31 (para leer el último día del año)

Como un fardo de paja seca

que pasa no rodando

sino más bien volcando

sus cicatrices

sobre un desierto

sin sol ni espuma,

uno de esos no lugares

siempre llenos de vacío,

una autopista en hora pico

o una terminal de micros

al instante señalado:

las doce de la noche

de cualquier treintaiuno

de diciembre,

un piso recién lavado

y las copas invisibles

chocando en cada esquina

con la violencia

del comentario del día:

“se termina el año”,

y nada más que agregar

porque ese día lo comprime todo,

las cuentas son deficitarias

o hay que consolarse con eso de:

“por lo menos llegamos”,

como si cada año

fuese una misma y única

orilla que siempre se abisma,

una carrera hacia la nada,

y vaya a saber cuántas

vueltas falten

para que sea la última,

como circulación de versos/

como circulación de sangre

y embotellamiento

de “felicidades” en plural,

todas atascadas en cada yo

y tan disímiles

que pareciera que

el viento norte

nunca las va a juntar,

sentarse a mirar

fuegos artificiales

que queman soledades

como la peor de las aguardientes

que fluye como si

nunca más se fuese

a celebrar nada,

la ansiedad del final,

el día más postapocalíptico

que inventó la persona

que se tomó el trabajo

de enunciar la primera palabra:

siempre un verbo/

un movimiento/

una fuga,

escapando desde

ese precipicio

hasta este…

final y puntos suspensivos

con comienzo de nueva carrera

contra el tiempo,

contra la vida de los demás,

depositando en estantes

todos aquellos libros

que no vamos a leer

pero que igual están ahí

esperando en vano,

como la vida de tantas personas

que nos cruzamos en el chino,

con las que nunca hablamos

ni vamos a hablar,

pero que miran,

están ahí,

nos esperan

-¿nos esperan?-

rodando como ese fardo,

con las cicatrices

más frescas que nunca,

dispuestas a que

ya sea mañana…

y volver a rodar.


*****aclaración: el verso 28 fue (casi) robado literalmente a Juan L. Ortiz, la única persona con la que pasaría cualquier fin de año.

*********************música sugerida (probablemente el mejor tema del mejor disco del 2024):

*****************************humildemente, Juan Scardanelli*******el yo que dijo Yo otro año más*******tras bastidores del barrio Rivadavia********brindando...todavía***


Todo lo que siempre quiso saber sobre la cena navideña (y nunca se atrevió a confesar)


Una cena a la que siempre se llega demasiado tarde, o demasiado temprano. Una cena a la que una vez llegado surge la duda del por qué se habrá ido, y cuándo será preciso y de bien educado retirarse. Una cena que suele tener demasiada comida como para poder ser digerida en unas horas, o que suele tener muy poca porque alguno de los invitados se olvidó de poner lo suyo, y “hablamos de eso cuando volvamos a casa”. Una cena que tiene mesa de dulces, después de un postre que suele abusar de las frutas que están en estación, supuestas ensaladas que tienen dos, con surte tres, variedades nomás. Decía, una mesa de dulces que es la única del año, por lo menos en originalidad, porque la de fin de año también tiene pero armada con las sobras de la navideña. Todo el fuego artificial se gasta en esta sagrada cena, que sería la primera en una saga que tendrá, además, su último capítulo de crucifixión y muerte, con una afamada última cena, a la que extrañamente nadie invita, tal vez porque solamente se trata de un plato especial, imprescindible, inmodificable y que nadie sabe preparar bien: pescado. Una cena (volviendo a la Navidad) en la que se suelen poner los mejores cubiertos de la casa, aquellos que solamente pueden ser utilizados esa sola vez por año, lo que suele traer como consecuencia que los cuchillos estén siempre desafilados, ¿y con qué se va a cortar el matambre exageradamente cargado, o el apenas rellenado pollo relleno?. Una cena que tiene un plato exótico tan amado como odiado, pero siempre en boca de todos por esa única noche: el vitel toné. Un típico plato piamontés, que tiene como base unas rebanadas de carne vacuna, bañadas en una salsa que nuca se sabe bien con qué carajos se preparó. Y entonces cuando lo empezás a disfrutar, te vas dando cuenta del olor que te deja en la boca, y ahí es cuando la memoria te vuelve y se da la epifanía de cada noche buena: cierto, no me gusta el vitel toné por cómo me deja después. Una cena en la que siempre hay alguien a quien te gustaría asesinar, pero que llegada las doce no queda de otra, hay que mirar a los ojos sonriendo y desearle una feliz Navidad, con mayúsculas ahora sí porque es medianoche y los saludos ya no se deshacen con las irritables conversaciones previas. Una cena en la que es mejor ocultar los regalos que exponerlos debajo del “pinito”, porque l@s pib@s no saben manejar la ansiedad. ¿Y cómo podrían saberlo, si sus propios padres fracasan todo el tiempo en eso? Una cena en la que es mejor nunca manchar el mantel, porque también es una pieza de museo que solo se exhibe en “esa noche”, y que después debe volver a su santo armario en estado inmaculado. Una cena en la que siempre hay invitados que se pasan de brindis, y ¿quién se lleva el peor paquete de la noche? La cena de una noche que, por lo general, no resulta nada amable, mucho menos buena, pero que se llama así para tratar de calmar un poco toda esa frustración contenida durante (casi) un año. Una cena que se agradece poder finalizar sin mayores sobresaltos, y que extrañamente muchas personas piensan que sería horrible pasarla en soledad. Una cena por la que se sacrifican un montón de otras cenas, por la cantidad de comida, por la vastedad de bebida, por la intensidad de l@s comensales. Una cena que dicen que trae buena suerte, aunque únicamente si se tiene un Sertal a mano. Una cena que tendrá el momento de mayor acción y suspenso cuando aparezcan las botellas de sidra en la mesa, y habrá que ver si este año terminamos en la guardia del Hospital que te tocó en desgracia, solamente por querer chequear si el corcho en verdad estaba ahí. ¿Por qué poner el ojo tan cerca del corcho de la sidra? Deporte de alto riesgo, falta de adrenalina en la vida, quién sabe. Una cena en la que se vuelve a creer en seres mitológicos, de fábula: papá Coca Cola, Rodolfito, el hd…Dios(en versión bebé), Dios (el único e irreproducible, y dueño absoluto de todos los silencios incómodos), una virgen, el marido de la virgen que se creyó lo del espíritu santo, el pata de lan..digo el espíritu santo, un pesebre (que oficia más de zoológico ilegal, con mezcla de animalitos de granja, de la selva y muñecos de la serie de La guerra de las galaxias que quedan justos para reemplazar piezas perdidas), los reyes magos (seres sin conejos en las galeras que para ser reyes parecen muy empobrecidos, andan en camellos semimuertos de sed, no tienen pajes ni ayudantes, y tampoco GPS, por lo que confían su suerte a una “estrella guía”). Una cena que tiene buena estrella, la que siempre te lleva al lugar que querés ir, y que por lo general no es en donde estás pasando la noche de paz. Una cena que debería ser pacífica, pero que no lo es ni de cerca. Una noche que de amor tiene ese instante del choque de copas, el brindis. Una cena que debería reducirse a un brindis de paz, donde un grupo de personas que (todavía) se aguantan, fingen una sonrisa de amor que no es tal, pero que sale tan bien en la foto, que mejor hacer de cuenta que todo está bien, que las cosas pueden ir mejor, y que peor estará el escritor del barrio Rivadavia, allá sólo y tirado en la esquina de Francia y Garay, brindando por nada con una de esas cervezas “industriales” (¿las otras serán consideradas postindustriales, o solamente capitalistas a cecas?) y mirando esa estrella que lo dejó en el culo del mundo, porque también puede que te quedes sin señal. Ya sabés, hay mucha gente buscando una estrella potente que funcione bien, y te lleve a ese lugar donde podés acostarte temprano si estás cansado, porque está todo bien, una cena es solamente una cena.

*PD: Casi me olvido, puede que te encuentres con el fantasma de tus navidades pasadas, o futuras. Eso no tiene nada de malo o riesgoso. El verdadero problema, la catástrofe a evitar, es encontrarse con los fantasmas de la navidad presente. Si te pasa, ni lo dudes, salí disparando a buscar el corcho…..y más vale que apuntes bien.

*******y el tema que se filtró solito:

************humildemente, Juan************no hay remedio para todos los dolores de la vida********felicidades*******y que brindes muchos más

Todas mis disculpas (el ruido de las chapas)


“Hay que tener cuidado con lo que uno pone a circular en el mundo” (María Gainza, “Un puñado de flechas”)

Algo se escucha medio como acercándose. Un ruido de chapas golpeando. Puede ser que se esté largando a llover, o que el fin del mundo esté avisando su próxima intervención en la historia, la mía y la de todos. Pero dejemos eso por ahí, colgando…Más temprano, un grupo de inadaptados del barrio Rivadavia, se preguntaban qué pasaba con ese gitano de proporciones descomunales, que no se dignaba a aparecer para que empiece el día. Le decían el Emanuel, porque, al igual que Kant, era un tipo que repetía la rutina sin salir del barrio, todos los días igual. Se levantaba a tal hora, salía a hacer lo suyo, volvía en tal momento, y fin del día. Sin escapadas a ningún otro lugar, mucho menos largos viajes. El gitano Emanuel tenía una condición rara, una enfermedad degenerativa que se le marcaba en el cuerpo. A lo mejor por eso es que nunca salió del barrio. Pero también, es verdad que existen personas que son como las baldosas de una vereda, y que no se despegan del lugar al que llegaron hasta que un día el sol las ablanda y todo es fin…Esos inadaptados no vieron salir al gitano, y lo interpretaron como un mal augurio, una señal inequívoca de que ese día podía pasar algo muy malo. Porque las señales, siempre, tienen que anticipar algo malo, algo terrible, algo inevitable. ¿Sino de qué carajos viviríamos? ¿Cómo se hace para habitar un mundo que solo estuviese compuesto de certezas? Imposible. La mala señal era tan clara como el sol del mediodía. Hacía uno de los primeros calores de fin de año, esos calores que aflojan baldosas, esos calores capaces de voltear al gitano más enorme y fuerte de todos. De ahí para abajo el barrio entero estaba en peligro. Sin embargo, el día de mitad de semana ocurrió bastante predecible y tranquilo. Los ritmos de su gente fueron iguales, los locales trabajaron poco como siempre, los colectivos pasaron con la misma mala frecuencia diaria, los choques de todos los días fueron iguales o apenas peores, los choreos, las injusticias, los asesinatos, los ajustes de cuenta, los amores, los engaños, y el largo etcétera de pasiones que envuelven al barrio día a día. Pero el gitano gigante no había salido a cumplir con su rutina, a marcar el ritmo del tiempo. Eso fue lo que los inadaptados de siempre notaron. Y lo notaron porque estaban haciendo lo de todos los días, juntarse a tomar la birra en la esquina habitual, una birra más caliente que días anteriores, porque todavía faltaba aclimatarse a las nuevas temperaturas máximas. Pero había una preocupación mayúscula. Las cosas se sentían distintas, el aire parecía diferente, las voces sonaban con un tono más grave, los pasos de los habitantes del barrio sonaban inseguros, como aves en estampida escapando de una próxima y terrible tormenta. Los inadaptados decidieron tomar cartas en el asunto. Se armaron de valor y fueron a golpear la puerta de la casa del gitano gigante. Pero dejemos eso otro por acá, esperando….En silencio uno sale sin destino, camino a donde venden empanadas al costo, esto es en zona barrio Don Bosco. Unos pesos y salen de jamón y queso, y de carne suave, o vaya a saber qué cosa con la que se rellena esa masa. Sentarse frente a la estación a mirar nada. O casi nada, ruinas, pastizales, micro basurales, motos y bicis de reparto, autos pasar, gente apurada por tomarse el bondi en dirección a vaya a saber dónde, y un buen trago de cerveza muy fría que es como la salvación del mundo. Ponerse a recitar un poema sobre un tipo como uno, que se sienta en una vereda a comer empanadas mezcladas con el gas de la cerveza, y que se acuerda en ese preciso instante de que está muy solo, demasiado. Y de que no tiene ganas de hacer nada más que eso, moverse como un caracol en la vida, avanzar retrocediendo un poco, quedar extático y preparar su propio funeral, donde va a sonar de fondo ese último tema que tocara Kurt Kobain en su propio entierro. Eso, un último y genial tema para terminar fumando un cigarrillo final, y volver al barrio a volarse la tapa de los sesos con una escopeta, porque ¿qué otra cosa se puede hacer un año como hoy? ¿2024 2025 2026…? Y eso espera por ahí…Todo junto y al final, en la casa del gitano está el mismo tipo que comía las empanadas y tomaba la cerveza, a punto de culminar su mejor y última obra: su propia muerte. Pero lo hacía lento, tenía una condición degenerativa que le impedía tomar decisiones rápidas o salir de la órbita del barrio Rivadavia. A punto de volarse los sesos con ese tema de Nirvana de fondo. Justo ahí se escucha el sonido de las chapas, porque alguien llama a su puerta, o lo que sea que dejó instalado como puerta. Al principio no presta la debida atención y se dispone a disparar contra su propia cabeza. El sonido fuerte es de la chapa, o puede ser de la bala impactando la cabeza, o puede ser el sonido del final de todo…Colgando, esperando, aguantando, parece que el sol del mediodía ya no existe, el cielo luce un nublado postapocalíptico...Los inadaptados de siempre descansan más tranquilos, el gitano gigante salió al atardecer a regar la vereda. Yo no sé si todo eso pasó o está por pasar, pero por las dudas me voy caminando en busca de una docena de empanadas al costo. Espero que me sobren unos pesos para poder completar con una birra para acompañar. Y sobre todo, estaría bueno poder terminar de contar esa historia que se viene postergando, vaya uno a saber por qué. Calculo que algún día empezará a circular, y espero que su sonido sea lo suficientemente fuerte como para voltear esas chapas.


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***************************humildemente, Juan************en el sol**************************

Noches de insomnio, parte...



“Si yo fuera yo, qué haría” (Clarice Lispector)

Buena pregunta para comenzar la noche. O para nacer a la vida, o para ir preparando el capítulo inevitable, el del final de todo. Y si yo fuera Yo, muy probablemente, no andaría a cualquier hora por las calles del barrio Rivadavia. No andaría a cualquier hora por las calles de ningún barrio del mundo, porque eso querría decir que estaría pasando por otra de esas épocas de insomnio insoportable y mal parido. Es el caso. Esas noches sin dormir, esos párpados pesados, esas fosas negras que asoman desde lo bajo de los ojos, y todo un rato empecinado pensando en que, con suerte y paciencia, mañana sí voy a poder dormir algo por la noche. Y llega esa noche y no puedo dormir, y hay que salir a dar una vuelta por el barrio, para encontrarme con todos los seres vivos que están en la misma frecuencia. Cientos de motos repartiendo gilada por doquier, parando en esquinas muy raras, porque no sé cuál es el criterio, pero parece que elijen los lugares más tristes para bajarse de las dos ruedas a charlar un rato, fumar un cigarro, chequear la app y salir hacia el próximo destino. Llegar a ese nuevo lugar, dejar el pedido, comprobar el pago, sumar unos pesos – todavía argentinos, el año que viene al parecer un gramo de dólar, y que viva la droga verde, de la que ya empezamos a sufrir abstinencia – y continuar camino rumbo hacia algún otro paraje donde descansar con los miembros de la misma tribu, noctámbulos trabajadores de las aplicaciones. Pero no es mi caso, yo soy apenas un insomne sin utilidad productiva, un insomne a secas, un insomne sin talento para ser insomne. Solo me sale caminar por la noche, hasta que en algún momento vuelvo a casa, tomo un té y ya empieza el nuevo día. Leer con los párpados pesados es una molestia horrible, pero no queda de otra, si la temporada de insomnio insiste. Las palabras pasan casi sin advertencia alguna, y los ojos de repente se cierran, y parece que me entra el sueño. Pero en el momento de recostarme, se activa esa parte del cerebro que predispone al cuerpo para no dormir ni a cañonazos. Y vuelta a dar vueltas en la cama, y levantarse para empezar el día, ahora en serio, y que sea lo que el insomnio quiera. Resbalar y caer de jeta contra un microbasural, cosa que se reproduce más que los chimangos por el barrio. Y que el intendente se enorgullezca por no gastar un mango para mejorar la ciudad, porque son tiempos de conservadores ratas. Y perdón a quienes votan gente así, pero es lo que son. Y tengo demasiado sueño como para mantener un debate con gente que piensa – todavía – en que lo peor ya paso, y que a partir del verano las cosas serán providenciales, que sí alcanzaremos la plenitud histórica que se nos viene negando desde siempre, y que la ciudad será el faro que alumbre a la provincia entera. Saber que las cosas no salen solo porque se las enuncie. Saber que lo más probable es que se trate de simples deseos irrealizables, como el que tengo yo ahora: poder dormir esta noche, y la que viene, y la de pasado mañana. No habría que adelantarse tanto, habría que ir más bien hacia el pasado. A lo mejor, revisando ese territorio tan - cada vez más – extraño, donde alguna noche sí que pude cerrar los ojos y soñar con personas que no conocía. Pero como dice el tema, el tiempo pasa, y nos vamos poniendo más intolerantes, y parece que no nos soporta ni el sueño. Ahora camino por las calles del Don Bosco, una especie de santo menor de Turín, que en algún momento enviara a sus tropas salesianas hacia estas tierras del culo del mundo, para expandir su doctrina y – lo que él creía – su obra de bien. Quedó fundado este barrio, que incluye varias propiedades salesianas por las que pagamos impuestos sin chistar, porque a la casta se la va seleccionando según conveniencia. ¿Quién en su sano juicio podría meterse con Don Bosco? ¿El yo que dice Yo? ¿qué haría? Seguir camino tratando de encontrar el tesoro perdido, el dorado sueño, el descanso diario. Pero encontrar no se encuentra nada, a menos que haya un celular a mano, para pedir alguna boludez o subirse a un auto de cualquier empresa que financie su aplicación, en territorio de nadie….perdón, de los salesianos, o de los herederos de Don Bosco, que sería su bendita y mal cagada iglesia. Sin darme cuenta, pasé por debajo de una escalera, ya saben es el sueño que me quita poder de atención. Por eso no me hagan tanto caso, aunque sí un poquito. Estaría bueno ir volviendo a casa, ahora sí, y estaría aún mejor que la cama me espere con la esperanza de dormir. Y si eso no pasa, pues que por lo menos la noche no sea lluviosa, para poder salir al patio y sentarme a mirar el cielo, que suele ser lo único que me tranquiliza y me permite seguir. De alguna manera, esa terapia me mantiene relajado, aunque con sueño constante. ¿Será un mecanismo de defensa de mi propio yo? Podría ser que sea el cuerpo el que me dice que no es hora de dormir, porque el tiempo se va y habría que ir empezando a pensar en algo. Años. Antes era la Revolución. Ahora ¿en qué carajos deberíamos pensar? ¿pedir boludeces por las apps? ¿pedir transporte para llegar más rápido al lugar donde –sé muy bien- no voy a poder dormir?. Quién sabe. El insomnio no da sabiduría. Como mucho, ofrece formar parte de una hermandad que se intuye aunque no se conozca personalmente, algo así como viejos salesianos conocidos, portadores de una doctrina insoportable y que ya no tiene sentido, pero tan real como todas esas propiedades que Don Bosco tiene y que nosotros –sabemos muy bien- nunca tendremos. ¿Qué haría si yo fuera Yo? Supongo que alguna de estas dos cosas: dormir o la revolución. El imposible que suceda primero.


*****Música sugerida en el texto, por algún lado:

*******************humildemente, Juan***********en cada beso, cada abrazo*****pasan los años........**************

Chocar contra la misma pared


No se debería tener que decir lo que se dijo ayer, a menos que, por ejemplo, se estuviese dispuesto a escribir diferente. Por un lado, el mundo tal y como lo conocemos, esto quiere decir: el mundo reducido al par de cuadras que habitamos (casi) todos los días de nuestras vidas. Por el otro, el mundo que se comparte a través de la internet, y se expande por múltiples artefactos encargados de comprimir la subjetividad de millones de personas. Dos big bangs, uno para adentro y el otro hacia afuera. En el medio, todas esas palabras que mejor sería no escribir. Pero acá somos de no acatar ningún tipo de recomendación, en el barrio Don Bosco andamos con ganas de chocarnos contra la pared, ir diciendo lo nuestro a los cuatro vientos. ¿Cuatro vientos? Los vientos se parecen todos a uno, y eso sería una especie de enseñanza que nos tendría que dar la naturaleza. Pero resulta que la vida es así, y que las cosas pasan en todas partes al mismo tiempo, y si uno se para frente a un informativo se da cuenta de que nada es diferente en ningún lugar. Los temas y los presentadores son iguales, visten igual, hablan igual, presentan las mismas noticias disfrazadas de falsas preocupaciones: casos policiales todos iguales en su forma y contenido, políticos variopintos tentados con las mismas reacciones autoritarias de mierda, poderes judiciales corruptos que hacen las mismas trampas, famosos por hacer las mismas cosas en distinto idioma, instituciones todas iguales que arrojan las mismas preocupaciones de hace siglos, y que no terminan de satisfacer jamás. Pero, igual, todo sigue funcionando de la misma manera, con una pequeña aclaración al final de cada entrega: una especie de advertencia, porque las cosas están cambiando, aunque no estemos muy seguros para qué. O tal vez sí, las cosas cambian para que mañana volvamos a discutir lo mismo de ayer, eso de que sería necesario que algo cambie o que empiece a funcionar mejor. Parece el perro mordiéndose la cola, una frase gastada y tan vieja como esa de que la democracia es el mejor sistema que tenemos, aunque funcione para el orto y no sepamos bien qué cosa hacer con ella. ¿Y qué cosa hacer con quienes manejan ese sistema, o lo representan, o lo fagocitan? Desde ahí, las reacciones también se repiten y son tremendas sean del lado que sean, izquierdas autoritarias, derechas fascistas, regímenes que en pos de "acomodar las cosas" se llevan puestos los derechos de los habitantes sin pedir siquiera permiso. Y después de eso vuelta empezar, y nos dieron las diez y las once, y desnudos en un fin de año se nos vinieron las fiestas encima. Y una pequeña voz interior egoísta que nos susurra un "sálvese quien pueda", porque "hay que ser feliz como se pueda, y que al resto lo ayude su Dios". Aparece el mal nacido concepto que, tal vez, nos cagó la vida desde el inicio. Porque en nombre de los dioses se puede matar y seguir como si nada. Está todo permitido si se cree en la deidad correcta, que sería la del pueblo que más y mejores armas tiene. Y perdón a quienes crean que sus propios dioses van a poder reinar desde un Monte Olimpo sin ojivas nucleares, pero eso no va a funcionar. El que tiene la fuerza, tiene el poder de imponer sus propias y desarregladas reglas. El pueblo elegido para reinar sobre las ruinas de todos los demás. ¡Qué lindo tener la razón utilizando la fuerza bruta para callar al resto!. Confesión de parte, y que las pruebas se aporten en los tribunales apuntados por las metralladoras que bancan el sistema que....ok, no será perfecto, pero es lo que tenemos. Que sigan pasando las horas, las lunas, y que desnudos a la nochecer se nos venga el año nuevo, y a ver cómo le hacemos para sobrevivir otro año más, sin caer en la desesperación final del: "Y bueno, peor sería de otra manera, con otras palabras, en otras condiciones". Eso, mucho más peligroso: lo malo por conocer.......Que lo bueno conocido se vaya a la papelera de reciclaje, y que vuelva en formato de comentario en red social XXX, porque cada frase viene acompañada de una regia puteada, el nacimiento de un nuevo género literario: el comentario. La cloaca o como quieran llamarla, un lugar muy cómodo para sentarse a cagar y liberar tensiones, todo muy terapéutico y aprobado por equipo de psicólogos / terapeutas / acompañantes de neuróticos mal intencionados habitantes de este y todos los barrios de cualquier ciudad. Qué lindo eso de poder hablar de una persona y sentir que las cosas se expanden hasta cubrir la totalidad del universo, porque eso nos daría la tranquilidad de que nada se nos escapa de esa cantidad de caracteres, que son el nuevo límite para comprimir el cerebro. Aprovechar los espacios, una cantidad limitada de palabras, y que de todo lo demás se encargue la nube virtual, una nube que no tiene color, pero que provoca tormentas cada tanto, compartiendo y robando información necesaria para poder transferir plata desde cualquier lugar del mundo hacia cualquier "billetera virtual" de caballero, y "cartera ficticia" de dama. Y un "todo tiene solución, siempre que haya electricidad a mano". Por hoy hasta acá, la tormenta eléctrica la tengo en la cabeza, no vaya a ser cosa que se queme el wi-fi, y tengamos que volver a llenar los tinteros y a calibrar las plumas. Y que nos den las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y que escribiendo en nuestros cuerpos al amanecer nos encuentre la luna, chocados siempre contra la misma pared...


*******El tema insistido / sugerido:


******************************humildemente, Juan*************el Yo que dice yo*********viendo la gente chocar desde la frontera entre los barrios Rivadavia y Don Bosco*************



El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...