“Él sabía de memoria el alfabeto de la muerte”
(Dylan Thomas, Cuando los cerrojos del crepúsculo)
Una cosa
que no podía evitar aún queriendo:
que la
presión le bajara
después de
fumar,
eso y lo
que nos pasa a todos:
un sentimiento de agotamiento y desaprehensión
en cuanto
al estado actual del mundo,
una
metonimia al revés,
tan pesada
como la avenida Jara
a esa
determinada altura
donde hay
un auto estacionado
y totalmente
chamuscado
frente a
una casa
que es un
aguantadero,
ahí justo
donde compra
las
sustancias que le hacen
bajar
considerablemente la presión
mientras
contempla un cuarto de cielo
en el medio
metro cuadrado
de lo que
sería o fue un patio….
……………………………………………..”La
estupidez –dijo Fate- la variedad interminable de formas con que nos
destrozamos a nosotros mismos” (Roberto Bolaño, 2666)
Una mujer
con pelo largo y cano,
Inmortalizada
mientras lee
un capítulo
de una novela
donde una
joven cruza
la frontera
porque acaba
de matar a
su esposo,
uno de esos
tantos tipos
que habían
abusado de ella,
tal vez el
más posesivo,
el que
había pagado por todos;
un ojo de
cerradura
que retrata
lo que no entiende,
la realidad
de lo instantáneo,
un auto
incendiado a la salida
del paso
fronterizo,
unos
policías borrachos
con ánimos
de apostar
sus viejas
armas
-que vaya a
saber si funcionaran bien-
en la
siguiente mano
del juego
que sea,
tal vez
Guillermo Tell
con William
Burroughs de asistente;
los ojos de
la mujer
que ya
conoce demasiado
esa
historia que lee
por hacer
algo
un domingo
a la tarde,
el ojo de
la cerradura llora
y nunca se
sabrá por qué,
ni siquiera
diez años después
viendo esa
misma foto
repitiendo
esa misma historia.

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