Escritura 1
Agoté mis
ideas en la cama,
no me
quedaron fuerzas
para
jugarme la vida
en la
escritura
¿Qué otra
cosa me puede salir salvo
malas
imitaciones fragmentadas que,
una vez
reunidas, se asemejan a ese chiste,
el del
remate tan obvio que ya se olvidó
Esa
escritura tiene una sola virtud:
no ser
escritura del yo,
pero es un
odioso gesto de soberbia,
ese rastro
que muerde los versos
Que pide a
los gritos: D e s a p a r e c e r,
no habría
que tomarse la molestia,
mejor no
pasar un mal rato,
tampoco
hacía falta.
Escritura 2
No importa
esto que se escribe,
va a
desaparecer mañana
con el
primer mate,
cabalgando
a bordo
de algún
plagio
que de tan
malo
será
irreconocible
¡Vanguardia
por siempre!
Un gesto de
escritor
apenas
reformista,
que retoma
las historias
a la hora
de los mandados
y que
prefiere jugarse
la vida los
domingos
en alguna
rompiente,
y que todo
el resto
sea
despilfarro sexual,
cigarrillos,
malas series de TV
y lecturas
desordenadas.
Poses sin
sentido ni pasión.
No puedo
ser ese idiota que se pone una campera de cuero y sale los fines de semana a
jugar en moto, a perseguir escenas de nacido para ser salvaje, sin ser nacido y
mucho menos salvaje. No me sale la parodia del beatnik sudaca, ni el mamón de agenda
en mano que se piensa el Che poeta, tampoco el delirio de los maricones que
gritan por su inclusión en un mundo que es una cagada. Nada en contra de nadie,
solo digo que a mí no me sale, no soy políticamente incorrecto porque me cuesta
cagarme en las cosas que quiero tratar bien. Lo más acertado sería pensar que
soy un poeta pelotudo, de esos que no sirven nada más que para leer y escribir,
y que el mundo olvida demasiado rápido.
Escritura 3
Un sueño es
el recuerdo de que todavía estás vivo,
con dos
recortes novedosos del diario de ayer:
“Murió por
falta de sueños intensos”
“Abrió lata
y se olvidó de la vida”
Hay una
imagen de una mujer,
que no es
nadie del día,
el
obituario que te recuerda
una lista
impersonal de nombres
ausentes
que son todos el tuyo
Y por
último, aparecen unos versos raros,
como el
agua fría del mar en verano,
que
envuelven nuestros ríos
hasta que
se hace la hora de recordar:
Que nadie
puede leer en un sueño.
Que nadie
puede retener mucho tiempo un sueño.
Que nadie
puede tocar un sueño.
Y que nadie
puede escribir en un sueño.
Sobre todo
eso te quería hablar, pero pasaron los minutos y llegó el 51. Creo que era
tarde, que hacía frío y que a tu campera
de jean le faltaban los botones. Todavía, por entonces, yo fumaba. Pero no
tenía un mango y nadie me convidó porque generaba desconfianza. Vos también.
Éramos dos pobres poetas pelotudos, que todavía se resistían a pagar cuotas
sociales, para pertenecer a una logia sin sentido, que respiraba por el solo
hecho de que nadie les exigía algo más allá- Poetas pelotudos, que leían a
Rimbaud como si estuvieran cerca de sentir esos versos, forzándose en parecer
una caricatura de escritor, con Rey Arturo coronando mediante filosa espada de
Parra, vuelta en contra de esas espaldas, que no tenían nada de glorioso,
porque sus calles eran todo menos gloria. Nos separamos para siempre, la
distancia empezó a generar versos, chistes, imágenes plegables y todo lo que
dos poetas pelotudos se pueden imaginar, para poder seguir soñando que el 51
todavía no pasó, y que arriba espera Rimbaud con sus versos inmortales de
pasión, para regalarnos.
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