“Se
escribe, sí, para poner por escrito y así exorcizar o neutralizar aquello con
lo que muchos desgraciados y no escribientes y ni siquiera lectores, acaban
tachando sus vidas por no haber aprendido de los acertados y didácticos errores
de las tan verdaderas criaturas de ficción” (Melvill, Rodrigo Fresán)
Sí, acepto –
y es la única vez en mi vida que voy a decir algo semejante -, voy a ser una
criatura de ficción porque tengo muchas ganas de ser percibido como real.
Además, nunca entendí lo atractivo de la tan afamada literatura del yo, que
podría ser literatura del ello y a lo mejor tomaría un color más sicoanalítico,
y entonces todo terminaría en una ensalada experimental con una marca indeleble
y multinacional: literatura de autoayuda. Por eso acepto, sin dudarlo. Una
criatura ficcional queda liberada de tener que ayudar a que se autoayude un
lector, una lectora. Entonces existe sin ataduras para dejarse fluir dentro de
un texto, una historia. Y si quiere equivocarse, tanto mejor. Inclusive, puede
ser mucho más interesante que esa criatura ficcional insista hasta el cansancio
y finalice el texto convencida de que su equivocación es en realidad un
acierto. Y buena suerte para el lector, para la lectora, que en verdad por ahí
estará más empantanado/a en el “arco argumental”, y si se cumple con las expectativas
del consumidor. Advertencia para el consumidor de este y cualquier texto: la
literatura puede ser tóxica. Más digo, como ente ficcional, debe ser tóxica. A
lo mejor deberíamos sentirnos mal por abordar tal o cual tema, por dejar en
bolas a determinado personaje, por no explotar el lenguaje y todas sus
posibilidades…En fin, problemas del autor, de la autora. Una criatura ficcional
no debe preocuparse por la venta de libros, por tratar con las editoriales, ni
siquiera tiene que verle la cara a gente de carne y hueso, y eso es un
argumento que me atrae por completo. Sí, acepto. De ser posible – y justo
hablando de Melville – elegiría ser el capitán Ahab. Creo que no es la primera
vez que hablo de Moby Dick, y tampoco
va a ser la última. Y tampoco es muy original la elección que hago, en otras
ocasiones he citado al capitán que va en busca de la ballena gigante, para
terminar de morirse de una vez, no sin antes volverse un enigma de la locura
para el narrador, para los lectores. Soy el Capitán Ahab, con una pata de palo
atada al mástil del poste que indica las coordenadas de la ballena blanca:
Francia y Garay. Un Ahab del barrio Rivadavia, pero criatura ficcional al fin,
en busca de otra criatura ficcional mucho más grande y destructora que el
mismísimo tiempo. Cosa que se agradece al escritor, escritora: crear criaturas
que van a sobrevivir por mucho más tiempo que ellos mismos y sus lectores, que
incluso viajarán en el tiempo por miles de años. Ahora me dio vértigo, porque
no sé si está tan bueno eso de ser –casi- eterno, porque la eternidad tiene
medida, no jodan. Mil años es una locura de eternidad. Se repetiría el ciclo
demasiadas veces, ser Ahab durante tanto tiempo no puede ser recomendado por
ningún ministerio de salud. La eternidad en busca de una bestia marina, que en
verdad sería una metáfora…perdón, me metí en terreno del lector, de la lectora,
porque al ser directamente una criatura de ficción quedo eximido de un par de
cosas:
1) no puedo
elegir el lenguaje, me viene dado. ¡Caramba! Esto suena igual a cuando era un
humano de carne y hueso.
2) no puedo
interpretar la totalidad de la historia que me atraviesa. Otra vez, se parece
mucho a la vida de cualquier ser humano.
3) no puedo
votar en las próximas elecciones. Y esto sí que sería una pérdida de derechos,
pero tampoco estoy seguro. En todo caso, se lo dejo a los analistas políticos
que no existen en la novela de Melville, y creo que afortunadamente.
Habría
otras cuestiones más, pero voy a proceder como esa criatura de ficción que
quiero ser. La idea es fluir con la escritura y percibir los hechos narrados
sin profundizar demasiado, sin ir por fuera de lo que sería un leit motiv, lo
que me impulsa a actuar de determinada manera porque me configuraron así y no
de otra forma. Una criatura ficcional es una cosa escrita por alguien más. En
eso tampoco estaría muy lejos de mi vida rutinaria como ser humano. Estoy
llegando a un punto desesperante, ya no estoy viendo las ventajas de ser un no
ser, de ser un ente ficcional que alguien más manipula. Tiempo de asumir el
viento frío del sur y salir en busca de la gran ballena blanca, que es mi otra
parte, mi más allá de la escritura, porque el momento en que la encuentre será
el momento del final…pero de un final que se continúa, en un “a partir de aquí”
que no tendrá límites. Ese es el momento en el que empezaré a viajar por las
cabezas y las almas de todos los lectores, las lectoras, que me llevarán a sus
propias vidas, me convertirán en metáfora, alegoría, fetiche, consolador de sus
propios sufrimientos. Me llevarán a conocer todos esos horizontes que no serán
el mismo en ningún momento. Incluso me harán congeniar con mi adversaria, hasta
me pondrán a navegar a bordo de su lomo blanco por galaxias que no puedo
imaginar. Y, finalmente, como un parásito saldré fortalecido, yo, criatura
ficcional, viajero en el tiempo, estaré donde ninguno de ellos podrá habitar,
donde ni siquiera el lenguaje se atrevió a llegar. Ahí será el futuro
inimaginable, un lugar inhóspito que yo solo podré conocer. Entonces ese será
mi gran triunfo. Sí, acepto.
*Nombre de
obra en cursiva, cita entrecomillada, y demás convenciones que bien podrían ser
completamente diferentes. Algún día podremos trasformas las cosas, mientras
tanto te acompaño en el sentimiento y te ofrezco una tregua musical para pasar
medianamente bien el comienzo de la semana:
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