El sentido


Todo tiene sentido si uno se esfuerza en encontrarlo, como si se tratara de la resolución de un enigma imposible: salir de una piecita en el barrio Rivadavia, caminar hasta Jara, cargar la tarjeta del bondi, tomar el 554 y no morir en el intento de cruzar la avenida. Eso requería de un esfuerzo sobrenatural para ser tenido en cuenta como “vida”. Había que ponerle ganas para encontrarle un sentido. Sin embargo, el Yo que dice yo tenía claro que aquel era su lugar en el mundo, ya hasta se sentía cómodo en esa esquina. La de siempre, que tampoco hace falta nombrar con tanta recurrencia. Scardanelli ya estaba desde temprano, comentando el último asesinato en el barrio. Los detalles, el revuelo, las consecuencias y la visita del intendente al velorio. ¿Y con esa geta de piedra qué se supone que deberían hacer los familiares del muerto? Eso pensaba la China, que no soportaba la hipocresía de los políticos de maquillaje. El otro seguía y se escudaba en que solo narraba los hechos, casi objetivamente – y en el “casi” está la pérdida de toda objetividad –, cumpliendo una misión periodística, informativa. El Yo que dice yo no tenía mucho para agregar, mucha gente moría todos los días y era una práctica que no iba a desaparecer así de fácil. Había que tener ganas. Y ni siquiera, porque los asesinatos estaban al acecho, ahí y en todas partes del mundo, por eso tenían tanto éxito los policiales y los periodistas que hablaban sobre casos policiales, y todo el negocio que completaba el accionar de un  individuo desalmado, impiadoso. La rueda no virtuosa, el ángel caído en el bache de Garay y Francia, empecinado en corroer todos los sistemas y la cabeza demasiado deformada por los fármacos del pobre y disminuido homo sapiens, modelo 2022. Habría que ver qué sinsentido había inundado las calles del barrio desde hacía tanto tiempo…tantos años con sus meses, sus días y sus horas interminables, pero que cuando terminaban hacían sentir su fugacidad. Y qué cagada que el barrio siempre fuese recordado a través de noticias de mierda. ¿Nada bueno era posible en ese contexto? El Yo que dice yo estaba convencido de que no era así. Por el contrario, pensaba, por lo general lo que pasaba eran cosas lindas, días que traían paz y comodidad a todas las personas que pisaran el suelo…Bueno, no era así exactamente, pero algunas cosas buenas sí que pasaban. Por ejemplo, esos tres amigos tomando una birra en el frío atardecer de un día final de agosto. O casi. Charlaron un rato más, el suficiente como para que los temas variaran de tono y contenido más de mil veces. ¿Tanto se puede hablar? Sin duda, y sobre todo cuando no hay mucho que decir, y algo de eso era la amistad, al menos esa tarde. Había que darle sentido, tener ganas de que eso resultase así y no de otra forma. Otra vez, el camino original, previo a todo. Las veredas de siempre resplandecientes como si se las viera por primera vez. El extrañamiento, una vez más. Aquel flaco que cuida coches no tan duro, como el fin de semana pasado, con una sonrisa y comiendo algo que una buena vecina le había preparado, porque hacía mucho frío a la noche. Mujer que era saludada y bien tratada siempre por el carnicero de la esquina, que nunca la cagaba con la mercadería, porque parecía un buen tipo. Incluso lo atendía con cortesía a Scardanelli, que en realidad iba para averiguar precios y seguir investigando por qué era que habían aumentado tanto, dónde estaba el eslabón que no cooperaba. Porque así como lo veían, el filósofo berreta del barrio Rivadavia ponía todo su empeño por arreglar el mundo. Un súper héroe sin poderes, y nada súper. Pero heroico en su accionar empecinado, tanto como el de la China, que llevaba todos los días a su hija a la escuela, porque tenía toda la esperanza de que pudiera ser feliz aprendiendo cosas, que es la mejor manera de felicidad. Para eso le ponía todo el empeño al laburo que tuviese, por más pasajero y mal pago que resultara, y se tomaba un tiempito en la semana para descansar y tomar algo con sus amigos. Ahí estaba, otra vez, el Yo que dice yo, con la China y Sacardanelli, descubriendo que no todo era una mierda, y que de las pequeñas / diminutas acciones piolas podían ramificarse otras de igual calibre, y que eso era lo que más pasaba en el barrio. Pero había que tener ganas de darle ese sentido, y de no hundirse en la depresión del lado violento e intolerante. Tarea difícil, pero que le salía naturalmente a casi todas las personas en el mundo. Solo que…por ahí el negocio no estaba en eso, sino en lo otro. ¿Entonces el enigma estaba resuelto? Ni en pedo, dijo Scardanelli, las cosas siguen subiendo de precio y no se puede abandonar la búsqueda de los culpables. ¿O acaso Charlie Parker se rindió en alguna de sus historias? La China y el Yo que dice yo se miraron sin entender la referencia de Scardanelli, que los invitó a que leyesen algo de vez en cuando, alguna novelita policial del irlandés Connolly, que había inventado a su propio investigador, un ex detective asediado por fantasmas de personas que habían sido muy importantes en su vida. Se rieron un poco de la ingenuidad del filósofo berreta, pero este no les dio importancia. Anotaba cosas en un cuadernito y estaba dispuesto a seguir con sus lecturas y sus investigaciones. Quién sabía, tal vez Charlie Parker habitaba el barrio Rivadavia, escapando de esos periodistas chupa sangre que querían hacer dinero con la historia de su vida, con la mugre de su vida. Todo muy parecido a lo que pasaba con el barrio por esos días. Todo tiene sentido si uno se esfuerza en encontrarlo. Pero el tema es que el sentido tiene varias direcciones, y ojalá pudiéramos seguir la más amable de todas.


*Y si de Charlie Parker hablamos, a Charlie Parker escuchamos:

*************************Humildemente y sin rebusques formales, Jaun*****************************buscando el lado lindo de Jara*************************

Y si llueve, que sea con calma

Nunca hay que escupir para arriba, porque para qué explicar lo que podría llegar a pasar, por acción de la física, por motivos gravitacionales, porque hay salivas que son muy espesas. Y hablar, como por suerte – todavía – respirar, es gratis. Todos movimientos naturales, que salen sin que haga falta ejercitarlos demasiado. Escupir, hablar…Todo lo que uno es capaz de realizar en cualquier tarde de invierno, pero de un invierno que funciona como proemio de primavera, porque ya es hora de empezar a descongelar esos corazones perezosos que quieren evitar enamorarse, ya que es la primera causa de muerte en la población mundial, incluso en Marte y en Júpiter, donde además esta semana descubrimos que hay más tormentas que cualquier otra cosa. De eso se trataba la tarde en la esquina de siempre, barrio Rivadavia, Francia y Garay. Un paredón y Scardanelli jugando con su celular, mientras toma una cerveza que seguramente alguien más compró y le dejó por hartazgo. El juego en cuestión es un simulador de lluvia, desde la ventana de un café. ¿En qué consiste? Bueno, en la pantalla se ve una ventana con parte de la ciudad de fondo, que puede ser cualquiera. Unas débiles gotas se estrellan contra la pantalla / ventana, y al costado hay unos simbolitos con volúmenes al lado. Entonces, la gracia del juego es simular la propia lluvia, variando la intensidad del agua, del sonido ambiente del café, agregando truenos y ráfagas de viento, inventando la tormenta perfecta. Scardanelli pensaba en esos momentos en los que la lluvia se pone del lado de uno, instantes en los que se puede disfrutar de una tormenta sin sufrir las malas consecuencias. Como en el capítulo final de cualquier policial de Netflix. Finalizada la escena de máxima tensión, suspenso y violento desenlace, los personajes que logran sobrevivir, encuentran una relativa calma. Alguno se queda reflexionando en lo pasado, otros lloran por el descargo de la tensión, alguno muere en una silla eléctrica o marcha preso, pero ya con el rostro relajado, el cuerpo en cámara lenta. Como si la tormenta fuese encontrando un lugar de calma, antes de llegar a una conclusión: final feliz o final con suspenso, que anticipa la próxima temporada. Y por lo general, la cosa funciona así, se renuevan los contratos y la tensión regresa al centro de la escena, y vuelta a empezar. Un policial como una lluvia que primero se apodera del cielo despejado, amenazante, luego se hace realidad pero de a pocas gotas, para transformarse en un diluvio que parece no finalizar nunca más. Hasta que todo regresa al inicio. No hay más lluvia, hasta nuevo aviso. Scardanelli pensaba en lo fácil que era estarse tranquilo antes y después de la lluvia. Pero que lo verdaderamente complejo resultaba mantenerse calmo cuando la tormenta azotaba mostrándose invencible e infinita. Dejó el juego para tomar un buen sorbo de cerveza y mirar el sol, disfrutar ese raro desenlace de día de invierno. Siguió reflexionando, los días eran capaces de camuflarse todo el tiempo y de complotar contra su propia angustia. En ese momento, esa actualidad, ese presente, era perfecto. Casi no pasaban autos, el sol era tibio, no había viento, su cabeza no retenía rencores, su soledad era perfecta y deseada, la cerveza estaba lo suficientemente fría y gasificada como para continuar siendo tomable, el futuro y el pasado habían suspendido su cotización. Un último rayo de presente le calentó el rostro, y luego las nubes comenzaron a complotarse, a redescubrir un futuro riesgoso. Y fin del juego, game over. Insert coin si quiere volver a tener la oportunidad de ser feliz en presente continuo, con la certeza de que eso dura lo que duraba la fichita en cualquier jueguito de Sacoa. Dos minutos, cinco, y nada más. Como ese día, como cualquier día. ¿Por qué será que las cosas lindas tienden a durar tan poco, y las desagradables a quedarse tanto tiempo al lado de uno? Preguntas retóricas que se hacía Scardanelli, con el celular casi descargado y la botella de cerveza vacía. ¿Por qué habrá que esperar recién al último capítulo del policial para poder estar un rato relajado, para dejar de sentir esa tensión en suspenso que tanto placer y disgusto ocasiona al mismo tiempo? ¿Será que se necesitan de todas las cosas, todos lo sentimientos para sentirse uno mismo? ¿Cómo puede ser que necesitemos el dolor y la angustia? Tal vez sin ellas, daríamos con el estado paradisíaco, ese que no percibe la felicidad por falta de comparación. Era eso, entonces. ¿La vida como metáfora, sin un primer término en el que reflejarse? Qué complicada la cabeza idiota del filósofo más insoportable del barrio Rivadavia. Scardanelli. Se hacía de noche, lentamente y sin simulación. Miró el horizonte, que no era más que un par de techos a media agua, descascarados por efecto de vaya a saber qué historia gravitacional. Poco a poco, sus fantasmas volvieron a sus lugares habituales, los tiempos todos a sus posiciones y ese gusto amargo en la garganta, ese resto de ser sin resolución, ese capítulo final que nunca termina, esa salida de remanzo que promete una tormenta perfecta…infinita. Hasta que un buen día, game over, insert coin…Y Scardanelli pone una moneda más en la máquina del tiempo, y es un poco el detective Capitani en el último capítulo de la segunda temporada, y se sienta a filosofar con un par de amigos, a tomar una cerveza, a reírse mirando el río, a suspender el tiempo y la tormenta, a pensar que es un poeta del romanticismo, al menos por ese instante del presente, un Hölderlin cualquiera. Y ojalá alguien ponga pausa en esos versos tranquilos. Y ojalá que si llueve, sea de una manera amable, suave, que después pueda secar rápido un tibio sol de invierno…

 

*Y ojalá que suene este temazo de fondo, con esa voz insuperable: 

 


****************************************************************Humildemente, esta vez sí, Scardanelli*************************inserte moneda******algo***********

 

El lugar más seguro del mundo


Cada cierto tiempo volvía esa noticia de que Argentina era el mejor lugar del mundo para estar, solo si sobreviniese una guerra nuclear en todo el mundo. Y mucho más precisamente, el barrio Rivadavia era lo más seguro dentro de lo seguro, porque en ese pedazo de tierra elegida ningún cohete podría hacer pie, ningún misil llegar a detonarse. Todo por falta del combustible suficiente, porque claro, son épocas de ahorro y la guerra no es una excepción. Entonces, ¿para qué carajos gastar un peso en apuntar los misiles al barrio Rivadavia? ¿de qué serviría atacar al chino de Jara o a la sede del club Racing? En eso venía pensando el Yo que dice yo, camino de la esquina donde lo esperaban la tarde ventosa y una birra, Francia y Garay. Sería que ya no valía la pena ni siquiera una amenaza al barrio, por la inercia que lo caracterizaba desde tiempos inmemoriales. Por ejemplo, San Martín no había pasado ni de cerca por el barrio Rivadavia. Las bolas, habrá dicho, yo me voy para Francia y arréglense ustedes con los precios cuidados. Ni siquiera bandidos rurales habitaron el lugar, aunque sí un poeta filo Nazi, que retrató como nadie en sus versos la crisis del 2001. Siempre la crisis del 2001 y sus pre cuelas y sus secuelas y sus spin off y sus documentales tan reales, que parecen que repiten la misma historia cambiando solo el año del calendario. Menos mal que no es diciembre, dijo Scardanelli con su sospechoso ánimo positivo. Porque si fuera el último mes del año salen cacerolazo y saqueo en combo dos por uno, con un trasfondo de consumo híperinflado por las fiestas y millones de vacacionantes dando vueltas, saltando sobre cadáveres que ya no pueden seguir el ritmo del consumo nuboso…del consumo eterno…Pasame la birra, dijo la China, que tenía una cara de cansada que se la llevaban los demonios del insomnio. Horas y más horas de trabajo, extras, alargadas, por penales, todas esas horas sumadas al por mayor y restadas a casi nada a la hora del cobro. Todo lo que suena muy parecido a lo que ya había escrito en otros tramos de la historia, para arriba, para abajo y por fuera, ese maldito poeta. Volver a empezar, decía Scardanelli, pero diferente, como decía Roberto Juarroz, una vuelta al origen pero desbautizados. Mejor sería descolonizados, apuntó la China y se sentó porque no le daban más las rodillas de tanto caminar. Visto desde lejos parecían tres soldados vencidos, totalmente destrozados y con ánimo de dormir para siempre, aplastados por la planta del viejo león. Que no nos escuchen en el barrio, pensaba el Yo que dice yo, porque lo más importante en toda batalla gloriosa es tener la moral bien alta, aunque se vaya perdiendo por goleada. Pero la cosa estaba difícil, había mucha mala onda, la mayoría no estaba parando la olla, ni hablar de llegar a fin de mes. Entonces volvía a esa noticia de que el barrio, su barrio, era el lugar más seguro del planeta ante la crisis nuclear. ¿Y cuándo no había habido una crisis nuclear? Era un clásico reinventado serialmente, como la crisis económica y la crisis ambiental y la crisis de la tercera edad. Todas crisis que habían llegado para quedarse hasta que estallasen y tuviesen que volver a esperar en el depósito del tiempo destinado a las crisis. Porque las crisis son cíclicas, o a lo mejor son un solo ciclo que nunca tuvo origen y mucho menos final. Deconstrucción. No, mejor desandar la Historia lineal, la horizontal. Preferible saltar o tirarse al vacío, ampliar la grita, y empezar otro origen, un antiorigen. Y por favor, no caer en la mentira de los multiversos, que son todos la misma mierda con diferentes personajes hacedores de chistes malísimos, con un solo y gran dueño que llena sus arcas a futuro para invertir en el pasado agricultor de países del cuarto mundo. Pero el Yo que dice yo no quería perder el hilo, este pedazo cuarteado de universo era lo más seguro que existía, y tal vez justamente por haber pasado tantos multiversos de crisis ciclotímicas, preanunciadas por presentadores del apocalipsis contratados por cadenas multimillonarias dedicadas a mover dólares a través de cuevas ilegales, legalizadas por serpientes amigas del juez de turno. Muy bíblico, se decía Scardanelli, demasiado, toda esa cosa del final del mundo y etcétera. Se preguntaba ¿Cómo puede finalizar algo que nunca empezó? La China lo miró con desgano. La verdad, le importaban muy poco los desvaríos existenciales de sus amigos. Estaba ahí como una suerte de autómata programada para pasar a cortar la semana, con una cerveza y poco más. Cortar la semana un martes, reflexionaba, era estar cada vez más cerca de arrancar la semana cortando todo: ¿Y después qué? Un futuro grande como el sol y la llanura idiota de la Pampa húmeda, un universo verde transgénico destinado a morir en silo bolsas enriquecedoras cíclicas de cíclicos dueños de tierras ajenas. Se hacía tarde, pensaba el Yo que dice yo. Scardanelli se iba rumbo al centro, a buscar algún otro conocido que compartiera un vaso de cerveza. La China a buscar a su hija, y a ver qué carajos hacía de comer con dos mangos. Se hacía tarde para todos. Más vale alejarse de la esquina, porque a diferencia de lo que decían los portales informativos, el barrio Rivadavia a partir de las siete de la tarde, no resultaba el lugar más seguro del mundo.

 

******Y ya que estamos salvados, por las dudas, que venga el refuerzo musical:    

************************************************************************************************Humildemente, Juan**************un salvado más, sin que nadie lo pidiera*****************


¿No será todo un pozo?


Tarde de invierno – todavía – en el barrio Rivadavia. La esquina citada todas las semanas, Francia y Garay, el lugar que no vale la pena ni para un meme. Los personajes que van llegando, hasta que es lo suficientemente tarde como para dejar de hablar un rato, tomar la cerveza hasta el fondo y mirar lo que se pueda del cielo, esperando un futuro totalmente incierto, como suelen ser todos los futuros. Cualquiera de los tres personajes se pone a estornudar, y los otros dos se ríen, porque ya es tarde para reclamar por coronavirus, así que le piden al estornudador que se deje de joder, que hay inviernos que ya no existen por decreto, que ya todos esos daños pasaron, pero dejaron grandes rastros, huellas hacia atrás. ¿Y qué hay con la Historia y su necesidad de moverse en dos direcciones? Nunca basta, para ninguno de los tres personajes de esquina, ir hacia adelante o hacia atrás. Un dato de la realidad les dice que volar tampoco se puede, entonces solo queda un movimiento sublime. El arqueológico, el de la excavación, el del pozo. Un vacío con raíces implantadas que intentan hacer crecer algo sobre lo que ya no es así. Una humareda de campo quemado ilegalmente, unos cuantos pesos que ya no tienen valor porque nadie quiere darles el valor que merecerían. Habría que sincerar a estos tres personajes, entonces uno le dice a los otros dos que mejor sería abandonar todo tipo de moneda, y producir la revolución de una vez, vivir del intercambio de cosas, servicios, tipo trueque. Pero los tres saben que esas ideas no resultaron bien, porque al final el sistema se vuelve a regenerar, por más hondo que sea el pozo. ¿Cómo habremos inventado un sistema económico-social tan fuerte e invencible, siendo que somos seres tan frágiles y autodestructivos? Pregunta que se haría un joven Marx, o una de los tres personajes que toma birra en la esquina de siempre, del barrio de siempre, justo en el momento que recuerda que se tiene que ir a laburar, que la hija está en la escuela y la tiene que ir a buscar, y que el colectivo ya no pasa por donde lo esperaba siempre. Entonces, el plan es volver a inventarse un nuevo sendero, siempre. Pero resulta que todos los caminos conducen a Roma, y Roma es en verdad un gran y gigantesco vacío, porque es una ciudad-propaganda, un destino turístico que no tiene para ofrecer más que lo que ya vendió por bolsa, o en criptomonedas, o en dólares soja. Una nueva moneda atrás de la otra, monopolizada por los monopolizadores de siempre, ajustada día a día para todo el resto de la humanidad que apenas si llega a fin de mes. Y al otro día, una nueva carrera con la línea de llegada, que es el nuevo fin del nuevo mes. Carrera que se detiene en cualquier momento, y que entonces no pareciera tener ningún sentido, se pregunta el otro de los tres personajes que están sentados en la medianera de la esquina. Barrio Rivadavia, un pedazo de tierra loteada y vendida desde tiempos inmemoriales, en los que a alguien se le ocurrió que el derecho Romano podía ser algo justo, y no más bien un pozo más, un vacío legal hecho por los propios colonizadores, representantes del imperio expansionista. Y qué mejor hubiese sido sembrar todo tipo de flores, y dejar que las abejas volaran en todas direcciones, y que nadie hubiera construido todas estas cosas de cemento, que bien vistas son un horror, y mal vistas… Un pozo enorme, un vació en el que caen todas las personas que intentan cruzar por esta calle, que tiene un cráter gigantesco, que se dedica a romper los chasis de todos los coches, porque los cráteres no discriminan. Se hace –casi- de noche, uno de los tres personajes (o los tres a la vez) recuerda(n) que jamás vio(vieron) un bicho de luz en el barrio. Porque sí, el aire no es el mismo que solía ser. Porque no, hacía mucho que no se movían de allí. Era como si los tres compartiesen la misma esencia, fuesen de la misma materia, como tres agujeros negros en constante desmaterialización. Porque estaban aceptando eso mismo que tanto les dolía: el pozo eran ellos, era esa esquina, era el barrio, era la ciudad completa y los demás límites legales y metafísicos. Y con esa verdad desgarradora había que convivir, diariamente. Aceptar que uno vive con esa posibilidad, con esa realidad, la del no ser nada más que nada. ¿Qué sentido había en semejante pensamiento bajonero? Que tal vez, con un cierto filtro optimista, en ese mismo pozo, en ese mismísimo vacío, hay siempre la oportunidad de volver a inventarlo todo de nuevo: los lugares, las calles, las ciudades, los Estados legales, la metafísica. Esos tres personajes casi eran conscientes, en esa tarde/noche de invierno, en esa esquina de mierda tan parecida a cualquier otra esquina de mierda, que de ellos dependía volver a pensarlo todo, volver a revolucionarlo todo. Otro camino, otro sendero, otro pozo con el que convivir, pero por ahí un cachito más humano, más empático y solidario. Los tres personajes de la esquina de Francia y Garay no se saludaron, simplemente dieron por sentado que el día debía continuar con sus rutinas habituales. Cada quien tomó por su camino. Cada quien volvió a pensar en cómo seguir la semana. Cada quién pensó, equivocadamente, que estaba sol@.


******Y si de pozos y música escribimos y hablamos, pues que suene este clásico:

**************************************************************************************************Humildemente Juan*********Tapando pozos, conviviendo con vacíos*******************************

Asesino


El secreto está en definir el origen. En definirlo y defenderlo hasta que no se pueda más, hasta que los dientes estén a punto de estallar, como en un sueño, o en una pesadilla. ¿De dónde venía todo eso? No tenía ni una idea remota, pero se sentía un poco como expatriado de su propio ser. Algo raro de experimentar, mucho más difícil de explicar. Estaba siendo otro, pero seguía siendo él. Y no, para nada, las drogas ni alguna otra sustancia tenían algo que ver. Eso quedaba en otros tiempos, en los que, al contrario, sentía todo bien parado. Pero ahora no, el ahora era un cuerpo en un espacio que no podía ser sentido en plenitud. Tendría que ver con su identidad borroneada, una suerte de rostro indefinido que lo llevaba a pensar que su propio yo había sido exiliado, enviado más lejos, corrido de un centro que no podía recuperar. Pero estaría la sensación de que sí había un centro. Un pasado, unos sentimientos, unas sensaciones, una pila de recuerdos. La infancia como lugar al que orbitar para no perder el centro, pero que no podía terminar de identificar. Un caminar sin pisar suelo, a grandes saltos entre la nada y la nada. Un presente en el aire y un futuro imposible de imaginar, pero bloqueado. Estaba en un sueño, o en una pesadilla. Era un no lugar de esos que solo sirven para saber a dónde no se quiere estar. Pero el sentimiento era de vacío. Y claro, lo sabía, desde el vacío lo único que queda es empezar a salir. El problema era hacia dónde. Una vez expatriado, difícil recuperar el origen. ¿Y si era un viaje hacia lo desconocido? Como un explorador espacial, eyectado hacia el otro lado del universo para descubrir que más allá de todo no hay mucho por hacer. Las experiencias vuelven a recurrir a lo que ya estaba habitado de antes, entonces la exploración resultaba ser un retorno a casilleros que ya estaban ocupados. Entonces descubrir que no hay lugar ni para la angustia existencial, no más. No se puede volver habitar lo que ya está habitado, lo que ya fue habitado, lo que fue soñado. La regla de su vida: cualquier deseo o sueño terminaban por no suceder. Era un poder extrañamente perverso, la imaginación lo llevaba a ese extremo. Bastaba que soñase para que eso mismo dejara de suceder en la realidad. Pero el caso no era igual con las pesadillas. Esas sí que se terminaban cumpliendo. Así fue que se abrazó al insomnio hasta que la muerte soñadora los separase alguna noche. De insomnio en insomnio se balanceaba, sintiendo que su cuerpo despegaba desde el suelo hacia una especie de Olimpo lleno de rosas negras, con espinas que no lo podían pinchar, porque en ese estado de expatriado ni siquiera el dolor consolaba. Era eso, sentía que no podía recuperar sus dolores pasados, sus sufrimientos que eran la base de su identidad. ¿Cómo no podía recordar sus propios traumas, sus secretos más dolorosos y humillantes, lo que era la base de su existir? Imposible saber qué había sucedido con todo eso, con todos sus tiempos, con sus vínculos. Ya nada estaba allí, era todo parte de una confusa sensación. Su ser había pasado, ya no estaba. Era el monolito flotando sin dirección, sin sentido. ¿Cómo recuperar la razón? No sabía, porque tampoco encontraba el sentido que traería recuperar ese tesoro no deseado. Pero tampoco la pasión lo movía, era una suerte de transición hacia la nada, un estado transitivo impersonal, como una de esas oraciones unimembres sin correlación de sujetos, sin acción determinada, una pluma en el espacio profundo: Hay… Y flotar sin tiempo ni espacio, sin sexo, sin dolor, sin goce. Nada donde rascar, nada que sangrara, ningún recuerdo desde el que colgarse. Nada para secar bajo el sol, que ya no podía distinguir, mucho menos disfrutar. ¿Qué era todo eso? ¿Qué cosa podía seguir?. Imposible determinarlo, imposible destinar un trozo de locura para saber por qué las manos empezarían a saciarse sin sed. Nada, cuerpos por partes, destrozados por vaya a saber qué estúpida fuerza bestial. Pesadillas que ya no eran percibidas como tales, grandes insomnios de animales que pedían por un trozo de piedad. Ya no había nada de eso. Porque, simplemente, no experimentaba culpa. Era otra cosa, algo inexpresable, un impulso hacia la nada, llevar todo hacia la nada. Dejar de existir en esos actos desmesurados, que eran perderse en el borroso limbo de la crueldad no percibida como tal. El castillo sin luz, la garganta de un diablo encantado. Él sofocando vidas sin poder percibir la propia, la ajena, la de nadie. Nada. Nunca. Corazones destrozados en un altar que era su nueva casa, un lugar extraño que lo contenía al menos, en todos sus insomnios terribles, en todos sus actos sin justificativo, sin pasión. Ojos que lo contemplaban sin entender qué era. Un reflejo de eso mismo, de vació constante. Esfuerzos que no le eran placenteros ni penosos, no le eran nada en absoluto, pero sucedían. Los latidos que dejaban su acorde para llamarse al silencio eterno, una sinfonía que era un fondo para lo que no existía desde el origen. Un expatriado en busca de lo que no podía sentir en otros cuerpos, en otras almas. Robaba para desperdiciar en otros lo que ya no podía sentir. Una búsqueda de explicación sin sentido, que desde fuera sería nada más que crueldad gratuita. Sí, lo mejor sería terminar con su propia indeterminación insensible, ponerlo contra un paredón y ya. Nada lo podría devolver al otro lado de la vida, nada lo podría devolver al origen, a una identidad definida, a la humanidad primigenia. Flotaría en el espacio, de insomnio en insomnio, generando pesadillas a los demás, sin descanso, sin paz. ¿Iba o volvía del infierno? Quién sabe.


****Como música de fondo algo satánico, por supuesto:

*****************************************************************************************************Con humildad, Juan*****************esta semana, exorcizando demonios*******************gusto en conocerlo.......************


El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...