Un par de personas que salen de viaje, una noche cerrada – esto quiere decir que la noche no tiene luna a la vista, que no acompaña ningún brillo -, con una cantidad apreciable de nieve, que va aumentando volumen a cada kilómetro sumado. Podría ser un camino perdido entre ciudades rusas, del interior más profundo. Camino a Siberia. Estas dos personas que viajan no se conocían hasta ese momento. No les queda otra que empezar algún tipo de intercambio, pues comparten el camino y el carro tirado por caballos. No hay otra manera de viajar en aquellos días, unos días pasados que se actualizan cuando alguien se digna a escribirlos. Entonces, la escritura es todo presente. Mejor expresado, la lectura es lo que actualiza la historia, lo que pone de manifiesto el presente de la escritura pasada sobre un pasado. La lectura siempre triunfando en el hoy. Estos dos moscovitas que viajan, tirando de las riendas de un par de caballos, que realizan el traslado llevados por el instinto, por la costumbre, por la rutina, porque la nieve cae fuerte y la noche se oscurece aún más que en aquella primera oración. Un texto que viaja en carro, también. Un par de manos que se acompañan para tratar de llegar a algún buen sitio, para poder descansar hasta que sea otro día, otra historia, otra escritura. Los dos viajantes se cuentan sus historias hasta ese día, sus aventuras, sus amores, sus desencuentros, sus trabajos y sus días, algo tan clásico como la literatura misma. Pero siempre funciona, camarada. Claro que siempre funciona y va a funcionar. ¿Por qué pensar que dos rusos solo pueden tratarse como camaradas? Da igual, es así en esta historia, aunque tal vez el tiempo no sea el adecuado, y todo se trate del capricho de un escritor, que quiere después ser un lector que sonría con este comentario. ¿Será que usted viaja por puro placer? ¡Imposible! Nadie puede disfrutar de un viaje tan peligroso, por una ruta tan complicada, en una de las noches más oscuras del año, con una caída intensa de la nieve más espesa. Eso, viajar en el momento más peligroso, como lanzarse a una aventura en medio de una vida que no es nada aventurera. ¿Por qué no toma las riendas usted, así de paso yo descanso un poco las manos? ¿Por qué mejor no paramos en la próxima posada? ¿Y cómo sabe que hay una posada cerca? Entonces, la confesión sería que uno de los dos moscovitas ya hizo ese viaje, o que está mintiendo y sabe que no hay nada más que una muerte segura, esperando en cualquier rincón del camino imposible. Deberíamos frenar un poco, los caballos van demasiado rápido para el estado del camino, la tormenta de nieve parece fatal. Pero ya no se escuchan el uno al otro, en verdad el clima y la noche no cooperan para nada. Estando uno al lado del otro, parece que no se vieran. Al no escucharse, los caballos continúan el camino igual a como lo habían empezado. En algún punto, los cuerpos de los moscovitas ya no sienten nada. Los caballos se empiezan a parecer a choferes fantasmas del mismísimo fin del mundo. El horizonte es un abismo de oscuridad. La locura del viento y la nieve parece desaparecer por completo. Los dos viajantes se perciben como suspendidos en lo más profundo del firmamento. ¿Será el otro lado del camino? Ese lado que nadie puede describir con exactitud, pero que se sabe que existe. ¿Por qué existe? Porque todas las almas viajeras merecen un final calmo. Oscuro, sí. Pero calmo, muy calmo. De verdad ¿por qué habrán viajado? ¿por qué emprender semejante travesía una noche desapacible? Tal vez no tenían opción. Tal vez escapar era la única alternativa. Tal vez el dolor era más fuerte que el riesgo. Tal vez ya estaban muertos. Y salieron tirando de las riendas de dos caballos, animales del apocalipsis. ¿Sería el fin del mundo, justo allí, unos kilómetros antes de Siberia? Podría ser. Aunque lo más probable fuera que el fin del mundo descansara en cada rincón del universo, como una suerte de polvo estelar muy común y de fácil acceso. La muerte es apta para todo público. Los lugares para morir son todos los lugares donde hubo vida. En ese caso, Siberia o Hawái, lo mismo da. ¿Por qué morirían dos moscovitas una noche de ruta y nieve, si es algo a lo que están acostumbrados desde el día que nacieron? A lo mejor es simple pereza del escribiente. A lo mejor el escribiente tiene un mal día…un mal viaje…eso, y necesita imaginarse a dos personas en una situación similar. Pero resulta que en el barrio Rivadavia es casi verano, cayó nieve solo una vez en la historia, y no quedan casi almas dispuestas a jugarse el destino una noche en la carretera, que sería la avenida Jara. No es que no corran riesgos, es que justamente sí lo hacen, todos los días. Pero es algo habitual, el fin del mundo sucede en todas las esquinas del barrio, durante todo el año. Morirse se parece mucho a ir a comprar algo al chino. Los moscovitas viajeros no entienden, pero se mueren enterrados en la nieve, en ese camino que los hubiera llevado a Siberia. ¿Qué hubiera pasado allí? Lo mismo, morirse enterrados por la nieve y el olvido. Hoy los moscovitas son dos vecinos del barrio Don Bosco, que preparan unas colchas sucias para dormir frente a la Ferroautomotora, justo en esas cuadras de Luro donde no hay luz, la noche es cerrada…Ok, no cae nieve pero llueve…Ok, no hay caballos pero pasan algunos coches perdidos tratando de hacer una diferencia con su servicio por aplicación…Ok, no será Siberia pero Mar del Plata por las noches se parece mucho al escenario perfecto para el fin del mundo. El espacio donde flotar hacia el olvido es el mismo, dos moscovitas, dos marplatenses, horas sin dormir, noches siempre frías. Y mañana, el mismo y desapasionado olvido.
**********************humildemente, Juan*******en busca de un estilo, forma, etc**********Reflexiones berretas, trozos de ficción, ensayos bonsai , trampas de lectura y escenas robadas, realizados por el Yo que dice yo: Juan Mnp, habitante del barrio Rivadavia / Don Bosco nacido en los ochenta. Tomate unos minutos y sumergite en alguno de estos textos. Contacto juanmamnuelpenino@yahoo.com.ar
Juana sonando como Juana
El sonido
en trance,
marcando acentos
para perderlos por el camino
y dejar
colgados
a unos
cuerpos sedientos
de ansiedad por sacudirse/
demostrarse
que no están paralizados,
un escape
de la lógica
de la
fiebre de sábado por la noche,
un día que
no existe
en la
plataforma de Saturno,
rostros alienígenas
que no
joden con
esas sustancias
de siempre:
Perder el
punto de encuentro
en el
momento crítico,
volver nadando
a la orilla
con las
últimas fuerzas,
casi
ahogarse por incapacidad rítmica,
desfallecer
en la puerta del baño,
quedar tirado
en un rincón
de la
fiesta de fin de ciclo.
Retumbe de
último trance,
ritual chamánico
completo,
alguien confunde
a una bruja
con una virgen,
nadie puede
bailar esos ritmos,
nadie puede
cantar esas letras,
nadie sabe
distinguir alienígenas.
Hoy pisamos
Saturno,
aunque no
teníamos ganas
de ser
transportados
más allá de
Juan B. Justo y Jara.
************
************Temperatura
Un grado más. Una diferencia que, en mi caso, puede ser
fatal. Supongo que a la naturaleza le pasa algo parecido, y tuve que sentir lo
mismo en estos días para darme cuenta de ese tipo de sutilezas. Porque cuando
todo marcha bien, es muy fácil ignorar aquello que es una real mierda pero que no
nos pasa a nosotros. Y resulta que sí, nos pasa también, porque de alguna
manera nos afecta. Eso malo ignorado por distanciamiento suele dejar huellas,
volver en otro tiempo, pero mucho más empeorado. Un grado menos. Lo que daría por un grado menos en ese puto
termómetro, para dejar de tomar esa pastilla que tiene gusto a mierda, y parar
con las duchas de agua fría que son una tortura. Debería llorar cada vez que
escribo esa palabra maldita, ya va siendo hora de que nos pongamos de acuerdo
en que la tortura en todas sus formas debería estar prohibida. Cosas obvias que
, de tan obvias, no se terminan cumpliendo. Porque no va que las habilita algo
o alguien, que reinventa un lenguaje que devuelve el debate al grado cero, a la
previa. Desde ahí, la nueva salida es aún peor. De vuelta el mundo a lidiar con
las mismas catástrofes que se había jurado nunca más repetir. ¿Todavía hacemos
guerras? Pero claro, porque no faltará el especialista bioenergético que
utilice a Darwin o a quien sea para decir que todo es parte de la evolución de
nuestra especie. Y con eso ya es más que suficiente. Volvemos a lo mismo. Un grado más. Otro día con fiebre, como
los que sufría de más chico. Pero esta vez sin los cuidados de antes, los
grados son como los años, no vienen solos y no son lo mismo. Esa temperatura,
aunque es la misma, trae otros riesgos. ¿Y qué si no me baja más? ¿Qué pasaría
si me quedo como el planeta, un par de grados arriba de la temperatura que se
consideraba normal? La vida tal cual la conocemos, cambiaría. Eso querría
significar que yo estaría bien muerto.
¿Y el Yo que dice yo? Ese que es como un extraterrestre lleno de lenguajes y
signos que nadie conoce, y que muchas veces no quieren expresar más que eso: un
ser desplazado en tiempo y espacios, un ser sin temperatura, un ser capaz de
sobrevivir a cualquier apocalipsis creado por humanos, grandes especialistas en
destruir ecosistemas y planetas que no les pertenecen, porque son ellos los
verdaderos extranjeros en todos lados. Incapaces de adaptación, inventores
mediocres, negadores seriales, invocadores de falsos dioses para, finalmente,
excusarse de su propia estupidez. Un
grado menos. Pero tengo frío, chuchos de frío, se siente como si el cuerpo
se moviera espasmódicamente por propia voluntad, como un esquizofrénico tratado
con terapia de shock. Sentir que ningún abrigo alcanza, aunque afuera hace más
de veinte grados a la sombra, y que a mitad de la noche todo ese sentimiento
gélido se pasa hacia el otro extremo, y ahora es una madrugada fría y el cuerpo
no deja de sudar, siente un calor agobiante, la ropa y las sábanas están
bañadas en sudor. Desquicio. Los seres humanos como esas bacterias que invaden
un cuerpo/planeta para alimentarse de él y destruirlo en ese mismo proceso.
Porque las bacterias no piensan mucho, solamente consumen hasta que ya no queda
nada, y luego se terminan consumiendo a ellas mismas en esa misma nada, y la
nada es lo que queda como equilibrio necesario para que vuelva a engendrarse el
caos futuro. Imposible pensar en mañana sin ver un caos en la puerta delantera.
Y saldrán un montón de voces, con advertencias y gritos de pueblos enteros, que
ya sufren lo que se aproxima para todos los demás como el final de los tiempos.
Y nada detiene el proceso. Imposible que triunfe la sensatez. Las historias
funcionan así, las profecías se escriben para que se cumplan ellas solitas. ¿Que
por qué ayudamos a que eso pase? Porque como seres mortales que somos, no
podemos pensar más que en cumplir con nuestro objetivo final. En el medio es
bueno ir efectuando metas destructivas, para llegar con mejor gimnasia a ese
último gran “big bang”….¡Claro! Todo empezó con una explosión, ¿cómo podemos
llegar a tener miedo a las guerras? Está en nuestro ADN. Sabemos de explosiones
porque venimos de la mayor de todas, a la que intentamos emular todo el tiempo.
Del “big bang” venimos, hacia el “big bang” vamos. Pero este último tiene que
ser más potente. Se tiene que llevar todo lo que fuimos, todo lo que creamos, y
todo lo que podríamos haber sido. Se trata de destruir para siempre el futuro,
eso en primer lugar. Que vaya quedando el pasado, y algo de un presente en
constante peligro. Un grado más. Y
cuando parece que el cuerpo no aguanta más ese malestar, cuando los termómetros
ya perdieron sentido, cuando las pastillas se están por acabar…finalmente, el
día vuelve a ser apacible, el cuerpo siente alivio, hasta se llega a llorar de
felicidad por haber dejado atrás el padecimiento. El cuerpo tiene memoria, pero
el ser humano no. Conforme van pasando los días, te vas olvidando del dolor
pasado. Ya no tenés más en cuenta por qué pasó lo que pasó. Lo que padeciste y
te prometiste no volver a hacer, se te desvanece con la buenaventura de
sentirte en un presente plenamente saludable. Ni siquiera te compadecés por el
sufrimiento de quienes se contagiaron por ayudarte. Un grado menos. El planeta sigue su marcha y uno también,
convencido de que nada malo puede pasar, porque lo malo ya pasó o sigue pasando
en otra parte que nada tiene que ver con la que vivimos hoy. Negación, divina
negación. Yo inocente, yo curado, yo correcto, yo centrado, yo poderoso, yo
inmaculado, yo “big bang”…Un grado,
solo con eso se altera un organismo, solo con eso se destruye todo un
ecosistema. Vale la pena tener un termómetro a mano, por las dudas, porque
algunas explosiones es posible evitarlas.
*hablando de grandes explosiones:
***********************humildemente, Juan*******desde lo que queda después del segundo big bang*********La última escena de la tarde en el barrio
Hay una
sabor que se perdió por algún lado, en alguna mañana de primavera, detrás de
algún atardecer con baldosas tibias y grandes chorros de manguera made in
barrio Rivadavia, y los gritos de unos pendejos que tiran piedras y le dan la
vuelta a la esquina, buscando a dónde carajos les tiramos su futuro. Un futuro
que es uno de los tantos microbasurales que sobresalen en cada cuadra, cada
calle, cada vez que hay que tirar esas cosas que empiezan a dejar de funcionar,
y como todo lo que ya no sirve rápido y eficiente, hay que tirarlo, dejarlo de
lado, como a tantas ideas y amistades y amores que alguna vez gozaban de ser la
gran novedad en cualquier vida de turno. Detrás de esas sierras de basura, se
levantan las grandes pirámides del siglo XXI, las pirámides hechas en honor al
consumo, nada más y nada menos que un sinfín de galpones oscuros, destinados a
depositar cosas que llegan desde distintas partes del planeta. Cosas como
celulares, accesorios varios para celulares, derivados de los accesorios para
celulares, soportes para los derivados de los accesorios para celulares,
adornos para los soportes de los derivados de los accesorios para celulares, y
demás cosas que circundan el mismo universo, que ahora está bien comprimido en
ese invento que parece haber llegado para quedarse y funcionar como agujero
negro de la vida, destinado a ir consumiendo y desmaterializando todo lo que se
le pone al alcance, incluidos los supuestos “usuarios”. Y toda una política,
una sociología, una psicología derivadas de ese mismo objeto atracador de
subjetividades. Lo esencial es lo visible a la pantalla de un Áifon, Androide y
demás inteligencias por el estilo. Por ahí pasa más seguido ahora, que suena
una voz y no se sabe bien de donde viene, que la realidad está muy confusa, las
cosas se mezclan en la nube creada por la artificiosidad, y se pierde un poco
la capacidad analógica que traemos de fábrica. El ser humano ya no es lo que era,
es un producto bastante obsoleto y muy poco confiable. Sin ir más lejos, a lo
mejor ni siquiera este texto vale la pena media lectura, porque ya hay una
inteligencia artificial en el barrio Rivadavia, donde se reproducen las
historias diarias, y donde hasta se logra desarrollar un estilo. ¿Y para qué
carajos tendría que ponerse a escribir alguien de carne y hueso y dedos sobre
un teclado? Mejor teclear un par de palabras clave, darle “enter” al programa
de escritura creativa automática, y ya está. Llenar el casillero de “estilo”
con el siguiente apellido: Arlt. Y listo, sentarse cómodamente en la esquina de
Francia y Garay, destapar una Quilmes negra y a leer lo nuevo de esos
escritores que se pensaba muertos. La inteligencia artificial como la
posibilidad de volver a vivir lo que nunca se vivió, completar y perpetuar lo
que no hacía falta. Y que esté todo bien, porque es mitad de semana, y hay que
ver si llegamos al próximo feriado…¿de qué la iba? Aguantá que lo gugleo y
escucho cómo me lo cuenta la voz robótica de copáilot, un soberano que llegó
también para meternos a todos en su mágico universo de la falopa cibernética.
De verdad, ya me están cansando los adictos a los celulares, que se la pasan
poniendo excusas para poder tocarlos a cada minuto, y que encima se dan el
gusto de sermonear a los más pendejos indicándoles que “son una generación que
nació con el celular, están perdidos”. Ojo, nos perdimos nosotros primero, la
cagamos fuerte y los condenamos a ellos. Para colmo ni siquiera podemos
terminar de razonar eso del calentamiento global y las derechas fascistas,
pensamos que son cosas que están ahí y que alguien más lo va a solucionar. Pero
antes de cualquier cosa, primero debería actualizar mis “estados” en cada red (a)social.
El estado de no estar, un estado de zombie a caballo de los destellos de una
pantalla, que sigue siendo la misma de siempre. Y eso es lo más triste de todo
este procedimiento eterno: se viene mordiendo la cola hace rato. Y nosotros –
no pensaba dejarme afuera – lo seguimos entre ril y ril, como peces detrás de
un anzuelo de colores, siempre dispuestos a ser conquistados, porque eso nos
enseñaron nuestros antepasados…los espejitos de colores, las armas de fuego,
hay que tener eso que otros no tienen para poder someterlos, humillarlos. Una
vida de esclavo del Sistema vale más que un razonamiento más o menos propio.
Que cada quien haga como pueda, lo mío ya está cagado, y ¿qué otra cosa se
puede hacer salvo ver películas? La que vi hace poco y me encantó es El Jockey. Y sí, es Argentina, y sí es
súper flashera y como que el argumento vale verga, porque el cine es mucho más que
un argumento, hay imagen y sonido, y no tienen que ser manipulados para
reflejar algo que nos formatearon como “realidad” en algún momento de la
historia artística. Mucho mejor molestar al público y quebrarle ese sentido
unívoco a la hora de contar una historia, sacudirlo con lo que el cine tiene,
porque es cine. Después hay pocas cosas que se vayan de lo establecido, en una
ciudad nacida para robustecer esos valores conservadores que le entran perfecto
en la camperita de Polo club al
intendente de San Isidro, que reina en Mar del Plata-Batán los fines de semana,
creo. ¿Nos quedará algo por vender? Las siete de la tarde y el sol se baja en
la próxima parada, los pendejos siguen jodiendo a las gitanas que riegan las veredas,
y es una escena que parece sacada de una película de Almodóvar, que también
estrenó hace poco su última historia sobre la muerte y la amistad, y que es una
hermosura. Me quedo con esa escena, una que viene desde tiempos inmemoriales,
una que disfruto mientras termino la cerveza de antes, que todo el mundo me
dice que ahora es una cagada, y que mañana me va a deja una acidez brutal. Qué
importa, esto no es la realidad, es apenas la última escena de la tarde en el
barrio.
*La música nombrada por ahí, acompaña la escena:
****************************humildemente, Juan***************en la frontera vidriosa de los barrios Don Bosco y Rivadavia*********Un día más
“Todo en
movimiento. Nada estable. Retratos y retratos confundiéndose, revolviéndose,
saltando en pedazos para formar una visión fugaz a cada instante, en un estado
que no era sólido, ni líquido, ni gaseoso, sino el estado en que la vida está
en el mar. El estado luminoso. En las vistas y en el mar” (El señor presidente, Miguel Ángel Asturias).
El otro día
casi logro dar con una certeza, pero al final se me escapó. Esto quiere decir
que ese tipo de cosas desaparecen justo en el momento en el que podrían
materializarse, dificultando el análisis de cualquier situación. Me amparé, por
unos instantes, en la dureza y claridad del discurso científico. Ante la duda,
el lenguaje de la ciencia. Entonces, sigue un después con formato de puntos
suspensivos, y el mismo lenguaje conjugado por un grupo de lunáticos, tira todo
por la borda de lo que parecía ser lógica pura. Y varios sonidos se siguen a
eso, la caravana de Aldosivi festejando por el puerto, los disparos de los que
aprovechan la movida, la noche con sus innumerables habitantes sin casa, sin
auto, sin sueño, sin nada, o con apenas lo básico para durar un día más, y otra
gente que pasa por al lado conectados a la internet de su celular áifon / únifon,
soñando – estos sí – con que la ciudad de Mar del Plata-Batán está exiliada
momentáneamente de Europa, o de Miami, donde siempre gana el peor Republicano y
se vota en contra de expandir derechos humanos, porque muchas veces lo
antihumano viene de lo que se piensa como civilización.
Perdón, creo que estoy utilizando palabras viejas de una sociología que
cambió por completo, que ya dijo lo que tenía para decir, que ya presentó sus
batallas culturas y ahora las perdió todas. Pero no las perdió, en verdad, las
abandonó para tomarse unas vacaciones que se extendieron demasiado, y al volver
dio mucha paja, solamente quedaba adaptarse a lo que fuere que estuviese
pasando en el momento para seguir…eso mismo, durar un día más, entre oleajes
que ya no tienen intensidad ni dirección, que son más como una marea totalmente
desordenada, inconstante, cambiante, y sí, muy traicionera. Y todos, todas,
todes, nadando para salvar el pellejo. Un día más. Hoy. Primavera y casi que
verano, y el clima haciendo lo suyo para recordar que lo del cambio climático
sí que está pasando, pero a quién carajos le importa si las cosas en el chino
están así de caras. ¿Cómo será en Connecticut? Ahí suele haber mucho progre,
porque se está al norte del norte, y las universidades están sobradas, viven
haciendo estudios socio-culturales para darle a los portales informativos
alguna que otra nota de color. De Revolución ya nadie habla. ¿Para qué? De
seguro, el día después de semejante hecho, las cosas cambian pero para un lado
que no se sospechaba, y al otro día otro tanto, hasta que en una determinada
foto, ya nadie sabe qué carajos se estaba haciendo, qué ideal se estaba siguiendo,
quién se hacía cargo de qué cosa…Y entonces que vuelva el reino impersonal del
mercado, con sus santos pintados en verde dólar, la iglesia pagana del Ciber Monday y las vírgenes disfrazadas de conejitas de
Playboy, porque todo lo que hace unos días estaba mal, hoy no importa tanto.
Camino de noche por el barrio Rivadavia, los quiosquitos funcionan a full,
porque hay líneas rojas que no se pueden cruzar, se necesita de terrorismo y
narcotráfico para poder vivir. El diario La Capital – que en verdad es de Mar
del Plata, pero como se mira tanto a Buenos Aires, bueno, le quedó ese nombre –
muestra en los policiales una noticia llamativa, en la que se informa que por
un operativo policial se desbarató una banda de un narco al que se le derribó
la casa, y en la foto se ve una casilla en medio de un barrio alejado del
centro-Dios, siendo tumbado por una topadora. Entonces ya no se sabe bien qué
cosa pensar, porque no puedo creer que un narco pueda vivir de esa manera tan
precaria, o será que la crisis económica lo alcanzó también, y ahora parece que
le tengo que tener hasta un poco de lástima, y si lo veo por el barrio le tiro
un par de billetes…¡Ojo! No voy a pedir nada a cambio. Me señalan por evadir
cuestiones, cuando en verdad la política que impera en todas las naciones
occidentales es, justamente, esa. Evadir. Donde sea y como sea. Blanqueos,
paraísos fiscales, contadores, contadoras, haciendo lo que pensaron que no
harían más desde salita de jardín: dibujar. Y que paguen los giles, y que
vuelva Cambalache para confirmar lo
que ya suena a historia insoportablemente gastada. Pero es así, no por mucho
gastarse las cosas dejan de suceder. Suceden y se siguen gastando porque se regeneran.
Aunque algunas cosas cambien, y haya adelantos tecnológicos, novedades de
semana, a mí me sigue sonando todo a noticias de ayer ¡Extra, extra! Porque
todavía estamos esperando el domingo a que jueguen los equipo de fútbol
masculino de siempre, a que un argentino corra en la fórmula 1, a que un
presidente norteamericano nos visite con muchos dólares en los bolsillos, a que
nos devuelvan las Malvinas, a que se junten Los Piojos y Oasis –y si les queda
tiempo, también Los Redonditos de Ricota -, a que Yuyito González se enamore
del presidente, a que Mar del Plata la gobierne alguien de La Capital – ya sea
el dueño del diario o un porteño -, a que sea verano para poder empezar a
darnos cuenta que no va a alcanzar para zafar el año entero, porque las ventas
cayeron con respecto al mismo mes del año pasado, y para la próxima temporada
se espera que las cosas empeoren un poquito más porque las playas están cada
vez más detonadas y no se puede alquilar ni un metro cuadrado porque te lo
ponen más caro que Montecarlo, ¿y qué pasa con la fiesta de los pescadores? Ya
voy llegando al final del recorrido, que creo que no es más que un repaso por
todo lo que ya viene pasando por mi cuerpo hace mucho mucho tiempo. Repetir,
tirarse al mar, nadar para salvarse, aferrados siempre al salvavidas. Eso sí,
por suerte, estos son tiempos donde no hace falta darle tu lugar a las mujeres
y a los niños primero. Salvate vos, que lo demás no importa nada. Un día más.
*Y en la nota no pude evitar nombrar la banda de los odiosos, y siempre peleados o por pelearse, hermanos Gallagher, que tenían una música que me gustaba mucho:
**********humildemente, Juan Scardanelli*************bailen si quieren bailar, está todo bien**********
El príncipe de Persia
Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...

-
Seguían cayendo hojas en la vereda de la esquina de siempre, como todo el año. Por acá podría recordarse que ese fenómeno sucedía en una sol...
-
"Así como el amor se mueve con una mecánica similar a la del mar, como decía el poeta nicaragüense Martinez Rivas, así también se mueve...
-
Los días de calor durante cualquier verano marplabatanense, traen como recuerdo todos esos incendios icónicos que hacen a la Historia de la ...