En la mesa
tengo las siguientes cosas desplegadas: un mate que no paro de usar y ensillar
y volver a usar, una foto de jaco Pastorius tocando su clásico bajo sin trastes
– esos mismos que decidió sacar con un cuchillo de untar mantequilla de maní,
objeto que solo se utiliza allá en el lejano norte – y un libro de poesía
contemporánea de poetas argentinas. Y lo que menos tengo es ganas de salir,
porque hace un frío del demonio, y porque estoy moqueando desde temprano –
cuando sí tuve que salir, porque por quedarme acostado todavía no me paga nadie
-. Ya sé que a todos estos objetos inanimados, incluido yo, les hace falta
mezclarse en el barro de la realidad, donde sucede la historia: la calle. Y
sobre eso versa otro libro que estoy leyendo, y que tiene pasajes interesantes,
pero que también es una cagada total. Es de un periodista / performer / chamán/
falopa / mercenario /filántropo/ estafador/delincuente, que no pienso nombrar.
Lo único que diré es que esa especie de autobiografía que escribe / comenta /
exagera tiene la virtud de la ambigüedad en varios aspectos. Será porque parece
una voz muy sincera, exenta de compromisos más allá de la propia celebración de
lo que consideró como la “mejor manera de vivir”. Además, y esto tal vez es lo
más interesante, deja mal parados a muchos héroes del rock nació-mal. Eso me
encantó, y sobre todo hace quedar bien a tipos que sí banco a muerte, como es
el caso de Willy Crook, que aparece en una anécdota en una playa en Villa
Gesell, en la que el líder de los Funky Torinos rescata a una mujer cuando dos
tipos la quieren violar: él los caga a trompadas y los obliga a desnudarse y
meterse al agua, luego les esconde la ropa para que se vuelvan hacia la Avenida
2 en pelotas, cagados de frío y de vergüenza. Un dato no menor es que Willy
tenía un arma, una pequeña ventaja que agradecieron la mujer atacada y el final
feliz de la historia. ¿Será verdad el relato? Si algo aprendimos en los primeros
años de vida como lectores es que: no, no es verdad un relato. Como mucho es
una interpretación, una manera de reconstruir la realidad, de representarla. Lo
que más hay en esa historia son ganas de creerla, porque me parece genial y
estimo mucho al artista que la protagonizó. Entonces, que esa pasión no sea
destruida por la inteligencia. El famoso “elijo creer” viene al caso cuando el
que escribe la anécdota no es una persona confiable. No es un escritor en el
que confiaría para nada. Igual, y valga como aclaración, no confío para nada en
ningún escritor, escritora. Pero en el momento en el que estoy transcurriendo
la lectura, muchas veces dejo que la pasión se desate y juego a que las
palabras son transparentes. Ojo, después tengo las pesadillas que tengo. Y
metido en un infierno mucho peor, me veo de pronto escribiendo sobre esas
escrituras, como un falso apóstol mintiendo sobre otra mentira, pero creyendo
inventar una verdad. Después lo leo, eso mismo que escribí, y ya no se siente
nada bien. Pasan las horas, intento dormir, no puedo. Pasan las noches de
insomnio, agarro otros libros, leo porque es placentero, y más luego vuelvo
sobre lo que escribí y otra vez todo es muy artificial y mentiroso. Ese es el
momento exacto en el que tengo que sí o sí salir a la calle, volver a la
esquina de siempre en el barrio Rivadavia, tomarme una cerveza cagado de frío,
y terminar de digerir lo que fue ese acto de escritura tan innatural, tan
forzado, tan amargo. Con el sabor de ese cordón de calle, puedo editar todo
nuevamente y que las cosas queden saldadas hasta el próximo crimen. Y es así
que vuelvo sobre la mesa en la que estoy ahora, sentado cómodamente, con el
mate, un libro de poesía y la foto de un bajista genial que una vez hizo lo
siguiente: ya cansado de meter variaciones con su bajo en una grabación súper
virtuosa y enrevesada, Jaco abandonó el estudio con sus colegas músicos allí,
que quedaron pintados. Luego se fue a caminar por el centro comercial, y se
metió en una disquería. Allí comenzó a sacarse la ropa hasta quedar completamente
en pelotas. Acto seguido, tomó todos los discos que pudo, la mayoría de
artistas y bandas que amaba. Como si fueran suyos salió sin pagar del local y
los empezó a regalar en medio de la calle, a cualquier persona que pasara
frente a su desnudez. La historia no termina nada bien, y creo que se la pueden
imaginar. Entonces, a partir de este momento, les dejo a ustedes lectores/as el
remate de la anécdota. Pueden cometer el crimen cuando quieran. Les reitero,
les va a hacer falta amarme un poco, odiarme después, salir a caminar a cagarse
de frío esta noche, y luego seguro que les van a entrar ganas de escribir, de
terminar esta historia del bajista. En una de esas logran desenterrar un
secreto guardado en lo profundo del inconsciente ser que nos habita, o tal vez
se empiecen a llenar de noches sin dormir, que son las mejores porque van
acomodando todas las cosas en su debido lugar. Cuando logren reconciliarse con
todo eso, vuelvan sobre lo escrito, y ahí habrán llegado al punto en el que
arrancó esta especie de nota/reflexión/vómito. Es verdad eso de que hay que
tener cuidado con lo que se desea, porque se puede llegar a hacer realidad.
Pero más cuidado hay que tener con los que se escribe, porque por ahí de
carambola se puede volver como realidad para alguien más. Y eso sí que es
peligroso.
*Ya que es el héroe de esta historia, mejor volverlo a escuchar por hoy:
***************************Humildemente, Juan Mnp******extrañando esos recitales*****y otros también********
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