Hay un lugar


"-Allí de donde vengo, todos llevan una sombra pegada". (Haruki Murakami, La ciudad y sus muros inciertos)


Sí, claro, la ciudad está difícil. El barrio Rivadavia está picante, como esa hamburguesa con salsa tipo mejicana que promociona la cadena X o M, que con un solo mordisco ya te deja con la necesidad de vaciar los barriles de coca cola, que a la vez te aumentan la sed para que sigas consumiendo mientras los pibes y las pibas juegan con ese payaso macabro en el tobogán con casa de un plástico tan berreta como la calidad del almuerzo que acabas de elegir, porque tanto más costoso es llevar a todos esos pibes y pibas a la casa y cocinar para una manada, algo que más o menos les parezca potable, y además no perecer en el intento. Pero no nos vayamos de la sentencia del inicio, porque no vaya a ser cosa que los guardianes del “buen decir”, que también son abonados al ejército del “buen escribir”, nos ejecuten con pesadas ediciones del diccionario de la Real Academia Española. Academia que, dicho sea de paso, suele votar a los muy mal hablados hablantes de Vox, el partido ultraderechista que no se preocupa por las academias y los buenos usos de palabras y frases, porque mucho mejor que decir mal y rápido es hacer muy mal y lento, para peor padecimiento de sociedades que ya no dan más de experimentos – siempre fallidos – en cuanto a política se refiere. Y lo de picante también viene a colación del gobierno de ultraderecha en Argentina, y de sus cada vez más lamentables capítulos de miseria humana expuesta como valentía política. Y en el barrio las cosas siempre empiezan con algún mal y equivocado anuncio de intendente que nunca termina de hacer pie en la ciudad de la que dice ser habitante. Hay algo de enajenación en la política. Me corrijo, hay mucho de enajenación en la práctica política, por ahí llevada por un deseo que viene irradiado de un espejito mágico, que resulta ser muy mentiroso. “Espejito espejito, dime quién es el mejor político de la ciudad”. Y los espejos encantados ya lucen cansados, y terminan por asentir con pocas ganas, porque no hace falta mucho para que el político que consulta se crea el elegido, el hacedor, el enviado de unas fuerzas extrañamente celestiales. Y son extrañas porque en el fondo – muy en el fondo y endeudado hasta los tobillos – ese político sabe que esas fuerzas son más bien la incierta interpretación de un sueño que podría haber sucedido o no. ¿Cómo llegamos a este momento tan isekai en la política? Picante, decíamos, porque la miseria impera en la gran mayoría de la población, y eso se traduce en lo que sucede en el barrio todos los días. Y hablo del Rivadavia como cualquier otro de la ciudad de Mar del Plata-Batán. Se agradecen los vanos esfuerzos por mostrar encuestas y gráficos que demostrarían que el delito bajó un 0,00002% en la comparación con el mismo día a la misma hora del anteaño pasado. Pero no hay gráfico que pueda con lo que se vive en las esquinas, cualquiera de ellas, del barrio y la ciudad. Podría enumerar un sinfín de robos, situaciones violentas, estafas, miserias varias, pero ya sería redundante y tendría más que ver con la sección policiales de cualquier diario o portal informativo – o diario que informa a través de portal informativo, porque la impresión en papel sale el ojo de una cara, y ya nadie tiene la concentración suficiente como para leer más de ciento cuarenta caracteres, o lo que dure un reel -, y no con este espacio que es más bien…Eso, un no lugar que es como comerse una hamburguesa picante, en un local con payaso horroroso, mientras los pibes y las pibas juegan con un viento sur de fondo y dos changos desmontando un coche de un juez que vive de sentenciar mujeres en situación de violencia, culpándolas porque sus maridos les pegan todos los fines de semana cuando su equipo de fútbol masculino pierde un partido. Nadie mea agua bendita, decía un cura de la capilla Santo XXX, luego acusado de violar monaguillos menores de doce años. No, nadie debería mear agua bendita, ni fabricarla para perdonar actos de criminalidad extremos, esos que son imposibles de soportar hasta en la ficción. Volvamos a eso, la ficción…Y qué bueno poder escapar un rato hacia las páginas de La ciudad y sus muros inciertos, última novela de Haruki Murakami, y dejarse llevar un poco por esa historia que se da en dos terrenos. Otra vez isekai, ese género que relata historias que se dan – justamente – en el cruce de dos reinos o espacios tan diversos como opuestos entre sí, pero que al final del camino, bueno, un poco como que terminan pareciéndose. Pero en este caso la bifurcación funciona bien para contar una historia de amor que, se sabe, no terminará con final feliz. Esto no fue espoiler, sino una constante en las novelas de Murakami. La verdad sea dicha a lo Fito Paez: lo que importa es el camino. El protagonista de la novela es el que me dejó picando la picante nota de hoy, con eso de la sombra pegada que llevamos los de este lado del muro, en lo que sería la ciudad “real”. Ahora, tratando de ponerle onda a la vida, y como metido en el género isekai, lo que tendríamos que hacer a partir de hoy mismo es buscar esa otra ciudad, la que se ubica al otro lado de los muros, donde las cosas se dan un poco diferentes, o donde todavía no llegó lo peor de nuestra sociedad de la realidad. Una ciudad futura o fantástica, o como la quieran llamar, donde podemos desempolvar un poco los sueños de la juventud para darnos cuenta que la revolución arranca un buen día de otoño, a lo mejor un martes gris de abril, y que estos mismos personajes que somos pueden cambiar completamente y expandirse hacia un nuevo horizonte. Suena un poco cursi, como me sonaron las primeras páginas de la novela de Murakami. ¿Será el tiempo, los libertarios, los precios del chino, el aumento de los servicios básicos, el primer mosquito con dengue, el celular que me chorearon, los caños del baño que están todos picados, esa persona que pensé que se acordaba de mí y no me saludó en la calle, que perdió Alvarado? Quién sabe. De cualquier manera, agradezco ese comienzo de novela, a lo mejor se me entibie un poco el corazón y pueda empezar a soñar sueños un poquito menos olvidables, más parecidos a encontrar ese lugar: “esta ciudad humilde y frugal, en la que reina la calma y está detenida en el tiempo, sin electricidad, sin gas, sin manecillas en los relojes, sin libros en su biblioteca, donde las palabras conservan su significado primigenio y las cosas ocupan su lugar establecido, ancladas en él para siempre”. Ese lugar por (re-de)construir.


*********y si de lugar hablamos, este lugar escuchamos:

*************************con humildad, Scardanelli*******desde el corazón de este lugar******barrio Rivadavia*************hasta que no podamos pagar la luz*****y esa birra fundamental*****


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