“Sin
embargo, casi todas las demás emociones parecen abandonarlos cuando mueren. Ni
siquiera el amor conserva toda su fuerza. No me gusta tener que decirte esto,
pero el odio persiste con mayor intensidad y durante más tiempo. Creo que
cuando la gente ve fantasmas (en lugar de muertos) es debido al odio. La gente
piensa que los fantasmas dan miedo porque lo dan” (Después, Stephen King)
Siempre hay
una palabra que nos persigue constantemente, como si fuera un aburrido
fantasma, el de Canterville, el que dejó de asustar por haber perdido la
intensidad con el paso del tiempo. Porque nada escapa a la ley del tiempo, nada
escapa al olvido, ni siquiera las palabras. Entonces, según la fórmula
propuesta en la novela del King, es mejor que te prepares para odiar, porque es
la única manera de mantenerte un poco más en este mundo, el único que
conocemos, en el único que transcurrimos, en el que podemos leer y escribir.
Parece raro, pero no lo es tanto, si me siguen en el razonamiento. El escritor
que muere en la novela deja de escribir, aunque termina su novela pos mortem, a
través del dictado. Claro, lo hace de manera oral, al único médium que
consigue, que es el adolescente hijo de su editora, el protagonista.
Conveniente, sí. Necesario para que podamos ver que un escritor podría seguir
con su tortura más allá de la muerte, pero recitando. Adiós al acto de
escritura, adiós a la lectura, y después sí el final-final. Para durar más, por
supuesto, hay que dejar este mundo material con una fuerte pasión, un gran
amor, un grandísimo odio. Es así que en la genial película del japonés Makoto
Shinkai, El tiempo contigo, lo que tenemos es un primer amor,
el que se dice más fuerte y puro, que logra trascender las barreras del tiempo,
la distancia y las dimensiones. En la novela del King, es el odio lo que hace
perdurar a ese ser maligno que quedó del otro lado. Entonces, ¿qué pasión
conviene llevarse al otro mundo, a los otros mundos? Si tuviera que escribir
una historia, esta noche, tendría que salir a la avenida Jara a comprar un par
de cosas al chino, entre cerveza, fasos y una pre pizza –soy bien noventoso en
mis vicios-. Sería una historia llena de lugares comunes, pero con un giro casi
inesperado. En ese camino rutinario, aparecería un desvío provocado por otro
personaje, con dones especiales. Alguien fuera del mundo rutinario-real, pero
muy dentro del mundo imaginario-real, capaz de aparecer por un momento para
acompañarme al supermercado, comprar conmigo y comer la pizza con la birra,
fumando un par de horas, y tener una de esas noches especiales. Al otro día,
volvería al instante de la ausencia, como si esa hubiese sido la única noche
con permiso para pasear por el barrio Rivadavia por última vez. Ahora, lo que
no me doy cuenta es si esa persona me odió o me amó, o simplemente formó parte
del engranaje de la historia, como parte necesaria para una narración
fantástica. Tal vez ni siquiera importe mucho, porque lo que sí había era una
pasión fuerte, incapaz de desmaterializarse por algunas horas, lo que yo sentí.
¿Cómo darse cuenta de algo tan trascendental? ¿Una aparición, un milagro,
epifanía, delirio? Como ya empiezo a estar afectado por el tiempo, no logro
definirme, decido callar y seguir adelante, naturalizando la experiencia
¿fantástica? ¿realismo mágico? ¿terror? El tiempo y el polvo todo lo igualan,
así que no puedo afirmar ninguna de las cuestiones, solo salir a caminar otra
vez, cuando la lluvia deje de joder tanto, cuando las cosas se pongan más
normales otra vez. Esto sería: salir de casa, ir al chino, no conocer a nadie,
pagar un poco más caro que ayer la birra, la pre pizza y los fasos, ver una
peli muy mediocre, acostarme y que sea mañana. Soñar, eso sí, entre medio de
todo, en la suave noche, que voy
volando por encima de un cielo poblado de nubes oscuras, donde el agua se puede
respirar, mientras los peces voladores me llevan donde esa otra persona me
espera para agarrarme de las manos y que volemos junt@s por una dimensión que
es la de siempre, y que también es otra dimensión, otras dimensiones. ¿Qué
pasión es la que me sacudía así? ¿Cómo se llamaba este sentimiento? Más allá lo
que queda es eso y poco más. Después,
esta suave noche en Jara y Castelli,
lo que queda es un billete de doscientos pesos, un mensaje de texto que no
llegó, y la certeza de que el momento en el que empiece a llover otra vez, no
va a parar nunca más, la señal de que ahí tendremos la oportunidad única de
jugarnos enteros por última vez, una última chance, un último vuelo por encima
del mundo, el último encuentro. Espero que nos podamos decir todo eso que
teníamos para decirnos, que nos tomemos las manos para volar en el agua y
desvanecernos sin rencores, hasta que nos convoquen para una última plegaria. Después era esa palabra que no paraba de
repetirse. Después.
***Entre todas estas historias, algunas menos reales que las otras, no para de sonarme esta tremenda música que viene bien para el texto de hoy:
**************************************************************************************************Bring it to me...********Humildemente, Juan********Suave, suave noche*************
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