Un tipo
está a punto de ser alcanzado por alguna especie de justicia en formato samurái,
cuando desde sus entrañas empieza a crecer un abismo, que pronto va formando un
castillo que se alimenta de su propia energía, generando nuevos espacios y
recovecos a la velocidad de la luz, o similar. Esto da pie al inicio de un
camino que no pareciera tener fin, para un grupo de héroes más bien limitado,
que encuentran en cada nueva habitación un nuevo enemigo a enfrentar hasta la
muerte, sus propios fantasmas. Entonces el espacio que parece infinito y
vertiginoso su tiempo, de golpe se retrae, se concentra en una sala minimalista
y casi claustrofóbica, donde el reloj comienza su camino en retroceso a
velocidad crucero, la apacible y destructora visión del pasado. Toda esa doble
locura, doble velocidad, a punto de hacer volar el espacio en mil pedazos, pero
nunca llegando a tal extremo. Y ahí ya nada importa si se es héroe o demonio,
porque todo condensado se mezcla en una historia que bien podría ser la de cada
una de las personas que imaginamos esa película. O tal vez no sea más que la
realidad, una ruta con dos direcciones pero con espacio para circular solamente
en una, y avanzar a doscientos quilómetros de ida para volver a veinte al punto
de origen, y llegar a un destino que ya no es el mismo que dejamos, que
soñamos. La sala del cine se proyecta sobre la avenida Independencia, los
bancos a la madrugada tienen su flujo de gente, que por lo general es más
amable que la que se puede proyectar durante el día. Hay un héroe también, que
tiene los ojos perdidos, las pupilas dilatadas, como si hubiese visto el
corazón secreto de la ciudad, o se hubiese tomado todas las drogas de Sierra de
los Padres. Como sea, algo en sus ojos dice que su visión es única, que su
manera de caminar es flotar en la luna, que está en cueros con diez grados
porque no tiene mucho que ver ya con este mundo. Y tiene una bronca sin pasión.
Una necesidad de expresar esa bronca, pero solamente contra objetos sin vida. Entonces
encara las persianas cerradas de los comercios y las golpea con toda la furia
contenida en sus nudillos, que misteriosamente no sangran. Pasa la gente, lo
mira, pero él no parece percatarse de que existen, solo están las cosas y la
rabia que generan con su imparcialidad, la estructura metálica de la parada del
colectivo, un cartel con la propaganda del que será el próximo candidato a
presidir un lugar que no quiere ser presidido por nadie, porque es una cosa
también, y da mucha bronca. Y los nudillos rebotan descargando las
frustraciones de todos los espectadores que estamos allí, engañados por un
espacio que se figuraba infinito y que al final solo guarda pequeños recovecos
donde nos esperan nuestros peores miedos, nuestros fantasmas de siempre. La
ilusión del vertiginoso futuro, que solo tiene una versión corregida con nota
al pie de un pasado remanido para ofrecer. Noticias que se parecen demasiado,
con solamente un cambio de formato, uno que ni siquiera nos da la oportunidad
de golpear con esos nudillos para descargarnos. El héroe sigue su derrotero por
la noche infinita de la avenida, ante la atónita mirada de quienes no se animan
a golpear todas esas cosas construidas para fulminarnos. Es inminente la llegada de
la patrulla, esa banda de matones destinada a proteger todas esas cosas que no
se deben tocar, son propiedad privada, son de alguien más, todas con el mismo o
los mismos pocos dueños. “De un paso atrás o le disparo”, le gritan al héroe,
que retrocede ante el peligro de las armas de fuego. Alguien se acerca para
esposarlo, pero logra zafarse con una habilidad impropia para su estado físico.
Se suma otro miembro de la patrulla, y ya son dos los que persiguen con sus
armas al héroe, que continúa su gambeta eterna, con la luna rielando sobre su
cuero invicto. Las horas pasan y la persecución es infructuosa. Los
espectadores comienzan a aburrirse, porque el duelo nunca llega a su fin. Y esa
es la única realidad posible. Un sentido de la ruta. El castillo no es tan
infinito como quisiéramos imaginar. En algún instante las cosas se vuelven
insoportables, y hay que estallar con ellas o dejarlas estallar solas, o
estallar uno mismo contra las pandillas que controlan la moral y todas esas
situaciones que no existen para ser controladas. Ya no me acuerdo si esto era
parte de la película, o tal vez la película va llegando a su final así nomás.
Un héroe que continúa su camino por la noche desierta, una patrulla torpe que
lo sigue para aumentar su brillo en la noche, un espacio que es un reino en
ruinas, lleno de espectadores de la nada, que no pueden entender cuál carajos
es la diferencia entre un samurái y su espada. Vuelta al inicio, cuando casi
llegamos a la resolución del dilema planteado, la pelea antes del big bang que
generó el castillo infinito. ¿Importa ahora la conclusión? Supongo que se fue
terminando la noche. Supongo que las luces se fueron apagando con el lento
amanecer. Supongo que el pasado hizo de las suyas. Supongo que el tiempo empezó
a caminar hacia atrás, cada vez más lento. Supongo que esa es la patrulla
persiguiendo mis huellas futuras, que se plantan en el presente de las cosas,
para ver si entienden algo de lo que les llega del pasado. Fantasmas, laberintos,
héroes y demonios, todo lo que encierran las historias en una sala de cine o en
la esquina de la avenida Independencia y Belgrano, más la patrulla de ortivas
que intenta contener lo que se derrama a los costados.
****eso fue una recomendación cinematográfica más o el inicio de un historia. Esto es una música que me encantó:
********humildemente, juan†***********y nada más que escribir*******
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