En ninguna laguna hay faros. Solía haber uno en cada pueblo costero, pero en un punto entraron en desuso por la evolución tecnológica. Lo mismo pasó con el amor, la guerra y las novelas marplatenses. En esta laguna pasaba todo eso que ya no existe. Dos personas tomando mates y charlando sobre nada en particular. Comentando cosas que vivieron pero nada demasiado profundo…profundo, lo que se dice profundo, no creo haber hablado con nadie, ni tampoco creo que lo haga, entonces no tengo material para mis dos – hasta ahora – queridos personajes. Y los quiero un poco justamente por eso, no necesito que me cuenten sus problemas. El escritor no es psicólogo ni mucho menos amigo de sus personajes. Mejor que se arreglen entre ellos. A lo mejor, sí consideran que lo que hablaron en la mateada de la laguna aquel día fue profundo. Yo, insisto, no lo puedo adivinar. ¿Qué sería hablar profundo, ponerse solemne y contar la vez que te coló la pija tu abuelo por el orto? No lo creo. Perdón por eso, todavía no quería enfocarme en escenas sexuales, sé muy bien que eso recién viene casi al final de las historias de amor entre personas jóvenes que se supone son vírgenes, o medio vírgenes, o casi vírgenes, o vírgenes de alguna parte, de alguna forma. El caso es que los traumas sexuales suelen rankear – dicen que en Perú y en Chile se escribe así, y que en el resto de Latinoamérica lo hacen de la siguiente forma: ranquear, aunque las dos suenan igual, igualmente inglés, un idioma que se tiene mucho en cuenta en el barrio, pero que queda mejor odiar un poco - alto en los temas considerados “profundos”. Justamente, de profundidad un poco se trata. Este tipo de chistes nada tiene que ver con lo que hablaban entre mates los dos personajes que ahora lucen su juventud en el baño de la laguna de los Mapadres. Y ahí el reviente se hizo carne, y comenzaron a meterse mano, a morderse, a chuparse, a frotarse, a lastimarse de ardor sexual. Todo sin desnudez total ni mucho menos penetración / profundidad. Hacía frío, estaban en un lugar público, había algunas personas dando vuelta. Pero bueno, algo lograron para mantener el calor de una historia que comienza a ponerse picante. Es necesario que los personajes aprieten de vez en cuando, se toquen la chota, se masajeen los pezones, se metan los dedos en el culo y después se los lleven a la boca, para demostrar que la cosa va mucho más allá de lo convencional, porque si hay amor está demostrado en ese tipo de acciones. Y después siguieron caminando como si nada, rumbo a la parada del 777, que estaba a punto de pasar por última vez en la tarde de la ruta 666. Una ruta que es casi como una calle más de la ciudad, totalmente integrada al ritmo marplatense, une barrios que en algún momento habían sido periféricos, pero que ya estaban contagiados de marplatensidad, un virus de singular tristeza que suele atacar fuerte en invierno, y que en verano muta un poco hacia la porteñidad, pero es una variante de corta duración. Una variante golondrina que empezó durando poco más de dos meses, y que ahora se reduce a una semana y media, la quincena como mucho. Los virus se degradan con el tiempo, se aburren de ser huéspedes. Y eso es una cagada porque de repente el virus es tu nueva personalidad, y lo que quedaba de tu identidad original es el nuevo huésped en franca retirada. Retirada de escena de camping que tenía ganas de inventar, porque la verdad es que en esa misma laguna tuve mi primera transa. No hablo de venta de drogas, sino del beso con lengua. De entre los grandes éxitos de mi vida, ese beso debería haber desaparecido, la verdad. Las bocas secas, las pieles duras del frío, los labios a punto de agrietarse, la poca flexibilidad en los movimientos de los cuellos, una cumbia de Amar Azul que sonaba de fondo, desde uno de los equipos de audio a pilas que se solía llevar para tener música en la era paleozoica, mucho antes del celular, el parlantito y el bluetooth y la mar en coche. Un beso tremendamente olvidable en el día del estudiante, en primavera…qué más quisiera que pasar la vida entera, como estudiante el día de la primavera…no no no dijimos que nada de lista de canciones pegajosas para esta novelita. Recuerdo también volver en el bondi con la sensación de haber pasado la prueba que me otorgaba, finalmente, el salto a la siguiente etapa de la vida. Un beso olvidable que significaba el final de la infancia. A lo mejor, por esa manera de interpretarlo de aquel entonces, ese beso sigue figurando en la lista de los greatest hits de mi vida. Y llegó a esta novela, a esta escena plena de sexualidad. Recuerdo también que llevaba un calzón rojo, eslip, con un par de agujeros. Y que cuando me senté en el bondi me di cuenta que estaban mojados por la puntita de mi poronga, que empezaba a despertar a la vida. ¡Cómo me dolieron los huevos esa noche! El alivio llegó con la película nocturna de The film zone, una que te mostraba hasta ahí nomás, pornografía para pobres, con escenas vedadas. Bueno, digamos que esta pareja no va a pasar por eso, porque en sus casas hay decodificador con canales premium. Una revancha que me da la escritura, ahora sí se acostaban mirando el canal Venus y todos sus detalles en alta calidad de imagen, sin rayas ni distorsiones, que fueron traumas con los que convivió y convive toda una generación, la generación a la que pertenezco y que no tiene por qué aparecer en esta historia. Una ex generación, portadora de faros, pilas grandes D alcalinas y apretadas en baños públicos.
*Está bien, este capítulo dejó alguna que otra escena un poco fuerte. Pero es parte de la vida / escritura, y qué le vamos a hacer, tanto como el malogrado tema de Calamaro que sobrevivió a la poda musical que se propone en la novelita:
*******+Humildemente, Juan++++++*******Carcelero de tu lado más grosero************hasta la semana que se viene********
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