Una novelita marplatense (tercera parte)

A veces las cosas se traban. Y eso es lo que me pasa muchas veces con la escritura. Y en la vida. Y espero que mi revancha venga con la muerte, ser fluido al menos en ese acto. Pero volviendo a la historia de estos dos personajes…¿y por qué un número par, el más limitado de todos? Acá tendría que anexar un estudio sobre mi personalidad, pero como no se trata de mi historia del YO, sino de otros yoes, bueno, seguimos con estos dos. Calculo que podría aventurar que cada personaje se desdobla de mi propia personalidad, alentando una interpretación psicológica, cosa que está muy de moda. Corrijo, que siempre estuvo de moda. No lo prefiero. Son dos personas porque para que exista la Historia – así con mayúsculas, la que se puede enseñar / compartir en cualquier institución educativa, ya sea la de Mitre o la revisionista número quinientos veintitrés – deben interactuar, como mínimo, dos personas, para que puedan testimoniarse, compartirse ciertos razonamientos, vivencias, puntos de vista, y etcétera. Por eso y para poder destrabarme rápido cada vez que sienta que la escritura no fluye. Una pareja es lo más fácil de abordar, porque cualquier cosa cabe ahí. Un mundo a partir de dos hemisferios, con sus puntos en común y sus divergencias irreconciliables. Individuos diferentes, gustos diferentes, orígenes diferentes, futuros…con el futuro tengo un problema, y es la pregunta: ¿qué vas a hacer con él? Aunque, en verdad, la pregunta del millón sería ¿qué carajos va a hacer el futuro conmigo, con mis personajes, con esta novelita marplatense, con el pasaje del colectivo, con el laburo de verano, con la violencia, con la muerte, con la vida, con el amor…? En definitiva: enfermedades, porque se puede interpretar todo como una patología, como para salir rápido de la falta de ideas y quedar bastante inteligente. Vamos a poner por caso que un día, estos dos jóvenes que se conocieron hace meses en un asalto, se fueron a matear a la laguna de los Mapadres. Una laguna bastante sucia, que pretende ser una réplica del lago Ness o del Nahuel Huapi, pero que no tiene monstruos legendarios, ya que solo cuenta con familias de coipos, un roedor un poquito más chico y feo que un carpincho. Nada de leyendas ni de historias copadas. Sin capacidad para generar un ambiente vaporoso y de misterio como la laguna de Twin Peaks. Y yo como director, que nada que ver con David Lynch. No conozco bandas indie copadas, ni contesto teléfonos en salas rojas, entre enanos y seres humanos con cabeza de conejo. Más bien, una suerte de “yo puedo compaginar la inocencia con la piel” no no no, otra vez esa tentación de armar listas musicales en novelas que no valen la pena. Seguimos…siguen, ellos dos en la laguna, tomando / compartiendo mates y esperando porque algo suceda, algo parecido a lo de aquella noche, esos besos y caricias que ahora tenían en un pedestal. Pero la nueva escena, con frío, sol tibio y día, complicaba las cosas. ¿Por qué habrán quedado juntarse en la laguna de los Mapadres como segundo encuentro? Vaya uno a saber, y a lo mejor es que las relaciones también suelen tener sus momentos de traba, donde se descubre que lo que parecía fluir, bueno, ya no lo hace. Y de eso tiene la culpa el pasado y su constante necesidad de ser evocado. Un tiempo fabricado para cagarnos el presente y mantenernos a miles de kilómetros del futuro. El tiempo de la nostalgia, el tiempo que –paradójicamente – más nos hace perder el tiempo. El pasado y nada más…no no no, otra evocación de canción pasado / pasada de moda, resucitada alguna vez para una película que habrá que ver cómo envejeció con el paso de los años. Calculo que lo hizo / hace como yo. Nada ni nadie envejece bien. ¿Algunos vinos, tal vez? Aunque la mayoría se terminan picando y se vuelven intomables. YO. Ese Yo que dice yo, estaría pasando por un momento de envejecimiento prematuramente insoportable, y puesto a la mesa del domingo resulta una verdadera pesadilla en plena vigilia, que sería la peor manera de un sueño. Desde ese lugar de enunciación, que esa persona se ponga a contar la Historia de dos adolescentes que se conocieron en un asalto y que se juntaron en una laguna muy muy lejana llamada de los Mapadres, resulta un riesgo muy grande. Porque este narrador tiene que exigirse volver a su propio pasado para recuperar sensaciones, escenarios, palabras y formas de relacionarse con el mundo que le vienen desde muy atrás, cada día más atrás. Y esa evocación, a la vez, es un gran peligro de nostalgia que podría terminar en dos catástrofes insalvables:

1) Un asesinato en la laguna. A lo mejor, uno de los adolescentes mata al otro y comienza una novela de tipo policial / detectivesca, o de suspenso tipo fuga y persecución.

2) La caída en depresión total del narrador. Un YO que al escarbar en su pasado, se tienta a quedarse allí abrazado a su propia angustia, sus recuerdos dolorosos, sus pérdidas y malas decisiones. Un combo que podría finalizar con el suicidio – iba a escribir “abrupto”, pero es una redundancia – de un narrador más en pleno otoño en ciudad costera, con esas cosas propias de la zona Atlántico sur, como el frío y la soledad.

Pero puede haber una salida más. La única posible: la continuación de esta novelita con sus capítulos semanales en un blog de mala vida / buena muerte. Y para que la Historia continúe, estaría necesitando de todos sus personajes. *Advertencia para el narrador: ¡Por favor! No vayas a matar a nadie, al menos por ahora.

Con el pacto debidamente establecido, la novela continúa en esa laguna soleada y fría, llena de todo tipo de roedores y mugre que la gente tira porque da paja usar una bolsa. ¿Para qué será que existe el pasado? ¿Será ese el lugar donde acudir cada vez que un escritor está a punto de trabarse? Un lugar con doble filo, sin dudas.


***La seguimos la semana que viene. Y aunque el narrador no lo quiera, la lista de músicas continúa también:

*********************humildemente, Juan****************termino cada día empiezo cada día, pero la novelita va...........**********

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