Existen
esos momentos en los que fuimos muy felices, pero sin sospecharlo. O que por
ahí no fuimos tan felices, pero en una relectura tiempo después, pues sí. La escritura
posterior transformó ese momento en el más feliz. Y después, en otros futuros
más lejanos, la lectura y relecturas volvieron a cambiar la percepción de ese
instante, hasta que fue quedando cada vez más lejos de la realidad y mucho más
cerca de la ficción. Llegados a ese lugar, ni los personajes importan y tampoco
las circunstancias, mucho menos el argumento. Lo que queda, en definitiva, es
la forma. Y hasta ese lugar llega la literatura. Un camino a recorrer en cada
una de sus paradas. Pero cada tanto pasa algo de eso, la primera estación, un
momento en el que se piensa que rara vez se va a disfrutar de algo como se lo
está haciendo en ese preciso instante. La cagada más grande es cuando se cae en
la cuenta mucho tiempo después, por ejemplo, en la segunda parada del proceso
de escritura, escribir un momento que puede ser considerado el rayo de luna en
la vida. Pero en el primer momento, no hubo rayo ni hubo luna. En ese tramo la
realidad se complejiza, se encarga de opacar todo, hasta que ya perdimos lo que
en realidad queríamos mucho, y nada más queda volver a ello a través de la
escritura, primero. Luego lectura y relecturas, segundo. Olvido de la realidad
y triunfo de la ficción, tercero o quinto, o lo que sea que viene después. De
eso trata el relato Rascacielos , del
escritor chileno Alejandro Zambra. Un texto que tuvo la particularidad de que
me hizo llorar, y no soy de llorar mientras leo, porque entre otras molestias la
principal que ocasiona es que las lágrimas me impiden seguir con la lectura. Pero
en ese momento del proceso se ve que estaba sensibilizado por el lunes, o la
influencia de la luna, o la necesidad número 30000 de explicar qué fue el
terrorismo del estado en este bendito país, y en el barrio Rivadavia también. Y
a veces agota el alma tener que andar explicando lo obvio, tener que explicar
que un genocidio no tiene nada de justificable, nada. Y pienso entonces otra
vez en eso de las instancias de la escritura, las percepciones del tiempo, la
lectura y relecturas, como para tratar de encontrarle un sentido a lo que es
totalmente absurdo. Y me pregunto ¿hasta qué punto se puede negar la realidad
para crear ficción, sin aclarar que se trata de ficción y nada más, por el bien
de que las próximas generaciones vayan a interpretar mal? Habría que hacer la
siguiente advertencia: la lectura de
los hechos y/o personajes que se van a presentar a continuación…Así las cosas,
no debería seguir escribiendo por un tiempo, hasta que la realidad se acomode
un poco más cerca de la humanidad. Pero estoy convencido de que el silencio
tampoco es conveniente, porque es entregarle el espacio a aquellos que juegan
con la Historia para ponerla en el lugar que les conviene. Vaya contradicción,
hacer ficción de la Historia para tergiversarla y crear justificaciones de mala
política en el presente. Otra actividad horrorosa. Mejor sería que hicieran
como la escritora de Harry Potter, que es bastante facha pero que se dedicó a
la ficción y no a ficcionalizar la Historia para dedicarse a la política. Igual
me observo el propio accionar, y en este tramo me vuelvo un poco ombliguista:
¿cuánto de la realidad habré tergiversado para que se me haga tan incómoda tu
ausencia? A lo mejor te recuerdo con una memoria de escritor del romanticismo
súper tardío, híper hiperbolizado. O tal vez hay algo de ese rayo de luna que
se me aparecía cuando nos reíamos al mismo tiempo, una magia tan simple como
imperecedera. Pero no tanto, porque pereció. Pero en esta relectura, que es la
escritura en un presente de un pasado ahora inhóspito, las cosas empiezan a no
estar tan claras. Entonces trato de volverme una suerte de historiador defensor
del humanismo, para ser más objetivo pero no volverme un negacionista. Y el
rayo de luna se me sigue apareciendo como una epifanía tan real como la cerveza
que me tomo esta tarde, en la que –por cierto- me estoy re cagando de frío. Y
se suma el contexto, entonces, que también va mutando todo el tiempo y forma y
deforma las relecturas, y sí puede ser que tu recuerdo tan cálido me esté más a
mano con temperaturas por debajo de los ocho grados, tiene mucho de obviedad si
se quiere, es casi lo más objetivo que me pasó en los últimos tiempos. Debería
escribir a continuación que te extraño, pero no es eso exactamente lo que
siento. Estoy mucho más cerca de decir que no te conozco, que no te conocí
todavía, y que seguro no te voy a conocer. Pero también estoy convencido de que
necesito recordarte todos los días, en algún ratito al pedo que tenga, sobre
todo cuando me siento un poco bajón y son las ocho de la noche en la esquina de
Francia y Garay, y tengo un poco de hambre, y fui al chino y solo conseguí la
birra y una bolsita de maní sin sal, y mañana va a ser martes y voy a tener que
escuchar a mucha gente decir lo terrible que son sus vidas sin dólares y esos
deseos de que todo explote para terminar tod@s explotados y volver a empezar
mejorados. Pero eso último sería falsear la Historia. Porque ninguna explosión
trajo nada bueno ni mejoró a la humanidad. Muy por el contrario, explotar es
apurar el desenlace de todas las historias, la Historia. Vuelvo a lo del
inicio, insisto: existen esos momentos en los que fuimos muy felices sin
sospecharlo. Espero que el tuyo y el mío estén por venir. Quién sabe, una de
estas noches, en el bondi o en la esquina de siempre, en el chino de acá a la
vuelta o en la próxima marcha contra los reivindicadores de la muerte.
******Y como todas las cosas pasan y pasarán, y mañana será otro día:
**********Humildemente, yo*************escribiendo porque hay que rebuscarselas, otra no queda**********
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