Este es un espacio de micro escritura. No hay mucho más que símbolos a los que se les puede dar varios sentidos, lo que genera una experiencia fuera del Tiempo: La lectura. Reflexiones berretas, trozos de ficción, ensayos bonsai , trampas de lectura y escenas robadas, realizados por quien dice yo / él / ella: Juan Mnp ¿? escribiente nacido en los ochenta. Tomate unos minutos y sumergite en alguno de estos textos. Contacto juanmamnuelpenino@yahoo.com.ar
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El escribiente
Sentir la oscuridad es
un cliché, o como se escriba. ¿Quién dijo que alguien no podía sentarse en
medio de un texto para decir: ¡Hey! Miren, acá estoy yo, con todas mis dudas y
mis miedos, dispuesto a entregarme, sin máscaras, sin trucos, sin contar las
palabras? ¿Tan difícil es lograr un acto de escritura sincero? ¿O todo tiene que
ser tamizado por la figurita del escribiente, todo tiene que ser tan
publicable, tan del gusto de un par de giles legitimadores del buen decir? Pero
cuando aparece alguien y se sienta para gritar la desesperación, que es
patrimonio universal del escribiente…bueno, pasa esto. Hay que esgrimir algún
motivo, un pensamiento lúcido, algo que justifique el acto de escritura, donde
hay un texto ficcional en desarrollo. ¿Qué carajos es un texto ficcional? Yo no
sé, él tampoco. Actuamos con instinto. Mire, algún día alguien me dio una pista
sobre signos y lenguajes y esas cosas, por lo que sorprendentemente aprendí a
escribir y a interpretar lo escrito. Todo muy mágico, como los signos
zodiacales o las danzas para atraer la buena cosecha. Pero pronto volví a
desaprender, y me quedé varado en el medio del mar de símbolos, signos y
sentimientos inexpresables. Pero ya estaba lanzado, algo había que hacer,
alguna cosa tenía que inventar. Me caí, me levanté, me rompí la cabeza cien
veces, pero seguía empeñado en interpretar, en escribir, en despejar sábanas de
falsos fantasmas. Entonces tuve la idea de subirme a la santa montaña, desnudo,
cargando las piedras de mis antepasados, las de mis post-pasados. Y acá me
tienen, tierno como al inicio de los días, listo para ser devorado por los
lobos rapaces, quienes están muy seguros de sus corazas, quienes tienen los
colmillos afilados para la ocasión. Y no, no señor, no estoy diciendo – perdón
– escribiendo, que soy una víctima. Conozco perfectamente los roles que estamos
cumpliendo. Sé mejor que nadie, que debería estar haciendo otra cosa, más
noble, más amena. Pero soy así, una gente de mierda, un escribiente, un
depredador de malos concejos, un llorón de cuarta que juega al filósofo de
jardín, al psicólogo de baulera, al mago de conejos muertos. Todos los trucos,
todos mis falsos trucos, han sido expuestos, siglos atrás. Yo los tomo, los
cocino de nuevo y los saco como si fuera la primera vez. Y siempre habrá
recienvenidos con ganas de sorprenderse con una Arcadia, una Atlantis, una
Troya, un Dorado. La verdad es que todo ya pasó, que la montaña es de cartón –
pese a estar tan bien diseñada y adornada – y los monjes son pésimos actores de
reparto. Más te cuento, no dejo de equivocarme en la escritura, tengo que
retroceder con el teclado cada palabra, porque hace frío y tengo los dedos
entumecidos y estoy solo y todo eso…Vez, ya caés de nuevo en el engaño. No me
creas, solo confiá cuando te digo que estoy acá sentado y desnudo, dispuesto a
confesarte todos mis artilugios, como esas palabras que vos dirías ¿cómo se le
ocurrieron? ¿A mí? Nada, las palabras me preceden, todos los textos me
preceden, las historias me preceden. En todo caso, si tengo una característica
positiva, es la de que sé robar bastante bien. Y que no necesito ningún cómplice,
me basto solo en el arte del buen robar. Sé dónde encontrar esas palabras que
necesitaba para terminar la oración acá. También tengo esa capacidad de seguir,
casi sin razonar, como si las letras se apilaran voluntariamente, para decir
“era justo esto lo que estábamos pensando”. Nadie piensa, todos repetimos de
mala gana. Ejercitamos sobre lo que ya estaba hecho. Como salir a correr, a
caminar, o a pegar un grito. Así de común y vulgar, como existir. ¿Quién sabe
salir mejor del vientre de su madre? Nadie. Y todos. Esto es igual, yo estoy
acá sentado confesando todo, sacándole el velo a tus ojos de lector, de
lectora, de lectore…¿Y quién me va a
decir algo? ¿El FBI de la literatura? ¿La RAE? ¿Qué institución represiva me
puede venir a decir qué hacer con las palabras, con las historias? Como mucho
me ignorarán, es la forma más fácil, la más efectiva. Este escribiente no
responde a nada más que sus caprichos de infante mal agradecido. Apenas si se
le entiende cuando habla. Déjenlo, no vale la pena ni un centavo de atención,
ni unos segundos de lectura. Que se ahogue en las ediciones de barrio y las
redes sociales, creadas para gente que no lee más que un título de una falsa
noticia en un celular. Insisto, no estoy de humor para vacunarte contra el
tiempo, eso te toca a vos. Si querés seguir con el engaño, te espera una vida
color de rosa, tenés todas las de ganar, el juego fue creado para ser jugado
así. También, me podés atender un instante, un minúsculo segundo, falta poco
para el final de la historia. Algo te vas a llevar, confiá en mí, creéme. No te
duermas, todavía. Aguantá. Hace frío, me acabo de sentar, casi al final del
texto, estoy desnudo, desnudo de trucos, desnudo de piel y de sentimientos. Te
digo la verdad, la única verdad que puede ser escrita: esto se terminó, se
terminó para mí, para él y para vos. Nunca nos vimos, no nos conocemos, no nos
vamos a conocer. En cien años no va a quedar nada ni nadie de tod@s nosotr@s.
Qué importan los vocativos y los intentos de arreglar el Universo. El Universo
se las arregla solo. Nosotros, vos, él y yo, lo intentamos. Nos salió esto: los
tres sentados en la vereda de una casa de barrio común y silvestre. Quedamos
desnudos, mirando el cielo…es todo tan lindo, cuando ya no importa nada. Fin.
*Con el siguiente fondo, que se explica solo:
**************************Humildemente soñando y sin lugar a donde ir, Juan****************************************************************************************
En esta historia, que no me pertenece, hay un comienzo que podría considerarse la verdadera historia. Porque el grado cero es el siguiente: una mañana corriente como cualquiera de las que gastamos sin recordar, recibí una carta. En otros tiempos pasados, esto sería un detalle. Pero hace tantos años que no recibo cartas, que la sociedad no escribe cartas de puño y letra, que el hecho resulta casi fantástico. Hay (des)honrosas excepciones, como las cartas documento que traen pésimas noticias, y los resúmenes de tarjetas que van por ese mismo lado indeseable de la escritura. Por lo general, tienden al abuso de un registro formal que ya no existe, y ese es quizás su único atributo, ser las depositarias de un registro en extinción, como una suerte de resto de animal prehistórico preservado para las siguientes generaciones. Entonces me tomé el tiempo, el lugar y el contexto necesarios para la lectura de esa pieza única. Como arqueólogo de historias, la lectura es más bien un degustar cad
Está lloviendo ahora sobre toda esta ciudad y son las 12:30 pm a lo largo y ancho del Meridiano de Greenwich y yo he crecido entre gente que es joven y gente que no es joven entre autos, papeles bond o bulky, artefactos y escaleras artefactos y clientes. Y avisos de la desesperación o la locura. ( Paradero , de Juan Ramírez Ruiz) Podría decir que la poesía existe para que me den ganas de tirarme del octavo piso del edificio en el que (no)estoy viviendo ahora. Mejor dicho, en el edificio donde estoy muriendo desde hace rato. Como una banana que se pasa de su madurez, y que empieza a despedir un olor rancio de otros momentos, de otras décadas. Una mala comparación de un mal escritor. Pero créanme, es lo mejor que me sale, esto de sentarme a morirme o escribir. Para el resto de las cuestiones me considero mucho menos que mediocre. A excepción, tal vez, de lavar los platos, una actividad que sintetiza como sinécdoque, porque ese coso vale por todos los cosos que se ensuci
Eso que se ve, digo, no fue tan así. A lo mejor sí que sentía algo especial por aquella persona en ese momento. O a lo mejor no. Verán, a veces es el lenguaje el que me lleva a inventar ciertos sentimientos, que por ahí no son así. ¿Me explico? Ni un poco. Bien, digamos que alguien viene de repente y me muestra en un televisor de los de ahora, uno de esos con inteligencia televisiva, una serie. Sería una tragicomedia de muy bajo presupuesto, y resulta que el protagonista soy yo. Entonces, en el primer capítulo se reconstruye mi nacimiento, mi infancia, y así. Como esos primeros años son muy distantes y difusos, digamos que voy a confiar bastante en el director, en el guión, porque no estoy muy seguro de nada. Pero entonces llega, supongamos, el tercer capítulo, y ahí sí que no me lo creo. Aparezco yo con un conjunto de personajes que la verdad no recuerdo haber querido tanto, ni que hayan marcado para nada mi vida. A lo mejor a alguno de ellos le dije “te amo”, qué se yo. Puede ser. ¿V
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