Un cementerio de otro planeta

Hasta parece imposible llorar un día como hoy, porque por ahí las lágrimas se mezclen con el agua de lluvia, y todo siga más o menos con la misma indiferencia de ayer.

Historias.

Un hombre que vivía en avenida Luro al fondo, y que un día vio cómo una moto a gran velocidad, impactaba sobre el cuerpo de su hija adolescente. Y tuvo que salir de esa casa a juntar los pedazos de ese cuerpo destrozado, porque el golpe de la moto produjo que la joven se desestabilizara y saliera en dirección al colectivo que circulaba por la mano contraria de la misma avenida. Una casa y una avenida que hoy son la actualización del horror para ese padre que no aguantó más quedarse allí, y que decidió vivir en un Ford Taunus Cupé, que le sirve de casa y tumba en vida. Mientras sus lágrimas caen al suelo, sueña con la reparación por parte del poder judicial, una interpretación muy viciada de la justicia, viciada con los peores vicios: los del poder y el dinero. El de la moto se dio a la fuga, es un pibe bien.  ¿Vieja historia que se actualiza?

Historias.

Salir a caminar por la noche, a la vuelta del cine. Haber visto al fin una película nacional que sí rompe con los moldes prefabricados del gran negocio de la industria. Una película que no le tiene miedo a decir eso, miren bien, esto es una película. Arte. No una mera representación de la realidad como más o menos se imagina un público que es imaginado por los dueños de las plataformas en serie. A veces es necesario forzar las cosas y tirarse a la pileta a ver si algo cambia alguna vez. El resultado puede ser un verdadero desastre, o la mejor película del año. Quién sabe. Por las dudas, siempre, lo mejor es arriesgar. Finaliza la última escena con un nuevo nacimiento y un tema de Nino Bravo de fondo.  El público se retira del cine callado y sin aplaudir. Las grandes obras son olímpicamente ignoradas, o algo así decía Nicanor Parra, ¿no?

Historias.

Una mañana de fin de mes con una lluvia torrencial, y escuchar los comentarios de lo que fue una balacera la noche anterior en el centro marplatense. Justo por donde había pasado a la vuelta del cine, unos minutos más tarde, un par de jóvenes resultaron baleados por alguien más, que vaya a saber. En pleno centro, mientras el intendente descansaba en el final de una semana en la que no trabajó, porque pidió licencia. Y los comentarios que crecen con intensidad, “y que dónde están los patrulleros”, “y que el centro a la noche es tierra de nadie”, “y que con la pobreza aumentando la gente en situación de calle es cada vez más”, “y que qué va a ser de esta ciudad condenada al acto fallido constante, ciudad condenada a copiar malas ideas de otras ciudades, ciudad cuyo adn fue rifado en alguna Navidad, ciudad que solo sabe dibujar lobos marinos, pulóveres, alfajores y caricaturas de Dibu Martínez”.

Historias.

Me voy poniendo viejo y será por eso que me ofrecieron una aplicación que te permite ver la televisión por cable gratis, más las series y películas de todas las plataformas que los especialistas del espectáculo dicen que debería tener, al menos para que a ellos les paguen algo a fin de mes. (*Aclaración: hubo un tiempo en que se pagaban los sueldos a principio de mes, luego la fecha de pago se fue atrasando hasta llegar a los últimos días de mes. En la actualidad, ya casi no existe eso de pagar por mes. Se paga cuando se puede, a veces eso tarda más de un mes, más de dos meses, y más tiempo también, hasta que el trabajador se rinde y se busca otra changa porque sabe que no va a cobrar jamás). Pero resulta que no tengo un par de cosas que son fundamentales para adquirir el servicio:

1) Plata. Estamos a 30 de septiembre y todavía no cobré julio. No me quejo, somos muchos los que estamos así. Hay situaciones peores, los que no cobran hace tres meses.

2) Mi televisor no es inteligente. Quedó obsoleto para cualquier tipo de tecnología más allá del lector de DVD. Increíble pero cierto. No todo el mundo tiene un televisor “inteligente” en el living de su monoambiente. Ojo, entiendo perfectamente el cambio tecnológico y prometo tirar a la mierda el viejo televisor. Si alguien tiene ganas de coparse y mandarme uno nuevo, joya.

3) No hay nada en particular que quiera ver en la tele. Nunca vi a Susana Giménez, no me interesa el fútbol codificado, la fórmula 1 me parece una cosa insoportable, lo mismo me pasa con el tenis y la NBA. Los canales con panelistas me deprimen, no soporto los canales de cocineros, Disney está en todas partes y es como tener a la CIA en tu casa, los noticieros son la peor invención de la humanidad, los realitis son como obras de teatro filmadas (muy mal filmadas), los canales de música no pasan música, los canales de otros países son iguales pero en un idioma que no entiendo, los canales de películas no tienen sentido porque pasan películas que ya vi, los canales de arte los maneja gente que no tiene interés por el arte, entonces los programas son horribles de ver.

4) Hay tantas plataformas de series y películas que la elección se vuelve tortuosa. Afortunadamente  (o por desgracia) con ver una sola de esas series o una sola de esas películas, ya es más que suficiente. Un actor vale por el resto, una actriz vale por el resto, un argumento vale por el resto, etc. Es como si todos compartieran la fórmula de la Coca Cola, y a todos les diera paja producir algo diferente, porque ¿para qué? Funciona mejor una remake o la continuación de una zaga que alguna vez fue original.

Historias.

Todavía la humanidad no evolucionó. Las barras de los clubes de fútbol se siguen matando a tiros por un “trapo”, con la “cultura del aguante” al mango. Y hay que tener cuidado porque a lo mejor caés justo en el horario menos propicio, en el lugar equivocado.

Hoy desarrollo social atiende en varios quioscos de los barrios de la ciudad. En épocas de crisis, bueno…ya se sabe. ¿Y qué otra cosa esperabas? Llevar y traer cosas en cualquier vehículo, toda la noche, y esperar a que mañana salga el sol, sea un lindo amanecer y sigamos vivos una temporada más, en este cementerio que parece de otro planeta…  

*****************************humildemente, Juan Scardanelli**********otra vez, en vivo desde el barrio Rivadavia**********************

Una novelita marplatense, aclaración y epílogo (sí, se terminó)

*Última aclaración:

Había pensado en una historia de amor. Clásica. Una que tuviera dos personajes jóvenes, conociéndose en un inocente asalto. Eso dispararía un montón de recuerdos de juventud del propio escritor zombie, siempre hambriento de cosas frescas. Nada más apetecible que la memoria que nos puede llegar a sacar una sonrisa. Y la novelita luego seguiría con una serie de encuentros en puntos neurálgicos de esta puta ciudad…no no no, hasta en el último capítulo sigo sosteniendo que una lista de temas musicales sería una catástrofe. Pero se aparecen, como huellas deformadas de un escritor zombie con cierto pasado, muy musical, que lo persigue a cada paso. ¿Y qué hacer con eso si nunca se tuvo talento para tocar instrumentos o cantar? ¿Escribir una novela llena de música que pueda acompañar un argumento simple, del tipo “dos adolescentes se conocen un buen día…”? Pero después de aquel reencuentro en la laguna de los Mapadres, bueno, las cosas se volvieron muy confusas. Luego de un descuido terminamos todos cayendo en el escenario por excelencia que jamás hubiésemos elegido: el Hospital que te tocó en desgracia. Primero fue un aborto, porque hubo una época en que fue legal en la ciudad. Segundo, la caída en el abismo de uno de los personajes, el que parecía más enamorado. Y el otro se confundió entre algún visitante más de paciente en estado comatoso, y como que se descubrió en un sufrimiento eterno. No tan grande como la pérdida de un ser querido-cercano, pero sí un padecimiento leve y constante. Luego el escritor zombie perdió-perdí- el rumbo y los capítulos se fueron volviendo soliloquios extrañados. Finalmente, el final es en donde par…no no no, espero sea la última referencia musical que no será aclarada jamás, ni puesta en lista de espótifai. Una vez que se pierde el rumbo en la escritura, pasan dos cosas:

1) No se tiene mucho más para decir.

2) Los personajes empiezan a quedar atrapados en sus roles.

Como sea, de eso no se sale nunca bien. Y este es el desenlace que lo prueba. Hay que admitir que los personajes llegaron a un final sin retorno, cada uno en un plano distinto, a una distancia imposible de zanjar, como en esas zagas fantásticas de tierras medio parecidas a las actuales, con personajes de rasgos excepcionales pero costumbres bien conservadoras, y que podrían ser ubicados en cualquier comarca capitalista de hoy. Entonces esos personajes siempre –o casi- están en movimiento en un mapa medio inventado – que se suele parecer a alguno de los continentes de nuestro mundo -, para poder mostrar cada uno de esos lugares como si se tratara de una agencia de turismo literario. Además, se procede a describir un desfile carnavalesco de tribus con características fantasiosas pero que terminan en los mismos – o casi- estereotipos de otras historias parecidas: siempre hay enanos, elfos, bárbaros, gigantes, guerreros, bestias, oráculos, brujos, reyes y reinas. ¡Y mercaderes, comerciantes, usureros! Por supuesto. El capitalismo en ciernes. Y hay un héroe, o un par, destinado(s) a viajar y conectar las partes. Un héroe capaz de vencer hasta la muerte para encontrarse, siempre, con quienes se tiene que encontrar. Pero estos personajes de la novelita marplatense no. Imposible que se vuelvan a juntar. Nadie puede salir de un abismo con la memoria intacta. Nadie puede habitar el inefable más acá del barrio Rivadav….no no no, nada de referencias barriales. Decía / escribía, nadie puede habitar el más acá y quedar inmune. Se duele mucho, en el más acá. Es necesario escapar de las cosas que hacen daño, en el más acá. Y en El más allá del allá y el acá solo habita el escritor zombie / o el Yo que dice escribir. Un lugar distante, imposible de habitar por ningún personaje. El lugar donde esas bestias se alimentan – nos alimentamos – de recuerdos, de los propios y – sobre todo – de los ajenos. El más allá del allá y el acá como ese lugar vacío de carne fresca, donde es necesario inventarla para poder seguir arrastrando las piernas, en busca de la próxima víctima. Había pensado una historia de amor clásica, con mi ciudad de fondo. Las cosas no siempre suelen suceder como las pienso. Nunca suceden como las pienso. Creo que eso es lo mejor que me puede pasar. Las cosas pasan y ya está. Hora de terminar de devorar estos restos y continuar con la próxima carnicería. Hasta entonces, desde entonces.

*Más tarde, ese mismo día, en el epílogo... siempre queda algo por agregar. Una última sentencia, una pista tal vez. Eso, ahora estamos en un policial marplatense, específicamente en la zona del cementerio público, el lugar donde uno puede irse a morir por un tiempo, hasta que llega el ultimátum y hay que sacar lo que queda del cuerpo descompuesto por los gusanos, y entonces otra vez a peregrinar por quién sabe dónde. Ese es el instante epílogo. Ya enterrados, debemos desenterrarnos y las cosas otra vez vuelven a donde habían quedado. ¿Se acordarán, todavía, de esos primeros encuentros, de cuando eran bien jóvenes y pensaban que los vínculos eran eternos? Otro súper poder que nos es otorgado al pedo. Sabemos que todo es mortal, incluso cada uno de nosotros, pero no lo sentimos así. Al menos, en ese tierno primer tiempo. Todo a pesar de que la muerte se nos presenta por doquier, se propagandea mejor que cualquier producto. Sin embargo, esos adolescentes se marchan juntos esa noche del primer asalto, y se sienten inmortales. Y está bien, y creo que es algo por lo que todo personaje debería pasar. Amo a mis personajes, y por eso pienso también que me estoy dejando llevar por ese sentimiento, y no los quiero dejar así separados, uno medio muerto y el otro muerto en vida. Pero sé muy bien que la cosa debe terminar, aún en la literatura, en una novelita marplatense, en una de esas esquinas desalmadas del barrio Jorge New…no no no, sigo hasta el final con la negativa a nombrar barrios. ¿Para qué? Mejor pensar que en ese extraño día en que tenemos que dejar el entierro en el cementerio municipal, vuelven nuestros recuerdos y hay tiempo para una remake. O una segunda vuelta, una segunda parte, donde ya los personajes aprendieron las cosas que debían aprender, y pueden vivir una nueva relación mucho más…¿sana? Ni en pedo, eso no funciona así. No lo puedo imaginar para escribirlo. No me pasó. No le pasó a nadie. No puedo imaginármelo ni siquiera en un reino de fantasía. La fantasía sería levantarse de la tumba y buscar una revancha, un último beso. ¿Para qué querría un recién desenterrado un último beso? Se trata de finales de novelitas, y nada más. Entonces el personaje abismado vuelve en sí ese día, justo cuando al otro personaje lo desentierran de su largo primer tiempo bajo fondo, y se encuentran en un lugar a mitad de camino de todo. Se miran a los ojos, y esta vez hay un resplandor extraño, un choque de recuerdos, la nostalgia, y el sabor de los chizitos y la gaseosa, y ese tema meloso de Sergio algo que no pienso nombrar. Y todo tiene sentido…bueno, tiene un sentido, que es el que le da este escritor zombie, que no muere nunca, que se siente con la libertad de enterrar y desenterrar gente para darle un capítulo más, porque teme que si deja de escribir él quedará enterrado. Entonces esta novelita es una excusa, es el aporte al nuevo género literario que tengo ganas de re-crear, el de las novelas-muerte, esas que se escriben en cualquier momento de la vida en el más acá, pero que serán leídas y debidamente entendidas una vez que su autor sea un zombie liquidado, bien muerto para siempre jamás. Mucho después del desentierro final. Una vuelta a caer en el último no lugar al que nos manda la muerte. Pero eso ya no sé cómo se llama. Es lo mismo que te desentierren o que lancen tus cenizas al aire. El momento en el que ya no queda un espacio asignado para tu cuerpo. Ese instante en el que no solamente ya ni se es. Sino que ya no se está, no se ocupa ningún lugar. Como esta novelita que deja su último reducto de lugar por acá…por ahí…

*************************Humildemente finalizado, Juan*************última cosa: la foto es en verdad mi edición sobre un dibujo de Inio Asano, de su manga insuperable "Oyasumi Pum Pum", que lo encontré hace poco tiempo y me voló la cabeza********tanto como el Bocha cerrando esta historia*********

Una novelita marplabatanense, capítulos 17 y 18 (final lado D)

- Cap. 17 

El último encuentro…(final lado D, parte uno)

Pero llegar es inevitable. Es aparecer en ese momento en el que se debía. Es tomarse un bondi ridículamente caro, que tiene una frecuencia ridículamente baja, con una comodidad ridículamente lamentable. Y que esa recorrida sea el destino de una vida por más de un lustro. Hasta que un buen día alguno de esos personajes se revela y se pregunta hasta cuándo. Pero es así, la vida en un barrio es así no no no, nada de temas musicales tipo rock barrial, ya se extinguió esa moda. Volviendo a la llegada, de un personaje a la escena convenida. Todo muy teatral, todo muy minimalista, muy de acá nomás. Una rambla pálida, en sepia, en blanco y negro, en constante recuerdo de lo que debió ser. Una estructura toda mustia, adjetivos que se apilan para formar un campo semántico de mierda, como todos los campos semánticos. Y el desvío del bondi en alguna encrucijada cercana al centro, el único lugar donde se suelen arreglar calles que ya habían sido arregladas poco tiempo antes, como para que la ciudadanía advierta que el Intendente se ocupa de las cosas importantes. Las calles, los caminos para ingresar y sacar mercadería, carteles por doquier de “prohibido estacionar” y gente, que también se piensa como mercadería. Todos materialistas y capitalistas y lo que sea, pero el bondi hace siglos que viene igual, cargado hasta el reviente en hora pico, cada día más caro, y siempre un cachito más incómodo. Hasta allí llegó uno de los personajes que quería despedirse del otro, despedirse desde el más acá, deseándole buena suerte con su futura y permanente estadía en el más allá, porque no aguantaba más. No podía estar entre dos mundos viendo esos ojos que le mostraban el abismo del medio camino. Esa indecisión estaba acabando con su vida también. No podía más, no encontraba fuerzas ni motivos. Esto último le dolía, le hacía pensar que era un monstruo, un lobo marino nadando en la laguna. ¿Había perdido la empatía? Qué palabra le salió, que no le decía nada, porque en verdad lo que quería expresar era lo siguiente: ¿Había dejado de ser persona, se había convertido en un monstruo insensible? Resulta que los monstruos y los escritores zombies suelen parecerse a personas. Son personas. Entonces no resultaba nada raro, si se estaba dispuesto a cambiar el punto de vista. Obligarse a ponerse una máscara, actuar de una determinada manera, era más monstruoso que una sinceridad pacífica. Cada personaje en su abismo, cada abismo en su personaje. Y con eso tenía que convivir, ya lo sabía. En minutos se bajaría del colectivo y pasaría por la entrada gigante del Hospital que te tocó en desgracia, como todas las semanas de los últimos años. Saludaría a la gente de cuidados intensivos, al de seguridad, a las enfermeras. Pasaría a la habitación que ya sabía, y pondría su mirada por última vez en los ojos de aquel personaje que solamente podía ver el abismo. Se abismaría también, una última tarde. Tal vez lloraría por todo lo pasado. Mejor dicho / escrito, lloraría por todo lo no pasado. Por todo lo no dicho / escrito en esa relación. Lloraría por su debilidad, por no soportar más estar así, frente a él. Después se retiraría por el mismo camino que había transitado al llegar. La ciudad ya sería noche, haría más frío. Volvería a llorar en la parada del bondi, esperando a que se dignase a pasar. Luego viajaría sentado, porque más tarde se viaja casi vacío. Sería un personaje sentado contra el vidrio del colectivo, experimentando el máximo grado de culpa. Desde ese momento, el grado culposo iría bajando. Todos los días, unos grados menos. Hasta que de una buena vez ya no sentiría nada. La nueva angustia sería la huella de aquello. Una culpa que ya no se siente más. La nostalgia de saber que se amó a alguien, pero que ya no está. No está su presencia, no está su sentimiento, apenas los recuerdos. Pero sobre los recuerdos ya no hay culpa. O eso esperaba.

 

*Aclaración: este capítulo –casi- final, surge de todos los recuerdos que el escritor zombie pudo atomizar de sus días interminables andando en los bondis del barrio, la ciudad y la zona. Un mapa trazado aleatoriamente, con una lógica centrística y un montón de arterias que se van desgranando hasta la periferia que es la continuación de la nada. Y miles de tarde ahí, en esos parajes donde solo una línea de colectivo pasa cada una hora, hasta las doce de la noche. ¿Y después? La nada total, vivir en Marte, que ni siquiera un taxi quiera entrar al barrio a “esas horas imposibles”, porque ya se sabe lo que puede pasar. Nada bueno. Pero cómo explicar que allí le pasaron las mejores cosas de la vida, a ese mismo escritor zombie, a este mismo escritor zombie. Cómo transmitir esos hermosos sentimientos desde lo que es etiquetado como el fin de la civilización. Cómo explicar lo lindo de esas esquina perdida de todo, amante de todo, delirante de todo, desajustada del todo, salvaje del todo.

 

- Cap.18 

Final para el personaje abismado…(final lado D, parte dos)  escribir es ir contándote el fin del mundo, un hecho que inventamos entre todos, pero que cada uno se relata como quiere. Alguna vez (creo que) fui una persona más o menos consciente, que se preocupaba por otras personas que también eran más o menos conscientes. ¿O seríamos todos personajes? No recuerdo, ya pasó tanto tiempo. Un día me desperté entre toda esa oscuridad divina, donde no se sentía ninguna pena, ningún dolor, pero no se podía ver nada, recordar –casi- nada. Lo que había eran imágenes como de película ajena, escenas mezcladas en las que parecía reconocerme, y en las que se veía a otra persona, alguien que se fue para el más allá y me dejó una huella. Su huella, como último acto de reconocimiento, un grito final para que alguien lo recuerde al pasar. Pero me lo dejó a mí, en este abismo. Nada se puede recordar acá, nada puede escaparse hacia el más acá, porque ya no contamos con esas alas. Su intención va a quedar encerrada para siempre, como yo. Desde acá solamente podemos reposar un poco todos los días, si es que siguen pasando los días. A lo mejor lo que pienso que son días, son en verdad décadas, todo un tiempo enorme que no tiene sentido. O solamente tiene eso, un contenedor enorme de cosas que no van a ser, pero que tampoco van a desaparecer del todo. Y esa es mi esencia. Eso soy yo, si es que queda algo que podría considerarse un yo. Tampoco está en mis manos escapar de acá. Más allá o más acá, ninguno de esos territorios me está permitido. Soy un vedado eterno, destinado a flotar en el abismo sin sufrir. Es lo mejor que me podría haber pasado. Me encantaría que aquellos que me esperan de los dos lados, si es que existen todavía, si es que existieron alguna vez, hallen este mismo espacio que encontré, así pueden dejar de experimentar la angustia eterna de saberse mortales, de no tener el control de nada. Así fue que pude dar con este abismo, que es un consuelo…eso, es como escribir, escribir todo el tiempo redactando el final del mundo, de todos los mundos, desde un lugar donde el fin no es un problema. Porque no existe, como tampoco hay rastro del inicio. Se diría que soy como el polvo de las estrellas, pero con conciencia. Un elegido. No sé por qué me pasó a mí, y en verdad al principio fue muy confuso. Pero llegué. Era el objetivo que no tenía idea que estaba allí. Agradezco la suerte que tengo. Creo estar en condiciones de unirme al escritor inmortal, dejar de lado mi actuación como personaje de ficción librado al azar de la aventura, del dolor. Más cerca del escritor zombie, ese enfermo del tiempo que todos los días se sumerge un rato en el abismo. Este abismo del que soy parte. Juntos podemos manosear esa materia prima y seguir contando nuestro fin del mundo, del universo, del ser. Es el rato en que no somos, simplemente contamos con signos lo que es flotar en un abismo. Y seguimos así por años. Y seguiremos así por el resto de la eternidad. Fuera de lugar. En el único no lugar que nos aceptó. Sin tiempo. Sin sentimientos. Solo palabras, desde una cueva que no tiene idea sobre imagen y moral. Que no siente culpa. Simplemente sucede y flota, sigue, planea en un abismo que no deja de escribir, como ese zombie que persigue la carne fresca de aquellos que sufren y padecen el aborrecible paraíso, ya sea en el más allá o en el más acá. Un gris que es la oscuridad del final que se continúa. Seguir desde ese punto en que un día terminamos. Sin remordimientos, sin tristeza. Este es el fin, no no no, (otro temazo que no debe ser nombrado)...Llegó el final. Y todo continuó desde ahí...

******Con humildad y mucho trabajo mal pago, Juan Scardanelli**************en el final**********pero todavía queda una última cosa sobre esta historia, para la próxima semana................


*Foto: el mensaje ortiva de cada día en tu ciudad.
  


Día de viento

 


Hoy es uno de esos días en los que el viento golpea fuerte las ventanas,

donde las noticias son guerra y hambre y crueldad actualizadas, sin cambio de motivo,

a lo mejor sí son distintos el año y algún formato digital, que presenta una dinámica surrealista debidamente adaptada para su consumo masivo: irónico o dramático, como lo requiera la situación afectiva del momento;

día donde también me gustaría encontrarte ahí en el barro, analógicamente, construyendo ese futuro que vamos a habitar, al menos un cachito más,


y me imagino tu sonrisa... Sí, ya sé, fueron más largos e intensos esos otros días, los del viento fuerte y miradas perdidas, y clonazepam y whisky y lo que sea que encontrábamos para apagarnos un rato,

porque el viento jode mucho,

no se deja consumir en paz,

cambiar su forma es imposible para nosotros,

organismos debidamente contaminados,

sin efecto,

sustancias fuera de tiempo,

con vencimiento explícito;


por eso salgo a caminar para perderme un rato,

tal vez me tire en el parque: es gratis ,

y a lo mejor vaya al cine si me alcanza la guita,

y ya todo me suena a nostalgia de tango,

a últimas horas de Luca Prodan,

a todos esos pogos que habitamos

y hoy ya no están,

no estamos,

un manto sagrado que jamás pensé nombrar,

el rapsoda que recita versos que hoy son necesarios para mí,

y que antes nos sonaban tan fuera de vanguardia;


pero hoy el viento está muy fuerte

y ojalá que estés bien,

que te cuides,

que cierres bien las ventanas cuando te vayas,

tal vez,

una última noche 

a vaya a saber qué universo 

que ya no puedo imaginar.

Una novelita marplatense: Capítulo 16 (los cuatro lados del final, parte 1)


El final (lado A)

Y las palabras que nunca deberían ser escritas, las de un mal final. Un final que deja las cosas más o menos como al comienzo, para todos. Para los personajes, que no lograron nada. Para el lector, que se aburrió. Para el escritor zombie, que ve cómo la tarde se va extinguiendo, y él sigue sin poder escribir eso que tanto está buscando. ¿Y qué es, qué era? Tantas palabras escritas y el estofado sin cocinar. Un revuelto de situaciones descabelladas que no desembocaron en nada interesante. Un despanzurrar vientres de pescado para que salga otro mundo desde esas vísceras, entre renacuajos, pedazos de naufragios, mar, tardes de verano, esqueletos de recuerdos que acuden por una última vez, para dejar en claro una obviedad: que las cosas que no se sienten no tienen ningún sentido. Para decir que la revolución es imposible para una novelita marplatense-batanense. Para continuar con la búsqueda de un adn destinado a desgranarse todo el tiempo. Lugares comunes, estereotipos de pueblos del Atlántico sur, lo que una generación debería más o menos pensar para poder seguir vendiendo sus productos, acumulando productos, regalando identidad para soñar con ser otros, ¡cornalitos frit…! No no no, aunque ese temita musical sería el único que debería sonar en este final de puras palabras. Palabras que no son lo que deberían ser para describirnos. Palabras de zombie, masticadas de antes, y que se terminan por cagar en el inodoro de un mundo que se empeña en aplastarnos las cabezas, para que podamos admitir que nuestras formas son construidas desde la cima de una montaña inalcanzable, y que por eso mejor dejarse morir por ese abismo. Uno más, nada original, en el que se puede tirar todo, unos personajes, un escritor zombie, un atardecer en el barrio Rivad……no no no, mejor terminar como se empezó, fuera de lugar.


 

Y un nuevo comienzo (final lado B)…

Años en el abismo, años. Mucho tiempo para estar entre dos lugares. Mucho tiempo para pensar sin poder concentrarse en nada. Muchos estímulos desde esos dos lados para reinterpretarlos desde el abismo. Presentía que las cosas en el tenebroso más acá se estaban complicando. Que ya era en vano tratar de reconstruir ese único amor / sentimiento especial que había vivido. ¿Había vivido? Algo le venía al abismo, una música y unos abrazos, unos manoseos con sabor a chizito y caja de tetra blanco, un vino berreta que se mezclaba con un fernet que venía preparado en botella plástica, tipo gaseosa. Una alquimia que derivaba en voladura de tapa de cabeza, y que otorgaba la idiota valentía que se necesitaba para…¡Bailar con alguien un lento!...seguro que sonaba ese del guitarrista para siempre calvo, pero que en un momento tuvo el pelo bien largo y enrulado, montando una moto Harley Robinson Crusoe. ¿Cómo decía esa canción? Algo de estás maravillosa ho….no no no, dejar de lado referencia musical. Es un pacto del abismo. Acá nada tiene nombre ni suena. ¿Sería como la ciudad, el abismo? Un no lugar siempre en potencia, pero que no permitía distinguir el pasado del futuro. Un no lugar que parecía cómodo pero estaba vacío. Un no lugar en el que se te iba la vida sin sentir –casi- nada. Un  no lugar, y punto. Mejor tres puntos... Un lugar siempre por escribir. La escritura de aquello que alguna vez figuró en los anales de quién sabe qué reino porteño. Y las familias que después se sienten en la necesidad de hacer suyo lo que no es de nadie, y no llamarlo robo sino conquista. Y que empiece una Historia que sirva de referencia para algún nombre de algo, en otro tiempo. ¿Pero qué queda de todo eso, de esas fiestas, de las peleas, de los enfrentamientos por el poder, de los negociados? El vacío del abismo. Un viento gélido, congelado, que viene de las montañas del oeste, de esos otros lugares encumbrados y diseñados para vender folletos turísticos llenos de esperanzas foráneas. Las playas vacías de los días de lluvia y frío, las rotondas de Champagnolo y mucho más allá, en los barrios donde nunca llega el asfalto alisado. El invierno eterno, ya la la laaala lalalala lá, no no no, menos ese tipo de música que mejor olvidar para siempre. Porque no es que solamente “nada nos puede pasar”. Todo nos puede pasar, todo nos está pasando, y es un palazo en la cabeza. Un abismo, una ciudad, la fiebre del oro transmutada en turismo, polos desindustriales y viento que gira al sur, y huevos congelados, campos transgénicos, mares contaminados, bocas de lobo, a ver las focas y el Casino a la fel… no no no, aunque ese tema estaría lindo recordarlo en cualquier abismo. Pensó. Tenía ese espacio y todo el tiempo. Lo hacía. Se sentía más viejo. ¿Cuántos años tendría? No podía ni sospecharlo. Esperaba en algún momento su paso al más allá, su transmutación en fantasma. Una vueltita más para ver el sol y lo que recordaba de ese espacio, para después encarar ese último suspiro interno. El salto desde el abismo. Y ver qué onda con eso.


Antes del final (lado C)...

Pero sin tanto espacio y con el tiempo en franca retirada, el otro personaje que ahora ya no era tan joven, y que se había quedado en el más acá, sintió una mañana al despertar que la cosa no resultaba más. Años se había pasado yendo a visitar al Hospital que te tocó en desgracia, al otro pobre personaje, que seguía sin dar ningún tipo de señales de vida. Pero tampoco era claro con respecto a la muerte, entonces la relación se volvía insostenible. Si estuviera en una película, pensaba, no habría mayor problema, porque el tiempo de angustia se resolvería en el montaje. Pero le tocaba transitar los días de su vida cargando con esa mezcla de culpa, condescendencia, misericordia, odio y cansancio. Un sentimiento muy peculiar le despertaba cada vez que tenía que visitar a ese otro personaje que un día de su adolescencia había conocido en un asalto, tomado unos mates en la laguna de los Mapadres y pasado la situación penosa del aborto. Pocos acontecimientos compartidos hace ya muchos años, pero muy fuertes y significativos. En el medio, su vida había pasado por un montón de cosas que no vienen al caso, porque esta novelita marplatense-batanense se centra en solamente una relación, una que estaba a punto de finalizar, y que en realidad casi que no había empezado. Simplemente, pensaba que el final ya se había producido en aquel primer encuentro en el Hospital que te tocó en desgracia, cuando lo vio en la habitación como una planta, cuando pasaron los años y ya se había dado cuenta de que eso iba a estar ahí como un adorno molesto. No lo quiso ver en su momento, pero ahora ya no pensaba en otra cosa. Una relación que no había sido nada más que culpa para su cuerpo y su mente. Una relación que no lo había dejado desarrollar su vida en paz. Una relación que siempre aparecía en los momentos menos oportunos: cuando estaba a punto de sentir algo de felicidad. Una relación que era un abismo. Y la duda de siempre conviviendo con su despertar: ¿Algún día volverá en sí? Pero cuando ya empezaba a ser tarde para volver, otra duda aún peor surgía: ¿Y si no vengo más a verlo? No se imaginaba conviviendo con esa incertidumbre, por eso todas las semanas pasaba a visitarlo por el hospital. ¿Y qué hacía? Al principio le hablaba de cualquier cosa, del clima, de su vida, del lobo de mar en la laguna, de la música que se escuchaba ahora – y ahí aparece un tema super pegadizo de un artista que mejor ni nombrar, pero que solía mover las caderas a toda velocidad – y que para sus oídos era basura. ¡Cómo extrañaba los temazos de los Buenos Vampir.…no no y no, nada de bandas locales. En la arenaaa….no no no, menos listar temas musicales, la situación es muy dramática como para poner música de fondo. ¿Cómo hacían los directores y directoras de cine? Nunca entendió esa manía por cubrir con música los llantos de un personaje, como si no fuera suficiente con el sonido ambiente, como si hubiera que subrayar lo obvio con unos acordes lacrimosos. Demasiado. Ya había aguantado demasiado. Ya había arrastrado ese abismo por suficiente tiempo. ¿Pero cuándo es suficiente? Ya no se lo preguntaba. Ya no se reprochaba. Fue hasta acá, ahí. No iría más a visitarlo al Hospital que te tocó en desgracia. Solamente lo haría una vez más, para despedirse, para despedirnos. Un personaje había decidido dar un giro en la novelita, quería salirse del todo. Primero, de las escenas de hospital, y después de la manipulación del escritor zombie, a quién escuchaba teclear a lo lejos y ya no culpaba por su desgracia. Pero no lo quería escuchar más. Había tomado la decisión de abandonar el vacío, de hacer uso de su voluntad de personaje. No quería más música lastimera de fondo. Quería ser libre de la ciudad y sus puntos de vista gastados por la literatura.


*Aclaración fotográfica: imagen tomada del anuncio de uno de los tantos comercios que cerraron sus puertas, durante el invierno marplatense-batanense del año 2024. Para siempre jamás y sin soñar con comer perdices.

************************con humildad, Juan Scardanelli*********y ojo que todavía queda el lado D del final, de una novelita que ya se va acabado*******pero todavía no...

Una novelita marplatense (capítulo 15, en el que se habla de la escritura y se cita a Gombrowicz)

Desde más allá del abismo, pero un poco más acá….Habría que reconocer que algunas crueldades están demás. Por ejemplo, el hecho de haber puesto en más de una escena a los dos personajes principales en habitaciones de hospitales. Puede ser el mismo o distinto, lo mismo da. La funcionalidad institucional es igual. En un hospital o en el otro, los dos jóvenes que se conocieron en un asalto, y que después fueron a matear a la laguna, terminaron sufriendo entre médicos, médicas, camillas, enfermeros, enfermeras, personal de limpieza, seguridad y administrativos. Toda la fauna que constituye al hospital, toda su burocracia y su incomodidad. Visto rápidamente, este escritor zombie, parece que cayó en su propia trampa. Acto del inconsciente, le suelen llamar en algún que otro consultorio. Y como uno escribe sobre lo que más o menos conoce, bueno….Pero me rehúso a esta interpretación. Ahora, imagínense que tengo las manos sosteniendo la cabeza, en clara posición reflexiva. Me doy cuenta de que terminar dos veces en un hospital es demasiado. Primero creo que fue un aborto, y después el ingreso al abismo del otro personaje. Dos adolescentes sufriendo hechos traumáticos, y de alguna manera estando allí el uno para el otro, sin saber muy bien por qué. Más fácil es dejar al otro que se arregle como pueda, con la impunidad que otorga la inconsciencia juvenil. Pero no, estos personajes serán muy jóvenes y un poco descuidados, pero no son garcas. ¿Y el escritor zombie? Da la sensación de que sí, porque no los quiere dejar en paz. ¿O no los quiero? Es una gran confusión de pronombres, como todas las historias. El no lugar del escritor zombie, insisto. Buscar la carne fresca, los corazones palpitantes, los cerebros pensantes, para armar esos monstruos tan geniales, que con la relectura devuelven un poco de vida, aunque….Sí, lo puedo presentir, la muerte está dando vueltas toda la novelita, como esperando aparecer. Algún personaje debería ser sacrificado, ya va siendo hora:

1) Podría matar a los que están más comprometidos de salud: por un lado, el personaje adolescente que cayó en el abismo y está internado sin reaccionar hace días. Muy fácil, darle la buena nueva en apenas un párrafo, y que se dedique de lleno a ser un fantasma más en la ciudad de los casi contentos veraneantes cagados de frío. Una ciudad poblada de fantasmas que creen estar con vida. Pero no. Y no lo saben porque nadie se preocupa de avisarles. No molestan a nadie, suelen llenar las iglesias los domingos, pagan los impuestos aunque no tengan para comer, no alteran el orden establecido ni aunque estén durmiendo en la calle con cinco grados bajo cero. En fin, regalar un fantasma más.

2) Aniquilar al otro personaje – uno muy secundario – que terminó colapsando en la calle. Ese que no tiene nombre ni sexo ni nada. Solamente se desvaneció y otro extraño lo llevó al Hospital que te tocó en desgracia. Sería una movida de bajo impacto para la historia, a menos que su pasaje a fantasma lo convierta en algo más. Como una suerte de vengador del lobo marino que habitara la laguna de los Mapadres. Y esa línea argumentativa me interesa. Una muerte insulsa que después se transforma en fundamental para el siguiente arco narrativo, que espero que sea el final.

3) Alguno de los personajes que quedaron sanos. Los que visitan a los otros en el hospital. Y pasa lo mismo de nuevo, uno de ellos es importante, porque es el otro personaje joven, protagonista. Y después está ese secundario o terciario que encontró al otro personaje menor en la calle y llamó a la ambulancia. En ambos casos, el problema es la explicación. Habría que inventar una falla orgánica repentina, un asesinato igualmente inesperado, o el derrumbe de una parte del edificio del Hospital que te tocó en desgracia. Y eso último sería lo más verosímil de toda la novelita, sin ningún lugar a dudas.

Pero lo mejor creo que va a ser continuar arrastrando las piernas en la búsqueda de otros cuerpos a devorar. Unas cuantas palabras podrían acabar con toda la historia, directamente, y hasta conmigo. Porque después de ese final, se le termina el tiempo al escritor zombie. Una vez escrito el último capítulo, solo vendrá el epílogo con una última mordida de carne fresca, y después….El doloroso exilio del escritor zombie que se quedó sin tiempo. Y ahí habrá que ver qué lugar nuevo se habita. ¿El más allá de por allá? ¿El allá andá a saber? ¿El más allá del abismo, que está por acá nomás? No entiendo a los que hacen los mismo que yo hice ayer, pero como hasta ahí nomás…no no no, qué genial ese tema, pero la premisa no cambia, ni en el abismo ni fuera de él. La lista musical debe ser eliminada. El escritor zombie, también.

*Aclaración: sobre el tema del abismo y la importancia de la forma a la hora de encarar la escritura de esta novelita, resulta fundamental el siguiente fragmento de Ferdydurke de Witoldo Gombrowicz: “¿Por qué caminos se llega a esos torcidos y anormales caminos? La normalidad es un equilibrista sobre el abismo de la anormalidad”. Lo mejor sucede cuando todo cae en ese abismo que ya no es normalidad, lo mejor sucede cuando se pierde el equilibrio.

**Y la lista de canciones imposibles / improbables / innombrables va tomando rasgos de próximo e inminente final épico. Por ahora, seguimos un poco verdes:

*******humildemente, Juan Scardanelli********casi llegando al final de esta historia***************y gracias por el aguante a quien corresponda********y perdón a quien no corresponda, hoy me levanté un poco alunado / anulado***

*Foto: cosas embaladas para próxima mudanza, con Gombrowicz de fondo.

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