Me gustan
bastante esos momentos en los que me siento expulsado de todas partes. Como si
fuera Allen Ginsberg con una patada en el ojete del tío Sam, aterrizando en La
Habana y luego en Praga, para que le den sendos puntapiés igual de intensos.
Afuera de todos los territorios, señalado y exiliado del aire. Un poco tiene
que ver con el paso del tiempo, lo que suena como una obviedad. Los lugares que
reconocía como propios, porque ni siquiera me preguntaba sobre eso. Pertenecer
a una generación, y que esa generación ya no sea más que un recuerdo. La
música, porque “ese Ziggy Pop que escuchás vos, ya no es moderno”. No lo dije,
pero el otro día me encontré con Trainspotting
en un canal de tele, que pasa películas viejas. Y me sentí muy bien, pero muy
nostálgico. Porque es verdad, a lo mejor las músicas que escucho, los lugares
que todavía frecuento, ya no tengan la centralidad de años atrás. Más verdad
todavía resulta ese sentimiento naftalínico que atormenta a cada instante, y
que hay que reprimir porque estamos muy seguros de que es el reflejo de un ex
joven conservador, al que hay que reprimir, porque no hay nada más triste que
descubrirse en la siguiente frase: “música era la de antes, en mis tiempos las
cosas eran mejores, y etcétera”. Muy feo estar cerca de caer en ese tipo de
lugares comunes, y muy tentador también. Mejor seguir viendo la peli y
descubrir un diálogo genial entre los amigos, de paseo cerca de alguna colina
de Edimburgo, y ese Renton interpretado por Iwan McGregor que se queja de lo
lamentables que son ellos como escoceses, porque son dominados por gente bien
idiota como los ingleses. Y que esas palabras retumben hasta este sur de
América, en esta Argentina, en el barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del
Plata. Y qué idiotas que resultamos ser la mayor parte del tiempo, y todo porque
nos dejamos manejar por otro grupo de idiotas que nos dicen que son algo así
como la libertad en devaluados dólares inexistentes. Y otra vez expulsado de mi
propio barrio, donde el candidato de la peluca fue el más votado, donde se
grita con fuerza que las cosas buenas vienen con motosierra, y que después y
ahí sí cuando no quede nada, podremos empezar a construir el paraíso que,
obvio, no veremos nosotros ni nuestros hijos. Prueba cabal de que la mejor idea
que encuentran los candidatos de hoy es hacer mierda el país lo más rápido
posible, y todo por una suerte de ataque de ansiedad: ver qué puede ser lo que
sigue. Pero lo que sigue no puede ser muy bueno, y lo siento por ser tan
pesimista. Es que soy de la generación de Renton, y me tocó ver que las drogas
que consumíamos en los noventa fueron cambiadas por otras que hicieron más estúpida
a la gente, no hubo redención. No todo tiempo pasado fue mejor, no todo futuro
está garantizado. A lo mejor podríamos ficcionalizar eso de perderlo todo para
después arrancar de cero, y que no haga falta destruir nada para empezar a
construir algo superador. Ideas. Resulta que ahora hay un montón de lugares
donde van personas a explicar cómo hicieron para ser más poronga que los demás,
y eso es aplaudido y replicado en las redes sociales, y la moraleja es “hay que
avivarse antes que el resto, hay que pisarle la cabeza al vecino, y después sí
que las cosas van a estar mejor…al menos para uno”. Hermosa filosofía que se
vende en contenedores marca libertad. Entonces Renton corre, todavía, hasta una
segunda parte de la película donde ya no se droga con inyectables, sino con
pastillas mientras corre en una cinta en gimnasio cheto, y ya está más viejo
pero el corazón es el mismo, y no le da más porque el ritmo cambió mucho, y ya
no suenan ni Iggy Pop ni Lou Reed, pero igual sigue cayendo. Porque los que
caímos alguna vez, padecemos esa enfermedad hasta que volvemos a caer. Una
enfermedad que es un abismo, que nos persigue como una sombra, pero que sabemos
que siempre está ahí. Podemos mirar para otro lado, desentendernos, negarlo,
pero el abismo ya nos tiene y nos va a volver a encontrar, en cualquier día
perfecto. Ahora estoy actualizado, no moderno, viendo la película y fumando un
porro. Tomando vino y no cerveza, lo cual es raro. Ya no estoy dado vuelta como
cuando era joven y corría desenfrenado. Me cuido un poco más, y sobre todo
cuido a los que están conmigo, algo de lo poco que aprendí con el paso del
tiempo. Tengo malos días como todo el mundo, y aprovecho mucho de los buenos.
Sé perfectamente con qué cosas puedo ilusionarme y con cuáles no. Aprendí que
la música siempre es el mejor lenguaje, y que la poesía me conecta con todos
los tiempos a la vez. No tengo mala fe,
nunca voy a votar a la derecha. Mi buena fe ya no se fía mucho, no me da el
corazón para votar a la izquierda. Pero quédense tranquilas, tranquilos, estoy
centrado y me importa la humanidad, agradezco la democracia y estoy seguro de
que nunca voy a aplaudir a quienes dicen representar a la libertad, mientras
gritan y censuran a las personas que tienen al lado, porque de contradicciones
ya estoy cansado. Una vuelta dije que no necesito la poesía para ser feliz.
Bien, digo más, necesito imperiosamente de películas como esta para recordar
todo lo que hicimos para llegar hasta este punto. Y sobre todo necesito ver
para donde sale corriendo Renton, porque lo voy a tener que alcanzar y decirle
que pare un poco, que si todo esto sigue así, nos vamos derecho a la mierda. Y
somos más que colonias sin brillo y libertad. Ojo, hablo de la verdadera libertad,
la que abraza y contiene multitudes, la de Walt Whitman. Y fijate cómo terminé
cayendo en mi propia trampa: “toda democracia pasada fue mejor”.
***Y obvio el mejor tema de la película:
**********************Humildemente, Juan*******************un lunes perfecto***********
Comentarios
Publicar un comentario