Universalmente, más allá del planeta que podamos estar
habitando, el primer tema elegido para hablar entre dos seres más o menos
pensantes, con cierta inclinación hacia la comunicación, con cierto sentido de
amabilidad, con algo parecido a la voz, con un cachito de capacidad de
entendimiento, es en todos los casos el estado del tiempo. Hablo del clima, por
supuesto. Que si llueve, que la humedad es terrible, que “viste que para hoy
pronostican cuarenta grados a la sombra”, que mañana sale el sol, que mejor
abrigarse por la ola de frío (eso es una expresión de deseo personal, puesta en
palabras acá) y un largo etcétera, lleno de lugares comunes que nos ayudan día
a día a entablar conversaciones que no tienen mucho sentido, más que el de
decir algo para llenar el espacio de silencio con otro/a/e. Y que además
funciona para romper el hielo, para comunicarse con quien no tenemos tema en
común, para hablar por hablar. Recién en un comercio, del cual prefiero no dar
mayores precisiones, escucho lo siguiente: “Este país se va a la mierda, no hay
duda. ¿Viste cómo llueve? Dicen que va a estar así hasta el viernes”. Tópicos que
rankean alto, que son los grandes éxitos del nuevo año. En especial, el que
nunca va a caer del primer lugar: el clima. Mal llamado tiempo. Porque hablar
del tiempo sería un tema más bien filosófico. Pero no, a lo que me refiero es
al tiempo como clima, al clima que marca el estado anímico, que puede mostrarse
como una gran oportunidad o como una verdadera piedra en el zapato. Lo que sí,
pase lo que pase, es un tema de conversación que salva relaciones
interpersonales. Porque cuando no hay nada que hablar con nadie, cuando ya se
sabe que con “esa” persona es mejor no dialogar, bien…ahí aparece el clima. El
tema igualador por excelencia, el tema que no pasa nunca de moda, el tema que
atraviesa todas las capas sociales, el tema que sería el único en el que – más o
menos – nos podemos poner de acuerdo, porque quién puede dudar de la cantidad
de humedad que hay el día de hoy, o de la lluvia que está cayendo en este
momento. Imposible rebatir al clima, imposible rebatir sus palabras usadas y
abusadas, siempre los mismos comentarios, siempre las mismas frases hechas, que
de tanto usarlas…no…no pierden validez, no merman su efecto. Porque estoy
seguro, estamos seguros, que de acá a cien años van a cambiar un montón de
cosas, pero seguro que va a seguir lloviendo, o va a haber un sol impiadoso, y
dos androides se van a cruzar y no lo van a poder evitar, van a tener que mirar
al cielo y decirse: “hoy va a llover, viste”. Y menos mal que existe el clima
junto con todas sus posibilidades de conversación, porque la verdad es que el
siglo XXI tiene tantas imprecisiones, tantos cambios por segundo, que un tipo
como yo, uno del siglo pasado, acostumbrado a otro ritmo, a otra vorágine,
necesita certezas. Y la única certeza es la del clima. El lenguaje del clima,
sus proyecciones evidentes, porque si hace calor ahora que son las nueve de la
mañana, para las doce la cosa se va a poner más complicada. Predicción que casi
no va a fallar, otro bálsamo en tiempos donde las predicciones se pierden en
laberintos impensables, donde una catástrofe en un mercado de algún país que ni
sabemos pronunciar, puede traer la debacle mundial para mañana a la mañana,
donde es imposible acertar el precio de un bife angosto, donde no sé si la
persona que me dijo ayer que me amaba, etcétera. “A mal tiempo buena cara”, una
de esas frases invencibles, inoxidables, imbancables. Y su reverso inexistente,
que sería: “a buen tiempo mala cara”. Una frase que existe sin ser pronunciada,
y que mejor dejar de lado, porque no tendría lógica. La lógica del clima, que
paradójicamente puede fallar. Pero si falla, siempre va a aparecer algún
fenómeno con nombre inocente para asimilarlo y que no duela tanto: la niña, el
niño, esos nombres de fenómenos climáticos que en verdad nos tiran por la borda
la lógica climatológica: un calor imposible en pleno invierno, un frío polar en
medio del verano. Y de ahí deviene el tan afamado gran éxito: “el tiempo está
loco”. Y pegadito el que sigue, como track dos: “cómo no te vas a apestar así,
con estos cambios de tiempo”. Ya casi tenemos conformado el disco con los
grandes éxitos para hablar del clima, que sería uno de esos cantantes melódicos
que todo el mundo pondera, que tiene esos hitazos que pueden hacer cantar hasta
el más reacio de los metaleros… y viene la que sigue: “siempre que llovió paró”,
o “aunque no lo veamos, el sol siempre está”. Dos opuestos que se atraen tanto,
porque en realidad se necesitan. Y ese sentimiento estúpido e irracional, que
nos pasa en cada una de las estaciones, ese que nos lleva a hacer pensar que es
imposible que las cosas cambien de repente, que si estamos cagándonos de frío nunca
va a llegar el verano, y que si estamos transpirando como testigos falsos es
improbable que vuelva a existir el frío. Pero no, tarde o temprano, las
estaciones cambian, el clima va mudando, y volvemos a adecuar las frases hechas
a la condición que corresponde. Y una cosa más antes de irme, en referencia al
cambio climático. Una observación, nada más: el cambio climático es una
realidad que, por otro lado, resultaba muy predecible, porque sí, somos
especialistas en hacer mierda el planeta. Ahora, lo que no cambia para nada es
el hecho irrefutable de que el clima y sus frases hechas siguen tan vigentes
como siempre, y reinarán más allá de cualquier cambio, cualquier catástrofe,
seguirán siendo utilizadas en cualquier situación, inclusive uniendo por un instante
a cualquier verdugo con su víctima:
-
Víctima en situación de pronta ejecución: “¿Qué
calor insoportable que hace, viste?”.
-
Verdugo ejecutor: “Una locura, una locura”.
*******Esta música como fenómeno climático de fondo:
*************humildemente, El yo que dice Yo**********cuando llueve en el Rivadavia las cosas se mojan*********lógica que no falla************
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