Lust for life


Me gustan bastante esos momentos en los que me siento expulsado de todas partes. Como si fuera Allen Ginsberg con una patada en el ojete del tío Sam, aterrizando en La Habana y luego en Praga, para que le den sendos puntapiés igual de intensos. Afuera de todos los territorios, señalado y exiliado del aire. Un poco tiene que ver con el paso del tiempo, lo que suena como una obviedad. Los lugares que reconocía como propios, porque ni siquiera me preguntaba sobre eso. Pertenecer a una generación, y que esa generación ya no sea más que un recuerdo. La música, porque “ese Ziggy Pop que escuchás vos, ya no es moderno”. No lo dije, pero el otro día me encontré con Trainspotting en un canal de tele, que pasa películas viejas. Y me sentí muy bien, pero muy nostálgico. Porque es verdad, a lo mejor las músicas que escucho, los lugares que todavía frecuento, ya no tengan la centralidad de años atrás. Más verdad todavía resulta ese sentimiento naftalínico que atormenta a cada instante, y que hay que reprimir porque estamos muy seguros de que es el reflejo de un ex joven conservador, al que hay que reprimir, porque no hay nada más triste que descubrirse en la siguiente frase: “música era la de antes, en mis tiempos las cosas eran mejores, y etcétera”. Muy feo estar cerca de caer en ese tipo de lugares comunes, y muy tentador también. Mejor seguir viendo la peli y descubrir un diálogo genial entre los amigos, de paseo cerca de alguna colina de Edimburgo, y ese Renton interpretado por Iwan McGregor que se queja de lo lamentables que son ellos como escoceses, porque son dominados por gente bien idiota como los ingleses. Y que esas palabras retumben hasta este sur de América, en esta Argentina, en el barrio Rivadavia de la ciudad de Mar del Plata. Y qué idiotas que resultamos ser la mayor parte del tiempo, y todo porque nos dejamos manejar por otro grupo de idiotas que nos dicen que son algo así como la libertad en devaluados dólares inexistentes. Y otra vez expulsado de mi propio barrio, donde el candidato de la peluca fue el más votado, donde se grita con fuerza que las cosas buenas vienen con motosierra, y que después y ahí sí cuando no quede nada, podremos empezar a construir el paraíso que, obvio, no veremos nosotros ni nuestros hijos. Prueba cabal de que la mejor idea que encuentran los candidatos de hoy es hacer mierda el país lo más rápido posible, y todo por una suerte de ataque de ansiedad: ver qué puede ser lo que sigue. Pero lo que sigue no puede ser muy bueno, y lo siento por ser tan pesimista. Es que soy de la generación de Renton, y me tocó ver que las drogas que consumíamos en los noventa fueron cambiadas por otras que hicieron más estúpida a la gente, no hubo redención. No todo tiempo pasado fue mejor, no todo futuro está garantizado. A lo mejor podríamos ficcionalizar eso de perderlo todo para después arrancar de cero, y que no haga falta destruir nada para empezar a construir algo superador. Ideas. Resulta que ahora hay un montón de lugares donde van personas a explicar cómo hicieron para ser más poronga que los demás, y eso es aplaudido y replicado en las redes sociales, y la moraleja es “hay que avivarse antes que el resto, hay que pisarle la cabeza al vecino, y después sí que las cosas van a estar mejor…al menos para uno”. Hermosa filosofía que se vende en contenedores marca libertad. Entonces Renton corre, todavía, hasta una segunda parte de la película donde ya no se droga con inyectables, sino con pastillas mientras corre en una cinta en gimnasio cheto, y ya está más viejo pero el corazón es el mismo, y no le da más porque el ritmo cambió mucho, y ya no suenan ni Iggy Pop ni Lou Reed, pero igual sigue cayendo. Porque los que caímos alguna vez, padecemos esa enfermedad hasta que volvemos a caer. Una enfermedad que es un abismo, que nos persigue como una sombra, pero que sabemos que siempre está ahí. Podemos mirar para otro lado, desentendernos, negarlo, pero el abismo ya nos tiene y nos va a volver a encontrar, en cualquier día perfecto. Ahora estoy actualizado, no moderno, viendo la película y fumando un porro. Tomando vino y no cerveza, lo cual es raro. Ya no estoy dado vuelta como cuando era joven y corría desenfrenado. Me cuido un poco más, y sobre todo cuido a los que están conmigo, algo de lo poco que aprendí con el paso del tiempo. Tengo malos días como todo el mundo, y aprovecho mucho de los buenos. Sé perfectamente con qué cosas puedo ilusionarme y con cuáles no. Aprendí que la música siempre es el mejor lenguaje, y que la poesía me conecta con todos los tiempos a la vez. No tengo mala fe, nunca voy a votar a la derecha. Mi buena fe ya no se fía mucho, no me da el corazón para votar a la izquierda. Pero quédense tranquilas, tranquilos, estoy centrado y me importa la humanidad, agradezco la democracia y estoy seguro de que nunca voy a aplaudir a quienes dicen representar a la libertad, mientras gritan y censuran a las personas que tienen al lado, porque de contradicciones ya estoy cansado. Una vuelta dije que no necesito la poesía para ser feliz. Bien, digo más, necesito imperiosamente de películas como esta para recordar todo lo que hicimos para llegar hasta este punto. Y sobre todo necesito ver para donde sale corriendo Renton, porque lo voy a tener que alcanzar y decirle que pare un poco, que si todo esto sigue así, nos vamos derecho a la mierda. Y somos más que colonias sin brillo y libertad. Ojo, hablo de la verdadera libertad, la que abraza y contiene multitudes, la de Walt Whitman. Y fijate cómo terminé cayendo en mi propia trampa: “toda democracia pasada fue mejor”.  


***Y obvio el mejor tema de la película:

**********************Humildemente, Juan*******************un lunes perfecto***********

El modo Atlanta, parte 2


"El “modo Atlanta” es el modo del capitalismo mundial, a pequeña escala. Esto quiere decir, que no hace falta luchar por ninguna ideología, por ningún poder, por ningún representante o Dios. Lo que manda es el dinero, la capacidad de hacer negocios con la otra persona, aunque se trate del diablo mismo. Si se pueden hacer negocios, lo demás poco importa" ("El modo Atlanta", por Juan Mnp)

 

Hace un tiempo escribí algo sobre Atlanta. Hago la aclaración, una vez más, de que me referí y me refiero a la ciudad yanki llamada Atlanta. En aquel entonces, fue en referencia a una novela de Tom Wolfe, que tiene lugar en esa ciudad, entre fines de los ochenta y principios de los noventa. Tiempo después, me toca volver a ese mismo espacio a través de otra gran ficción: Atlanta. Se llama así directamente, y es una producción muy reciente de una de las plataformas de series más famosas del mercado. Aunque el formato cambie, poco importa, la idea es contar la historia de unos amigos jóvenes -adultos, que nacieron en el lado sur de Atlanta, donde predominan los afroamericanos (utilizando el sentido progresista que se gestó en los ochenta, según la sagaz observación de Tom Wolfe, y que venía a desplazar el racismo que representaba la palabra negro- aunque siempre dependiendo de quién lo diga y a quién se lo diga, porque dentro de la comunidad, tod@s se llaman negr@ y está bien, pero si lo hace alguien del norte, o del centro o si es blanco o de cualquier otra etnia no aceptada en el sur, automáticamente se trata de racismo, y la consecuencia a pagar puede ser bien dura-). Si Tom Wolfe, en su novela, se anda entre la superficie y lo anecdótico de los barrios en Atlanta, en la serie televisiva la cosa es un poco más espesa. Los protagonistas son afroamericanos, los barrios son los de la parte más olvidada de Atlanta, y las situaciones son más violentas, obvio. La serie es actual, del 2016, por lo que muchas cosas que Wolfe avizora apenas, en la actualidad son una realidad exagerada, muy bien tratada por la serie que, para que sea soportable, usa y abusa del humor negro. Y gracias por eso porque es lo mejor. La serie tiene otra virtud: sus capítulos son cortos. Además de que visualmente es agradable y la música un caño. Pero eso está ya bien probado, y existen cientos de reseñas y opiniones calificadas como para que me haga pasar por crítico de series televisivas. Nada más lejos de Francia y Garay, barrio Rivadavia. ¡Eso! habíamos convenido en que el "modo Atlanta" podía emparentarse fácilmente con el "modo barrio Rivadavia". La serie confirma, actualiza y amplía la postura. Ahora queda mucho más claro que la ciudad yanki se ha ido pareciendo, con los años, mucho más a Mar del Plata, y viceversa. Lo que manda es el dinero, era la base del modo capitalista, sea cual fuera el lugar. Tanto es así que los personajes buscan desesperadamente la manera de salir de una situación muy precaria, un presente que los ubica en un lugar alejado del sueño americano. Mejor dicho, un lugar histórico en donde el sueño americano ya se pasó hasta de ser pesadilla, y no es más que el recuerdo de antepasados que ignoraban que estaban siendo engañados, o que engañados a sabiendas preferían la ignorancia. La juventud del futuro en el ahora, en Atlanta sur, se la pasa buscando formas de llegar a un pasar más ameno. Y como las posibilidades no mejoraron con los años, pues hay que hacerse camino al andar: los protagonistas tienen un costado artístico ligado al hip hop, pero que no pueden terminar de explotar, por lo que el comercio de droga es lo más rentable, y hasta ahí. Porque a pesar de que lo intentan, las cosas cambiaron y las esquinas están más repartidas, ahora hay latinos, orientales y demás bandas que operan desprolijamente, lo que licua una ganancia que ya no parece ser lo que era. Algo similar nos está ocurriendo en un barrio Rivadavia que parece haber aumentado su crisis con la inestabilidad económica imperante en la ciudad. Y esa sed que enceguece, eso de tratar de capitalizar cualquier descuido ajeno, eso de pisar cabezas porque solo algunos pocos van a triunfar, y todos a los botes y que se salve el que pueda. Todo lo que genera una cultura muy particular, un arte de la bronca que se palpa, y que tiene muy buenos artistas. Pero que ofrece una otra reacción nada interesante, que es el regreso de ciertas ideas violentas sobre las personas, que capitalizan políticos de cuarta, que no merecen ser electos ni para representantes de un consorcio de edificio. Las dos caras de las crisis, las dos caras del "modo Atlanta", que por suerte dejan un espacio esperanzador, una revitalización de la amistad. En la escena que paso a pegarles al final de la nota, se puede ver a dos de los tres personajes principales de la serie compartiendo una aventura. El contexto es el siguiente: uno de ellos dos, es un tipo tranquilo que vive con su pareja y su pequeña hija, y que quiere hacer las cosas medianamente bien. El otro, es el mejor amigo de su primo, dos gánsteres de medio pelo, que se la pasan jugando a la play y comerciando droga para no laburar, además de intentar pegarla en eso del rap. Entonces el tipo tranquilo no tiene laburo y encima se come unas horas en cana, porque la policía de Atlanta - al igual que en los ochenta y que en el Rivadavia- se empeña en criminalizar afroamericanos que anden "merodeando" por portación de cara y nada más. Todo lo que ocasiona que su situación económica muy frágil, empeore aún más. Su idea inmediata para poder sobrevivir con su familia, unos días al menos, es vender el celular. Cuando el otro tipo lo escucha, le dice que con su intervención puede sacarle el triple a la venta del aparato. Y el tipo tranquilo le cree, con lo que comienza una aventura que es una onda cadena de favores. Primero van a un lugar de empeño, donde cambian el celular por una espada samurái. Después, caen en una especie de taller medio abandonado, donde para una banda de orientales, que no queda claro bien de qué país de origen son, chinos, coreanos, japoneses - y ahí es donde los mismos "afroamericanos" se autoparodian, poniéndose a ellos mismos como racistas, en un momento inspirado de la serie-. A ellos les cambian la espada por un perro gigante de una raza específica que no conozco, porque no sé nada de perros. Con el animal, llegan hasta una especie de cabaña en las afueras, que no tiene nada de bucólico, sino que más bien parece el final de un basural. Finalmente, ahí un tipo les recibe el perro y los saluda prometiendo un buen futuro. Entonces, el tipo tranquilo le pide al otro la guita. El otro lo mira y le dice que la plata la van a cobrar cuando ese perro tenga cachorros, en unos meses. Lógica pura, pero sin haber aclarado la cuestión temporal. El tipo tranquilo le dice que necesita la guita ahora, porque el pobre tiene el problema del presente, él y su familia tienen que comer hoy, mañana se verá. Bueno, le dice el otro tipo, vos me dijiste que querías triplicar la ganancia por la venta del celular, y eso hice. Toda una enseñanza, o varias, en una sola escena. Genial definición del "modo Atlanta", un modo bien identificable y universal, que ahora agrega algo más, que no había tenido en cuenta en la novela de Wolfe, y que la serie aporta, y que también es trasladable al barrio Rivadavia: el tipo negociante lo mira al tipo tranquilo y le extiende su propio celular, se lo regala para que lo pueda vender y tenga algo que llevar a su familia esa noche. La amistad, un gesto de cariño, algo que nos caracteriza pero que a veces olvidamos por pensar demasiado en cuánto cerró el dólar hoy.   

 

*De verdad esa serie me alegró el feriado y me hizo pensar en Atlanta todo el día. Les dejo la escena citada con el tema del final que es una locura. Si alguien lo consigue entero, por favor, me lo pasa:

************************Humildemente, Juan************de todo este lío, si te quedan algunas amistades.....***********pues va a estar todo bien****************

Bancate ese defecto


Supongo que se cree en algo para después poder dejar de creer en ese algo, y luego seguir con otra cosa, y así hasta que se apagan el deseo y todas sus formas. Calculo que eso es algo que, más o menos, nos tiene que pasar a todas las personas que habitamos esta democrática tierra, o mejor dicho agua, porque hay mucha más y se podría repartir parejo. Entonces me acuerdo de mis viejas creencias, a partir de lo que en apariencia fue una boludez: volví a ver televisión por cable después de mucho tiempo, y pienso hacer una suerte de zapping que puede servir para polemizar sobre las cosas que están pasando en estos raros días de invierno, con treinta grados de calor en el barrio Rivadavia pos-apocalíptico, perdón: me corrijo, quise decir post-eleccionario:

1) Lo primero que enganché fue un programa de un repostero, que visita lugares donde hacen cosas al parecer muy ricas. Y el capítulo que justo vi estaba dedicado a ¡los alfajores marplatenses! (Sí, esa ya híper gastada y aburrida golosina que nos representa desde tiempos inmemoriales, cuando solo había un saladero y tres padres católicos medio colifas, caminando por lo que hoy es la avenida Libertad). El tipo entraba a una pequeña fábrica que la verdad no conozco, pero que estoy seguro no es del barrio. Como sea, el producto era claramente una mentira para la tele: el alfajor tenía un tamaño exagerado, y el relleno una generosidad nunca vista en tiempos de crisis. Lo que me disparó dos cosas: la tele sigue mintiendo, uno. Tengo que comer un alfajor con suma urgencia, dos.

2) Llegué a la altura de los canales de animales, y ahí me quedé con una fundación en medio de la sabana africana, que se dedica a rescatar elefantes de los incendios. Todo parecía tierno, salvo el hecho de que los que detentaban claramente el poder eran hombres blancos, y los esclavos que atendían a los pobres animales eran los africanos. Un programa que exudaba colonialismo, con británicos haciendo las veces de especialistas y conductores, los elefantes como objeto de estudio/adoración, y los africanos como esclavos – tanto de los blancos como de los elefantes-. Pensé que eso se había terminado, pero parece que todavía la discriminación garpa en la tele.

3) Sigo un poco más allá, esquivo el canal Volver que está pasando un programa sobre un grupo de viejos pajeros manoseando ojetes de vedettes, y caigo en la MTV. Y lo que encuentro es una especie de premiación que tiene como estrellas a youtubers, tweechers, y mucha gente que canta canciones para mover el culo. El contenido es tan interesante como el del canal Volver, pero la máscara es más llamativa, hay que admitirlo: las gráficas, el sonido, los colores, las luces, las drag Queens, todo como un gran caleidoscopio que me dejó catatónico, hasta que alguien dijo llegamos al final, sígannos por Tweech, y chau temporada MTV para mí. En serio, un canal que ya me dejó completamente afuera por viejo. Y gracias por eso.

4) Como ya eran pasadas las once, me encontré con la transmisión de uno de esos programas de la iglesia universal, la de la paloma blanca y el corazón rojo. Para mi sorpresa, al parecer, el pastor aumentó su púlpito y la iglesia se llenó de jóvenes. Ver para creer. Centenares de pibes y pibas con las palmas arriba y la mirada perdida en un techo que toman como morada de un Dios que se inventaron para poder “parar de sufrir”. Increíble pasar de una juventud de fiesta sacudiendo el culo y riéndose de cualquier pavada sin entender lo que se dijo y se dirá, a otra juventud igual de narcotizada pero con un tipo de droga más pesada. Y ya no sé ni qué pensar, se lo dejo a sociólogos, sociólogas y especialistas en estos temas. Click.

5) Finalmente, llegué a lo que tanto estaba deseando: el infomercial del día. En mi juventud, era justo lo que necesitaba para poder empezar a dormirme, como si el “llame ya” fuese mi canción de cuna. Nostalgia, felicidad, y una olla cuadrada invendible dispuesta a ser mostrada como la quintaesencia de los utensilios de cocina. La conductora hace la presentación, pone la olla en una mesada y entra un cocinero colorado con una sonrisa de oreja a oreja, claramente drogado. Después agarra la olla y empieza a enumerar todas las cosas que se pueden hacer con ella, que no son más que todas las cosas que se pueden hacer con cualquier olla. Pero la exageración es tan genial, que no puedo dejar de admirar ese pedazo de metal moldeado, que ahora siento que debo tener en mi cocina, que jamás uso para cocinar. Y si llamás en los próximos cinco minutos te llevás una red freidora de regalo y un cuchillo para rebanar coles. Pero en verdad no es más “llame ya”, sino que los pedidos se hacen online, porque el tiempo ya es otro, las sociedades van mutando, y es en vano esperar que las cosas sigan funcionando como cuando éramos jóvenes.

Todo lo que me dejó en estado de enrarecimiento total. Motivo por el cual, cuando fui a votar el domingo, no me esperaba otra cosa que unos resultados bien raros, con lecturas y contradicciones de todo tipo. Y la certeza de que todo tiempo presente puede ser peor. Primero porque no compré esa bendita olla, segundo porque tampoco comí alfajor, tercero porque la juventud maneja universos que ya no me incluyen, cuarto porque me di cuenta de que es muy probable que nunca vaya a conocer África, y cinco porque me enteré que en la mesa en la que voté del barrio Rivadavia, ganó la elección un porteño facho totalmente psicótico. ¿Cómo soportar tanto cambio que no pedí, pero que llegó hace rato y es un palazo? Lo que hago por estos días es tomarme un buen vaso de licor de maracuyá, mi único héroe en este lío. Les pido que me banquen ese y todos los defectos.


*Están pasando demasiadas cosas raras;

***********rara y humildemente, Juan*************no me odien*******no odien a nadie, sirve de poco********de nada******bailen que es mejor********y gratis*********


CRIATURA DE FICCION


“Se escribe, sí, para poner por escrito y así exorcizar o neutralizar aquello con lo que muchos desgraciados y no escribientes y ni siquiera lectores, acaban tachando sus vidas por no haber aprendido de los acertados y didácticos errores de las tan verdaderas criaturas de ficción” (Melvill, Rodrigo Fresán)

Sí, acepto – y es la única vez en mi vida que voy a decir algo semejante -, voy a ser una criatura de ficción porque tengo muchas ganas de ser percibido como real. Además, nunca entendí lo atractivo de la tan afamada literatura del yo, que podría ser literatura del ello y a lo mejor tomaría un color más sicoanalítico, y entonces todo terminaría en una ensalada experimental con una marca indeleble y multinacional: literatura de autoayuda. Por eso acepto, sin dudarlo. Una criatura ficcional queda liberada de tener que ayudar a que se autoayude un lector, una lectora. Entonces existe sin ataduras para dejarse fluir dentro de un texto, una historia. Y si quiere equivocarse, tanto mejor. Inclusive, puede ser mucho más interesante que esa criatura ficcional insista hasta el cansancio y finalice el texto convencida de que su equivocación es en realidad un acierto. Y buena suerte para el lector, para la lectora, que en verdad por ahí estará más empantanado/a en el “arco argumental”, y si se cumple con las expectativas del consumidor. Advertencia para el consumidor de este y cualquier texto: la literatura puede ser tóxica. Más digo, como ente ficcional, debe ser tóxica. A lo mejor deberíamos sentirnos mal por abordar tal o cual tema, por dejar en bolas a determinado personaje, por no explotar el lenguaje y todas sus posibilidades…En fin, problemas del autor, de la autora. Una criatura ficcional no debe preocuparse por la venta de libros, por tratar con las editoriales, ni siquiera tiene que verle la cara a gente de carne y hueso, y eso es un argumento que me atrae por completo. Sí, acepto. De ser posible – y justo hablando de Melville – elegiría ser el capitán Ahab. Creo que no es la primera vez que hablo de Moby Dick, y tampoco va a ser la última. Y tampoco es muy original la elección que hago, en otras ocasiones he citado al capitán que va en busca de la ballena gigante, para terminar de morirse de una vez, no sin antes volverse un enigma de la locura para el narrador, para los lectores. Soy el Capitán Ahab, con una pata de palo atada al mástil del poste que indica las coordenadas de la ballena blanca: Francia y Garay. Un Ahab del barrio Rivadavia, pero criatura ficcional al fin, en busca de otra criatura ficcional mucho más grande y destructora que el mismísimo tiempo. Cosa que se agradece al escritor, escritora: crear criaturas que van a sobrevivir por mucho más tiempo que ellos mismos y sus lectores, que incluso viajarán en el tiempo por miles de años. Ahora me dio vértigo, porque no sé si está tan bueno eso de ser –casi- eterno, porque la eternidad tiene medida, no jodan. Mil años es una locura de eternidad. Se repetiría el ciclo demasiadas veces, ser Ahab durante tanto tiempo no puede ser recomendado por ningún ministerio de salud. La eternidad en busca de una bestia marina, que en verdad sería una metáfora…perdón, me metí en terreno del lector, de la lectora, porque al ser directamente una criatura de ficción quedo eximido de un par de cosas:

1) no puedo elegir el lenguaje, me viene dado. ¡Caramba! Esto suena igual a cuando era un humano de carne y hueso.

2) no puedo interpretar la totalidad de la historia que me atraviesa. Otra vez, se parece mucho a la vida de cualquier ser humano.

3) no puedo votar en las próximas elecciones. Y esto sí que sería una pérdida de derechos, pero tampoco estoy seguro. En todo caso, se lo dejo a los analistas políticos que no existen en la novela de Melville, y creo que afortunadamente.

Habría otras cuestiones más, pero voy a proceder como esa criatura de ficción que quiero ser. La idea es fluir con la escritura y percibir los hechos narrados sin profundizar demasiado, sin ir por fuera de lo que sería un leit motiv, lo que me impulsa a actuar de determinada manera porque me configuraron así y no de otra forma. Una criatura ficcional es una cosa escrita por alguien más. En eso tampoco estaría muy lejos de mi vida rutinaria como ser humano. Estoy llegando a un punto desesperante, ya no estoy viendo las ventajas de ser un no ser, de ser un ente ficcional que alguien más manipula. Tiempo de asumir el viento frío del sur y salir en busca de la gran ballena blanca, que es mi otra parte, mi más allá de la escritura, porque el momento en que la encuentre será el momento del final…pero de un final que se continúa, en un “a partir de aquí” que no tendrá límites. Ese es el momento en el que empezaré a viajar por las cabezas y las almas de todos los lectores, las lectoras, que me llevarán a sus propias vidas, me convertirán en metáfora, alegoría, fetiche, consolador de sus propios sufrimientos. Me llevarán a conocer todos esos horizontes que no serán el mismo en ningún momento. Incluso me harán congeniar con mi adversaria, hasta me pondrán a navegar a bordo de su lomo blanco por galaxias que no puedo imaginar. Y, finalmente, como un parásito saldré fortalecido, yo, criatura ficcional, viajero en el tiempo, estaré donde ninguno de ellos podrá habitar, donde ni siquiera el lenguaje se atrevió a llegar. Ahí será el futuro inimaginable, un lugar inhóspito que yo solo podré conocer. Entonces ese será mi gran triunfo. Sí, acepto.  

 

*Nombre de obra en cursiva, cita entrecomillada, y demás convenciones que bien podrían ser completamente diferentes. Algún día podremos trasformas las cosas, mientras tanto te acompaño en el sentimiento y te ofrezco una tregua musical para pasar medianamente bien el comienzo de la semana:

****************Humilde y ficcionalmente, Juan************y siempre con este ritmo que me acompañe en la historia que sea****aunque el barrio esté jodido*****

El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...