“Karl
estuvo comprendiendo hasta la llegada del alba; alivianada del lastre del
cuerpo, su conciencia discurría sin obstáculos. Los selk’nam habían entendido,
no en su discurrir cotidiano, no en su mitología, que como todo lo hecho con
palabras apenas arañaba la superficie, sino en el teatro del hain, que era el
compendio en acto de su filosofía, que nada existe salvo los seres y las
historias fantasmales con que poblamos el vacío” (La jaula de los onas, Carlos Gamerro)
Es cierto
que desearía poder hacer algo mejor por poblar este mundo superpoblado de
historias a medio contar, historias bastante de mierda, con estereotipos
ineludibles y acciones siempre idiotas, necesarias para vender narcóticos a
módico precio. Quiero decir, baratos, pero ahí utilizo el registro de los
idiotas en su pleno esnobismo, porque no puedo ir por fuera de lo que
desconozco. Limitado desde el centro, hacia el centro, me encierro en el
racionalismo extremista, una suerte de ejército insoportable que se sienta en
la punta de la mesa de cualquier quincho, cualquier domingo, a discurrir sobre
el motivo del calentamiento global, la necesidad de alimentarse correctamente y
cómo se pueden evitar tantas guerras pero seguir siendo ricos en bolsillo y espíritu.
Y está perfecto, por ahí eso te funciona de manera genial, o por ahí estás
masticando bronca porque no le pegaste al Quini o tus criptomonedas valen lo
que el cartón del papel higiénico. Perdón por eso, ya sé que el hecho de usar
papel higiénico conlleva la muerte de la Amazonía, pero sabés qué, ese pedazo
de mundo ya está vendido, y no por el vicio de mi culo. Fue loteado y vendido
al mejor postor, que es el dueño de una mega empresa informática, que trafica
datos para hacer ese tipo de negocios, exportar guerras, importar miseria y
sacarse fotos lindas con directivos de Unicef todos los fines de semana que
terminen en número par. Porque, además, es bastante caprichoso. Igual quedate
tranquil@, porque ese mismo ente se va a dar vuelta en cualquier momento y le
pintará un viaje a Marte para crear un mundo nuevo donde sólo haya una sola
clase de seres humanos: él. Ahí sí tendremos un mundo orgánico, perfectamente
estructurado, amable con el ambiente y sustentable por donde se lo mire. Claro
que a nosotros nos va a llegar por Netflix, en forma de documental sobre el
espacio. Y si te gustó ese te va a aparecer una sugerencia imposible de obviar:
la serie de algún otro famoso en decadencia, que se levanta en la actualidad
porque su agente le dijo que ya no hay más guita en la ex abultada cuenta
bancaria. Entonces a sentarse y regocijarse en las desgracias ajenas, es lo
mejor que podemos hacer como buenos burgueses, porque es verdad que uno es más
feliz viendo a otros cómo son desgraciados. Y tal vez una publicación al
respecto, un meme, un instagramer, un influencer, un comentarista de Twitch,
nos ayude a seguir riéndonos de esa mala fortuna de un ex afortunado. Perdón,
creo que me fui de tema, ¿cuál era el tema? Ah, sí, la guerra. Las guerras ya
no son como eran, no sirven ni siquiera para generar una serie televisiva medio
pelo, con música de los Rolling Stones, como era NAM, Primer pelotón. Ni siquiera Rambo encaja en esa escena del avión queriendo despegar en el
aeropuerto de Kabul, mientras decenas de personas se trepan en las ruedas,
desesperadas. Los tiempos heroicos y románticos de la guerra terminaron. Mejor
dicho, nunca existieron, pero hoy ya podemos ver los hilos demasiado clarito.
No hace falta preguntarse mucho, las cartas están arriba de la mesa, dadas
vuelta y nos insisten con el vale cuatro. Paren un poco, viejo, que me estoy
quedando seco de vientre, así no hay futuro que valga, ni combinación de vacuna
que se lo banque. Pedir un distanciamiento a esta altura ya parece una real
boludez, volvemos a lo que nunca se fue: sálvese quien pueda. Quien no lo
consiga, favor dirigirse a este número: 0800…aguarde y será atendido a su
debido tiempo, con protocolos adecuados a su ataque de ansiedad. No jodan,
mejor váyanse una tarde a pasear por el barrio a fumarse un faso. Sé que hay
toda una generación de puritanos que prefieren el agua bendita y las pastillas
aniquiladoras, y todo bien con eso, pero siempre habrá efectos secundarios, y
peor ¡Terciarios! De eso no te habla ningún especialista, y suelen ser los
peores. Sin ir más lejos, hay quienes sufren de selectiva pérdida de memoria,
se concentran en parecer buenas personas, pero no recuerdan lo que es una buena
emoción, de esas que solo se consigue dar con las grandes historias. Insisto,
no creo poder contarte ninguna. Y me parece que el problema es aún peor, porque
lo que me está pasando es eso mismo también, el mal de siglo 21, al igual que
Anthony Hopkins en su última película, tiendo a olvidarme de las cosas lindas,
y ni siquiera me queda el consuelo de la edad avanzada. ¿Cómo era esa historia,
que empezaba una mañana de sol, en el medio de un campo gigante, no
transgénico, sino amable y esperanzador, tibio como tus besos? No, no me
acuerdo.
****La foto es por lo siguiente: siempre le escribo a ese sol. Nada más, un intento de llegar a buen puerto, el mejor de todos. Espero lograrlo algún día, alguna tarde. Música de fondo indiscutible, un deseo, recordar:
**********************************Humildemente, Juan******************recordando************************intentando, al menos********
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