Lunática anomalía magnética


Uno de mis cuñados me explicó su rutina de ejercicios para poder combatir con eso que tanto nos pesa, la culpa por disfrutar tanto del fernet. Bueno, resulta que él le encontró la vuelta con un entrenamiento que me detalló, pero que lamentablemente no pude retener. Aunque sí me acuerdo de uno de los ejercicios que resulta bastante simple pero agotador, como la mayoría de las cosas de la vida. Se trata de hacer movimientos de traslación, de un lado hacia el otro, manteniendo una postura determinada. Primero se empieza bien despacio, y luego se aumenta la velocidad. El nivel final se alcanza entrelazando las piernas con una suerte de elástico que comprime la postura, hace que las extremidades -que luchan por alejarse- se acerquen más. Uno se esfuerza por separar lo que la soga elástica quiere unir. Se me ocurrieron varias comparaciones o medio metáforas que vienen a cuento de este ejercicio. Y la verdad es que un poco suele suceder eso con la gente que uno más quiere, y que a lo mejor se ejercita para juntar, pero sin embargo le sale lo contrario. Sería el mismo movimiento pero haciendo de soga elástica, y no de piernas expandidoras. ¿Existe esa palabra? ¿Existe ese ejercicio, o lo entendí mal? Parte de eso es el problema que enfrento el día de hoy, un día especial porque estoy a punto de dejar el barrio por unas semanas, como haciendo el ejercicio de traslado pero sin estar muy desesperado por volver al punto de origen. ¿Qué pasa con el punto de origen? Hay gente que es muy buena borrando este tipo de cosas, hay otra que no puede separar las piernas porque tiene una obsesión con ese punto, y también estan quienes se trasladan tanto que parece que ni siquiera tuvieran en cuenta que existe un punto de origen. En las historias pasa más a menudo. Toda historia muestra su punto de algo, y se va moviendo o se queda inmóvil, y lo que se mueve son otras cosas. Confirmación 1: Movimiento hay siempre. Puede ser en forma de soliloquio, disquisición mental, o aventura lisa y llana. Todo eso es movimiento. Pero lo hay del intenso, de ese que se necesita para llegar mejor físicamente al verano, o con menos culpa a la hora de barrer con la mesa de dulces en año nuevo. Y si es con sidra de la buena, tanto mejor. Confirmación 2: sidra de la buena tiene que ser una con etiqueta que incluya algún año, mil ochocientos ochenta y pico, o algo similar. Volvamos a la intención que tengo de arrancar el año en plena expansión. Sí, ya sé, pésimo momento para viajar al exterior por cuestiones monetarias. Confirmación 3: andar corto de lana acá o en otra parte es lo mismo…Ergo, mejor me expando y veo qué onda. ¿Qué onda qué? Como en el ejercicio, va a ser importante el movimiento para lograr la satisfacción, o por lo menos no sentir culpa. Además, y esto tal vez sea lo más trascendental, con la translación viene la confirmación del origen, y de allí se puede percibir un tercer movimiento: un más allá que vaya uno a saber qué sea, o quién sea. ¿Epifanía, descubrimiento? Objetivo final, y de comienzo. Confirmación 4: en la web de Página 12 publicaron un relato de María Teresa Andruetto, que cuenta la historia de una familia que nunca se movió de su casa de campo, de su pueblo, del mandato familiar tradicional. Un hacer del punto de origen el máximo deber de la vida. Pero resulta que hay movimiento igual, y eso es lo genial. A veces los movimientos se esconden en los silencios, en lo no dicho. El silencio tiene acción, y ya tenemos música de fondo para la última reflexión del año. Tiempo de seguir camino, para percibir el movimiento en el cuerpo, mucho más analógico, para después volver al punto de origen y comenzar con esos ejercicios que ayudan a combatir el colesterol malo, así podemos durar más saludables hasta que cambie de gobierno, y después empezar de nuevo desde ese origen que siempre parece fraguado, reiterativo y muy insoportable. Mientras junto cosas para meter en la mochila viajera, me encuentro con un fragmento de La parte inventada de Rodrigo Fresán, que dice: “Así estaba ahora, así vuelve a estar él: incierto y difícil de interpretar. Todo él lado oscuro y a oscuras por todos lados, como una lunática anomalía magnética enterrada durante milenios en un cráter, sintiéndose tan cansado pero, al mismo tiempo, como si despertase cantando luego de un sueño de millones de años”. ¿Qué si me siento así? No tengo idea, pero me parece genial. Sobre todo eso de “lunática anomalía magnetica”. Si tengo que posicionarme en un estilo literario, en una escuela, una corriente, una poética, tendría ese nombre. Es más, lo pondría como presentación en el documento de identidad, sería mi nombre deseado, el que le pondría a mi primer hijo/a/e. Ya sé, por ahí es demasiado desestabilizador psicológicamente hablando. Aunque creo exactamente lo contrario, estoy seguro que si el primer día de jardín me hubiesen llamado así, ahora mis traslaciones serían más parecidas a las de los planetas, más matemáticas, más newtonianas. Buenos días “Lunática anomalía magnética”, ¿qué te hizo tu mamá para desayunar hoy? Un punto de origen que moviliza desde el vamos, una forma de encarar el mundo con la certeza de que la normalidad es un invento medio pelo, y que por lo general se usa para hacer propagandas o estrellas de música pop, o manifiestos políticos, o libretos de películas oscarizables que son un real embole, y que responden a ese género tan poco estimulante de: Comedia dramática, aka drama con algún personaje que hace algún comentario chistoso, aka historia dramática basada en (des)hechos reales, aka comedia romántica con un toque de suspenso dramático, aka drama y punto. Y dónde quedaron esas ganas de estirarse hasta romper la soga elástica, aunque parezca que el pantalón va a ceder, y el agujero mostrará que hace muchos años que no cambiamos de calzón…¡Eso! Estoy por irme de viaje y acabo de darme cuenta de que los calzoncillos que tengo están llenos de agujeros, y que encima ahora salen un huevo, por lo que queda cada vez “más lejos el culo del calzón”. Amo esa frase, y no quería que se me fuera el año sin escribirla en algún lado. Movimiento innecesario, tal vez. Confirmación 5: nos movemos de año, sin parar.

 

***La música de fondo prometida era esa de Charly, la del silencio tiene acción. Pero como ya tuvimos mucho de García en esta página, dejo una música genial del último disco de Lana del Rey, que es una hermosura. Nada que ver con nada, solo compartir lo que me gustó de este año que ya casi…

****************************************************************************************humildemente Juan, abandonando el barrio Rivadavia por tiempo indeterminado, que alguna vez terminará************¡¡¡Felicidades y salú!!!****¿por qué repetir muchas veces los signos de admiración, como si le diera más énfasis al saludo?***¿¿¿y si le meto más garfios de pregunta a esta frase, se volverá más misteriosa???*****


Ideas para una historia de fin de año


“Las palabras son testigos que a menudo hablan más alto que los documentos” (Eric Hobsbawn, La era de la Revolución)

 

Estoy escribiendo una historia que tiene su punto de partida en un fin de año cualquiera. En realidad, no tan cualquiera, porque la intención es que sea un relato de (otra) época – acá hago la aclaración porque para mí nunca bastó con decir que una historia es de “época” para referir a un pasado determinado, faltaría aclarar que es una historia de una época que no es esta de hoy, sino que viene del ayer, de un ayer arquetípico, que va a venir acompañado de modismos y vestimentas y carruajes fáciles de imaginar a la hora de pensar en un pasado, que puede o no ser mejor para hacer funcionar una historia -. Más precisamente, ese instante en la Historia en la que se chocan los dos cráteres a los que refiere el historiador Eric Hobsbawm cuando habla de la era de la revolución: 1) La revolución francesa 2) La revolución industrial.

El personaje principal sería un habitante del barrio Rivadavia, y ahí está el problema primordial. Porque es un barrio todavía sin existencia plena en el siglo diecinueve. ¿Cómo zanjar esa distancia espacio temporal sin que la historia se transforme en ciencia ficción? Pensé, primero, en una suerte de metaverso que mezcle todos los tiempos en uno, pero me parece una idea aterradoramente estúpida. Después, ahí sí me metí con la idea más de ciencia ficción, pero una que esté bastante presente y que sea proyectable en el futuro inmediato a mañana: la Inteligencia Artificial. Pero esto no tendría mucho sentido tampoco, y no es un territorio que me interese demasiado. Luego fui por lo fantástico, a lo mejor el poder de una marca de cerveza medio radioactiva, que se vendería en el chino de Jara al fondo por unos mangos menos que las demás marcas híper-inflacionarias. Un trago largo de ese líquido gaseoso y amargo bastaría para viajar en el tiempo. Y no cualquier tiempo, porque la cerveza se llamaría Revolución, o cráter vs cráter, o simplemente Eric H, cerveza para historiadores marxistas. Esta última idea es la que más me gustó, al menos por ahora. Digo, confieso, voy a dejar de escribir cualquier otra cosa por unas semanas, hasta que le pueda dar forma a esta historia que comienza en un fin de año, y que remite a la época de las dos revoluciones más importantes del siglo diecinueve. O una de fines del dieciocho y la otra del diecinueve, no me acuerdo mucho, voy a tener que releer los libros de historia del tío Eric.. Lo que tengo como drama principal es eso de hacer pasear a este personaje sin muchas luces del barrio Rivadavia, por un mundo tan diverso. En especial, es un problema la cuestión del lenguaje. El protagonista no sabe casi nada de inglés, y mucho menos francés. La historia, entonces, debería estar plagada de gestos, y de sonidos fuertes, para que todos los personajes que interactúen tengan que relacionarse sin hablar. Ahí me vino una buena idea que soluciona todos los problemas: el centro de las acciones sería el día más agitado de la revolución francesa, con una muchedumbre agitada rumbo a la toma de la Bastilla. Mucho grito, mucho insulto y cañonazo, y este personaje del Rivadavia extrañamente aclimatado, sin sobresaltos, porque habrá pensado que es otro día en el barrio, otra jornada de protesta, otro gobierno que cagó al pueblo, otro pueblo que se dio cuenta que se estaba cagando de hambre, y así. Entonces las esquinas no le serían tan diferentes, porque siguen sin arreglar los baches, y las revoluciones parece que no saben cómo desarrollarse y terminan amontonándose y pareciéndose demasiado a los fracasos que ya fueron. Porque en el camino siempre aparece un Napoleón o cualquier otro loco con delirio mesiánico, al final de lo que se creía libertad. A lo mejor, el salto de la cerveza radiactiva luego traslada a este personaje del barrio Rivadavia, rumbo a cualquier fábrica inglesa donde la industria se apodera del mundo al ritmo del sonido infernal de una máquina a vapor. Entonces este personaje, ya bastante escaviado, ahora aparece encerrado veinte horas al día en una fábrica con otros proletarios ingleses, trabajando a destajo y ensordecidos por el ruido insoportable de esas máquinas que apenas entienden. Y entonces siguen con la birra, y algunos pierden las extremidades por manipular las máquinas en estado de ebriedad, y otros balbucean unos gritos a sus compañeros diciendo que hay un judío barbudo que empezó a escribir sobre ellos, y que la explotación del hombre por el hombre es lo que los llevó a semejante vida, que no es vida, sino esclavitud industrializada. Y en este punto, nuestro protagonista no termina de entender muy bien de qué se quejan, porque para él más o menos la vida resultó así en el año 2023. Ya lo anticipé, la historia tiene varios puntos flojos y todavía no termina de ser clara en el mensaje que quiere plasmar. O a lo mejor no resulta necesario que deje nada. Tal vez la historia sea más el descubrimiento de la propia identidad que puede experimentar este habitante del barrio Rivadavia, en contextos tan diferentes al suyo. Y, sobre todo, a lo mejor el viaje espacio temporal a través de la cerveza, sea una manera de fortalecer su propio lenguaje y su propia historia, como un paseo lingüístico-cultural que lo lleva de regreso al inicio, de cara a su propia cultura. Y, tal vez, en ese último momento este personaje adquiera la máxima lucidez, y termine por darse cabal cuenta de que lo mejor que puede hacer es negarse a perder todo lo que fue desde un principio, que sus viajes pueden ser interesantes, pero que su cultura es lo que debe defender por siempre jamás. Y que, sobre todo, tiene que tener cuidado con la cerveza que tome, y con el predicador que tenga al lado, uno nunca sabe qué tipo de libertad y revolución le están vendiendo, puede que sean dos palabritas que se hayan devaluado mucho más que el peso argentino. Sí, argentino hasta los tobillos.


*****Y claro, de fondo suena:

***********************************************************************************************humildemente, Juan********una canción de época de fiestas*************¿Qué fiestas?************no hace falta contestar***************hasta el año que se viene encima...



FALTÓ ALGUIEN QUE EMPUJE (la única vez que vi a mi tío jugar)

 

En esta historia, que no me pertenece, hay un comienzo que podría considerarse la verdadera historia. Porque el grado cero es el siguiente: una mañana corriente como cualquiera de las que gastamos sin recordar, recibí una carta. En otros tiempos pasados, esto sería un detalle. Pero hace tantos años que no recibo cartas, que la sociedad no escribe cartas de puño y letra, que el hecho resulta casi fantástico. Hay (des)honrosas  excepciones, como las cartas documento que traen pésimas noticias, y los resúmenes de tarjetas que van por ese mismo lado indeseable de la escritura. Por lo general, tienden al abuso de un registro formal que ya no existe, y ese es quizás su único atributo, ser las depositarias de un registro en extinción, como una suerte de resto de animal prehistórico preservado para las siguientes generaciones. Entonces me tomé el tiempo, el lugar y el contexto necesarios para la lectura de esa pieza única. Como arqueólogo de historias, la lectura es más bien un degustar cada sentencia, que trae un recuerdo, una pintura de todo un universo que ya no existe, y que quizá nunca existió exactamente de esa manera, la manera de la carta. En una de sus geniales novelas de pueblo costero, Juan Forn hace referencia a todas aquellas cosas que no se saborean, como la luz intensa de un amanecer, pero que dan la sensación de que sí se podrían degustar. La carta tiene ese extraño poder, tal vez sea como la magdalena y el té de Marcel Proust, a lo mejor es ese disparador que necesitamos para poder explicarnos todo un tiempo perdido. Un tiempo que ya es nuestro pasado, pero que todavía tiene mucho para decirnos. Entonces sí, a lo mejor esta carta no sea exacta, mucho menos la interpretación que yo le voy a dar. Sin embargo, si las mediaciones se juntan virtuosamente, una escritura a puro pulso y recuerdo de infancia, más una lectura nostálgica de alguien que empieza a ver cómo crece desmedidamente el living del pasado, por ahí pueden descubrir algún que otro registro que valga la pena desenterrar, que valga la pena sacar de vez en cuando del museo para ponerlo en el día a día del presente. Y ahí, finalizados los noventa minutos de juego, veremos qué nos pueda llegar a significar…

…Es una historia futbolera, un recuerdo. A lo mejor es un intento de no perder aquel día, y alguno de sus personajes, para que la posteridad decida si valen la pena esta y alguna lectura más. El título es una frase que esconde un resultado claramente poco satisfactorio no solo para su emisor, sino también para el resto del equipo. El subtítulo no es más que la marca del punto de vista, el descubrimiento del emisor. El resto es un robo, un atraco que por primera vez dejo expuesto, por respeto y cariño a mi primo. El partido habrá sido una tarde de sábado o domingo, de cualquier momento del año. El escenario es una cancha de barrio, un pasto castigado por la inclemencia de las mañanas con escarcha de la ciudad, y el nulo cuidado por parte de los vecinos. Las áreas peladas, con grandes trozos de tierra ceca, el pasto medio amarillo creciendo hacia lo que sería el círculo central. Hablo en potencial porque la cancha estaba sin terminar. Los límites eran borrosos, como si se tratara de un espacio de frontera. Las líneas laterales apenas perceptibles, las áreas marcadas con huellas lunares poco claras, los arcos sin red. Y ese detalle va a ser importante en algún momento, por eso pido que no lo olviden. Hay dos equipos que quedaron en enfrentarse, con la poco precisa confirmación de tiempos en los que no existían los celulares y las casas con teléfono eran una rareza de lujo. Pero era fin de semana y a la cancha se iba a jugar o a mirar para ver si te convocaban porque faltaba alguno, y punto. Once de un lado, con camisetas blancas. Once del otro sector, sin distintivo. Lo de la camiseta fue como un acto de amabilidad, ya que el equipo sin distintivo estaba conformado por jugadores mucho más jóvenes. Y este es otro detalle a tener en cuenta. Antes de iniciado el encuentro, hubo un intento por emparejar la clara desventaja etaria. Pero los más veteranos suelen ser los más acérrimos defensores de aquello que los va a liquidar, por lo que a los más jóvenes solo les quedó aceptar la ventaja, y a cambio ofrecieron las camisetas blancas, como una suerte de consuelo estético. Yo estaba con mi abuelo detrás del arco del equipo de los veteranos, sobre el palo izquierdo. ¿Por qué? Iba a ver jugar a mi tío, por primera y única vez. Y acá paso a aclarar algunas cosas: como si se tratara de héroes de la antigua Grecia, mi familia tiene un linaje de futbolistas que supieron destacarse en sus equipos locales, sea de fábricas de laburo o de clubes sociales. Mis tíos eran famosos por haber conformado una dupla infalible en la segunda división del futbol local, décadas atrás. Y más allá en el pasado, mi abuelo había sido caracterizado como lo más grande y glorioso que un fanático del fútbol pudo haber visto en una cancha, incluso por encima de Maradona y Pelé. Con esa idea rondando en mi cabeza de niño estaba junto al legendario abuelo, dispuesto a observar al Aquiles que todavía quedaba en la mítica familia futbolera, de la que yo sería el nuevo eslabón, y mi hijo la continuación perfecta.

Con toda la expectativa en la retina, y el sol cayendo de a poco por la 226, comenzó el partido. Los primeros minutos fueron un poco desconcertantes, ya que reinaron las imprecisiones y el reacomodamiento de los jugadores, que empezaban a darse cuenta de cuál sería su rol en el desarrollo del juego. Luego de eso, la cancha pareció venirse encima de mi abuelo y de mí. El equipo más joven, sin distintivo, hizo pesar su potencia física, y mi tío junto a sus Aqueos - encanecidos y con barrigas poco esculpidas- empezaron a sufrir el asedio. Los jóvenes delanteros dejaron pronto las sutilezas y comenzaron a cascotear el arco adversario de manera salvaje. Los disparos se multiplicaban como piedrazos o lanzas mortales, con la violencia del que quiere dejar en claro que la diferencia es indisimulable. Entre tanto cañonazo me fue imposible distinguir a mi tío, que deambulaba perdido en el mar como Ulises, sin encontrar la pelota, al igual que sus compañeros de camiseta blanca. El marcador se rompió, y en pocos minutos la diferencia se transformó en una goleada despareja. Mi abuelo y yo solamente asistíamos al arquero de los veteranos alcanzándole la pelota, porque como ya comenté, el arco no tenía red. Y como tampoco había árbitro, hicimos lo posible por poner en duda cada gol de los rivales de mi tío.

-          ¡No hombre, no! ¡Salió afuera! ¡Eso no fue gol!

Los gritos desesperados eran de mi abuelo, que intentaba que la diferencia en el marcador no sea más deshonrosa.

-          ¡Callate viejo choto, fue un golazo! ¿Por qué no entrás a jugar en vez de hablar al pedo?

La respuesta era del delantero del equipo sin distintivo, que claramente había visto pasar su remate por debajo del travesaño, ante la inútil reacción del arquero.

-          Te pintaría la cara, pero no puedo dejar al nene solo, ¡cabeza de dado!

Mi abuelo sabía que era imposible hacer nada al respecto para dar vuelta el partido, mucho menos sumar un veterano más en el equipo en clara desventaja, y por eso me usó de excusa. Yo estaba petrificado por lo que le pudieran hacer a mi abuelo, porque el insulto había sido un exceso de esos que se pueden pagar caro. Y acá va la aclaración: lo de “cabeza de dado” era en referencia a que el delantero del equipo más joven no era bueno para cabecear. Mi abuelo, entre otras cosas, tenía talento para detectar las debilidades del rival y ponerlas en palabras que hieran, motivo por el cual era común que terminara a las trompadas. Esa no fue la excepción. Afortunadamente, los mismos jugadores frenaron al delantero agraviado y pudimos llegar al descanso del primer tiempo más o menos en paz. El resultado parcial, un lapidario e irremontable 0 – 4. Mi tío se vino a charlar con nosotros, antes de volver con su equipo a intentar levantarle la moral. La imagen fue desgarradora, pero inmortal. Iba caminando literalmente desarmado, con una mandarina en cada mano, pero haciendo un gesto que es el que no voy a olvidar jamás: una suerte de empuje, remada hacia adelante, acompañado de una explicación que dirigió a mi abuelo:

-          Sabés lo que pasa viejo, falta alguien que empuje.

El abuelo miraba al pasto, con resignación, enojo y la certeza de que ese partido estaba perdido. No había nadie que pudiera empujar, al menos tanto como para dar vuelta un resultado tan abultado, contra un equipo mucho más joven. Era la caída del Imperio Romano, de una época dorada que ya no volvería más. El tío comía las mandarinas como buscando la juventud perdida, las tardes tirando paredes con su hermano, llevando a Colegiales a lo más alto del fútbol marplatense. Pero el tiempo pasa y la historia toma caminos que son infames. Un tío ya no estaba, demasiado perfecto había sido ese guerrero como para que un país lo soportara. Se lo llevaron los milicos y nunca más volvió. El linaje recayó en mi abuelo, que pronto se retiró de las canchas porque ni el cuerpo ni el alma le dieron más. Y quedaba mi tío, con las dos mandarinas en la mano, pidiendo la presencia de esos que ya no estaban ahí para ayudarlo a empujar. Ahora lloro porque en ese momento no me di cuenta, o no pude hacer nada para empujar, porque era muy chico y no me dejaban jugar. Pero con el paso de los años, tuve la suerte de recordar esa tarde. Y espero haber estado a la altura, por mi abuelo, por mis tíos, por el linaje, por el hijo que veo hoy, detrás del mismo arco, un poco tirado a la izquierda. Ahí va él, empujando la historia, y yo emocionado lo veo seguir esos pasos, recuperar ese tiempo, esas huellas que son las mías y las suyas. Y miro al cielo por mirar, y todavía lo escucho a mi abuelo: “Qué va a ser…el tío es un crack, cualquiera que lo vio jugar coincide en que podría haber jugado en cualquier equipo de primera. Pero esta vez sus compañeros no ayudaron. Faltó alguien que empuje”

Cómo me gustaría que estuvieran esta tarde, mis tíos, mi abuelo, con mi hijo y yo. Creo que entre todos podríamos empujar y dar vuelta cualquier historia, cualquiera. Aquella tarde terminó con un desajustado 1 – 8, pero poco importa. No les voy a confesar quien hizo ese único gol para el equipo veterano, de camiseta blanca. Guardo esa jugada imborrable para contársela a mi nieto, para explicarle cómo eran las batallas en los tiempos mitológicos de la ciudad, para contarle sobre la tarde en la que Aquiles nos dejó su última corrida inmortal.

 

 

*Termino de saborear la carta, entre risas y lágrimas, con un café en la mano. Estoy sentado en la barra de un bar por calle San Juan, una tarde cualquiera, en una pausa rutinaria. Agradezco a mi primo Reinaldo por haberme regalado este recuerdo, y espero haber estado a la altura con la transcripción. Utilizo algunas frases suyas de manera directa, porque me parece que cuentan mucho mejor que cualquier artificio mío. Agrego detalles para que la ficción se complete. Por eso, este relato es en verdad una construcción colectiva entre mi primo, el Yo que dice yo, y todos los personajes que aparecen en la historia, y que son parte fundamental de nuestra Historia.


*Música de fondo:

*************************Humildemente, Juan*************************


Sabor a fin de año

“Ciertas cosas tienen sabor, aunque no hayan pasado por nuestra boca: el ruido cuando nos sacan una radiografía, la luz de la linterna contra nuestra pupila, el golpe seco de los dedos del médico contra nuestra espalda, el orden impecable de esos armarios de vidrio de enfermería” (Puras mentiras, Juan Forn)

Para restaurar correctamente, reinicie el sistema. Qué fácil que resulta hacerle eso a una computadora, ¿verdad? Pero cuando se lo lleva a la vida práctica de cada uno de quienes todavía respiramos este mal aire, la cosa se complica. Digo, la decisión no resulta nada fácil de tomar, porque lo que genera la rutina/sistema es un acostumbramiento que es un narcótico muy potente. Nadie quiere deshacerse de ese efecto, para nada. Todo lo contrario, es la droga perfecta para hacer de la vida algo digno de saborear. Y no es que hable desde la punta del Everest, para nada. Me encuentro tan narcotizado y adicto como el que más, enganchado a este fentanilo que es el día a día. Con esas pequeñas broncas de las que nos quejamos, pero sin las cuales no podríamos sobrevivir. Y tiene una explicación racional, ¿no? Porque si me mudara a Marte mañana, porque allí de repente se podría respirar como en la Tierra, al poco tiempo ya estaría robando libros para armarme algo similar a la biblioteca que tengo ahora. Y a la noche, por ahí, me pondría un toque melanco, buscaría la manera de escuchar algún tema de Stevie Wonder, y sin dudas inventaría una bebida lo más parecida posible a la cerveza. Cerveza en Marte y superstición, y que el universo se hunda en su propia oscuridad, esa que tiene tanto que le sobra por todos lados, a los costados de cada galaxia. Me despertaría a tal hora, trataría de comer, cepillarme los dientes, construir algo similar a un baño, y ya está. Quiero decir, estaría nuevamente adaptando el ambiente para que se parezca lo más posible a ese otro lugar que supuestamente me cansó y abandoné. Cuestión de especie, costumbre, folclore, filosofía, estilo de vida, neurosis. Lo podemos llamar como sea, pero que existe es indudable. Supongo que tiene diversos grados, que no se da con la misma intensidad en cada ser humano. Hace poco un generalista me advirtió: “Nunca hay que generalizar”. Tamaña generalización. Calculo que podemos generalizar cuando haga falta o lo sintamos así. En fin, por lo general, la gente que viene de otras ciudades y se queda en el barrio Rivadavia, vive su vida imaginando que está todo bien porque el mar está cerca. Eso en un principio. Después, casi sin darse cuenta, se encuentra con su rutina más alejada del mar que cuando no vivía en Mar del Plata. Suele suceder. Expectativas versus realidad. Otra generalidad que no habría que generalizar, porque no son cosas que se enfrenten. A menudo, la expectativa por desgracia se hace realidad, y esa nueva realidad da nacimiento a otra expectativa, que vuelve a ser una fantasía que muere cada vez que se cumple. Algunos piensan que es mejor vivir fantaseando, desde una resistencia en la realidad que pasaría a ser una construcción ajena, incontrolable, por lo general no deseada. “No hay que generalizar”. Lo que no nos gusta pasa al lado de la extranjería, y desde ese momento crece un rencor hacia lo no experimentado. Todas esas cosas que fueron semilla de lo que sospechamos no está dentro de nuestra expectativa. Es realidad. Y con la realidad suelen venir los dolores de cabeza, y todo lo que tiene que ver con la vida en sí. Rutina, que un buen día dejamos de lado, cambiamos, hasta que de a poco da nacimiento a otra, y luego a otra, hasta que creemos encontrar el estadio perfecto: uno en el que la expectativa y la realidad ya no existen, y solamente queda lo que queda, un resto de todas las cosas que intentamos hacer, que intentamos cambiar, y un suelo de concreto que era lo que permanecía mientras saltábamos en el espacio tiempo, hacia los aires de Marte o cualquier otro exoplaneta, al grito de “soy terrícola pero la verdad es que lo odiaba”. Luego todo es angustia y melancolía, y un deseo alimentado por la certeza de que no hay nada mejor que aquel lugar que nos vio nacer, porque ya anduvimos en pelotas y nos conocemos muy bien. Generalizar: No hay lugar como el hogar, y siempre estamos partiendo buscando volver a donde habíamos empezado, algo así como el camino del héroe, que sale en busca de aventuras para terminar de volver a su habitación de nacimiento, a casarse con quien sea que viviera al lado, y a empezar la historia al revés. ¿Generalización N°?: he venido a morir donde nací. Entonces se supone que la vejez nos daría ese tiempo lento para acomodar todas las historias dentro de una sola y homogénea Historia, que finalmente tiene mucho que ver con ir a comprar pan y una cerveza a lo del supermercado chino de siempre, que antes era el almacén de Beto, y que antes había sido el negocio donde se conocieron nuestros padres, y la Historia es una cadena de favores mal pagos, que desembocan en mí. El centro de todas las galaxias, y que cada quien la cuente como mejor le venga en ganas. Para ir terminando el divague de la semana, es necesario retomar el camino, eso de resetear el sistema. Generalización etc: el año nuevo es la oportunidad para volver a armar esa lista de pendientes que quedaron de los años anteriores, y que no terminan de realizarse nunca. Linda expectativa para el fin de año. Realidad de primero de enero: no pienso limpiar la alacena, y el balcón se va a quedar como estuvo siempre. Después de todo, no hay mejor lugar que el hogar, y para poder reconocerlo cada vez, las cosas deben permanecer igual que siempre. La mierda y todas sus formas que se queden ahí, pero también – y sobre todo- que sobresalgan esas cosas que nos hicieron sentir tan bien, todos esos gestos que si se pudieran saborear serían las delicias más extravagantes y magníficas que un terrícola podría soñar.


********Música para llevarse a Marte:

********************Hiumildemente, Juan**********recién empezando****************recién empezado............

Un mismo cuadro

Pasaron cinco años

-con sus días

y sus interminables noches-

de la última vez que nos vimos,

y desde ahí se confirmó

-o mi figura de relector obsesivo

lo hizo-

eso de que los recuerdos

tienen partes no lineales

que son solidarias entre sí,

porque se unifican

hasta volverse un bloque homogéneo,

y como soy sudamericano

no pude dejar de evocar

ese cuadro irreal

con la devoción

de un desolado, desesperado

y respetuoso guardián de la jerarquía,

aunque a veces sueñe

con mi propia revolución,

como cuando éramos más jóvenes

y sí estaba presente la idea del Hombre Nuevo,

y Fidel nos hablaba desde las escalinatas de la UBA,

y el Che se nos pegaba en las carpetas

con esa mirada filosa

de quien no piensa transar sus ideales,

pero pasaron esas noches de mierda

y transás…

 

Nos podría echar la culpa

pero no cuento con tu consentimiento,

una vez pensamos que éramos casi felices

y salimos a caminar por Jara

y había demasiada gente

durmiendo en la calle,

entonces solamente pude

tirarme en la cama

a escuchar Dos minutos

y a tener esos deseos

autodestructivos que solemos

tener todos los pueblos

y que sabemos utilizar muy mal,

me di vuelta por un tiempo,

abandoné la jerarquía,

no nos vimos en el cuadro,

se restauró el mismo problema,

paulatinamente,

la revolución cayó en el museo,

alguien inventó la manera

de empobrecernos

mucho más rápido

y con nuestra aprobación,

apareció un faro oscuro

con un soplo más salvaje,

derramando sangre primitiva,

y sentí que lo mejor

era acariciarnos en una tarde de calor,

dos cuerpos sudados,

incómodos,

pero juntos,

fatales,

frágiles,

revolucionarios,

invencibles…

 

¿De esperar?

Sí,

tal vez,

un sueño efímero

con la sensación

de que esos años,

con sus condenadas noches,

todavía se leen

en un mismo cuadro,

o que por lo menos

me tienen algo de piedad.


*****La pintura es de Rembrandt, se llama algo así como La novia judía, y no queda claro si son una pareja en posición extraña, o un familiar cercano a la novia que le regala un collar o la ayuda a arreglarse el vestido a la novia, o por ahí otra cosa más retorcida.

*******El tema de Dos minutos que se sugiere es este, que es un cover de Perales:

*********Humildemente, Juan****************cuando lo de la libertad sonaba bien porque era revolución anticapitalista**********


Realidad


Voy a escribir una esperanza que, por cierto, nunca solicité. Realidad. Lunes. Estado tipo escritura de fax ¿Qué no saben lo que significa? A lo mejor sea hora de volver a la comunicación más antigua que recordemos. Sí, ya sé que andamos flojos de memoria. Totalmente de acuerdo. Eso de que empieza un nuevo infierno. Ojo, tiene la excitación de la novedad. Emocionante. Como cualquiera de mis relaciones que no resultaron. Resultados. La crueldad de la matemática cuando se te pone ortiva. Nunca fui bueno para despejar la “x”. Con la “y” tampoco resultó mejor. Despejar cosas no es fácil. Habría que intentar mirar mejor. Ya sé, es tarde. Ayer casi que ni dormí. Es que tuve un sueño:

…Un tipo que se levanta cualquier mañana, se pone un pantalón rajado en la entrepierna, va hasta el baño a lavarse la cara, descubre unas ojeras prominentes, se lava los dientes con una rodaja de limón, no se puede afeitar porque está como metido en la novela de Orwell 1984, una pantalla lo llama a que se ponga en forma, hora de tragar la mierda necesaria para seguir metido de lleno en ese Sistema que sabe muy bien lo va a desmoronar para la hora de la cena, se alimenta con lo que le quedó del último cumpleaños, se va a trabajar de cualquier cosa porque todo lo que hay para hacer es una simple postura de mamífero amaestrado, ignora a los árboles que son las cosas más sinceras que tiene para toda la vida, le da la espalda al mar, tal vez porque no quiere mostrarle su cara de fracaso con la Historia, se encierra entre algunas paredes, le mira el culo a un par de personas con las que desearía tener sexo a cada minuto, reprime el impulso de fumarse el tercer atado del día, toma unas diez tasas de café antes del fernet de la tarde, mira el resumen de los goles del partido que se haya jugado, se siente a gusto con las noticias que le dicen que nada bueno pasa en el mundo, caga un rato largo en lo que es el momento más feliz de su vida, y se acuesta a dormir aunque sabe que no va a pegar un ojo en toda la noche, porque lo inquieta algo, eso de que alguien lo está soñando y tiene la impunidad de meterse con lo más vergonzante de su vida, toda su vida…

Luego me terminé de despertar. No descansé, quise decir. Un viento del demonio golpeó en la ventana. Es la única cosa por la que pasa un poco de sol. Sol devaluado. Todo se devalúa. Es la nueva ley del condado. Sálvese el que pueda o tenga ganas. Yo, insisto, no descansé bien. Los que comieron holgadamente anoche hoy van a festejar. Me invitaron. Me quedo al lado de la ventana. Un poco de sol. Yo como un cactus. Destinado a la resistencia. Con poco sentido. Mucho mate cocido, claro. No me puedo despegar de la cerveza. Realidad. Un grito de esperanza que no pedí:

…Fuerza compañeros que mañana será un día especial, hay que seguir planeando la vuelta del líder sin saber para nada cómo vamos a hacer para que las cosas de una vez y para siempre funcionen bien, porque para que las cosas funcionen bien habría que saber qué cosas y cómo sería que funcionen bien, para quién sería la pregunta, para quiénes y con qué objetivo, pero nunca importa, porque lo trascendental es llegar al poder, primero lo primero y después las cosas se pueden acomodar mientras el bote sale a flote, pero parece que nunca es así y que los que reman siempre tienen que remar, como mucho les cambia un poquito la dirección del viento, porque ya nacieron con la vestimenta que les tocó, nada ni nadie les va a dar la oportunidad de tirar los remos y ponerse al frente del bote a dar órdenes, indicar cuál es el camino directo, porque claro que hay siempre una vanguardia intelectual que te dice dónde la cagaste mientras estabas cagado, porque no hay vuelta con eso siempre es culpa de los mismos, los que están sequitos se dedican a señalar y a jugar de indignados, porque es fácil tener la razón en Puerto Madero, eso que somos un bendito país Federal, con una diversidad que tendría que ser nuestra fortaleza y no lo que es hoy, una cualidad que le da vergüenza a la totalidad de los diputados que cagan en los baños del Congreso, siempre limpios y al servicio de los mejores culos del federalismo nacional…

Una mañana especial. De feriado. De cambalache. Algunos dicen que las cosas están patas para arriba. Otros que saldremos con las patas para adelante. Yo me imagino saliendo sin las patas. Calculo que algún libro me va a ayudar. Espero no morirme tan pronto. Me imagino soportando bastante la crueldad. Pero un día te cansás.  Siempre llega ese día. El momento de tirar la toalla. Justo como dicen los boxeadores. Rendirse. La bandera blanca. La pipa de la paz. Todos símbolos de la derrota. Exiliarse un rato en la Isla Martín García. O en esa otra donde lo tenían cercado a Napoleón. Lo bueno es que ya no nos matan tanto. Se ve que nos necesitan para alguna noche solitaria. Como si asistieran a un zoológico... Ese de ahí es un poeta del barrio Rivadavia. Espécimen extraño. En vías de extinción. Un pesado total. No tiene fuerzas ni para escribir de corrido. Parece un fax ¿Te acordás del fax? No tanto. Debe haber alguno por acá. Seguro. Entre la jaula del poeta y la del árbol. ¿Qué era un árbol? Parecido al poeta ¿En serio? Pero claro ¿Servía para? Daba oxígeno gratis ¡Una aberración! Imaginate. Semejante negocio. ¡Y lo regalaban!

 

*El garabato de la foto es de Roberto Bolaño.

*Mientras dure el enlace, no hay cosa más linda para ver y escuchar en la semana:

*************************Humildemente, Juan*

Mitad


Está lloviendo ahora sobre toda esta ciudad y

son las 12:30 pm a lo largo y ancho del Meridiano de Greenwich

y yo he crecido entre gente que es joven y gente que no es joven

entre autos, papeles bond o bulky,

artefactos y escaleras

artefactos y clientes. Y avisos de la desesperación o la locura.

(Paradero, de Juan Ramírez Ruiz)

 

Podría decir que la poesía existe para que me den ganas de tirarme del octavo piso del edificio en el que (no)estoy viviendo ahora. Mejor dicho, en el edificio donde estoy muriendo desde hace rato. Como una banana que se pasa de su madurez, y que empieza a despedir un olor rancio de otros momentos, de otras décadas. Una mala comparación de un mal escritor. Pero créanme, es lo mejor que me sale, esto de sentarme a morirme o escribir. Para el resto de las cuestiones me considero mucho menos que mediocre. A excepción, tal vez, de lavar los platos, una actividad que sintetiza como sinécdoque, porque ese coso vale por todos los cosos que se ensucian en la cocina. Paso a explicarme, cuando digo voy a lavar los platos, incluyo todo lo que se utilizó para la comida, por ejemplo cuchillos, tenedores, cucharas, vasos, fuentes, etcétera. Se entendió. En esto radica el principal dilema con mi escritura, lo de si se entiende o no. No tengo una respuesta que me conforme, porque por un lado si se entiende todo siento que no tiene motivo la escritura. Caso contrario, si no se entendió un carajo, bueno, para qué haberlo hecho entonces. Y con eso llega la vida y todas sus cosas, sus cuartos de hora, sus ensaladas, sus malos hábitos, su capitalismo de turno, sus revoluciones soñadas y nunca concretadas, las baladas que nos perdimos de escuchar, todo ese sexo que ya no vamos a disfrutar, los caminos interrumpidos, las personas que se quedan y las que se van. Cómo mantenerme cuerdo esta noche, misión primera. Cómo seguir cuerdo mañana, misión residual. Frente mío tengo la portada de la divina comedia, ilustrada por Rep. En ella se ve a un Dante con nariz ganchuda totalmente ensombrecido, como si fuera un fantasma oscuro, en el centro de la escena, que tiene de fondo una suerte de bosque laberíntico, con árboles flacos y vacíos de hojas, ramas de arterias tan negras como la silueta del poeta. Verso sin esfuerzo, el único que te regalo hoy. Es el Dante del inicio, el mejor. Está llegando a lo que él imagina como la mitad de su vida, y lo que ha conseguido es meterse en un laberinto de árboles oscuros. Todo un logro, y una gran pena que comparto. Demasiado fácil verse en su lugar, y seguir con las malas comparaciones, las metáforas gastadas, las alegorías repetidas. Tantos años para decir que me siento tan perdido como Dante, en lo que creo el medio de mi vida. Pero mejor quedarnos por acá, porque no aproveché el pre viaje y el pasaje al infierno debe estar por las nubes. Paradoja berreta que regalo con mi escritura, espero no te moleste. Además, esa maldita costumbre de sacar el viaje con un guía, que siempre te lleva a los destinos anunciados repitiendo el discurso de siempre, “por ahí está el círculo de los violentos, por ahí los que fueron avaros en vida, pero sigamos porque la bomba total es Saturno comiéndose a alguno de sus hijos, y eso suele pasar sobre las ocho de la noche, porque los dioses son de cenar temprano”. Nada de eso, me quedo con el Dante perdido en el medio de su vida, una vida selvática que nunca puede interpretar del todo, y que a lo mejor eso es lo más interesante. Y la verdad es que el hecho de perderse no es necesariamente algo negativo, y mucho menos a la mitad de la vida. Es como llegar lo más lejos que se pudo, meterse en el nudo bien profundo, y que desde ahí solo quede el camino hacia la salida final, el final de los finales, ese que no podemos evitar y que ya va siendo hora de que aceptemos. Nuestra historia termina con el mismo desenlace, no hay guion diferente para cada uno. Igual no nos adelantemos, todavía nos quedan algunas páginas para seguir escapando, algunos días en los que vamos a sentir que las cosas están bien, y muchos otros en que esas mismas cosas van a estar horribles. Equilibrio aristotélico, el orden dentro del caos que se precipita como vida en nuestros corazones. Sí, ya sé, un corazón es un pedazo de carne que sirve para bombear la sangre que necesita nuestro cuerpo para sobrevivir un tiempo más, pero ya lo dejamos ahí como alegoría o metáfora, y no voy a ser yo el que cambie las reglas. Una vez quise comer el corazón de una vaca, pero no me dio el corazón. Sería un buen chiste, pero ya te dije que no estoy de humor, que la semana pasada fue un verdadero garronazo, y que la que empezó hoy…no lo puedo saber, y eso es lo lindo de estar ahora en el medio de la vida, totalmente perdido. No sé lo que me espera a la vuelta de aquel árbol fantasmagórico. ¿Sospechas? Un montón, pero a ciencia cierta (redundancia que ya jode bastante) no termino nunca de entender completamente lo que el futuro me tiene guardado. Tampoco el futuro es tan sorprendente conmigo, un habitante más del barrio Rivadavia. Por acá el futuro es medio corto de ideas, y no lo culpo, porque no tiene mucho material con el que trabajar. Hace lo que puede, tanto como yo. Tanto como nuestra desesperación. Hora zero siempre dando vueltas por mi endeble cabeza de maldito poeta. ¡Eso! Debería hacer de todo esto que escribí hasta acá un poema, sacar las conexiones, poblar el texto de espacios vacíos, usar los chistes malos, abrir una cerveza, comer pizza tirado en la vereda y ver qué onda la gente que pasa, que me mira como diciendo “¿qué le habrá pasado a este pobre loco?” Nada, es que estoy llegando al medio de mi vida, y estoy perdido en una selva de árboles negros y sin hojas, soy una silueta oscura, como la sombra de una persona que empiezo a dejar de perseguir.


***una música que me ayudó a despertarme el domingo:

************************Humildemente, el Yo que dice yo***************qué lindo el disco de Cat Power******

Cable a tierra


Hay momentos en que la vida nos deja desamparados, y eso es una afirmación difícil de rebatir. De vez en cuando, si se tiene suerte, pasa alguna cosa que nos deja sin explicaciones, sin argumentos, sin fuerzas para seguir lo que comúnmente hacemos (casi)todos los días. La rutina pierde su sentido, los placeres de la vida no se pueden saborear, la angustia le gana a todo por goleada. Confieso que cuando me ataca esa mala enfermedad, suelo aferrarme a la primera parte de En busca del tiempo perdido de Proust. Y no lo digo con orgullo de lector, o por esnobismo de tres cuartos, sino porque es así y punto. Cada quién tira su cable a tierra donde puede, ¿no? Hubo un tiempo que lo hacía viendo algún partido de fútbol o una comedia en la tele. Pero desde hace años que no tengo televisor, y que mirar cosas por la computadora es todo un trastorno, es un artefacto que tarda mucho en prender, las páginas a veces se caen como así también internet, y además soy de la generación de “El mundo de Disney”, que conducía un tipo muy simpático de apellido Greco (si mal no recuerdo). Eso estaba más que bien, la tele era un aparato confiable, con un tubo bien aguerrido y botones que había que presionar con mucha fuerza para que funcionaran adecuadamente. Salvo falta de luz, la televisión andaba siempre perfectamente, eso sin necesidad de haber desarrollado inteligencia alguna. Pero esos tiempos ya no están, Disney es una cagada y los televisores son tan caros como frágiles, y demasiado inteligentes para asociarse con otras empresas multinacionales del entretenimiento, que se encargan de seleccionar todas las cosas que de seguro van a ser de tu agrado, de mi agrado, y de todos los agradadores que estén conectados vía lo que fuera, que son dos o tres oferentes de conexión a la internet, el gran negocio del siglo XXI. Aclaración N°1: cuando digo siglo XXI marco la resistencia residual del Imperio Romano y su lengua, porque a esta altura del partido podría haber escrito “siglo 21” o “siglo veintiuno”. Pero hay cosas que nunca cambian, o que se toman más tiempo que otras. Como sea, entonces parece que estamos pasando un momento particularmente complicado en la Historia, con guerras que se multiplican, refugiados que también, gobiernos que no dan con las soluciones para problemas básicos de sus poblaciones, gobiernos que reprimen a sus pueblos, pobreza que no para de aumentar, riqueza y capital intelectual que se concentra cada vez más en menos gente, confianza infundada en la utopía del mercado, y demás cuestiones que podría estar lo que resta del año enumerando. En resumen, las cosas no cambiaron para bien en lo que va de este siglo, y tampoco había que ser un Nostradamus para haberlo anticipado. En fin, por todas estas cuestiones empecé la semana de mala manera y con poca guita, lo que me llevó a refugiarme en la obra magna de Proust. Aclaración N°2: podría haber escrito “gran obra de Proust”, pero el latín sigue influyendo cada cierta cantidad de palabras, tal vez porque otorga una especie de prestigio que para lo que yo escribo sirve de muy poco (de nada). Seguimos con lo que quería transcribir de esa primera parte monumental de En busca del tiempo perdido:

“Y no es que a veces no aspirara a un gran cambio, que su vida careciera de esas horas excepcionales en que sentimos sed de algo distinto de lo existente, cuando las personas, que por falta de energía o imaginación no saben sacar de sí mismas un principio de renovación, piden al minuto que llega, al cartero que está llamando, que les traigan algo nuevo, aunque sea malo, un dolor, una emoción; cuando la sensibilidad, que la dicha hizo callar como arpa ociosa, quiere una mano que la haga resonar, aunque sea brutal, aunque la rompa; cuando la voluntad, que tan difícilmente conquistó el derecho de entregarse libremente a sus deseos, y a sus penas, desea echar las riendas en manos de ocurrencias imperiosas, por crueles que sean”

Una parrafada bien larga, donde la seguridad del lector puede ser reconstruida, donde se aprecia fácilmente que lo que se está leyendo es una manera de inmersión profunda, lectura de larguísimo aliento y fresco, con todo el sentido de las cosas que parecen trascendentes. En seguida, porque no podemos funcionar de otra forma, ese tipo de reflexiones son trasplantadas al presente, al hoy y ahora. Porque se presume algo universal en ese tramo de Proust, una sensación que pudimos tener todas las personas en cualquier momento de la existencia. Esa: que a veces por el hecho de sentir algo nuevo, a lo mejor la cagamos. En eso estaba pensando a poco menos de dos semanas para ir a votar por última vez en el año. En que a veces las emociones nos traicionan, o somos nosotros quienes las forzamos para que nos traicionen, y todo por un capricho, o por un dolor mal cagado, o por un resentimiento sin sentido. Qué necesario ir corriendo a esas páginas cada vez que tengo una duda sobre qué camino voy a tomar mañana cuando me vuelva a levantar. Definitivamente hay dolores que no quisiera volver a sufrir, y mucho menos desearía que los sufran las personas que tanto aprecio. Aclaración N° 3: Una vuelta, una persona que yo amaba muchísimo me expresó que me “apreciaba”. Ese día entendí  que un buen diccionario, tal vez, me hubiera ahorrado la experiencia del rechazo. Me tomó un tiempo darme cuenta a lo que se refería, porque parece que “apreciar” es la forma delicada de decirle a otra persona: “no quiero estar con vos”. Pero voy a intentar recuperar esa palabra y otorgarle un valor bien positivo, similar al del amor, como para vengarme de aquel rechazo, y para tratar de cambiar el pasado, aunque sabemos perfectamente que eso es imposible.¿ Pero quién nos dice que con las palabras no podamos cambiar los tiempos, no podamos modificar el todo?. Aunque cuidado, mejor ir por lo seguro, sabemos muy bien que los cambios del pasado pueden generar tragedias en el presente, y borrar de un plumazo todo tipo de futuro. Vuelvo a dudar. Vuelvo al fragmento de Proust, vuelvo a calmar esa ansiedad que solo por el hecho de expresarse puede llevarme al error más doloroso.


*Si nos peleamos, que sea por algo mucho mejor:

*****************************************************************************************humildemente, Juan***************detrás de esa luz que arrase con todo el fascismo del barrio Rivadavia***************

Lo lamento mucho

 

Ay lo lamento mucho
Mientras me fumo un pucho

(Marilina Bertoldi, "Pucho")


Para que exista cualquier cosa nueva, aunque sea una cultura, una manera de ver el mundo, una manera de filtrar eso que alguna vez decidimos llamar vida, es necesario ponerla en palabras, necesario hablar de eso. Mejor hablar de ciertas cosas, sería la relectura de ese ya viejo tema de SUMO. En otros tiempos lo indicado era sugerir, tal vez, desde la elipsis. Qué se yo, ser poético por ese lado. Advertencia 1: no se es más poético o menos poético por abusar de las elipsis. Eso de dejar todo como en suspenso, de esconderse detrás de las palabras, no lo es todo en la creación artística. En el presente, tal vez, todas las cosas pasen al mismo tiempo, y eso tenga un sentido, ofrezca una manera de identidad. Hablemos. Contemos todo. La semana pasada, en el mismo día, desde una pantalla de bar de la avenida Jara, se vieron imágenes presumiblemente contradictorias. Por un lado, centenares de personas copando el obelisco de Capital Federal vistiendo trajes del Hombre araña, el súper héroe más rentable creado por un artista norteamericano, exageradamente usufructuado por varias empresas de entretenimiento, desde el comic, pasando por la tele, el cine, los videos juegos, industria del juguete y etcétera. Mucha gente buscando romper un record mundial de disfrazados. Misma hora, mismo país, misma pantalla que muestra la caída de un camión de papas en una ruta de Tucumán, y decenas de personas juntando las que podían para poder comer algo esa noche. Mismo país, mismo día, las calles del barrio Rivadavia llenas de autos que van a buscar nafta desesperados por un desabastecimiento insólito, que anticipa el fin del mundo para cualquiera de estos fines de semana. Y como representantes “intelectuales” del pueblo, un ex futbolista millonario llamando a vivir en cualquier otra parte del mundo, y un candidato presidencial que dice meterse en las sábanas de los distraídos, como una suerte de Nosferatu con peluca y un poco menos de palidez. Y lo lamento mucho, porque es todo lo que tengo para ofrecer esta semana. La verdad es que el año empieza a terminarse, y parece que fue el más largo de la historia. ¿Qué hay de todas estas imágenes, de todos estos personajes, de todas estas situaciones en las que nos fuimos metiendo a cuarenta años del regreso de la democracia?. Advertencia 2: a menudo se culpa a la democracia de lo que prometió y no estaría pudiendo cumplir, pasando por alto todo el terrorismo de estado que desapareció seres humanos mientras hundió al país en la peor crisis económica de la Historia. Digamos que el período democrático que hoy cumple años, arrancó con una desventaja enorme, con una debilidad galopante, y con una deuda pública y externa que todavía hoy arrastra, además de tener que soportar el lastre de toda una clase dirigencial que reivindica y propaga esas mismas fórmulas que devastaron al país. Solo de esta manera es posible dimensionar todas esas capas, todas esas complejidades, todas esas contradicciones que hoy marcan el latido de un país, por suerte, todavía democrático. Hablemos, pero sobre todo escuchemos eso que las nuevas generaciones tienen para decir, hacer y exigir. Y todos sus artistas que yo disfruto con la distancia de edad insalvable. En algún momento hablé de la furia y los sentimientos profundos de una juventud encerrada por la pandemia, y cómo la banda Buenos vampiros expresan todo eso en estos momentos en los escenarios donde pueden tocar, donde deciden tocar porque son copades y no se venden a cualquier gilada, mucho menos tranzan con el fascismo. Ojalá que sigan hablando lo suyo por mucho tiempo, y que yo pueda estar ahí en un costado para disfrutarlo, tanto como se disfruta cualquier show de Marilina Bertoldi. Y de la afectuosa ama quería decir algo, y de su manera de expresar, su forma de tocar lo que sea. ¿Heterogeneidad, mixtura, rockstar siglo XXI? Qué se yo, todo eso puede ser, pero una esencia copada que pasa por encima. Una actitud muy única, una artista muy única, una voz fundamental para poder seguir hablando de esa cultura, de esa manera de ver el mundo, que es la que uno siente que vale la pena. Y por esas horitas que se mueve de un lado a otro con su guitarra, o que juega con la loopera, o que destroza la batería, quedamos todes muy en suspenso. Pero no en suspenso de elipsis, porque si hay algo que Marilina y su gente tienen es que no se callan nada, dicen lo que tienen que decir porque lo sienten, y lo dicen completo. Cito a Marilina Bertoldi:  “Votar por Milei es de homofóbico, racista, clasista, misógino y anti Argentina”. Todo dicho y de manera directa, clara, sin rodeos, y en un escenario. Y yo lo lamento mucho, digo, si no te gusta lo que estoy citando, pero a veces es momento de dejar de lado todas las elipsis, para que quede claro qué cosas se quiere defender, qué cosas reivindicar, qué luchas acompañar, qué voces escuchar. Hablemos, porque si nos quedamos callados alguien más toma las palabras, alguien más nos piensa por nosotros, alguien más nos confunde y trata de vendernos un mundo que no es el que queremos. Y lo lamento mucho por todos esos extraterrícolas que viven dinamitando el suelo donde cogen y se alimentan. No tengo ningún inconveniente con que se tomen el palo y se cuelguen de los rascacielos de ciudades que les vendieron por Tik Tok. Yo me quedo hablando un rato más, todas las charlas en las que pueda intervenir y disfrutar, desde el humildísimo escenario del barrio Rivadavia, calle Francia esquina Garay. Es lunes, sí, empezó otra semana y como siempre en el aire se respira esa sensación de que todo se puede ir al carajo, pero si miramos con un poco más de atención, descubrimos cientos de buenas acciones, mucha buena onda, grandísimos y nuevos artistas que expresan lo mejor de nuestra sociedad, esa que comenzamos a reconstruir hace ya cuarenta años. Y yo lo lamento mucho, pero voy a seguir desde la misma vereda, tal vez hoy sí fumando un pucho, con memoria-verdad-justicia, del lado de los culo roto.


****Y la música citada:

**********************************************************************************************con humildad, Juan********lindas nuevas olas******

Psicología barata y zapatillas de lona


Ejercicio de psicología barata y zapatillas de lona: pensar siempre en el ahora, porque el futuro es el hogar de la ansiedad, y el pasado la casita de la angustia. Pasa que habría que poner algún tipo de advertencia, porque no vaya a ser cosa que termines chocándote con la misma piedra una y otra vez, y todo por no haber prestado un poquito de atención a ese pasado, siempre amenazando con una depresión. Y por ahí, para no pasar como un frenético ansioso, te olvidás de que el mes que viene es el cumpleaños de alguien importante en tu vida, y como no quisiste adelantarte, bueno, se te olvidó y te fuiste de viaje. De todo esto podemos sacar la conclusión de que, ok, el presente y nada más puede funcionar como refugio en ciertas ocasiones en las que los demás tiempos nos juegan en contra. Pero no se puede vivir encerrado en la burbuja del aquí y ahora. Y atención, digo que no se puede. No estoy diciendo que no se debería. Es algo distinto. Por ahí es aceptar que el presente es tricapa, o que va mudando de colores según la ocasión, como ese personaje de película monumental del siempre cancelado –y por razones varias muy atendibles - Woody Allen. La historia en cuestión es la del apodado camaleón, Zelig, un tipo que adopta la forma y el registro de la persona que tiene en frente. Es un sobreadaptado total, que pierde su propia personalidad para fundirse en la situación que le toque enfrentar, pero de una manera exagerada. Bien, según esta comparación forzada que propongo, el presente sería como Zelig, el hombre camaleón. Es como que no sabe bien qué carajos es, porque no termina nunca de caer en el momento que sería el suyo por excelencia, porque cuando lo piensa lo hace en alguno de los otros dos tiempos, que sí tienen identidad definida. Por ejemplo, ahora mientras escribo, nunca es exactamente presente. Golpeo un teclado y lo que sale es pasado, que fue futuro hace un rato cuando tenía en mi cabeza la idea de escribir algo que tuviera que ver con una película, preferentemente una comedia. Y además quería algo de incorrección política, tal vez un director de cine cancelado. ¡Claro! Woody Allen era una de las opciones que ranqueaban más alto, seguido de cerca por Clint Eastwood, y casi a la par del peor de todos, Mel Gibson, El Patriota de la cancelación. Zelig se fue adaptando a cada instante, y buscó su realización entre estos dos movimientos, entre estas dos patologías hermosas: la angustia y la ansiedad. Así podríamos definir al ser humano, al menos el día de hoy, como para extender el presente y que goce de unas horas de plena identificación con algo, antes de que vuelva a chocarse con la misma idiota idea: ser un poquito pasado, ser un cachito futuro, terminar no siendo nada. Máxima existencialista: el presente es la nada. Perfecto, otra de esas frases que no ayudan un carajo, como politólogo a las doce de la noche intentando dar con una razón de por qué un grupo de personas quiere el estallido una semana, pero a la otra prefiere la estabilidad. Un ir y venir entre contradicciones, que también serían parte de un adn siempre en fuga. El adn está hecho un poco de la necesidad del presente por aferrarse a algo, antes de desaparecer en los otros tiempos. Nadie duda del adn. Es más, es el adn lo que nos saca de cualquier duda, el final de todo, la prueba que te manda a la silla eléctrica, que confirma que vos sos vos por fuera de cualquier suspicacia. Una cosa (o cadena de cosas), que probarían que hay algo distintivo en cada uno de nosotros, un rastro innegable completamente constatable y que da por tierra con las especulaciones. Algo así debería ser el presente. Sin embargo, no tiene semejante cualidad. ¿A dónde iremos a parar, entonces? Al infierno del pasado, con sus imágenes petrificadas, tan irreales y borrosas como el futuro que se construye con más de la mitad de las cosas en el aire, con un componente altísimo de probabilidades de no existir. ¿Existir? Máxima número no sé cuánto: existir es compatible con tu adn. Si tenés esa cadena de cosas, entonces sos algo material, analógico. Felicidades por eso, porque hoy en día ser parte de la física resulta cada vez más difícil. Por ende, debe resultar más sexy, supongo, que ser una red de otras cosas de dudosa existencia, como los algoritmos. Ese tipo de identidad se da por fuera de la física, y resulta otro misterio que vaya a saber cómo carajos llegamos a crear, nosotros bestias de dos patas, que caminamos de casualidad y que no podemos arreglar nuestros pleitos sin desearle la muerte a alguien más. El presente es una buena puteada, eso seguro. Y existir es ese momento en el que la bronca nos transforma la cara, y somos todo un YO gigante y con las venas hinchadas, incapaces de pensar en angustias o ansiedades. O eso pensaba hasta hace un rato, cuando era un reflexivo pasado. Pero mis emociones se fueron al futuro, porque el sábado me voy a ver un recital que tengo muchas ganas de disfrutar, y que ya estoy imaginando como inolvidable. ¿Y cómo saber que algo será inolvidable, si no hay pruebas? Calculo que tendrá que ver con el deseo, pero como todo es tan mudable, como vivimos caminando sobre una roca que flota en un universo que apenas si podemos imaginar... Eso, un universo que solo podemos ver en pasado y de noche, que paradójicamente es cuando más nos cuesta ver. ¿Y cómo habremos llegado a ser este bicho extraño que somos? Preguntas que no sirven de mucho hoy, afirmaciones que sirven para volver a empezar. ¿Cómo era el principio? Ejercicio de...

...Filosofía barata y zapatos de goma:


*Todo para terminar en una música de Charly García, porque cumplió años, y es de lo único de lo que en verdad soy fan**************humildemente, Juan*********no vi tu alma y quería tus venas****************

Donde dice indignación, debe ir bloqueo



Esto, a lo mejor, no tenga nada que ver con esta historia. Ni con cualquier otra historia. Tal vez se trate de algo que contenga todo junto en un sí mismo, que voy a tratar de desarrollar. Podría decir, como suele sucederme, que todo comenzó en una lectura. Pero no fue tan así. Creo que en verdad, más que de una lectura fue de escuchar una música que nació esta intención de volver a pulverizar una página en blanco…esa maldita metáfora del bloqueo del escritor, esa duda eterna de si este súper poder medio pelo desapareció entre el día y la noche de ayer, y cómo carajos volver a recuperar ese camino, pero sobre todo ¿para qué?...una falta de respeto a la historia entera de una literatura que no es la mía, o que no termino de comprender del todo. Bueno, a lo mejor no hay mucho que comprender, a lo mejor la literatura es un poco no comprender nada, que las cosas queden ahí expuestas de alguna manera, y que poco termine de cerrar del todo. Eso, que la cosa siga, que un camino / una lectura posible, se bifurque, se desvíe, se ramifique, y que nunca haya un final, un punto y se acabó todo, porque al fin final lo comprendimos todo, y este sería el punto que decretaría la muerte del lector, o lo innecesario del mismo:. …y no es así para nada, y no creo que vaya a pasar, pero como no tengo la bola del futuro, pues lo dejo en manos de las generaciones que vendrán hasta este argumento berreta para destrozarlo como es debido, patearme a un costado literario de la historia, y seguir su camino hasta vaya a saber qué otros cruces, qué otras obsesiones. Yo creo que estoy llegando al puerto que me esperaba, o que en realidad me construí por el hecho de poder llegar a algún lado. Cansado de vagar como botella con mensaje borroso en el medio de los mares, desemboco en un puerto que puede ser el de Mar del Plata, por qué no. Digo, me queda cerca y lo conozco bastante, y me conoce mejor también. Y sobre todo me ignora con cierta razón, porque hace bastante que no lo visito. Me contaron que por ahí está lleno de lobos marinos con gripe, y que eso es muy contagioso, y que si yo llego a contagiarme puedo llegar a transmitir esa enfermedad hasta el campo, que queda del otro lado, y que también exporta sus frutos a cambio de unos cuantos dólares que quedan acá, y que entonces si contagio a los animales del campo ya no vamos a poder abastecer al mundo con nuestro tuneado granero/sojero del mundo, los silos se derrumbarán y la vaca loca será noticia en todos los mercados, como alguna vez ya pasó. Una sola persona puede llegar a acabar con la economía de todo un país, y solo porque no supo qué carajos escribir un día en que pensó que se le había borrado esa capacidad. Signo que inevitablemente me preocupó: pude dormir varios días seguidos, muchas horas de corrido, lo que nunca en años. Entonces, me dije, acá está pasando algo raro, seguro que si te ponés a escribir un poema no te sale nada, ¿cuánto te juego? Lo intenté, volcar unos versos sobre una hoja cualquiera, con lapicera en mano…Pero salió una suerte de telegrama, que un tipo como yo le mandaba a un sillón forrado con terciopelo azul, y mucha lluvia de fondo, y una canción de José Luis Perales que no paraba de hacerme desear la muerte instantánea, como sopa madrileña. El poema terminaba ahí, con esa persona en el living de un departamento, tirándose en el piso, tal vez para morir, tal vez sólo para descansar un poco, tal vez porque le dolía la cabeza de pensar versos para escribir algo, y no pasaba nada más que un fuerte dolor en la frente, donde se dice que se alojan las palabras creativas antes de salir por la boca y la lengua, rumbo al embudo del lenguaje. Entonces, ese poeta muere de palabras, como ahogado, en el horrendo living de su casa, que tiene cerámicos partidos color blanco, y unas cuantas torres de libros que alguna vez leyó, y que lo fueron cercando hasta que ya no pudo más. Otro poema de mierda, otra tarde de primavera, otra mala interpretación de un día feriado. Cierto, todo comenzó con una música de una banda que descubrí hace poco, pero que tiene más años que yo, y que es de Islandia y que por supuesto tiene a Bjork en voz y demás cosas que solo ella puede dar. Tal vez la culpa de todo sea esa sonrisa de Bjork, una sonrisa difícil de interpretar, tal vez toda esa música se reduce a eso, y sí que ando con ganas de que me haga mierda y se me meta bien adentro, como el bicho de Alien, y explotar por el estómago pero con esa sonrisa, la de la música, la de las palabras que vuelven a nacer.

*Pd: ¿por qué habré pensado en José Luis Perales y Bjork en la misma página? Tal vez haya ahí una pista de lo que este bloqueo está operando en mí. A lo mejor es una especie de SOS que estaría enviando al mundo. Puede ser que sea hora de aceptar un par de sesiones con algún psicólogo, alguna psicóloga, como me aconsejó hoy un amigo. Y lo bien que hizo. Pero la verdad es que me da demasiada fiaca tener que sacar turno, pagar, y sentarme a esperar pacientemente a que me llamen para pasar a otra sala a sentarme para hablar pacientemente de las cosas que me indignan y me tienen así. Esto último sería mi gran vergüenza, y justo lo que dice Úrsula K. Le Guin en un relato del año 1991: “La indignación, el gran lujo de la clase media”. Ahora te doy tiempo para que vuelvas al título...

 

*dejo los dos temas que tenía pensados al mismo tiempo:



********¡demonios que no se ven, pero que están allí!*******humildemente, Juan*********************

El sol del futuro

 

“Esta es una época apta para el apocalipsis” (Leónidas Lamborghini)

No te asustes, las cosas no son tan así. Regla número 1: no hay que tomar tan literal cada frase que escribe alguien, un buen día de la semana que lo inspira por alguna razón, y entonces pasa lo que tiene que pasar…pero después no es tan así, porque uno necesita, en todo caso, que el mundo no se vaya al carajo por unos días más, para que algún lector / alguna lectora pueda llegar a leer esa gran frase, una que adelanta lo inevitable de un razonamiento que ya razonaron un montón de otras personas, pero se olvidaron de utilizar en un texto. Caramba, y se sufre esa sensación tan genial del “se me podría haber ocurrido a mí”. Y claro que no es verdad, pero a veces el escritor / la escritora da en el clavo, y da tanto en el centro que se acerca mucho a lo que uno tenía en la punta de la lengua y…Es posible que entre la rutina y los debates presidenciales, el cerebro llegue con lo justo a fin de mes, y que haga más falta que nunca parar para fumar un faso. Gracias por eso, tarde hermosa en el barrio Rivadavia, esquina primaveral debidamente ambientada, un remanso que sirve para poder soñar algo lindo a la noche, y que de repente sea mañana y las cosas estén más o menos en un lugar peor. De eso es que hay que escribir en estos días. Una ciencia ficción desmoralizada, futurísticamente agotada en angustias que no se van a reparar. La historia de un tipo que se levanta todos los días a la misma hora, y que se empeña en poder seguir durmiendo un rato más, pero nunca lo logra. Entonces, en la desesperación, decide comenzar una huelga de sueño. Y resulta que no se duerme nunca más, y que su vida cambia rotundamente. La sorpresa más grande es que el cambio hacia el insomnio crónico le pega bien, su vida mejora sustancialmente, la gente que lo frecuenta lo nota mucho más tranquilo, vive relajado, no confronta con nadie, logra la tan ansiada e imposible paz total en vida. Obvio que otras cosas empiezan a funcionar mal, ya sabemos que no dormir produce efectos terribles en la salud de los seres vivos. Pero cuando consulta con un médico, este le hace estudios y en verdad lo ve mejor en muchos aspectos, aunque le advierte que debería dormir de vez en cuando, porque sino el resultado será la muerte. Pero el resultado de su otra vida más alterada, en la que dormía religiosamente las mismas horas todos los días, lo estaba llevando al mismo camino también. En este punto el médico no está seguro cuál de los dos estilos de vida lo puede llegar a matar primero. Probablemente sea lo mismo. Es más, el doctor se sincera y concluye en que es la misma cosa, que morir se va a morir igual, y que nadie puede predecir esa cuestión, por lo que le termina aconsejando que haga lo que le genere mayor felicidad: “si es feliz sin dormir, no duerma. Si es feliz durmiendo, duerma”. Entonces el tipo no duerme más y es feliz hasta que la muerte lo separa por completo del mundo de la vigilia, y comienza el sueño eterno, lo cual es una paradoja propia de una historia que no creo que nos sirva para llegar a ninguna conclusión interesante. Pero no importa, es algo. Una historia cambia las cosas aún sin quererlo. Y lo que queríamos era ver qué pasa con este día y no mucho más. Eso, es un día muy lindo en la esquina de Francia y Garay, no me voy a meter con otras latitudes y longitudes que desconozco. Pero es verdad que no todo lo que brilla es el sol, y que muchas cosas brillantes que inventó el hombre son explosivas, y que eso se lleva una cantidad de vidas que no puede dejar de sorprenderme. Y perdón por eso, porque sé que veníamos bien, pero la frase de Lamborghini retumba en mi cabeza desde el momento en que decidí dar un paseo por los portales informativos del mundo. Uno siempre sesgado y justificador de muertes, como si hubiese algún tipo de diferencia entre cadáveres de seres humanos, ya sea por religión, país, opinión política, equipo de fútbol o color de piel. Entonces pasan los años, la Historia continúa, y nada nuevo en el capítulo siguiente de la Humanidad: seguimos encontrando excusas para justificar asesinatos, para llevar adelante matanzas, para promocionar guerras. En verdad, dan ganas de apagar el cerebro por unas cuántas décadas, o dejar de dormir por unos meses, para así dejar de entender lo que es preferible no entender, para no ver lo que uno ya ve como inevitable. Ojalá pudiera decirte que mañana va a estar todo mejor, que lo que está pasando ahora, toda esa violencia sin sentido, todas esas muertes del hombre por el hombre contra el hombre, va rumbo al final. Amaría tener / sentir esa ingenuidad. Tal vez, lo único que puedo hacer es recomendarte una película: la última del italiano Nanni Moretti, y desearte y desearme que las cosas, al menos, puedan ser cambiadas para mejor a través del arte, y que como en la última escena de esa película, cantemos y marchemos todxs juntxs bajo banderas de amor y paz, y que de verdad el Partido Comunista Italiano rompa con el estalinismo, para hermanarse con el pueblo húngaro reprimido, y que a partir de allí, como sentencia fantasiosamente Moretti: desde ese día de la década del cincuenta, se aplicaron las ideas de Marx y Engels, y todavía hoy en Italia se vive en plena felicidad. La redención de la ficción, un cuento de hadas en el siglo XXI, uno lleno de guerras en poco más de dos décadas, un siglo que parece más condenado a la frase de Lamborghini.


*Y va la música de la película nombrada y recomendada:

*************Humildemente, Juan******************lindo encontrarse con películas así**************

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...