- Cap. 17
El
último encuentro…(final lado D, parte uno)
Pero llegar es inevitable. Es aparecer en ese
momento en el que se debía. Es tomarse un bondi ridículamente caro, que tiene
una frecuencia ridículamente baja, con una comodidad ridículamente lamentable.
Y que esa recorrida sea el destino de una vida por más de un lustro. Hasta que
un buen día alguno de esos personajes se revela y se pregunta hasta cuándo.
Pero es así, la vida en un barrio es así no no no, nada de temas musicales tipo
rock barrial, ya se extinguió esa moda. Volviendo a la llegada, de un personaje
a la escena convenida. Todo muy teatral, todo muy minimalista, muy de acá
nomás. Una rambla pálida, en sepia, en blanco y negro, en constante recuerdo de
lo que debió ser. Una estructura toda mustia, adjetivos que se apilan para
formar un campo semántico de mierda, como todos los campos semánticos. Y el
desvío del bondi en alguna encrucijada cercana al centro, el único lugar donde
se suelen arreglar calles que ya habían sido arregladas poco tiempo antes, como
para que la ciudadanía advierta que el Intendente se ocupa de las cosas
importantes. Las calles, los caminos para ingresar y sacar mercadería, carteles
por doquier de “prohibido estacionar” y gente, que también se piensa como
mercadería. Todos materialistas y capitalistas y lo que sea, pero el bondi hace
siglos que viene igual, cargado hasta el reviente en hora pico, cada día más
caro, y siempre un cachito más incómodo. Hasta allí llegó uno de los personajes
que quería despedirse del otro, despedirse desde el más acá, deseándole buena
suerte con su futura y permanente estadía en el más allá, porque no aguantaba
más. No podía estar entre dos mundos viendo esos ojos que le mostraban el
abismo del medio camino. Esa indecisión estaba acabando con su vida también. No
podía más, no encontraba fuerzas ni motivos. Esto último le dolía, le hacía
pensar que era un monstruo, un lobo marino nadando en la laguna. ¿Había perdido
la empatía? Qué palabra le salió, que no le decía nada, porque en verdad lo que
quería expresar era lo siguiente: ¿Había dejado de ser persona, se había
convertido en un monstruo insensible? Resulta que los monstruos y los
escritores zombies suelen parecerse a personas. Son personas. Entonces no
resultaba nada raro, si se estaba dispuesto a cambiar el punto de vista.
Obligarse a ponerse una máscara, actuar de una determinada manera, era más
monstruoso que una sinceridad pacífica. Cada personaje en su abismo, cada
abismo en su personaje. Y con eso tenía que convivir, ya lo sabía. En minutos
se bajaría del colectivo y pasaría por la entrada gigante del Hospital que te tocó en desgracia, como
todas las semanas de los últimos años. Saludaría a la gente de cuidados
intensivos, al de seguridad, a las enfermeras. Pasaría a la habitación que ya
sabía, y pondría su mirada por última vez en los ojos de aquel personaje que
solamente podía ver el abismo. Se abismaría también, una última tarde. Tal vez
lloraría por todo lo pasado. Mejor dicho / escrito, lloraría por todo lo no
pasado. Por todo lo no dicho / escrito en esa relación. Lloraría por su
debilidad, por no soportar más estar así, frente a él. Después se retiraría por
el mismo camino que había transitado al llegar. La ciudad ya sería noche, haría
más frío. Volvería a llorar en la parada del bondi, esperando a que se dignase
a pasar. Luego viajaría sentado, porque más tarde se viaja casi vacío. Sería un
personaje sentado contra el vidrio del colectivo, experimentando el máximo
grado de culpa. Desde ese momento, el grado culposo iría bajando. Todos los
días, unos grados menos. Hasta que de una buena vez ya no sentiría nada. La
nueva angustia sería la huella de aquello. Una culpa que ya no se siente más.
La nostalgia de saber que se amó a alguien, pero que ya no está. No está su
presencia, no está su sentimiento, apenas los recuerdos. Pero sobre los
recuerdos ya no hay culpa. O eso esperaba.
*Aclaración: este
capítulo –casi- final, surge de todos los recuerdos que el escritor zombie pudo
atomizar de sus días interminables andando en los bondis del barrio, la ciudad
y la zona. Un mapa trazado aleatoriamente, con una lógica centrística y un
montón de arterias que se van desgranando hasta la periferia que es la
continuación de la nada. Y miles de tarde ahí, en esos parajes donde solo una
línea de colectivo pasa cada una hora, hasta las doce de la noche. ¿Y después?
La nada total, vivir en Marte, que ni siquiera un taxi quiera entrar al barrio
a “esas horas imposibles”, porque ya se sabe lo que puede pasar. Nada bueno.
Pero cómo explicar que allí le pasaron las mejores cosas de la vida, a ese
mismo escritor zombie, a este mismo escritor zombie. Cómo transmitir esos
hermosos sentimientos desde lo que es etiquetado como el fin de la
civilización. Cómo explicar lo lindo de esas esquina perdida de todo, amante de
todo, delirante de todo, desajustada del todo, salvaje del todo.
- Cap.18
Final para el personaje abismado…(final lado D, parte dos) escribir es ir contándote el fin del mundo, un hecho que inventamos entre todos, pero que cada uno se relata como quiere. Alguna vez (creo que) fui una persona más o menos consciente, que se preocupaba por otras personas que también eran más o menos conscientes. ¿O seríamos todos personajes? No recuerdo, ya pasó tanto tiempo. Un día me desperté entre toda esa oscuridad divina, donde no se sentía ninguna pena, ningún dolor, pero no se podía ver nada, recordar –casi- nada. Lo que había eran imágenes como de película ajena, escenas mezcladas en las que parecía reconocerme, y en las que se veía a otra persona, alguien que se fue para el más allá y me dejó una huella. Su huella, como último acto de reconocimiento, un grito final para que alguien lo recuerde al pasar. Pero me lo dejó a mí, en este abismo. Nada se puede recordar acá, nada puede escaparse hacia el más acá, porque ya no contamos con esas alas. Su intención va a quedar encerrada para siempre, como yo. Desde acá solamente podemos reposar un poco todos los días, si es que siguen pasando los días. A lo mejor lo que pienso que son días, son en verdad décadas, todo un tiempo enorme que no tiene sentido. O solamente tiene eso, un contenedor enorme de cosas que no van a ser, pero que tampoco van a desaparecer del todo. Y esa es mi esencia. Eso soy yo, si es que queda algo que podría considerarse un yo. Tampoco está en mis manos escapar de acá. Más allá o más acá, ninguno de esos territorios me está permitido. Soy un vedado eterno, destinado a flotar en el abismo sin sufrir. Es lo mejor que me podría haber pasado. Me encantaría que aquellos que me esperan de los dos lados, si es que existen todavía, si es que existieron alguna vez, hallen este mismo espacio que encontré, así pueden dejar de experimentar la angustia eterna de saberse mortales, de no tener el control de nada. Así fue que pude dar con este abismo, que es un consuelo…eso, es como escribir, escribir todo el tiempo redactando el final del mundo, de todos los mundos, desde un lugar donde el fin no es un problema. Porque no existe, como tampoco hay rastro del inicio. Se diría que soy como el polvo de las estrellas, pero con conciencia. Un elegido. No sé por qué me pasó a mí, y en verdad al principio fue muy confuso. Pero llegué. Era el objetivo que no tenía idea que estaba allí. Agradezco la suerte que tengo. Creo estar en condiciones de unirme al escritor inmortal, dejar de lado mi actuación como personaje de ficción librado al azar de la aventura, del dolor. Más cerca del escritor zombie, ese enfermo del tiempo que todos los días se sumerge un rato en el abismo. Este abismo del que soy parte. Juntos podemos manosear esa materia prima y seguir contando nuestro fin del mundo, del universo, del ser. Es el rato en que no somos, simplemente contamos con signos lo que es flotar en un abismo. Y seguimos así por años. Y seguiremos así por el resto de la eternidad. Fuera de lugar. En el único no lugar que nos aceptó. Sin tiempo. Sin sentimientos. Solo palabras, desde una cueva que no tiene idea sobre imagen y moral. Que no siente culpa. Simplemente sucede y flota, sigue, planea en un abismo que no deja de escribir, como ese zombie que persigue la carne fresca de aquellos que sufren y padecen el aborrecible paraíso, ya sea en el más allá o en el más acá. Un gris que es la oscuridad del final que se continúa. Seguir desde ese punto en que un día terminamos. Sin remordimientos, sin tristeza. Este es el fin, no no no, (otro temazo que no debe ser nombrado)...Llegó el final. Y todo continuó desde ahí...
******Con humildad y mucho trabajo mal pago, Juan Scardanelli**************en el final**********pero todavía queda una última cosa sobre esta historia, para la próxima semana................
*Foto: el mensaje ortiva de cada día en tu ciudad.
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