Palabras inútiles para un libro vacío

Cómo escribir eso que no se sabe bien si se debería escribir. Porque hay escenas, imágenes, sentimientos que son mejores en el recuerdo, sin quedar sublimados mediante la escasez de recursos de las palabras. Mis palabras. Escasas. Una escena que parece muy común, demasiado tranquila. Una manifestación antifascista, de esas que hoy en día son tan fáciles de apoyar por más que obvias razones. Cuando el mal mayor aparece, los pies parecen caminar solos, las gargantas gritar sin esfuerzo, los cuerpos encontrarse. Saber perfectamente lo que se pone en juego. Repudiar al mal mayor. Ese fue el contexto de esa escena que no debería escribir. No importan los demás personajes, solamente los que entran en ese cuadro. En el centro, hay una persona que lleva consigo la marca del tiempo entero. Su mirada, su sonrisa, sus movimientos tienen todos los años encima, esos años que en realidad son los míos. Se proyecta desde unos recuerdos de una infancia más. Recuerdos de patio gigante, guardapolvos blancos todos manchados de jugar al fútbol con una latita de gaseosa debidamente aplastada. Y en esta parte, para ser sincero conmigo, debo aclarar que me quebré. Tal vez tenga que parara acá, por hoy, y seguir en unos años, cuando el presente me sea distinto, y cuando esa sonrisa ya no me signifique nada. Porque el tiempo trae consigo un montón de cosas que recubren otras y las van poniendo en el olvido, y menos mal que el mecanismo funciona así. En ese patio jugamos todos, todas, todes. Están la soga, el elástico, la mancha y las confesiones de amor en el pasillo que va hacia los baños. Supongo que porque nadie quería estar ahí, tan cerca de mingitorios e inodoros. O tal vez porque se le ocurrió a alguien y después no supimos cambiar la costumbre, o porque era el lugar más alejado de donde estaban la sala de maestros, la dirección y los salones, territorios debidamente vigilados por los mayores a cargo de la institución. Me acuerdo de verte de reojo, mientras intentaba un gol imposible, y de ser consciente de que algo se me empezaba a despertar en ese momento. Me gustabas, supongo, como gustan esas primeras personas que uno ve de niño sin saber bien qué cosa haría a continuación. ¿Citarte en el pasillo de los baños? La sola idea me avergonzaba de muerte, entre otras cosas, porque sabía perfectamente que sería rechazado. ¿Rechazado para qué? Tampoco sabía, y a lo mejor me daba más miedo, ¿qué pasaría si la respuesta tuya hubiese sido un “a mí también”? Pero éramos chicos, eso estaba bien así como estaba. Fijate todas las palabras que aparecieron con solo verte en una escena, treinta años después. En la escuela era el típico niño tímido y vergonzoso, que sabía de su impopularidad. Imposible que te fijaras en mí, imposible que yo pudiera acercarme a vos. Pero te miraba, casi igual a como te miro en esa escena de la manifestación, ahora. Esta vez, las huellas del tiempo nos dibujaron arrugas, canas y un montón de heridas que no quiero recordar en este momento, y que no puedo ver en el lienzo de tu escena. Intento, pero es imposible desviar mis ojos de vos. Te veo sonreír, estás con tus hijos, hijas, hijes, con alguien que te acompaña a la par. Me veo ahí en esa escena, se me llenan los ojos de lágrimas, no lo puedo evitar. No lo quiero evitar. ¿Será porque no soy yo quien está en el centro del cuadro? ¿Será porque la pintura de tu cara y el resto de los personajes que te secundan me enternecen el corazón, me hacen creer un poco en el futuro? ¿Será el hecho de estar en una manifestación importante, con el dolor de saber que el fascismo todavía existe? O todo eso junto, no lo sé muy bien. Supongo que después de la última guerra las cosas cambiaron. Cambiaron y punto. No hay una cuestión moral en esto, hay hechos, consecuencias. Una coma en el largo trazado de la historia. Una coma, que es una marca profunda, que te obliga a salir del renglón, hundirte en un instante, para que después emerja otra cosa. Y ahí estoy mientras te veo. En lo más profundo de ese hundimiento, entendiendo cada vez más a quienes dejaron de avanzar entre puntos suspensivos, enfermos de intentar seguir en el renglón. Me pierdo un poco en esta coma, hundido en la escena, en la pintura impresionista de tarde con tu sonrisa, a lo lejos, distante, casi como cuando te espiaba disimuladamente en el recreo. Años que ahora tienen un poco de sentido, que me dan alivio. No me gustabas porque tuvieras una cara linda, porque fueras la persona más popular de la escuela. Treinta años después me doy cuenta de que no fui nada superficial. Sabía de las comas desde los diez años, y de que también se pueden leer. Se deben leer. ¡Y te leí!, te leí como nunca voy a leer a nadie. Sueño con que te encuentro treinta años más allá de hoy, una última vez. Y que es otra de esas tardes, que te veo sonreír al sol, un sol liberado de todo fascismo, un sol que habremos despejado para la generación de tus nietos, nietas, nietes. Y en ese momento lloro con la certeza de que soy feliz, y que valió la pena eso de no citarte en el pasillo de los baños de la escuela. Otra coma más que se parece al punto final, pero con un fundido a negro que recuerda a esos finales de historia que valieron la pena. Vuelvo al patio por una última vez, como el flash back definitivo. Me tiran la latita aplastada para que corra solo hacia el gol, y ganemos el partido. Levanto la cabeza y te veo por allá, camino al pasillo de los baños. Tengo dos opciones, defino la jugada y gana mi equipo, o te sigo hasta que nos hundamos en la tarde definitiva. La historia de cualquier persona tiene esos caprichos, y todas las palabras que más tarde van a llenar esos libros que nunca se escribieron.

 

****Iba a aclarar algunas cosas. La primera, esto fue ficción, y cualquier parecido con la “realidad” poco importa, o mucho, ya verás. La segunda, el título es una adaptación libre de la siguiente y genial frase de la escritora Josefina Vicens, que conocí gracias a un artículo de Alejandro Zambra: “Todo esto y todo lo que iré escribiendo es solo para decir nada y el resultado será, en último caso, muchas páginas llenas y un libro vacío”. La tercera, el tema musical que se sugiere:


**************************************************humildemente, Juan, o el Yo que dice yo, o Scardanelli***********la moneda cayó y ya************

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