Estaba pensando en dos o tres cosas. La primera, los efectos de la onda expansiva, recientemente retratada por las cámaras de la catástrofe en el puerto de Beirut, con la historia de la novia que no se pudo casar y la de cientos de personas que hoy todavía permanecen desaparecidas. La segunda, la escalada de casos positivos y muertes por coronavirus en la ciudad, eso de vivir todos los días como si se celebrara el fin del mundo, con sus irreconciliables contradicciones. La tercera, la historia sin fin de la deuda con el Fondo Monetario Internacional, un argumento que de tan trillado corre el riesgo de cansar y ser naturalizado, la espiral de endeudamiento recurrente de los gobiernos de corte neoliberal, y la subsiguiente venida de uno progresista que festeja el pago como un compromiso, que es una condena aceptada, una cadena con pesada herencia a ser arrastrada por los próximos años…Hasta que algún día volvamos a empezar, porque a esta altura hay que aceptarlo, estas tres cosas nos salen muy bien, y se podrían reducir en un simple razonamiento: somos especialistas en confeccionar lo que nos va a destruir. La cuarta cosa a señalar sería el extractivismo, el monocultivo y la minería, esas actividades esenciales que empobrecen a la población al mismo tiempo que terminan de hipotecar el medio ambiente, la naturaleza y nuestros cuerpos. Y todo eso como una herencia insoportable, una cadena genética imposible de romper, porque todas las generaciones que van llegando también quieren su parte de goce, su porción de ganancia. Que se salve el que pueda entrenar las neuronas, con los ejercicios que propone una nota destacada en el sitio digital del diario parroquial/monárquico El País. Ojo que ahí escribe, también, gente con un poco de corazón, de vez en cuando. Lo que pasa es que es difícil, cuando el marco está así de oxidado, descubrir a quien tiene buenas intenciones del que simplemente quiere cosechar me gustas y suscriptores, para poder vivir de las mieses de los mecenas del Newsletter, y los aplausos de un público que mejor tener lejos, a distancia de Tik tok o transmisión por Zoom…
El otro día, supongo que el martes, hacía calor. Verdad fáctica y fácilmente comprobable, porque las notas de los portales locales se encargaron de mostrarnos fotos, que semejaban las mejores jornadas de calor del verano en Mar del Pata/Batán. Y cantidad de personas paseando, andando en bici, en patineta, en tabla, en tablón, en auto, etcétera. Creyendo en que todos los peligros quedaron lejos, que la balanza cósmica está de nuestro lado y tenemos permiso para disfrutar por los próximos años sin virus, sin deuda, sin guerras y con el planeta en buen estado. Todo lo que parece más una mala novela de ciencia ficción, donde el futuro demostraría que todo lo que hicimos y estamos haciendo es la forma correcta de vivir, la forma sustentable, el Dorado. Entre toda esa gente estaba yo, sentado en la vereda caliente y húmeda de Francia y Castelli, leyendo una historia muy interesante de Abelardo Castillo, una novela que tiene una fatalidad sorprendente: un suicidio inesperado. Ese hecho deja a la novela anclada, la hace volver todo el tiempo sobre sus pasos. A lo mejor, se genera la sensación de que el protagonista se puede escapar por un tiempo, pero a la larga eso resulta imposible, está atrapado por esa desgracia. Cualquier cosa que intenta termina por desembocar en el mismo abismo, que no va a desaparecer por más que se cierren los ojos y se corra en otra dirección. Casi siempre, la ficción tiene maneras más nítidas e interesantes de contarnos la realidad, y es lo que pasa con la novela de Castillo. O tal vez soy yo, lector psicópata, que ve pistas donde en verdad no hay más que signos. Igual es muy pronto para sacar conclusiones tan concluyentes. Además, hoy ya no hace el mismo calor que ayer, y yo no soy igual a lo que era pasado mañana. Porque no me olvido, estimados tralfamadorianos, eso de que el tiempo se da todo junto en simultáneo. Entonces, las explosiones siguen sucediendo con sus mortales ondas expansivas, hoy como ayer y mañana como siempre. Los virus mortales continúan su marcha fúnebre de contagiados ayer como mañana, hoy igual que el próximo lustro. Las deudas usureras y sus pagos obscenos renuevan sus pasos ayer como el gobierno que viene, hoy como mañana a la tarde. Y esa manera de explotar los cuerpos y la naturaleza - que nos incluye sin que le demos pelota, porque nos empeñamos en inventar religiones para justificar las masacres y nuestro lugar de absoluto reinado en la cadena productiva, alimentaria, extractivista - el año que viene igual que ahora, antes de ayer como hoy a la madrugada…
*Apéndice: una amiga me cuenta que, a causa del distanciamiento social, está experimentando con las redes sociales para conocer gente. Y me dice que a quienes se ha cruzado es a una gran cantidad de "jeropas" (transcribo la palabra como la expresó), porque parece que lo único que hacen es pedirle fotos. ¿Fotos?, pregunto yo, ¿Más fotos? ¿Para qué pedir fotos en una red social que ya tiene una cantidad más que exagerada? Pero me aclara que lo que piden son fotos hot, fotos xxx, fotos sexuales, sexting. ¿Pero no es eso la definición primaria de internet, el primer -y siempre al tope- uso que se le dio a la red?. Entonces no parece que las nuevas generaciones estén tan adelantadas a las anteriores. Si es por nivel de "jeropas", creo que todas las generaciones estamos empatadas, y la evolución - al menos en ese sentido - no hizo más que la plancha. Y todas esas imágenes, todas esas tetas, esos culos, esas conchas y esos pitos, dando vuelta al mundo, saltando de servidor en servidor, ¿Para qué? Pregunta fundamental que se suele perder en el abismo de las aplicaciones y los pulgares arriba. Sin objetivo claro y estimulante las cosas no merecen ser pensadas. Sigo sentado en la misma vereda de las calles Castelli y Francia, no me siento mejor que ayer. Pero, al menos, ya no tengo esa percepción limitada del tiempo. El todo es hoyayermañana...
**Puedo insistir con algunas otras obsesiones, pero prefiero dejar la reflexión lo más corta que sea posible, y compartir un tema que a lo mejor ayude para afinar un poco el espíritu. De paso recordar a la genia de Rosario Bléfari:
*Apéndice: una amiga me cuenta que, a causa del distanciamiento social, está experimentando con las redes sociales para conocer gente. Y me dice que a quienes se ha cruzado es a una gran cantidad de "jeropas" (transcribo la palabra como la expresó), porque parece que lo único que hacen es pedirle fotos. ¿Fotos?, pregunto yo, ¿Más fotos? ¿Para qué pedir fotos en una red social que ya tiene una cantidad más que exagerada? Pero me aclara que lo que piden son fotos hot, fotos xxx, fotos sexuales, sexting. ¿Pero no es eso la definición primaria de internet, el primer -y siempre al tope- uso que se le dio a la red?. Entonces no parece que las nuevas generaciones estén tan adelantadas a las anteriores. Si es por nivel de "jeropas", creo que todas las generaciones estamos empatadas, y la evolución - al menos en ese sentido - no hizo más que la plancha. Y todas esas imágenes, todas esas tetas, esos culos, esas conchas y esos pitos, dando vuelta al mundo, saltando de servidor en servidor, ¿Para qué? Pregunta fundamental que se suele perder en el abismo de las aplicaciones y los pulgares arriba. Sin objetivo claro y estimulante las cosas no merecen ser pensadas. Sigo sentado en la misma vereda de las calles Castelli y Francia, no me siento mejor que ayer. Pero, al menos, ya no tengo esa percepción limitada del tiempo. El todo es hoyayermañana...
**Puedo insistir con algunas otras obsesiones, pero prefiero dejar la reflexión lo más corta que sea posible, y compartir un tema que a lo mejor ayude para afinar un poco el espíritu. De paso recordar a la genia de Rosario Bléfari:
Los eucaliptos de la calle principalSe agitan por lo mismo que nos asustamosEstar en serio dentro de un amanecerConstantemente de su modo asombrados
******************Humildemente, Juan Scardanelli, desde el más acá***********en un formato dosmiloso******************que es parte de mi ser*************¿no?*************************
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