Ir al contenido principal

El último acto del funcionario gris


Esto no es importante, pero sirve para llegar al final de lo que voy a escribir. En el último libro de Zizek, ese filósofo marxista lacaniano histriónico y superstar de Eslovenia, aparece una mención a un dirigente político de la última etapa de la Unión Soviética, la de Gorbachov, la previa a la caída del muro y el fin de la Historia, y –obvio- el comienzo de otra coyuntura que ahora vendría a ser de la pos-Historia. Como sea, la mención a ese dirigente está relacionada a una actitud que enfrentaba ante cada anuncio del gobierno, por más contradictorio que fuera con los valores clásicos de la Revolución soviética. Y era que ante cada una de las propuestas de un gobierno en franca decadencia, el tipo sacaba a relucir un increíble archivo de frases de Lenin, que guardaba celosamente en su despacho. Entonces, ante cada anuncio, seleccionaba una de esas máximas del líder revolucionario para lograr dar con el apoyo adecuado, una certeza de que el camino elegido tenía la bendición casi religiosa del Dios todopoderoso de la Unión Soviética. No importaba lo descontextualizada que estaba la frase, el tema es que tenía que haber una apoyatura litúrgica a cada anuncio que viniera desde el poder. Arbitrariamente, este funcionario recortaba las palabras de Lenin y las ponía a jugar sin importar lo inadecuado de su utilización en una actualidad, que el propio líder fallecido no se habría podido ni haber imaginado. Utilizar la cita de autoridad de una figura política histórica como si se tratara de las palabras de un texto sagrado. El mismo procedimiento con el que las religiones dicen lo que dicen y hacen lo que hacen. Esto es casi un relato de ciencia ficción, y me pareció que podría servir de manera excelente para conformar un muy buen libro de cuentos. Pero para eso está el libro de Zizek. ¿Y cómo era que se llamaba ese funcionario? No lo recuerdo, y en todo caso poco importa. Lo que sí me imagino son esos días en soledad que habrá pasado en ese despacho, primero almacenando frases de Lenin, después acomodándolas por temática, y finalmente, poniéndolas a jugar con un anuncio actual de un gobierno ya carente de buenas ideas. Y lamentar ese contraste absurdo, como una especie de profanación a lo mejor de la Historia de su propio país. Sentir el desgarro en lo profundo del pecho, el sabor amargo en la garganta, hasta unas lágrimas de desesperación dirigidas al cuerpo embalsamado de Lenin, que no dudaría en ejecutar sin piedad al funcionario por osar profanar sus propias palabras, hacerlas trabajar totalmente fuera de su contexto para justificar las medidas más absurdas de una forma de gobierno en clara caída. Y la soledad de todos esos días monótonos, conviviendo entre dos mundos opuestos, con el trabajo de unirlos forzosamente, pero utilizando las palabras de otro, fraguando y robando, cortando y pegando, como un muy mal y corrupto procesador de textos. Sin embargo, el pequeño consuelo al final del día: Un encierro en el despacho, a altas horas de la noche. Un fuego en la salamandra, porque en toda la Unión Soviética el frío debía ser constante. El vaso lleno de vodka bueno, porque la burocracia otorgaba algún que otro gustito a sus fieles servidores. Y la lectura de todas esas frases, como si el mismísimo Lenin acudiera todas las noches para charlar un rato más de política, con ese gris funcionario del politburó. El momento en el que tanto esa sombra en funciones como el fantasma del líder podían juntarse a soñar otro mundo posible, que en la realidad no era más que una pesadilla con final cantado. Mas un epílogo desdoroso, porque la eternidad del día se apaga al llegar la noche, y el momento de poder de hoy no es más que el anverso de la caída al llano de mañana. Siempre se vuelve al primer escenario, siempre se vuelve al momento de mayor vulnerabilidad, y sería mejor hacerlo sin tanta culpa encima, sin haber arruinado las vidas de tantas personas, sin haber traicionado los ideales de la Revolución. Funcionario que va presintiendo la caída del régimen. Funcionario que empieza a depender cada vez más del vodka para no volverse loco y pegarse un tiro en la última noche blanca. Esa noche que prepara su lastimoso final. La noche en la que Lenin confiesa que sus palabras ya no tienen nada que aportar a la realidad, porque la distorsionaron tanto que ya es imposible la alquimia. No va a funcionar. El momento del descubrimiento, la anagnórisis, la certeza de que aquello que el funcionario está avalando es exactamente el opuesto a lo que el líder de la revolución bolchevique quería en sus propias palabras. En esa última noche, el funcionario revuelve todo el despacho, no deja papel y anotador por revisar, busca alguna frase, al menos una palabra de Lenin que justifique el horror que está viendo, el futuro que se imagina para los suyos. Esa pos-Historia que no ve como un remanso de paz y fin de conflicto, sino que percibe como algo peor, una suerte de apocalipsis que tendrá su principal combustible en la atrocidad que él mismo había creado. Eso de usar las palabras de los muertos para justificar las acciones más desastrosas para la humanidad. Ser utilizado para avalar lo que había luchado tanto por que no sucediera desde el momento en que como un inocente niño, leía por primera vez esas hermosas palabras de Lenin. Ya era tarde, lo hecho comenzaba a tomar sus últimos instantes de vida. No le quedaba más que buscar la redención en un último acto bastante egoísta. Debía encontrar una frase final, una por primera vez apropiada correctamente, una que su tan amado héroe hubiese aprobado sin dudarlo…terminó prefiriendo el silencio, en esa, su última noche blanca… ¿y qué era lo importante que me olvidé de escribir? Cierto, había una frase de Lenin que podría poner por acá, pero preferiría no cargar con esa responsabilidad.


*música de fondo para cualquier octubre:

***********humildemente, Juan*************************************todos naufragando en la historia*********la pos-Historia********y más allá******


Comentarios

Entradas más populares de este blog

FALTÓ ALGUIEN QUE EMPUJE (la única vez que vi a mi tío jugar)

  En esta historia, que no me pertenece, hay un comienzo que podría considerarse la verdadera historia. Porque el grado cero es el siguiente: una mañana corriente como cualquiera de las que gastamos sin recordar, recibí una carta. En otros tiempos pasados, esto sería un detalle. Pero hace tantos años que no recibo cartas, que la sociedad no escribe cartas de puño y letra, que el hecho resulta casi fantástico. Hay (des)honrosas   excepciones, como las cartas documento que traen pésimas noticias, y los resúmenes de tarjetas que van por ese mismo lado indeseable de la escritura. Por lo general, tienden al abuso de un registro formal que ya no existe, y ese es quizás su único atributo, ser las depositarias de un registro en extinción, como una suerte de resto de animal prehistórico preservado para las siguientes generaciones. Entonces me tomé el tiempo, el lugar y el contexto necesarios para la lectura de esa pieza única. Como arqueólogo de historias, la lectura es más bien un degustar cad

Mitad

Está lloviendo ahora sobre toda esta ciudad y son las 12:30 pm a lo largo y ancho del Meridiano de Greenwich y yo he crecido entre gente que es joven y gente que no es joven entre autos, papeles bond o bulky, artefactos y escaleras artefactos y clientes. Y avisos de la desesperación o la locura. ( Paradero , de Juan Ramírez Ruiz)   Podría decir que la poesía existe para que me den ganas de tirarme del octavo piso del edificio en el que (no)estoy viviendo ahora. Mejor dicho, en el edificio donde estoy muriendo desde hace rato. Como una banana que se pasa de su madurez, y que empieza a despedir un olor rancio de otros momentos, de otras décadas. Una mala comparación de un mal escritor. Pero créanme, es lo mejor que me sale, esto de sentarme a morirme o escribir. Para el resto de las cuestiones me considero mucho menos que mediocre. A excepción, tal vez, de lavar los platos, una actividad que sintetiza como sinécdoque, porque ese coso vale por todos los cosos que se ensuci

Divagues del yo

Eso que se ve, digo, no fue tan así. A lo mejor sí que sentía algo especial por aquella persona en ese momento. O a lo mejor no. Verán, a veces es el lenguaje el que me lleva a inventar ciertos sentimientos, que por ahí no son así. ¿Me explico? Ni un poco. Bien, digamos que alguien viene de repente y me muestra en un televisor de los de ahora, uno de esos con inteligencia televisiva, una serie. Sería una tragicomedia de muy bajo presupuesto, y resulta que el protagonista soy yo. Entonces, en el primer capítulo se reconstruye mi nacimiento, mi infancia, y así. Como esos primeros años son muy distantes y difusos, digamos que voy a confiar bastante en el director, en el guión, porque no estoy muy seguro de nada. Pero entonces llega, supongamos, el tercer capítulo, y ahí sí que no me lo creo. Aparezco yo con un conjunto de personajes que la verdad no recuerdo haber querido tanto, ni que hayan marcado para nada mi vida. A lo mejor a alguno de ellos le dije “te amo”, qué se yo. Puede ser. ¿V