La verdad
es que escribo para olvidar, así puedo dormir algo a la noche. O a lo mejor escribo
para recordar, porque me estoy empezando a olvidar las tramas. Tal vez,
confieso, me pasen las dos cosas en simultáneo, pero por suerte el resultado no
se contradice: escribo y punto. Pongamos por caso que hoy lo hago para dejar
testimonio de lo raro que se puso el cielo, un color medio rojizo, como si
estuviéramos contemplando un atardecer en Marte. Tuvo su aporte irreal este
lunes, y dejó una marca de lo que se me viene. En una viejísima carta que me
mandara una hermosa amiga, leo despistado: “lo que me encanta de vos es ese
enfoque en el presente que tenés”. Me emociona verme escrito por alguien más, y
agradezco la posibilidad de analizarme desde el presente, porque ese Yo del pasado no existe más. Y claro,
con tanta juventud el presente en ese momento se me hacía enorme, imagino.
Calculo que por eso no me hacía falta escribir, tenía el tiempo de mi lado,
todo estaba por pasar. Después comienzan a precipitarse los años, y de repente
uno siente que se quiere bajar del mundo, porque tiene la absurda sensación de
que se las sabe todas y mucho más. Pero con el paso de los días, la sensación
es la del exilio, la del peregrino en un desierto que vuelve después de mucho
tiempo al viejo barrio que lo vio crecer. Y lo que sucede es el olvido, y eso
duele un montón, y después sigue el rastreo de lo que queda, de los pocos seres
queridos que quedan. La verdad es que escribo desde siempre para contestarme
ese tipo de preguntas: ¿por qué carajos habremos inventado una expresión tan
rara: “seres queridos”? Siempre me sonó a película de ciencia ficción. Esos
seres queridos como zombis o extraterrestres, o robots, o cualquier cosa no
humana, que llevan adherido algo de mí. Una marca, un recuerdo, una imagen que
ya no es, donde me reconozco aunque no estoy más ahí. Otra cosa que duele, eso
de reconocerse en las anécdotas y comentarios de personas del pasado. La verdad
es que escribo para traer de vuelta el pasado, ponerlo
de cabeza, y ver qué quedó de todo eso. Aunque vale decir que escribir,
necesariamente, es habitar el pasado. Por más rápido e inconsciente que lo
haga, no puedo dejar de plasmar por escrito cosas que ya tengo transitadas.
Inevitable. Entonces será eso, la escritura, mi único acto inevitable. Bueno,
no tan único, porque están el nacimiento y la muerte, y todos los acontecimientos
que pasan en el medio. Me corrijo, dije una boludez, escribir no es nada único.
Sería algo así como cagar. Alguien más dijo eso, me parece. Algún grupo
vanguardista, esos que se juntaban a cagar mientras escribían, y si era diarrea
mucho mejor, porque eran versos que salían a chorro, y apestaban como la
humanidad creadora de las guerras mundiales, las bombas atómicas y la comida
chatarra. Eso, escribo un poco para no comer tanta comida chatarra, y porque no
me banco las vanguardias diarreicas ni a Bretón. Todo eso ya quedó aislado en
las instituciones, no se nos permite manosear más ahí. De poder elegir, diría
que escribo para ser feliz. El peor de los motivos, porque fue la misma
escritura la que inventó un concepto tan tóxico. Paso, con eso lucra demasiado
el autoayudismo, esa secta de hacedores de best selers que están dispuestos a
vivir de la ayuda de aquellos pobres infelices que les compren los libros, que
los invitan a que se pongan las pilas porque depende de cada uno de ellos
mejorar sus propias vidas: es el género literario del perro que se muerde la
cola. Escribo para avivar giles: guarda, si estás mal y estás solo, es obvio
que no le encontraste la vuelta. Entonces, tené cuidado, porque por ahí te
encontrás con un libro de mierda que encima te echa la culpa y te invita a que
te autocures. Una estafa por donde lo leas. Mejor algunos versos de Mario
Santiago o de Juana Bignozi, o de Juan L Ortiz. Ese sería mi concejo de
autoproblemático. De eso sí que podría escribir mucho, sin sentir un ápice de culpa.
Escribo para autoproclamarme como un ser contradictorio y en problemas, que
puede dar muy buenos concejos para dos cuestiones fundamentales de la vida:
1)
Contradecir
2)
Problematizar
Con eso
estaría por arribar a una conclusión más o menos interesante. Ahora, vale una
aclaración: si me vas a dar la razón, te olvidaste del punto uno y no
entendiste nada. Otra cosa, a menudo me suelen tildar de persona que hace
demasiado problema por todo, entonces no te recomendaría el punto dos. Mejor
autoayudate ayudando a alguien más, gran receta para salir un poco del ombligo
propio y hacer algo lindo por el mundo. Era eso, por ahí, escribo para hacer
algo lindo por el mundo. Lindo chiste después de releer eso de la diarrea y de
los vanguardistas cagadores. Quisiera pensar que estas líneas son algo
trascendental, un hecho en sí que vale la pena ser transitado, como escalar el
Himalaya y llegar a la cumbre para contemplar el mundo en su total inmensidad y
dar cuenta de la verdad del todo…¿cuál sería? Se me ocurren algunas cosas:
1) El frío
de la cumbre, insufrible.
2) El
silencio de la cumbre, insoportable.
3) La
soledad de la cumbre, una cagada.
4) El
cagazo gratuito de estar en una cumbre, totalmente innecesario.
Ahora sí,
algo de eso será la escritura. Repaso para ir terminando: La verdad es que
escribo porque ahora tengo frío, y porque hay un silencio de cementerio que es
insoportable, y porque estoy demasiado solo, y porque tengo un cagazo que no
puedo ni explicar. Eso sería todo, escribo porque no me sale escalar el
Himalaya. Y no tengo tanto la culpa, la cumbre queda muy lejos del barrio
Rivadavia, además tengo la SUBE en saldo negativo.
*Y sí, Kate era una genia, y ya va siendo hora que la ponga como música de fondo:
****************Humildemente, Juan**********o soy Kathy, y tengo frío*********dejame entrar por tu ventana****************
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