Ir al contenido principal

El escribiente


Sentir la oscuridad es un cliché, o como se escriba. ¿Quién dijo que alguien no podía sentarse en medio de un texto para decir: ¡Hey! Miren, acá estoy yo, con todas mis dudas y mis miedos, dispuesto a entregarme, sin máscaras, sin trucos, sin contar las palabras? ¿Tan difícil es lograr un acto de escritura sincero? ¿O todo tiene que ser tamizado por la figurita del escribiente, todo tiene que ser tan publicable, tan del gusto de un par de giles legitimadores del buen decir? Pero cuando aparece alguien y se sienta para gritar la desesperación, que es patrimonio universal del escribiente…bueno, pasa esto. Hay que esgrimir algún motivo, un pensamiento lúcido, algo que justifique el acto de escritura, donde hay un texto ficcional en desarrollo. ¿Qué carajos es un texto ficcional? Yo no sé, él tampoco. Actuamos con instinto. Mire, algún día alguien me dio una pista sobre signos y lenguajes y esas cosas, por lo que sorprendentemente aprendí a escribir y a interpretar lo escrito. Todo muy mágico, como los signos zodiacales o las danzas para atraer la buena cosecha. Pero pronto volví a desaprender, y me quedé varado en el medio del mar de símbolos, signos y sentimientos inexpresables. Pero ya estaba lanzado, algo había que hacer, alguna cosa tenía que inventar. Me caí, me levanté, me rompí la cabeza cien veces, pero seguía empeñado en interpretar, en escribir, en despejar sábanas de falsos fantasmas. Entonces tuve la idea de subirme a la santa montaña, desnudo, cargando las piedras de mis antepasados, las de mis post-pasados. Y acá me tienen, tierno como al inicio de los días, listo para ser devorado por los lobos rapaces, quienes están muy seguros de sus corazas, quienes tienen los colmillos afilados para la ocasión. Y no, no señor, no estoy diciendo – perdón – escribiendo, que soy una víctima. Conozco perfectamente los roles que estamos cumpliendo. Sé mejor que nadie, que debería estar haciendo otra cosa, más noble, más amena. Pero soy así, una gente de mierda, un escribiente, un depredador de malos concejos, un llorón de cuarta que juega al filósofo de jardín, al psicólogo de baulera, al mago de conejos muertos. Todos los trucos, todos mis falsos trucos, han sido expuestos, siglos atrás. Yo los tomo, los cocino de nuevo y los saco como si fuera la primera vez. Y siempre habrá recienvenidos con ganas de sorprenderse con una Arcadia, una Atlantis, una Troya, un Dorado. La verdad es que todo ya pasó, que la montaña es de cartón – pese a estar tan bien diseñada y adornada – y los monjes son pésimos actores de reparto. Más te cuento, no dejo de equivocarme en la escritura, tengo que retroceder con el teclado cada palabra, porque hace frío y tengo los dedos entumecidos y estoy solo y todo eso…Vez, ya caés de nuevo en el engaño. No me creas, solo confiá cuando te digo que estoy acá sentado y desnudo, dispuesto a confesarte todos mis artilugios, como esas palabras que vos dirías ¿cómo se le ocurrieron? ¿A mí? Nada, las palabras me preceden, todos los textos me preceden, las historias me preceden. En todo caso, si tengo una característica positiva, es la de que sé robar bastante bien. Y que no necesito ningún cómplice, me basto solo en el arte del buen robar. Sé dónde encontrar esas palabras que necesitaba para terminar la oración acá. También tengo esa capacidad de seguir, casi sin razonar, como si las letras se apilaran voluntariamente, para decir “era justo esto lo que estábamos pensando”. Nadie piensa, todos repetimos de mala gana. Ejercitamos sobre lo que ya estaba hecho. Como salir a correr, a caminar, o a pegar un grito. Así de común y vulgar, como existir. ¿Quién sabe salir mejor del vientre de su madre? Nadie. Y todos. Esto es igual, yo estoy acá sentado confesando todo, sacándole el velo a tus ojos de lector, de lectora,  de lectore…¿Y quién me va a decir algo? ¿El FBI de la literatura? ¿La RAE? ¿Qué institución represiva me puede venir a decir qué hacer con las palabras, con las historias? Como mucho me ignorarán, es la forma más fácil, la más efectiva. Este escribiente no responde a nada más que sus caprichos de infante mal agradecido. Apenas si se le entiende cuando habla. Déjenlo, no vale la pena ni un centavo de atención, ni unos segundos de lectura. Que se ahogue en las ediciones de barrio y las redes sociales, creadas para gente que no lee más que un título de una falsa noticia en un celular. Insisto, no estoy de humor para vacunarte contra el tiempo, eso te toca a vos. Si querés seguir con el engaño, te espera una vida color de rosa, tenés todas las de ganar, el juego fue creado para ser jugado así. También, me podés atender un instante, un minúsculo segundo, falta poco para el final de la historia. Algo te vas a llevar, confiá en mí, creéme. No te duermas, todavía. Aguantá. Hace frío, me acabo de sentar, casi al final del texto, estoy desnudo, desnudo de trucos, desnudo de piel y de sentimientos. Te digo la verdad, la única verdad que puede ser escrita: esto se terminó, se terminó para mí, para él y para vos. Nunca nos vimos, no nos conocemos, no nos vamos a conocer. En cien años no va a quedar nada ni nadie de tod@s nosotr@s. Qué importan los vocativos y los intentos de arreglar el Universo. El Universo se las arregla solo. Nosotros, vos, él y yo, lo intentamos. Nos salió esto: los tres sentados en la vereda de una casa de barrio común y silvestre. Quedamos desnudos, mirando el cielo…es todo tan lindo, cuando ya no importa nada. Fin.


*Con el siguiente fondo, que se explica solo:


 **************************Humildemente soñando y sin lugar a donde ir, Juan****************************************************************************************

Comentarios

Entradas más populares de este blog

FALTÓ ALGUIEN QUE EMPUJE (la única vez que vi a mi tío jugar)

  En esta historia, que no me pertenece, hay un comienzo que podría considerarse la verdadera historia. Porque el grado cero es el siguiente: una mañana corriente como cualquiera de las que gastamos sin recordar, recibí una carta. En otros tiempos pasados, esto sería un detalle. Pero hace tantos años que no recibo cartas, que la sociedad no escribe cartas de puño y letra, que el hecho resulta casi fantástico. Hay (des)honrosas   excepciones, como las cartas documento que traen pésimas noticias, y los resúmenes de tarjetas que van por ese mismo lado indeseable de la escritura. Por lo general, tienden al abuso de un registro formal que ya no existe, y ese es quizás su único atributo, ser las depositarias de un registro en extinción, como una suerte de resto de animal prehistórico preservado para las siguientes generaciones. Entonces me tomé el tiempo, el lugar y el contexto necesarios para la lectura de esa pieza única. Como arqueólogo de historias, la lectura es más bien un degustar cad

Mitad

Está lloviendo ahora sobre toda esta ciudad y son las 12:30 pm a lo largo y ancho del Meridiano de Greenwich y yo he crecido entre gente que es joven y gente que no es joven entre autos, papeles bond o bulky, artefactos y escaleras artefactos y clientes. Y avisos de la desesperación o la locura. ( Paradero , de Juan Ramírez Ruiz)   Podría decir que la poesía existe para que me den ganas de tirarme del octavo piso del edificio en el que (no)estoy viviendo ahora. Mejor dicho, en el edificio donde estoy muriendo desde hace rato. Como una banana que se pasa de su madurez, y que empieza a despedir un olor rancio de otros momentos, de otras décadas. Una mala comparación de un mal escritor. Pero créanme, es lo mejor que me sale, esto de sentarme a morirme o escribir. Para el resto de las cuestiones me considero mucho menos que mediocre. A excepción, tal vez, de lavar los platos, una actividad que sintetiza como sinécdoque, porque ese coso vale por todos los cosos que se ensuci

Divagues del yo

Eso que se ve, digo, no fue tan así. A lo mejor sí que sentía algo especial por aquella persona en ese momento. O a lo mejor no. Verán, a veces es el lenguaje el que me lleva a inventar ciertos sentimientos, que por ahí no son así. ¿Me explico? Ni un poco. Bien, digamos que alguien viene de repente y me muestra en un televisor de los de ahora, uno de esos con inteligencia televisiva, una serie. Sería una tragicomedia de muy bajo presupuesto, y resulta que el protagonista soy yo. Entonces, en el primer capítulo se reconstruye mi nacimiento, mi infancia, y así. Como esos primeros años son muy distantes y difusos, digamos que voy a confiar bastante en el director, en el guión, porque no estoy muy seguro de nada. Pero entonces llega, supongamos, el tercer capítulo, y ahí sí que no me lo creo. Aparezco yo con un conjunto de personajes que la verdad no recuerdo haber querido tanto, ni que hayan marcado para nada mi vida. A lo mejor a alguno de ellos le dije “te amo”, qué se yo. Puede ser. ¿V