“Las palabras
son testigos que a menudo hablan más alto que los documentos” (Eric Hobsbawn, La era de la Revolución)
Estoy
escribiendo una historia que tiene su punto de partida en un fin de año
cualquiera. En realidad, no tan cualquiera, porque la intención es que sea un
relato de (otra) época – acá hago la aclaración porque para mí nunca bastó con decir
que una historia es de “época” para referir a un pasado determinado, faltaría
aclarar que es una historia de una época que no es esta de hoy, sino que viene
del ayer, de un ayer arquetípico, que va a venir acompañado de modismos y vestimentas
y carruajes fáciles de imaginar a la hora de pensar en un pasado, que puede o
no ser mejor para hacer funcionar una historia -. Más precisamente, ese
instante en la Historia en la que se chocan los dos cráteres a los que refiere
el historiador Eric Hobsbawm cuando habla de la era de la revolución: 1) La
revolución francesa 2) La revolución industrial.
El
personaje principal sería un habitante del barrio Rivadavia, y ahí está el
problema primordial. Porque es un barrio todavía sin existencia plena en el
siglo diecinueve. ¿Cómo zanjar esa distancia espacio temporal sin que la
historia se transforme en ciencia ficción? Pensé, primero, en una suerte de
metaverso que mezcle todos los tiempos en uno, pero me parece una idea
aterradoramente estúpida. Después, ahí sí me metí con la idea más de ciencia
ficción, pero una que esté bastante presente y que sea proyectable en el futuro
inmediato a mañana: la Inteligencia Artificial. Pero esto no tendría mucho
sentido tampoco, y no es un territorio que me interese demasiado. Luego fui por
lo fantástico, a lo mejor el poder de una marca de cerveza medio radioactiva,
que se vendería en el chino de Jara al fondo por unos mangos menos que las
demás marcas híper-inflacionarias. Un trago largo de ese líquido gaseoso y
amargo bastaría para viajar en el tiempo. Y no cualquier tiempo, porque la
cerveza se llamaría Revolución, o cráter vs cráter, o simplemente Eric H,
cerveza para historiadores marxistas. Esta última idea es la que más me gustó,
al menos por ahora. Digo, confieso, voy a dejar de escribir cualquier otra cosa
por unas semanas, hasta que le pueda dar forma a esta historia que comienza en
un fin de año, y que remite a la época de las dos revoluciones más importantes
del siglo diecinueve. O una de fines del dieciocho y la otra del diecinueve, no
me acuerdo mucho, voy a tener que releer los libros de historia del tío Eric..
Lo que tengo como drama principal es eso de hacer pasear a este personaje sin
muchas luces del barrio Rivadavia, por un mundo tan diverso. En especial, es un
problema la cuestión del lenguaje. El protagonista no sabe casi nada de inglés,
y mucho menos francés. La historia, entonces, debería estar plagada de gestos,
y de sonidos fuertes, para que todos los personajes que interactúen tengan que
relacionarse sin hablar. Ahí me vino una buena idea que soluciona todos los
problemas: el centro de las acciones sería el día más agitado de la revolución
francesa, con una muchedumbre agitada rumbo a la toma de la Bastilla. Mucho
grito, mucho insulto y cañonazo, y este personaje del Rivadavia extrañamente
aclimatado, sin sobresaltos, porque habrá pensado que es otro día en el barrio,
otra jornada de protesta, otro gobierno que cagó al pueblo, otro pueblo que se
dio cuenta que se estaba cagando de hambre, y así. Entonces las esquinas no le
serían tan diferentes, porque siguen sin arreglar los baches, y las
revoluciones parece que no saben cómo desarrollarse y terminan amontonándose y
pareciéndose demasiado a los fracasos que ya fueron. Porque en el camino
siempre aparece un Napoleón o cualquier otro loco con delirio mesiánico, al
final de lo que se creía libertad. A lo mejor, el salto de la cerveza
radiactiva luego traslada a este personaje del barrio Rivadavia, rumbo a
cualquier fábrica inglesa donde la industria se apodera del mundo al ritmo del
sonido infernal de una máquina a vapor. Entonces este personaje, ya bastante
escaviado, ahora aparece encerrado veinte horas al día en una fábrica con otros
proletarios ingleses, trabajando a destajo y ensordecidos por el ruido
insoportable de esas máquinas que apenas entienden. Y entonces siguen con la
birra, y algunos pierden las extremidades por manipular las máquinas en estado
de ebriedad, y otros balbucean unos gritos a sus compañeros diciendo que hay un
judío barbudo que empezó a escribir sobre ellos, y que la explotación del
hombre por el hombre es lo que los llevó a semejante vida, que no es vida, sino
esclavitud industrializada. Y en este punto, nuestro protagonista no termina de
entender muy bien de qué se quejan, porque para él más o menos la vida resultó
así en el año 2023. Ya lo anticipé, la historia tiene varios puntos flojos y
todavía no termina de ser clara en el mensaje que quiere plasmar. O a lo mejor
no resulta necesario que deje nada. Tal vez la historia sea más el
descubrimiento de la propia identidad que puede experimentar este habitante del
barrio Rivadavia, en contextos tan diferentes al suyo. Y, sobre todo, a lo
mejor el viaje espacio temporal a través de la cerveza, sea una manera de
fortalecer su propio lenguaje y su propia historia, como un paseo lingüístico-cultural
que lo lleva de regreso al inicio, de cara a su propia cultura. Y, tal vez, en
ese último momento este personaje adquiera la máxima lucidez, y termine por
darse cabal cuenta de que lo mejor que puede hacer es negarse a perder todo lo
que fue desde un principio, que sus viajes pueden ser interesantes, pero que su
cultura es lo que debe defender por siempre jamás. Y que, sobre todo, tiene que
tener cuidado con la cerveza que tome, y con el predicador que tenga al lado,
uno nunca sabe qué tipo de libertad y revolución le están vendiendo, puede que
sean dos palabritas que se hayan devaluado mucho más que el peso argentino. Sí,
argentino hasta los tobillos.
*****Y claro, de fondo suena:
***********************************************************************************************humildemente, Juan********una canción de época de fiestas*************¿Qué fiestas?************no hace falta contestar***************hasta el año que se viene encima...
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