La frase es
más larga, pero no importa, porque lo central es lo que dice ahí: “Toda
comodidad debe ser pagada”. Pertenece a Ernst Jünger, pero yo la saco de un
cuento de Guillermo Saccomanno, de un libro recopilatorio que se editó hace muy
poco, y que tuve la fortuna de conseguir a tiempo. A tiempo sería el fin de
semana, que me da unas horas más de libertad lectora. Si es que eso puede llegar a
existir. Como sea, lo que hay es un conjunto de relatos escogidos de un
escritor que me parece fundamental en la actualidad. En cualquier actualidad.
Esos relatos funcionaron ayer, funcionan muy bien hoy y van a funcionar
perfecto mañana. Además es un escritor que anda por la costa bonaerense, y eso
me genera identificación instantánea a prueba de balas. No que yo pueda
escribir como él, sino que yo pueda leer lo de él. Y con eso basta, y sobra
montón. Soy consciente de que se trata de una comodidad total de mi parte. Me
siento a leer en la esquina de casi todos los días, con un poco más de tiempo
de lo normal, y no hago más que pasar muy bien el rato, con una birra de fondo.
Comodidad extrema, que seguramente tendré que pagar. Y no hablo de la deuda
inmediata, que podría ser un poco de frío, el dolor en el culo por estar
sentado en una vereda muy dura del barrio Rivadavia. Sino de todo lo que vendrá
más tarde, cuando las horas pasen y otra vez empiece una semana, y la carrera
contra el tiempo se haya comprimido lo suficiente como para hacerme sentir que
ya está, las cartas sobre la mesa y el pescado podrido que ya no vale la pena
ni regalar. Estoy de acuerdo con eso y con todos esos mensajes que me llegaron
el domingo y no contesté. Quisiera ponerme al día, pero me da fiaca viajar al
pasado a través de un celular. Prefiero el Delorian, tiene más glamour, y un
volante al menos. Resulta que hubo gente que se enojó porque no vi alguna
publicación importante en una muy poco interesante red social. Calculo que
enojos eran los de antes. O por un mensaje de voz o de texto - ahora gracias a una
de esas empresas da lo mismo y vale nada hacer las dos cosas pornográficamente - que no atendí.
Sigo pensando que si los mensajes por celular continuaran siendo cobrados,
nadie me mandaría uno en su puta vida, menos un domingo. Pero bueno, eso pasa,
y no tengo más que decir que lo siguiente: lamento mucho ser un decepcionador
serial. Lo siento, va a pasar, conteste
o no conteste, seguro vas a quedar decepcionado/a/e con mi respuesta. Tranqui,
no vas a tener la culpa, es algo que me sucede de toda la vida, me distraigo muy
fácil y la soledad se me adapta con demasiada comodidad. Entonces empiezan a
llegar todas esas facturas y mensajes que sí hay responder para evitar la nueva
guerra mundial – no pongo número porque la verdad no tengo ni idea de cuántas
pasaron hasta hoy -, y alguno que sí vale la pena, como ese que en realidad es
una encuesta para saber más o menos a quién sería capaz de votar en las
próximas elecciones. Lo cierto es que sería capaz, incluso, de no votar un
carajo, lo que sería contradictorio con mi pasado democrático nivel
sarmientino. Pero qué sé yo, a lo mejor justo ese domingo se me atraviesa
Francia y Garay, y hay un solcito divino, y todavía me queda algún cuento de
Saccomanno sin leer. Quién te dice. Igual contesto la encuesta y digo que no
soy tan garca como para votar a la derecha, y que no me da el corazón para
votar a esta izquierda, y que el resto de las opciones que se escapan al amplio
espectro coyuntural no me interesan demasiado, y que soy peronista los jueves y los
viernes, pero que justo la elección cae domingo, que ciertamente es el día
peronista por excelencia. Y también la encuesta pregunta si voy a misa, a
cualquiera de ellas, y contesto que no porque me dan fiaca los lugares con
mucha gente y mucho silencio, y que las iglesias y templos religiosos suelen
tener los techos muy altos, lo que transforma el lugar en un frigorífico insufrible
en invierno, y que en verano prefiero la playa, porque la verdad no suelo creer
en muchas cosas, menos los domingos. Definitivamente, los domingos soy
agnóstico, me levanto tarde, y en verdad no salgo de la cama. Tampoco el mundo
me necesita demasiado, siempre se las arregló bien sin mí, o si la cagó no fue
por mi culpa. Es una relación casual, la nuestra, una de esas relaciones
modernas, cada uno en su cama, nos mensajeamos cada tanto si pinta, no hay
ningún tipo de exclusividad, y los domingos cada quien con la suya. Así la vida
y yo, tratamos de no molestarnos mucho. Con la muerte es otro cantar, el pacto
no funciona con tanta facilidad, es una relación mucho más tóxica. Al menos por
ahora, más adelante se verá. Se me fue el tiempo para escribir lo que en
verdad quería escribir, que tenía que ver con esa frase del principio. Cierto,
el tema de la comodidad y el precio que hay que pagar por gozarla. La
conclusión, después de tanta vuelta, sería algo obvio: la frase de Jünger es la
de un judeocristiano culposo, porque la comodidad no tiene por qué ser pagada
una vez que se encontró. Al menos no necesariamente. A menudo me encuentro en
la siguiente situación: yo estoy bien de la manera en la que estoy haciendo “x”
cosa, pongamos por caso leer ese libro de Saccomanno. Alguien conocido/a/e deja
un mensaje en el contestador (puede actualizar (F5) el medio y sería un guasap)
diciendo que se siente muy mal y que necesita compañía para esa triste tarde de
domingo. Pero yo, a veces, estoy cómodo sin tener que padecer y compartir esa
incomodidad ajena. Y tampoco siento que vaya a tener que pagar nada por sentirme así. Pasando en limpio, estoy muy cómodo no sintiéndome culpable. Y ojalá que
los domingos se puedan pasar siempre así.
*Por ahí pensás que soy muy choto, y a lo mejor tenés razón. Pero no te dejes llevar por el lenguaje, porque es más opaco de lo que nos parece. Dicho lo cual, sobre culpas hay mucho cantado:
*****************Humildemente, yo*********o Juan********irremediablemente culpable, sin culpa********
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