Ir al contenido principal

Fin de año


Estaba pensando en esas cosas que pasan en un año – cualquier año – y que son imposibles de prever, o pronosticar. Por ejemplo, el día de mi cumpleaños. Un 24 de febrero, una mañana más, una noche menos, nada especial. Algún saludo con buenos deseos, un presente modesto, signo de estos tiempos inflacionarios. Y a dormir temprano porque al otro día la rutina sigue más o menos, y las lecturas y las escrituras también. Parece una jornada muy predecible, tanto que podría afirmar que el próximo 24 de febrero – que caerá un viernes – va a pasar más o menos lo mismo. Pero no tanto. El último 24 de febrero se produjo un hecho histórico, bastante impredecible, bastante difícil de repetirse: comenzó la invasión rusa en Ukrania. Una guerra. Y no cualquiera. Una nueva guerra a la salida de la pandemia, una muestra de que el período de gracia del nuevo siglo se había terminado, y que el nuevo siglo empezaba a parecerse demasiado a todos los anteriores, como una nueva temporada de una misma serie distópica que empieza a aburrir. Eso de que la paz sería el futuro, que tanto se cantó en el siglo pasado, continúa siendo una utopía propagandeada por Yoko Ono en sus redes sociales. Tampoco es la única guerra que hay en el mundo, ni la única invasión. Todas las potencias mundiales – Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia – tienen su muerto en el placar. Mejor dicho, sus cientos de muertos, un contador macabro que no paró nunca en la Historia de la humanidad, y que no tiene un horizonte final. Así que feliz cumpleaños y que las guerras te acompañen. Lo que quiero significar en estas breves líneas de escritura de final de año, es que resulta imposible predecir las cosas que van a suceder, aunque si se pone la lupa donde corresponde, algo podríamos adelantar. Esto es, tampoco nos podemos hacer los inocentes al cien por ciento. Hechos violentos y horribles van a suceder en el 2023, lo siento. Y lo digo de todo corazón, porque duele que sea tan inevitable. Y mucho más duele que quienes por ahí tienen la chance de disminuir ese contador macabro, no van a hacer nada por detenerlo, al menos, un par de días. Porque ser violento con los demás es algo tan fácil y natural, que ya se toma por costumbre humana. Y la violencia también puede ser simbólica, y esa es la que más pasea por el patio de las redes sociales y de los ambientes de las casas de cualquier habitante del mundo. ¿Qué podemos hacer? Ejercicios diarios, al mejor estilo Grapefruit de Yoko: imaginen una casa en la que sólo se puedan dar abrazos y decir cosas lindas como un simple “te quiero”. Ahora, dejen de imaginar y pónganse a practicarlo en la propia habitación. Imaginar es hacer, la imaginación al poder. Pero una imaginación que no es violencia, sino todo lo contrario. Y que se me acuse de inocente, no hay problema. Con el paso de los años, cada 24 de febrero, me doy cuenta de que soy capaz de absorber una gran cantidad de violencia. Que no me cuesta mucho seguir adelante mientras recibo estímulos violentos por todos los medios que existen. Y que quienes caminan a diario al lado mío, actúan de la misma forma. En esta esquina bendita de todos los años, Francia y Garay, barrio Rivadavia, cientos de personas pasan todo el tiempo viendo como sufren otras ciento, y no parece que los afecte demasiado. O tal vez sí, pero lo disimulan muy bien. Y ya está, esas fueron más de quinientas palabras de catarsis…

…Desde acá y hasta el final del año solamente viene una descripción de la última juntada de esos tres amigos: en la última tarde del año, la China, El yo que dice Yo y Scardanelli, se sientan sobre la medianera de la esquina de siempre. No se miran. Simplemente levantan las botellas de cerveza caliente, y se mandan el fondo más profundo que pueden. Habrá que suponer que es una costumbre, o que se les ocurrió en ese particular momento. Y no hay palabra para mediar el ritual, no hay un feliz año o próspero año nuevo. Porque para pelotudeces están las propagandas, con esas sonrisas falsas y esas mesas irreales donde cada participante de la fiesta parece estar viviendo el día más feliz de su vida. Ellos no tienen mesa, tienen calle. De sus copas no sale ninguna bebida exquisita, y al otro día no tendrán una vista de lujo en Copacabana. Sin embargo, el ritual alcanza para que ese momento sea único e irrepetible. Hay sentimientos, sobran sentimientos, y en eso ninguna propaganda les llega a los talones. Hay también costumbre de especie, porque a pesar de las cosas que no salieron bien, a pesar de toda esa violencia y malos tratos que se aguantan, el desenlace del año es amable, es rutinariamente amoroso. No hay lugar para la vergüenza y la mezquindad, el cariño es real, más real que cualquier otro tipo de sentimiento. En eso se ampara la última tarde del año en el barrio, y desde ese lugar remoto en el mundo, va a proyectarse con la esperanza de siempre: que la utopía esté más cerca de cumplirse, que de una vez el siglo vaya hacia un lugar más amable, que no nos matemos tanto.

Entonces surgen esas cosas que mejor no pedir al año nuevo:

1- Que sea mejor que cualquiera de sus predecesores. ¿Para qué meterle tanta presión? Mejor avanzar día a día, como la Scaloneta mundialera.

2- Que la mesa de celebración sea copada. Ya lo dijimos, eso solo pasa en las propagandas o en las películas de Hugh Grant.

3- Que lo que no funcionó anteriormente vaya a solucionarse ahora. Eso vale para cualquier momento del año, pero en el inicio es fundamental tenerlo en cuenta.

4- Que sea el año en que las promesas quedarán saldadas. Por las dudas, no prometer nada.

5- Que los fantasmas desaparezcan. Eso tampoco va a suceder.

6- Que las cosas mejoren en el barrio.

7- Que las cosas empeoren en el barrio.

8- Que se cumplan todos tus deseos. En serio, primero sería fundamental una buena educación sentimental, para después sí aprender a desear bien. Advertencia: hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque se podría llegar a hacer realidad.

9- Que camine solo. Depende de cada uno que las cosas pasen o no. Por lo menos en un porcentaje, el resto se lo dejamos a los imponderables que nos esperan a la vuelta del 2023, y que no tenemos ni idea de qué la van a ir.

10- Que esa persona nos salude primero. No va a suceder, y tal vez sea lo mejor. O tal vez no, y seas vos quien tenga que dar el primer paso...

...y ahí se abre la posibilidad de que algo muy pero muy bueno te esté esperando en el año nuevo. Quién sabe, por las dudas, llevate la lista en el bolsillo de atrás del pantalón. ¡Y que tengas un muy feliz año!


*******Siempre se me viene esta música para el año nuevo, vaya a saber por qué. Salud:

********************************************Humildemente, Juan*************************************nos vemos en breve, con nuevo libro de poesía en carpeta************


Comentarios

Entradas más populares de este blog

FALTÓ ALGUIEN QUE EMPUJE (la única vez que vi a mi tío jugar)

  En esta historia, que no me pertenece, hay un comienzo que podría considerarse la verdadera historia. Porque el grado cero es el siguiente: una mañana corriente como cualquiera de las que gastamos sin recordar, recibí una carta. En otros tiempos pasados, esto sería un detalle. Pero hace tantos años que no recibo cartas, que la sociedad no escribe cartas de puño y letra, que el hecho resulta casi fantástico. Hay (des)honrosas   excepciones, como las cartas documento que traen pésimas noticias, y los resúmenes de tarjetas que van por ese mismo lado indeseable de la escritura. Por lo general, tienden al abuso de un registro formal que ya no existe, y ese es quizás su único atributo, ser las depositarias de un registro en extinción, como una suerte de resto de animal prehistórico preservado para las siguientes generaciones. Entonces me tomé el tiempo, el lugar y el contexto necesarios para la lectura de esa pieza única. Como arqueólogo de historias, la lectura es más bien un degustar cad

Mitad

Está lloviendo ahora sobre toda esta ciudad y son las 12:30 pm a lo largo y ancho del Meridiano de Greenwich y yo he crecido entre gente que es joven y gente que no es joven entre autos, papeles bond o bulky, artefactos y escaleras artefactos y clientes. Y avisos de la desesperación o la locura. ( Paradero , de Juan Ramírez Ruiz)   Podría decir que la poesía existe para que me den ganas de tirarme del octavo piso del edificio en el que (no)estoy viviendo ahora. Mejor dicho, en el edificio donde estoy muriendo desde hace rato. Como una banana que se pasa de su madurez, y que empieza a despedir un olor rancio de otros momentos, de otras décadas. Una mala comparación de un mal escritor. Pero créanme, es lo mejor que me sale, esto de sentarme a morirme o escribir. Para el resto de las cuestiones me considero mucho menos que mediocre. A excepción, tal vez, de lavar los platos, una actividad que sintetiza como sinécdoque, porque ese coso vale por todos los cosos que se ensuci

Divagues del yo

Eso que se ve, digo, no fue tan así. A lo mejor sí que sentía algo especial por aquella persona en ese momento. O a lo mejor no. Verán, a veces es el lenguaje el que me lleva a inventar ciertos sentimientos, que por ahí no son así. ¿Me explico? Ni un poco. Bien, digamos que alguien viene de repente y me muestra en un televisor de los de ahora, uno de esos con inteligencia televisiva, una serie. Sería una tragicomedia de muy bajo presupuesto, y resulta que el protagonista soy yo. Entonces, en el primer capítulo se reconstruye mi nacimiento, mi infancia, y así. Como esos primeros años son muy distantes y difusos, digamos que voy a confiar bastante en el director, en el guión, porque no estoy muy seguro de nada. Pero entonces llega, supongamos, el tercer capítulo, y ahí sí que no me lo creo. Aparezco yo con un conjunto de personajes que la verdad no recuerdo haber querido tanto, ni que hayan marcado para nada mi vida. A lo mejor a alguno de ellos le dije “te amo”, qué se yo. Puede ser. ¿V