su principal combustible en la atrocidad que él mismo había creado. Eso de usar las palabras de los muertos para justificar las acciones más desastrosas para la humanidad. Ser utilizado para avalar lo que había luchado tanto por que no sucediera desde el momento en que como un inocente niño, leía por primera vez esas hermosas palabras de Lenin. Ya era tarde, lo hecho comenzaba a tomar sus últimos instantes de vida. No le quedaba más que buscar la redención en un último acto bastante egoísta. Debía encontrar una frase final, una por primera vez apropiada correctamente, una que su tan amado héroe hubiese aprobado sin dudarlo…terminó prefiriendo el silencio, en esa, su última noche blanca… ¿y qué era lo importante que me olvidé de escribir? Cierto, había una frase de Lenin que podría poner por acá, pero preferiría no cargar con esa responsabilidad.


*música de fondo para cualquier octubre:

***********humildemente, Juan*************************************todos naufragando en la historia*********la pos-Historia********y más allá******


FRONTERA

“- Este es un sitio horrible para morir.

-Dime uno que no lo sea”

(Cormac McCarthy, Meridiano de sangre)

 

I

Un rastro,

perros de caza,

buscadores de farolas calcinadas,

dos rumbos siempre:

todos los días es aquí o allá,

galopar en esa dirección

que es una vida elegida,

morir todo lo demás

en el atardecer del meridiano,

una fogata de leyendas

- todas de horror –

la sensación en el aire

de que aquí o allá se pone

en disputa la supervivencia,

perder la vida por un pedazo de grasa,

el cuerpo sobre las llamas

caprichosas de un juez trasnochado,

alguien que levanta su alma

por última vez

para ser tajeado a muerte

por otro cadáver

que había olvidado

a su muerte

en una fogata ajena

 

II

Vuelan los restos de un cadáver

- vale decir, sus huesos casi inmortales –

y luego aterrizan bañados de aluminio,

material de vanguardia

con efectos modernos

que actualizan la sangre

que se sigue derramando igual,

y los desplomados viajeros

continúan cantando sus desgracias

a la luz de las estrellas

y el crocitar de esos cuervos,

centinelas de todos los tiempos

nacidos sin evolución,

como el hombre y su guerra

inmaculados frente al paso de los días,

inertes y expectantes

esperando por el instante

en que vuelvan a ser convocados

para extender sus fatales alas

por toda una humanidad

que, mañana, será lágrimas

 

III

Entonces con todos los tiempos

en uno solo y definitivo

se copia el horror,

deja su huella,

se lo guarda en la memoria,

pasan los abriles

y se pega otra vez,

y todos los tiempos

son ese sufrimiento

y la elipsis,

no

 

IV

Cuando el sol cae

no hay que estar a descubierto,

hay leyes que son más

que la naturaleza,

como cuando baja la marea

y hay que ver de lo que está

hecho ese fondo,

y cómo hacer para

continuar en un

después de eso,

¿para qué?

 

V

Sin perder el rumbo,

sin mezclar elementos,

siempre respirando,

siguiendo la dirección del viento,

curar heridas,

caminar rengueando,

entrar en el desquicio

de un solo blusero,

volar como bola de paja

por el llano,

hasta que algo, por fin,

sea el límite

o termine de extinguirse

el sol

 

FIN

Quedarán los que bailen

ese último día,

los que nunca morirán.



*****Música de fondo para esta lectura:



Hay un lugar


"-Allí de donde vengo, todos llevan una sombra pegada". (Haruki Murakami, La ciudad y sus muros inciertos)


Sí, claro, la ciudad está difícil. El barrio Rivadavia está picante, como esa hamburguesa con salsa tipo mejicana que promociona la cadena X o M, que con un solo mordisco ya te deja con la necesidad de vaciar los barriles de coca cola, que a la vez te aumentan la sed para que sigas consumiendo mientras los pibes y las pibas juegan con ese payaso macabro en el tobogán con casa de un plástico tan berreta como la calidad del almuerzo que acabas de elegir, porque tanto más costoso es llevar a todos esos pibes y pibas a la casa y cocinar para una manada, algo que más o menos les parezca potable, y además no perecer en el intento. Pero no nos vayamos de la sentencia del inicio, porque no vaya a ser cosa que los guardianes del “buen decir”, que también son abonados al ejército del “buen escribir”, nos ejecuten con pesadas ediciones del diccionario de la Real Academia Española. Academia que, dicho sea de paso, suele votar a los muy mal hablados hablantes de Vox, el partido ultraderechista que no se preocupa por las academias y los buenos usos de palabras y frases, porque mucho mejor que decir mal y rápido es hacer muy mal y lento, para peor padecimiento de sociedades que ya no dan más de experimentos – siempre fallidos – en cuanto a política se refiere. Y lo de picante también viene a colación del gobierno de ultraderecha en Argentina, y de sus cada vez más lamentables capítulos de miseria humana expuesta como valentía política. Y en el barrio las cosas siempre empiezan con algún mal y equivocado anuncio de intendente que nunca termina de hacer pie en la ciudad de la que dice ser habitante. Hay algo de enajenación en la política. Me corrijo, hay mucho de enajenación en la práctica política, por ahí llevada por un deseo que viene irradiado de un espejito mágico, que resulta ser muy mentiroso. “Espejito espejito, dime quién es el mejor político de la ciudad”. Y los espejos encantados ya lucen cansados, y terminan por asentir con pocas ganas, porque no hace falta mucho para que el político que consulta se crea el elegido, el hacedor, el enviado de unas fuerzas extrañamente celestiales. Y son extrañas porque en el fondo – muy en el fondo y endeudado hasta los tobillos – ese político sabe que esas fuerzas son más bien la incierta interpretación de un sueño que podría haber sucedido o no. ¿Cómo llegamos a este momento tan isekai en la política? Picante, decíamos, porque la miseria impera en la gran mayoría de la población, y eso se traduce en lo que sucede en el barrio todos los días. Y hablo del Rivadavia como cualquier otro de la ciudad de Mar del Plata-Batán. Se agradecen los vanos esfuerzos por mostrar encuestas y gráficos que demostrarían que el delito bajó un 0,00002% en la comparación con el mismo día a la misma hora del anteaño pasado. Pero no hay gráfico que pueda con lo que se vive en las esquinas, cualquiera de ellas, del barrio y la ciudad. Podría enumerar un sinfín de robos, situaciones violentas, estafas, miserias varias, pero ya sería redundante y tendría más que ver con la sección policiales de cualquier diario o portal informativo – o diario que informa a través de portal informativo, porque la impresión en papel sale el ojo de una cara, y ya nadie tiene la concentración suficiente como para leer más de ciento cuarenta caracteres, o lo que dure un reel -, y no con este espacio que es más bien…Eso, un no lugar que es como comerse una hamburguesa picante, en un local con payaso horroroso, mientras los pibes y las pibas juegan con un viento sur de fondo y dos changos desmontando un coche de un juez que vive de sentenciar mujeres en situación de violencia, culpándolas porque sus maridos les pegan todos los fines de semana cuando su equipo de fútbol masculino pierde un partido. Nadie mea agua bendita, decía un cura de la capilla Santo XXX, luego acusado de violar monaguillos menores de doce años. No, nadie debería mear agua bendita, ni fabricarla para perdonar actos de criminalidad extremos, esos que son imposibles de soportar hasta en la ficción. Volvamos a eso, la ficción…Y qué bueno poder escapar un rato hacia las páginas de La ciudad y sus muros inciertos, última novela de Haruki Murakami, y dejarse llevar un poco por esa historia que se da en dos terrenos. Otra vez isekai, ese género que relata historias que se dan – justamente – en el cruce de dos reinos o espacios tan diversos como opuestos entre sí, pero que al final del camino, bueno, un poco como que terminan pareciéndose. Pero en este caso la bifurcación funciona bien para contar una historia de amor que, se sabe, no terminará con final feliz. Esto no fue espoiler, sino una constante en las novelas de Murakami. La verdad sea dicha a lo Fito Paez: lo que importa es el camino. El protagonista de la novela es el que me dejó picando la picante nota de hoy, con eso de la sombra pegada que llevamos los de este lado del muro, en lo que sería la ciudad “real”. Ahora, tratando de ponerle onda a la vida, y como metido en el género isekai, lo que tendríamos que hacer a partir de hoy mismo es buscar esa otra ciudad, la que se ubica al otro lado de los muros, donde las cosas se dan un poco diferentes, o donde todavía no llegó lo peor de nuestra sociedad de la realidad. Una ciudad futura o fantástica, o como la quieran llamar, donde podemos desempolvar un poco los sueños de la juventud para darnos cuenta que la revolución arranca un buen día de otoño, a lo mejor un martes gris de abril, y que estos mismos personajes que somos pueden cambiar completamente y expandirse hacia un nuevo horizonte. Suena un poco cursi, como me sonaron las primeras páginas de la novela de Murakami. ¿Será el tiempo, los libertarios, los precios del chino, el aumento de los servicios básicos, el primer mosquito con dengue, el celular que me chorearon, los caños del baño que están todos picados, esa persona que pensé que se acordaba de mí y no me saludó en la calle, que perdió Alvarado? Quién sabe. De cualquier manera, agradezco ese comienzo de novela, a lo mejor se me entibie un poco el corazón y pueda empezar a soñar sueños un poquito menos olvidables, más parecidos a encontrar ese lugar: “esta ciudad humilde y frugal, en la que reina la calma y está detenida en el tiempo, sin electricidad, sin gas, sin manecillas en los relojes, sin libros en su biblioteca, donde las palabras conservan su significado primigenio y las cosas ocupan su lugar establecido, ancladas en él para siempre”. Ese lugar por (re-de)construir.


*********y si de lugar hablamos, este lugar escuchamos:

*************************con humildad, Scardanelli*******desde el corazón de este lugar******barrio Rivadavia*************hasta que no podamos pagar la luz*****y esa birra fundamental*****


Caer en la trampa


Tengo el recuerdo de una escena que sucede en una novela de Juan Forn. Un tipo, creo que periodista / escritor medio caído en desgracia, es invitado a una fiesta de gala de un magnate de los medios de comunicación, que es algo así como su jefe / dueño. Y el periodista / escritor no quiere estar ahí, obvio. Y mucho menos tiene ganas de bancarse el auto-agasajo que planeó su jefe / dueño. Entonces comienza a tomar, otra cosa muy obvia, hasta que en un momento su hartazgo es insoportable y se retira del lugar. Un lugar muy cheto y lleno de extravagancias y excesos de personaje que se cree más importante de lo que podrían ser unos pececitos que hay en una pecera grande, parte del decorado del evento. El periodista / escritor, camino a la puerta de entrada – salida, toma esa pecera y la revienta contra el piso, dejando un caos detrás de su salida. Luego la novela sigue, pero yo me quedo en esa escena. ¿Por qué? Lo primero que se me ocurre es que me siento un poco como ese personaje invitado a una celebración en la que no quiere estar, pero sin ganas de estar en ningún otro lugar. Eso le decía a Scardanelli, a lo que me respondió tomando un trago largo de cerveza de la botella cada vez más cara, y poniendo un gesto de total despreocupación. Bien, sigo con mis interpretaciones, a lo mejor estoy molesto conmigo mismo por algo que no estoy haciendo o que estoy haciendo demasiado sin darme cuenta de las consecuencias…ahí Scardanelli dejó la botella y me señaló la esquina de Francia y Garay, la de siempre, y me dijo algo así como que me dejara de joder, que la esquina era la misma, y que los dos estábamos haciendo más o menos lo mismo que hace unos años atrás, y que las cosas rara vez cambian demasiado en la vida de un ser humano, queriendo significar que los usos y costumbres que tuvimos, tenemos y tendremos, no van a modificarse casi nada, pues habría que viajar al futuro cien años mínimo para corroborar que de nuestras huellas quedó un abismo lleno de polvo y arena, esta esquina en ese futuro no va a ser nada, ni los baches van a quedar, y nadie se acordará de esta reunión fortuita. Fortuita para Scardanelli, que tenía en su poder la cerveza que yo había pagado con una plata que ya ni me acuerdo cómo conseguí, supongo que algún laburo de ocasión…¡Claro! Un trabajo para alguien insoportable como el jefe / dueño, y tal vez por eso el recordar la escena de esa novela, la pecera reventando en mil pedazos y los pobres pececitos inocentes con su movimiento epiléptico en el piso, tratando de encontrar alguna manera de respirar eso que tanto consumen los humanos: aire contaminado…¿y cómo carajos harán eso seres horribles de dos patas para respirar en este ambiente?...y entonces imaginate lo que pensó el periodista / escritor sobre esos peces, me pregunta Scardanelli, y yo sigo pensando mientras trato de matar un mosquito que ya me picó dos veces el brazo – y menos mal que el dengue todavía no se patentó en Mar del Plata-Batán -, así que tal vez el periodista / escritor lo que quería era liberar a esos peces, a quienes sentía que estaban allí encerrados en la pecera que su mismo jefe / dueño había diseñado. Y nada mejor que vivir en ese falso confort, porque la libertad total puede ser un peligro inimaginable para seres con branquias en vez de pulmones. Y yo tengo pulmones, creo porque en verdad nunca los vi, y verdaderamente no sé si es eso lo que estaba descifrando de esa escena, que por otra parte no es para nada relevante en la historia que cuenta Forn en la novela. Puede ser por eso que te la acordás tanto, porque es una escena que sentís que nadie más va a recordar si lee esa novela. Scardanelli ya deja de tomar de la botella y se pone más serio con sus pensamientos, pero yo no creo que esa escena la esté recordando tanto por el solo hecho de rescatarla del olvido. ¿Por qué? Será porque en cien años, etcétera. A lo mejor es eso que leí en una entrevista a la escritora Samanta Schweblin, en la que dice que la literatura es mucho más especial que el cine porque obliga a poner en funcionamiento la imaginación a mil, porque si yo escribo que tal personaje se pone unos zapatos de x color y forma, el lector se imagina esos zapatos como puede, con lo que tiene dentro de su imaginación y recuerdos de zapatos, y hasta por ahí le dispara recuerdos muy sentidos. En cambio, la escena de una película te enfoca los zapatos como el director se los imaginó y decidió representarlos, es un camino unívoco, direccionado, mucho más limitado. ¿Entonces, qué con eso de los zapatos?, pregunta Scardanelli. Nada que ver con los zapatos, olvidémonos de los zapatos y centrémonos en esta escena de la novela, la del periodista / escritor. ¿Tal vez soy yo uno de esos peces que quedan en el piso luchando por respirar, por escaparle a la muerte inevitable? Tal vez, continúa Scardanelli, todos somos un poco cada cosa, un poco peces agonizando en un ambiente que no es el nuestro, un poco ese periodista / escritor frustrado consigo mismo por vaya a saber qué traba emocional, y un poco ese lugar de festejo que sabe que fue preparado como una trampa. Eso último me dejó intrigado, ¿cómo es eso de que el lugar es una trampa?. Y aunque no leyó la novela, Scardanelli estaba seguro de que ese lugar del festejo era un engaño para el periodista / escritor, una escena montada para desquiciarlo, porque el jefe / dueño sabía perfectamente lo que ese tipo de celebración iba a causar en ese invitado en particular, y el otro también lo sabe pero igual va a caer en la trampa, y cuando no la aguanta más decide hacer aquello para lo que había sido convocado, causar un caos que sea recordado para siempre por algún lector. Y vaya si lo logró. ¿El jefe / dueño?, le pregunto a Scardanelli. No, que va, hablo del escritor. ¿Forn?. Sí, justo ese, el que dejó la trampa para vos.


******Eso parecido a lo que sintió Pink en la siguiente escena:

**********Humildemente, el Yo que dice yo*******charlas por el barrio Rivadavia con Scardanelli**************lecturas*******La mejor trampa es la que uno mismo se fabrica******pero hay gente que te conoce mejor*******especialistas infalibles******

NERVAL



NERVAL

 

“Volverán esos dioses a los que siempre añoras,

y aquel tiempo y el orden de los días antiguos!”

(Délfica)

 

Caminando

- piensan que perdido –

en su propio barrio

lleno de calles muertas

olvidadas por carencia

de conexión wifi.

 

Caminando

- piensan que en el delirio –

trazando cada detalle

en unos versos que son

otro reino,

sublimación de diosas y linyeras,

nervios ubicados en ese tiempo

y en ese espacio exaltados,

llevados al límite del Monte Olimpo.

 

Caminando

- piensan que enfermo –

con la fiebre de aquel

que sí tiene los ojos y las palabras

para describir al mundo y su naturaleza

como en verdad son

-o debieran ser-,

para hablar de ninfas que son imposibles

dentro de la prosa de esta ciudad de hoy

que intenta aumentar su realidad

eyaculando edificios y luces falsas,

vacíos de ideales,

lujos que nacen y viven muertos,

contemplados por pantallas-ojos

destinados a la nada misma,

hasta que se corta a luz.

 

Caminando

- piensan que muerto -

el destello son sus pupilas

que nunca necesitaron

ser educadas.

Caminando

una última cuadra

antes de apagarse del todo

por exceso de luminosidad.

 

Caminando

- piensan que sus pasos no existieron -

todavía

caminando,

buscando ese ideal

que descansa,

para siempre ,

en lo profundo

de su alma:

el poema.


****música de fondo para cualquier momento de andar poético y solitario por el barrio que sea, un tema que Dylan escribió en más o menos las mismas condiciones:

******************por ahí es una música que hubiera tenido que escuchar Nerval antes de colgarse de la reja que lo vio por última vez*********humildemente, Juan, el Yo que dice yo & amigos********

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...