Estas últimas noches - en la ciudad de los balnearios privados y los alfajores transgénicos - fueron diseñadas para morir de frío. Por eso, como si fuese una suerte de recordatorio humanitario, desde la Municipalidad llaman a que tod@s l@s personas que estén en situación de calle se acerquen a pasar la noche en los centros destinados a eso, que vaya a saber si sean de verdad y si – más de verdad- estén equipados adecuadamente. Como fuere, deseo que sí y que nadie tenga sufrir una noche a la intemperie con temperaturas de la Antártida, sin poder llevarse nada al estómago, como doble castigo. En el caso mío, aprovecho estas noches para poner a prueba mi capacidad de supervivencia, chequeo si mi instinto suicida está controlado y si la cerveza todavía la pongo en la heladera. Además, todo se acompaña con una lectura. En estos días, me quedó dando vueltas esa frase de Gombrowicz, que utilizo de título. En sus anotaciones súper personales, reunidas en Kronos (ed. Cuenco de Plata), abundan las enfermedades y los finales de vínculos, o por lo menos es lo que más rastreo. Como una suerte de compresión final de la vida de un escritor – o de cualquier otra cosa – se nota que la preocupación por la salud va creciendo conforme pasan los años, pasando a ocupar la primera escena. A lo mejor, hace unos años me podría haber identificado con el Gombro que llega de Polonia – casi de ojote – a Buenos Aires, y se pierde en el laberinto salvaje de Constitución o en las oscuras y prometedoras plazas nocturnas, donde abundan los encuentros sexuales. Pero ahora, con este tiempo congelado, con este virus insistidor e invencible, leyendo paralelamente Soy la peste de Saccomanno que empieza así: “Estaba empezando el invierno de mis dieciséis años y se venía la nieve cuando el mal atacó el quilombo”; me doy cuenta que mi propio Kronos también se fue achicando. Inevitablemente, no paro de pensar en mi estado de salud y en el poco tiempo que me queda para hacer vaya a saber qué cosa, y en eso de que no hay demasiado margen para construir nuevos vínculos, y que más vale acopiar y cuidar lo que bastante costó construir hasta acá, y cosas por el estilo. Está clara la degradación del cuerpo, siempre acechado por cuestiones que antes eran un desafío. ¿Será kronos, será el virus, será la lectura? Todavía adulto joven, soy consciente de que todo eso suena a hiperbólica exageración. Pero cuando me levanto con dolor intenso de garganta y estornudo un par de veces, no puedo evitar pensar en que podría estar transcurriendo mis últimas horas. ¿Cómo encarar un día así? En primer lugar, siempre me enfoco en lo que voy a escribir, porque la escritura me da otro espacio, otro cuerpo. No siempre funciona, entonces salgo hacia la lectura, otros espacios, otros cuerpos. Pero claro, en esta selección semanal me encuentro asediado por textos desesperados, realizados por escritores en vías de extinción, por cuerpos en degradación, caídos al Olimpo donde reina el único y verdadero Dios, el Tiempo, que lanza sus rayos mortales que alcanzan a tod@s. Y eso, también, es reparador. En eso, a lo mejor, me vuelvo un poco borgeano, y que mejor ni intentar la inmortalidad, porque sería un soberano embole. Entonces larga vida a Kronos, corta vida a nosotr@s. Más alejado de todo eso, confieso, suelo escaparme hacia alguna novela ligera dibujada y pensada por algún mangaka japonés. En la de este último tiempo, sigo los enredos de un joven universitario virgen que comienza una relación con una novia de alquiler, que son algo así como acompañantes en lugares públicos para perdedor@s desdeperad@s. Obvio que la trama se complica cuando el vínculo se vuelve cada vez más estrecho y las barreras del contrato comienzan a flaquear. En fin, esas cosas que el Tiempo me niega, y que la ficción me devuelve. Porque está lindo perderse en las pavadas que un joven enredado puede sostener a lo largo de más de ciento cincuenta capítulos. Pero lo más estimulante, tal vez, sea la cantidad de comentarios de lector@s del manga, indignad@s cada semana por el no avance de la trama, que en verdad es un no avance en el sentido que sus ansiosas hormonas desean. Todo lo que el Tiempo va aplacando. Yo, mucho más viejo que el promedio de edades de lectores de manga, apenas un viejo otaku de ocasión, voy deseando lo contrario, que el arco argumental no avance, se siga tomando desvíos. Por eso celebré el último capítulo, en el que la novia de alquiler esquiva la confesión del joven Kazuya, encerrándose en el baño y reflexionando de manera acertadísima que no es ese el momento, no todavía, Kronos les tiene preparado unos cuantos enredos más. Yo descuento los días y prometo disfrutarlos, no me queda mayor consuelo. ¿Habrá sido esto un ejercicio de catarsis propuesto por un falso suicida? Otra vez llueve y el frío parece más crudo, como si todavía tuviese un nivel más agudo de congelamiento disponible. La cerveza natural parece sacada de un freezer del Polo Norte. El horizonte del barrio es una gran nube negra cargada de eso inexistente que llaman aguanieve, y que no es más que agua muy fría. A lo mejor, mañana arranca la temporada de anunciantes de noticias del año pasado, tratando de adivinar cuándo y dónde puede llegar a caer medio copo de nieve de verdad. Esta vez, acordate, van a invitarnos a que mandemos una foto para publicar en alguna de sus redes sociales, porque están convencidos de que eso es innovador, y no es más que contar la misma noticia del año pasado por otra vía. El Tiempo es implacable, porque me espera todos los años en el mismo lugar, con la misma aguanieve y el mismo presentador diciendo que hace frío, y que en Sierra de los Padres ya nevó, alguien mandó un muñeco de nieve al Whatsapp del canal. Gracias y hasta mañana, los dejamos con la repetición de una trama que ya pasamos ayer. Tal vez sí soy la peste, asediada por kronos, buscando una novia de alquiler que me saque a descubrir que no todas las cosas y los vínculos se van extinguiendo.
****Esto
fue una especie de carta de recomendación de libros que estoy leyendo, nada que
ver con literatura del yo. Para música de fondo no pude dejar de pensar en la
siguiente melodía atemporal, deliciosa y que todavía genera alguna expectativa psicodélica:
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