Pupé le
preguntó si estaba escribiendo alguna cosa y Tomatis sacudió la cabeza varias
veces, entrecerrando los ojos y dijo: “Sí. Alguna cosa estoy escribiendo”. Pupé
le preguntó qué era. “No sé bien todavía”, dijo Tomatis. “No llevo escritas más
que trescientas páginas”. “Pero es una novela ¿o qué?”, dijo Pupé. “Hay un solo
género literario”, dijo Tomatis. “No hay más que un solo género literario, y
ese género es la novela. Hicieron falta muchos años para descubrirlo. Hay tres
cosas que tienen realidad en la literatura: la conciencia, el lenguaje, y la
forma. La literatura da forma, a través del lenguaje, a momentos particulares
de la conciencia. Y eso es todo. La única forma posible es la narración, porque
la sustancia de la conciencia es el tiempo” (Cicatrices, Juan José Saer)
Una tarde
más de otoño en el barrio Rivadavia. Mientras el sol termina por despedirse de
todos los patios desordenados, de todos los largos pasillo que conducen a la
nada misma, llegar a ese cruce divino es parte del ritual. Al menos cuando lo
puedo pasar a la escritura. Porque en verdad, todas esas cosas se dan por
sentado, se dan por existentes automáticamente en la rutina diaria. Este
barrio, cualquier barrio, para sus geniales habitantes está dado, cae al mundo
ya establecido, como la propia conciencia. Entonces, nadie repara mucho en esas
estructuras, en la arquitectura y el diseño de cada rincón, que conforman las
obras de arte que más contemplamos diariamente. Pero para poder reparar en esos
detalles tan obvios, debe mediar el lenguaje, claro. También, tiene que
acompañar el tiempo y, si me permite Tomatis, el lugar. Esta esquina, sentarse
en esta vereda, es sinónimo de momento reflexivo, fluir de la conciencia,
nacimiento de esta o cualquier narración. Hay una magia, si se quiere, o una
intención que sólo se da en la esquina de Francia y Garay. Seguro habrá más
sitios similares en el resto de la ciudad de Mar del Plata-Batán. Pero yo
conseguí este. Y no fue nada fácil buscar esquina, encontrar vereda amable para
tareas literarias. Confieso que tuve que vagar por distintos barrios, conocer y
probar cantidad indefinida de veredas. Finalmente, di con esta. Ahora, tal vez
más por pereza que por otra cosa, no me pienso ir de acá. Declaro que es el
lugar adecuado para mí. ¿Falta de ambición? ¿Pereza intelectual? Si y sí. Pido
perdón por eso y por todas las tardes que voy a regalar al universo entero,
desde este diminuto rectángulo de cemento, contra esta medianera grafitiada dos
veces a la semana, vuelta a pintar cada mes, vuelta a grafitear. Una suerte de
bucle espacio-temporal, un marco adecuado para sentarse a tomar una cerveza de
cualquier gusto, pero siempre de litro. No sean caretas, las latas y los
porrones son muy de serie televisiva de amigxs yanquis. Por este lado de la sombra nos
sentamos seguido junto al filósofo berreta, el tan amado como odiado
Escardanelli, y la pasamos hablando de cosas que a lo mejor no van a tener
ningún impacto más allá de la avenida Jara. Vale decir, mucho menos impacto que
ese cráter que parece ir alimentándose de la calle, un agujero negro que no
tiene ningún tipo de control. Pero mejor así, para qué queremos que nos vengan
a “modernizar” el barrio desde el centro del poder. Allá ellos con sus asfaltos
y plazas limpias, acá nosotrxs con…lo que sea que nos quede a disposición, ya
vinimos al mundo como estaba dado. Y no, claro, aceptamos que no lo vamos a
poder cambiar. Tampoco queremos eso, somos bien conscientes de que nuestra idea
de ciudad sería un caos muy precario. No somos tan engreídos, aceptamos que no
tenemos idea de qué cosa habría que hacer para ser mejores. Si hay algo de lo
que nos enorgullecemos es de que nos aceptamos así como somos, con nuestros
defectos y nuestras pocas virtudes…nulas virtudes. Tenemos un mantra que nos
gusta divulgar cuando podemos: no cagarle la vida a nadie es salud. Con eso nos
manejamos en la vida, que no son más que un par de calles y algunos ambientes
mal iluminados que alquilamos como podemos. No buscamos las ofertas del día,
eso es para campeones. Vamos atrás de lo que podemos llegar a conseguir.
Leemos, eso sí, con desesperación. Tanto Escardanelli como yo, somos enfermos
de la lectura. Nos encanta y bancamos a Stephen Crane, adoramos sus historias
más crudas, esas que tanto le criticaron sus contemporáneos por ser demasiado
oscuritas. También somos especialistas en Tomatis, ese personaje de Saer que es
el mejor de toda la historia de la literatura mundial. No, no leímos todo
porque eso es imposible. Leemos lo que tenemos más a mano, pero somos muy
buenos compartiendo. A veces robamos libros de casas de amigos o conocidos,
porque sabemos que son objetos que nadie tiene contados. Están más de adorno
que otra cosa. Entonces les hacemos el favor, hacemos justicia literaria.
Igual, después de la lectura se los recomendamos y hasta podemos llegar a
prestárselos. Es un lindo giro del destino del libro-objeto. ¿En celulares?
Claro, leemos donde podemos y como podemos, somos esa clase de lectores. ¿Escribir?
No tanto, ¿para qué? ¿Quién sería nuestro público? Los mejores relatos son los
que nos salen mientras terminamos la cerveza y charlamos. O eso es lo que la
situación nos hace creer. Cuántas veces me habrá dicho Escardanelli “eso
tendrías que escribirlo, es una muy buena historia, tiene todo lo que un buen
relato debería tener. Lo primero, es que no se entiende un carajo, lo segundo
es que termina abruptamente, y lo tercero es que me parece que no tienen
sentido esos personajes, no existen en ninguna vidriera de shopping”. Este
barrio -y todos los barrios- permite que las tardes se queden un rato más, lo
que genera ese extra de conciencia que es la literatura. Al menos es nuestra
literatura. Algo así como la de Tomatis,
trescientas páginas que no conducen a nada, que no se sabe bien qué carajos
son. Estas fueron, más o menos, mil palabras. Contalas si querés, yo te espero………….¿Viste?
Bien, ahora decime qué carajos es la literatura para vos, pero en tu vida, de verdad.
*****no hay más noches estrelladas...
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