Las cosas
se dieron de esa manera, y no hay conclusión al respecto. Con lo hecho hasta
acá, se podría empezar una historia, tal vez, o un chiste relativamente corto,
o una tragedia. Sin pausa, sin puntos y aparte, sin que se nos escape el
momento en el que nos pensábamos…¿eternos?: Confieso que nunca me pasó algo
así, pero que suelo distraerme lo suficiente como para olvidarme de todas esas
cosas que son una mierda a mi alrededor. Por ejemplo, ayer puede que me haya
quedado sin trabajo, justo a fin de mes, justo en medio de otra de esas
clásicas crisis de barrio Rivadavia. Pero me puse a tocar en la guitarra una música
de los Pixies que me gusta mucho, y de paso entre acordes experimenté algo
similar a la felicidad. El efecto narcótico fue monumental, me olvidé hasta de
que me dolía la panza. Después fue imaginarme por un rato cómo hacía Borges
para escribir sin poder ver, mejor dicho, cómo hacía para soportar esos
escritos, más o menos como decía Piglia en sus clases sobre el maestro. La
escritura no es igual, cambió, mutó, perdió algo. Y también pienso en ese mismo
Piglia, apilando palabras mediante computadora inteligente, armando los diarios
de Renzi pero con una enfermedad que ya no le permitía ser el Piglia de
siempre. Otro escritor, otra manera de enfrentar el texto propio. Como si se
tratara de doppelgangers que se ven como esos escritores que alguna vez fueron,
pero que luego mutaron por desmejoramientos de salud drásticos. Otros yos,
otros ellos. Movimiento. Leer no es siempre igual. Mutable. La lectura es
mutante, es estar preparados para ese sacrificio de sentido, que nunca se va a
volver a repetir. De escribir, ni hablar. De momento, yo no tengo excusa.
Calculo que mis cambios tienen que ver con mis mudanzas de barrio en barrio, y que
por eso elijo el Rivadavia como el resumen de un todo que no es tal. Desplazamientos
arbitrarios. Y acaso eso sea la lectura. No es igual que te lean algo escrito
en voz alta, no se trabaja con el texto de la misma manera. Tampoco es lo mismo
manejar correcciones con un programa de computadora a través de alguna parte
del cuerpo que todavía funcione. Pero a veces es lo que hay, y lo que hay es la
fuerza primitiva por escribir hasta la muerte, con lo que sea que resulte, con
lo que quede. Se puede sacrificar cualquier sueño, cualquier historia,
cualquier cosa, pero la pulsión por escribir es más fuerte, es intransferible,
es como sacar esos acordes de una guitarra y regalarlos al aire. Después viene
la lectura, goce simple y adictivo también. ¿Y la corrección? A lo mejor un
mero padecimiento que viene endosado al paquete. Eso que dicen que es lo que
diferencia a los buenos de los males escritores. La obsesión por corregir y esa
súplica al cielo porque se publique cuanto antes, se sublime de una vez así
podemos salir a tomar algo fuerte por la noche, para olvidar viejos padecimientos,
para empezar a transpirar la nostalgia
por todo lo que faltó escribir, por todo lo que se podría haber hecho mejor.
Una ronda más de ron con Coca, y darse cuenta de que no hay un centavo en el
bolsillo, en la billetera virtual, en ninguna esquina, porque quién carajos
puede pagar este humilde y arcaico ofrecimiento: un texto. Quemarse los ojos
por él, enfermar y morir degradado por él, vivir sumido en la pobreza por él. Un
texto. Un montón de palabras apiladas en una suerte de línea infinita, que
esperamos que algún día se termine y nos deje dormir dos horas seguidas. Esas
tazas extra de café negro y amargo, alguna gilada para sentir que todavía se
puede un capítulo más, unos versos más. Un cuerpo destrozado, descuidado, mal
cagado. Unas relaciones que son la degradación de la humanidad en el fondo del
patio, que está completamente arruinado por la falta de mantenimiento.
Despertar como nuevo, salir con un texto para nadie en una dirección totalmente
incierta, y pensar que esas hojas que se tienen ahí son lo más impresionante de
la literatura actual. Pero no. Después viene la lectura de esos otros ojos, la
falta de sorpresa, la re lectura despiadada. Otra noche desgarrada con el
autoestima durmiendo en un rincón, con la fuerza de un globo de cumpleaños
desinflado, días después de que se soplara la torta. Estado fúnebre, lúgubre.
Otro texto archivado, otra “gran obra” condenada al olvido, el peor de los
infiernos. Romperse el cuerpo para nada, pero seguir funcionando, porque en
cada cuadra hay una historia, en cada vereda unas personas hablando de algo,
fantaseando…y alguien tiene que escribir eso, alguien lo tiene que poner en
palabras, aunque sean pura ficción, porque así directa, la realidad no tiene el
mismo impacto. Falta algo, el movimiento, el sacrificio, “un derrumbarse como
de grandes árboles” Todos aquellos y aquellas que no pueden abandonar el camino
sin destino, el texto sin rumbo claro. Como un instinto, quitar la mano del
fuego, mover con la lectura, sacar la foto con la escritura, después mezclar
los dos mecanismos hasta que más o menos parezcan lo mismo, y ya no poder
dormir otras noches seguidas más. Como una secta de noctámbulos que no pueden
dejar de picarse las venas de los brazos…un chute, amigo, y no pido más…pero
seguir pidiendo todos los días, a cualquier hora y por cualquier canal. Sí, hay
libros que tengo que sé que no voy a poder leer, y eso me angustia mucho.
Obvio, existen un sinfín de historias que soy incapaz de escribir, que moriría
por poder contar. Palabras que no me salen cuando las pienso, pensamientos que
quedan atorados en el embudo de mi pobre imaginación. Eso también me deprime.
Entonces escapo para delante, escribiendo y leyendo, como un soldado perdido en
medio de una batalla que no entendió cómo fue que empezó. Pero está ahí, en el
medio del tumulto, entre el polvo y la sangre y el semen y todas esas vidas que
se le van cayendo al lado.
****************el tema sugerido en el texto:
************************humildemente, el yo que dice Yo***************************************está todo bien************************los lunes se me pasa*********************
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