Nota de suicidio de un discípulo de Cobain para un fanático de Artaud

 


El tiempo puede pasar y las convulsiones sociales del mundo arrasar las ideas de los hombres, pero yo estoy a salvo de toda idea que penetre en los fenómenos. Déjenme en mis extinguidas nubes, con mi inmortal impotencia y mis absurdas esperanzas. 

(Antonin Artaud, Fragmentos de un diario del infierno)

 

He elegido el dominio del dolor y de la sombra como otros el de la irradiación y el amontonamiento de la materia.

No trabajo en la extensión de cualquier dominio.

Trabajo en la duración única (ídem)


Hace exactamente un rato que me pareció escuchar una voz, que se filtraba por la ventana del living del PH donde me toca, ocasionalmente, pasar esta etapa de la vida. Mi vida, debería decir, si tuviese algún tipo de control o influjo sobre ella, pero no es para nada así. A lo mejor, escribir lo que esa voz dice sea una manera de ubicarme en la realidad de este tiempo, un fragmento existencial controlado por fuerzas que me son totalmente ajenas y hostiles. Esa distancia que separa lo no propio de lo que puede hacerme daño, es la realidad o la vida o el presente, lo que suene más sólido para no ser derribado antes de tiempo. Esa voz, que no es la de nadie en especial, tiene un poco de todos los sonidos que he podido recoger a lo largo de los años. Un sonido hecho de cientos de voces, algunas que todavía me hacen estremecer el corazón o remover las tripas. Todas en una única dirección que me afirma que debería alejarme del frío, al menos un par de temporadas. Igual eso no es lo raro. Lo más llamativo es que no puedo captar ningún dejo de cariño en esa voz que son las voces que me acompañaron por un tiempo, que me dijeron te quiero muchas mañanas. Ahora ya no se siente calidez, la advertencia es más una suerte de anuncio de profecía fatal a punto de ser cumplida, como si supiera que con ese aviso se asegurara mi muerte. Porque después de semejante declaración es obvio que no me iría a ningún lado, que si esta noche es fría en el barrio Rivadavia, perderé la oportunidad de salvarme hacia costas más cálidas. Muy por el contrario pienso acostarme en la vereda más congelada, en cuero y con solo un calzón y las medias como abrigo. ¿Para qué tanto sufrimiento? Calculo que es lo mejor que me sale hacer, sufrir en soledad. Un arte que puedo seguir perfeccionando hasta la muerte, y que inclusive podría volver a intensificar en el más allá de cualquier religión. En eso soy el primer mártir que no reclama su derecho divino, ser pintado en un lienzo, aparecer en algún escrito sagrado o ser inmortalizado en bronce o mármol. Digamos que soy un mártir gratuito, que no merece la pena, que no vale ningún esfuerzo, porque lo hace por deporte, no por convencer a los dioses de algo que no les interesa. Esa voz, que son las voces, no me persigue, solo advierte lo que cree conveniente. Pero de necio sería intentar algo que es imposible que me termine saliendo. Nací en el frío de la soledad de una noche de invierno, y he de vivir a la misma temperatura para no sufrir de falsas ilusiones. Esa voz lo sabe bien, porque en ella están encarnadas todas esas voces que me conocen mejor que yo. Sin embargo, insiste en lo esencial de mi huida, como si el espacio y la distancia fuesen lo que me condena, lo único que debería cambiar para al menos seguir con vida. ¿Para qué seguir? Mejor dicho, ¿para dónde? Finjo un sufrimiento que en verdad apenas tengo, porque el fondo angustiante es el mismo desde siempre, sin ningún tipo de originalidad. Un mecanismo de defensa que se dispara en ese preciso instante cuando la voz, que es las voces, se apodera de toda mi atención. Eso quiere decir que los efectos se dan atenuados en mi cuerpo, y mucho más débiles en mis sentimientos. Un revoltijo de mentiras y promesas incumplidas, un amasijo de afirmaciones dignas de ser ajusticiadas frente al muro de los lamentos. ¿De qué soy culpable? De lo que quieras, de traidor, de arrogante, de humilde, de insoportable, de raro. De asesinato de ideales a sangre caliente, de haber dejado marcado el cadáver en el suelo para poder huir con sus propios pies descalzos. Lo mejor de todo es que soy descubierto cada vez, expuesto en público y castigado. Y la mañana siguiente llega, y el cigarrillo sigue siendo el último, y vuelvo a empezar la condena. ¿Para qué acabar con lo que ya nació en estado terminal?. Mejor dejarlo correr un tiempo, hasta que termine dándose cuenta de que nada bueno puede crecer cerca suyo. Después, solo sentarse a contemplar cómo las flores se van marchitando, las hojas secando, el yuyo creciendo. Linda mañana la del primero de abril, tibio sol, pastos muertos y mi cara en la punta de la mesa, sin querer ver lo que el día sirve para el desayuno. Porque no es una cuestión de justicia poética, cosa que nunca existió. Si es justicia no es poesía. No metan cosas en la poesía que la poesía no vaya a querer decir. Métanse conmigo y mi alma, que son tan descartables como el cartón que envuelve los electrodomésticos. Se doblan los pliegues, se compacta con suavidad y se tira en la basura reciclable, todo para terminar corroborando que la existencia se podría haber evitado. Tal vez, un día de esos fríos de primavera, alguno de esos santos sin oficio ni sotana, puedan volverse un poco dioses, aunque lejos del paraíso prometido. No me hagan caso, tengo resaca, son como las siete de la tarde, hace días que no duermo y no creo que vuelva a gritar por un largo y divino tiempo. Me guardo para no perforar el sueño de la tarde, y que esa pérdida termine por borrar los momentos felices que algún día voy a escuchar de esa voz, que son las voces.


*******Algo más para decir:

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El portón del cementerio de las posibilidades agotadas

 


Vas a morir como 1 ganglio de luz

Que se ha vuelto loco

Vas a morir / entre silencios cojos 

(Mario Santiago)


Esa parece ser la única regla que se respeta las veinticuatro horas del día, ahora en primavera. La luz que hincha los días un poco más, es una apariencia que toma el tiempo, un espejismo de segundos que parecen durar un lustro, pero en verdad está todo más comprimido. El formato ya estaba siendo descartado en algún laboratorio contratado para aniquilar el tiempo, que ve en cada fracaso otra novedad para presentar al mundo de las inversiones. Por eso va a ser mejor que nos preparemos un poco en esta primavera del barrio Rivadavia, porque acá no tenemos nada parecido. Para decirlo más directo, acá no tenemos nada que ver con el tiempo, le pasamos lejos, desde la orilla que se abisma, desde el universo que se contrae y se aleja hasta la congelación final. Un universo surcado por la vía láctea, representada por la avenida Jara, obvio que con muchas menos luces, pero con más oxígeno y seres vivos orbitando los lugares de siempre, los de todos los días. Ahí quería llegar, sacarme la campera del invierno y empinar una cerveza fresca viendo cómo el sol ya fue tapado por alguna casa, algún supermercado, algún disparo al corazón de la nada, una corrida, una batería de auto robada, un patrullero dando vueltas y cobrando alguna vieja coima, unos enamorados a punto de dársela en la pera y unos cuantos perros que perdieron sensibilidad en el olfato, y ahora se van tras cualquier rastro de cariño, lo que quede. Entre estos últimos me encuentro ahora, pero soy más bien un coyote, el último de los poetas del barrio que se arrastran con la cola partida y la frente en el borde del cordón. Persigo rastros olvidados, como calculo que hace todo el mundo. Igual no soy yo el de la fumata negra irrespirable, es el rastrojero que lleva muebles a medio armar, a media vida, buscando un nuevo destino para una familia que no puede pagar el lugar de descanso. Binvenid@s al tren que ya no pasa más, o pasa cada vez más lejos, o acaso perdió el sentido y ya no sabe para qué carajos llegar a una estación vacía. Primavera. Creo haber visto florecer algún ciruelo, pero no le pude sacar ninguna foto. Nadie saca ese tipo de fotos, ¿para qué tomarse la molestia? Ahora se puede entrar a la aplicación desde el celular, pedir un par de pizzas y que te manden una buena cogida por red social xxx, diseñada para que no estés tan sol@. Perdón, decíamos primavera, ese momento en el que es posible que las cosas vuelvan a comenzar su ciclo, a levantarse lo que yacía muerto en hojas otoñales escarchadas por el invierno. Pero la ciudad es como una maqueta que carece de mantenimiento, al menos esta tarde. Los portones están ahí pero ya son viejos, no contienen nada, no esperan a nadie más. Las almas están condenadas a vagar por los mismos caminos, las mismas veredas de siempre, Francia esquina Castelli. Llegué, es primavera, puedo sentar el culo tranquilo en el cemento porque ya no está tan congelado. Dejó de llover, un rato, ya sé más o menos lo que va a pasar a partir de acá, ya perdí ese tren en otro momento. ¿Llorar? ¿Para qué? Mejor espero a que sea de noche, porque ese coyote no deja de mirarme a los ojos y contaminarme el corazón. Parece un perro mejicano, hijo de la chingada madre que lo parió. Es primavera, ya sé, tendría que estar preparado para quemar el barbijo y volver a la cancha a ver a Alvarado. Un recuerdo de lo que no sé si me gustaba. Ahora las cosas pasan frente a mi cuerpo que ya no sabe cómo era que se hacía para reaccionar de alguna manera. El otro día leí algo interesante, que hubo un poeta que usaba el “&” como nexo porque era utilizar una suerte de lazo que unía las palabras, que le daba un sentido distinto a los versos. Me gustaría poder escribir así, crear lazos, unir las puntas de muchas puntas y sentarme al sol primaveral a cosechar esas metáforas lumínicas que tanto se comparten cuando las cosas se acomodan al condenado ideal, un espacio extraño configurado por miles de demonios, que hacen de la vida una suerte de remake casi eterna de una película clase B, olvidada. ¿Yo? Un pésimo actor de reparto, pero que ya tiene el oficio suficiente como para ponerse un rato a la tarde a escribir boludeces mirando el cielo, cerrar los ojos y pensar que las cosas se van a levitar hacia donde les plazca, y que finalmente mi alma se hundirá en medio del carajo más mierdero. Entonces, ¿qué importan las palabras si no encuentro el tono adecuado? Tengo una tarea para estos días, borrarte de la lista de invitad@s a mi funeral, reconstruir un infame cielo raso venido abajo y disfrutar de una tarde soleada en este cruce de siempre. Pero eso va a tener que esperar…No sé para qué, pero tal vez un día, más tarde, te vuelva a encontrar.


****Primavera. Primera instancia del recuerdo, última morada del olvido. Y después, nos tiramos a escuchar esta música ¿te va?:


**************Humildemente, con amor primaveral, Juan**********Recostado en el portón del cementerio.................................******************&****************

SIGLOS

 


SIGLO XIX

Me sorprende,

todavía se puede vivir a fines del siglo XIX,

apreciando un gran castaño de Indias en flor,

con la inocencia perdida de otros tiempos,

gateando sobre un orden extinguido,

celebrando fiestas embriagadas de muerte

junto a los sepulcros de millones

que en un futuro pondrán sus cuerpos

en remate, para llegar a otros mañanas,

con vidas ausentes;

y aunque todavía se pueda habitar ahí,

sentir que no se quiere esa misma noche,

en fiestas sin sentido,

con bailes pomposos,

caprichos de música

y frescura juvenil de zanahoria,

perlas que no son ni fueron;

se puede vivir encantado,

caminando por calles de tierra

mal iluminadas por faroles,

con poetas perdidos

recitando sus versos quietos;

todo eso es posible,

aunque el latido

se haya detenido

en una esquina,

que ya no cuenta

nada.

 

SIGLO XX

Columpios cambalaches dándose aires de

atracción fatal,

todo un Hollywood para la cena

y los muros como manera de callar

unos cuerpos en descomposición constante,

entre trincheras y bombas atómicas,

concursos, premios, enormes cheques

con abruptas caídas en el suicidio,

maneras distintas de colonización

mediante bloques con cemento ideológico,

teorías psiquiátricas de electro shocks

y música disco, rock, techno,

twist, tangos y boleros,

viajes a caribes infernales

y a ciudades alérgicas

que rascan cielos grises esmog,

faros de progreso mutilado,

descampados de ozono sin futuro,

la Historia descartada en la basura,

las radios Spika, teles de todos colores y formas,

nickelodeons, sovietscope, cinema verité,

callejones sin salida,

matanzas con tanques a plena luz del alba,

copetudos, boinas blancas, casa-trabajo,

compañer@s quemando flower power,

todos esos años de soledad en boom,

revoluciones inconclusas,

monedas agotadas en infructuosos viajes al espacio,

nuevas odiseas digitales,

desierto,

los dibujos de ratones y ninjas de pelos enrojecidos,

grandes depo-artistas,

decadencia de glamour,

el sistema de productores y estrellas caídas,

matar por discriminación constantemente,

asesinar por derecho irreal de macho,

detectives salvajes con sexo escondido,

más desapariciones y torturas por si acaso…

…Al tiempo que se festeja suntuosamente

del otro lado del tercer mundo,

la pipa de la paz y el fin del tiempo;

ese último fracaso

servido con pizza y champagne.

 

SIGLO XXI

Las cosas importantes de la vida, a menudo,

empiezan de manera accidental,

como cruzar las vías extinguidas,

sin mirar a los lados,

deseando un último vestigio del orden anterior,

un sol blanco y negro

por lo menos,

una suave y breve caricia de piel,

el viento salvaje levantando polvo sexual,

los trotes de manadas de animales salvajes,

toda esa naturalidad perdida,

los olores a podredumbre,

una lluvia ácida

con terremotos deslumbrantes;

mirar el Olimpo al atardecer

en el Rivadavia,

dormir con la panza en el pasto,

coger en cualquier parte,

el riesgo de reventar de rutina,

algo pensando en serio,

media pasión tamizada,

unos litros de cualquier cosa,

voladuras de cabeza,

insultos sin fundamento,

cuerpos sudorosos,

cristales,

dormir a la intemperie,

todavía,

un pedazo de cosa,

ese accidente,

mirar a los lados

sabiendo que el mundo

está ahí para destrozarnos,

pero está.

 

LA ÚLTIMA TENTACIÓN

Después no quedó nada,

aunque alguien todavía escribe

en el siglo 22:

“Al final nos deshicimos

del imperio Romano

-o cualquier otro-

porque todas las cosas

se contemplan sobre sus propias ruinas,

y eso no tiene

que ser angustiante,

sino liberador,

un fundido a negro

como en las películas

de antes de ayer,

de ese preciso momento

en el que estuvimos

hechos por última vez…

Nos cagamos de risa…

¿Te acordás?

  

 ******Una música de compañía, pista de lectura:


**********************Humildemente, Juan********Nada para descifrar, las pistas son todas falsas********************nos vemos y nos amamos, aunque nos falte frecuencia**********


Una vuelta más

 


“A Rosemary le encantó aquello de los calzoncillos. Era lo bastante ingenua como para responder sinceramente a la sencillez elegante de los Diver, sin darse cuenta de su complejidad y su falta de inocencia, sin darse cuenta de que se trataba de una selección de calidad, y no de cantidad, en el bazar del mundo, ni de que también aquella sencillez, aquella paz y aquella buena voluntad propias de una guardería infantil, aquel resaltar las virtudes más simples formaban parte de un pacto desesperado con los dioses conseguido a base de luchas que no podía ni imaginar. En aquel momento los Diver representaban en apariencia el estadio más perfecto de la evolución de una determinada clase, y por eso la mayoría de la gente parecía deslucida a su lado. En realidad había sobrevenido ya un cambio cualitativo que Rosemary no notaba en absoluto” (Francis Scott Fitzgerald “Suave es la noche”)

 

En el recontra rebuscado y poco imaginativo escenario real, la repartija de papeles a representar parece inabarcable, imposible de enumerar. Por desgracia, basta salir a dar un par de vueltas por cualquier barrio, en cualquier ciudad, a cualquier hora, para notar que no es tan así. Como el mundo es un gran círculo al que volver luego de las vacaciones tan poco merecidas, todo tiende a morderse la cola. Es decir, salimos para encontrarnos, otra vez, en el mismo lugar del que habíamos partido. En esa vuelta, que puede durar toda una vida – que no es casi nada en términos cósmicos, lo siento – podemos detectar un número finito y bastante repetitivo de papeles representados por personajes, que la verdad parecen haber olvidado la letra del guión, con improvisaciones que dejan mucho que desear, un vestuario más bien gris y con una falta de sentimientos alarmante. No me estaría convenciendo esta nueva temporada de la realidad, confieso. Tampoco quiero caer en el viejo latiguillo tanguero de que todo tiempo pasado fue mejor, y que ahora solo resta llorar sobre las cenizas de lo que fuera un paraíso, que en verdad nunca existió. Pero hay que llorar sobre cenizas derramadas, sin preguntarse qué fueron antes, porque por las dudas hay que estar cubiertos, no vaya a ser cosa…que la realidad y sus personajes están ahí, no hay dudas. Que podamos cambiarlos, tampoco. ¿Qué debamos cambiarlos? A menudo se reza que para poder cambiar algo uno mismo debe aceptar esa transformación primero, cosa que siempre me pareció muy religiosa. Como si me estuvieran invitando al bautismo para luego yo poder salir a bautizar. No creo que funcione así, al menos no en la realidad que percibo, o en la realidad que se percibe en la novela que cito de Francis Scott Fitzgerald. ¿Y qué tendrá que ver  Suave es la noche con el barrio Rivadavia? El acto de lectura, primero: esa es mi realidad de esta tarde, un libro, la cerveza – perdón, acá debería mentir y sonar más criollo, podría bien decir mate, un lector de la generación perdida mateando en el manso atardecer de la avenida Jara, que no es mansa ni parece atardecer nunca – y la certeza de que muchas veces me dejo llevar por la visión inocente de Rosemary. Y no porque me crea lo que a la legua se nota que no es, sino porque la mirada inocente ayuda a volver el objeto más reluciente de lo que a las claras resulta, y porque esa es la única manera que encontré para dejar de mirar esta obra de la realidad con ojos desencantados. Mejor dar la vuelta al mundo, que es un par de cuadras de cualquier barrio, mirando a los lados como si fuera la primera vez que se sube al infierno de un temporal, con ese mismo extrañamiento que cambia las cosas de lugar para trastocar los sentimientos. Desde ahí quedamos obligad@s a ver qué carajos pasa, que cosas pueden acontecer en un espacio tan encantado como terriblemente desolador. Y esos personajes, extraños faunos suburbanos, roedores mágicos que planean todos los días un extraño amor hacia cualquier cosa, que no saben enfocarse en ese guión porque a la mierda con el argumento, la Historia es un poco más compleja que eso, porque si todo fuera tan simple, si en verdad quisiéramos esa afamada tranquilidad de propaganda, nos moriríamos descosolad@s por el aburrimiento. Entonces, unos pasos más allá, debemos aceptar ese amateurismo glorioso que tanto nos engalana, ese descontrol exacerbado, fatalista disfrazado de inevitabilidad con el que cargamos como una piedra que no necesita ser llevada a ningún lado. Las cosas, supuestamente, están bien ahí donde están, pero qué le vamos a hacer, por algún extraño giro argumental nos tocó aparecer este día, en este barrio, a esta hora y con esa lluvia que no para de joder. En cierta forma, nunca va a dejar de llover, como tampoco van a desaparecer los días lindos y los rayos del sol y el viento que todo lo termina jodiendo. Menos van a desaparecer esos pozos en mis calles de todos los días, en Castelli y Jara, en Garay y Francia, ni en pedo. ¿Y esos personajes que ya me rompieron el corazón y las pelotas tantas veces? No, adivinaste, van a seguir parados en una especie de rutina residual del universo, desplazándose a gusto por las veredas de mi memoria. Deberemos seguir dando vueltas, simulando entender al director de escena, que no sabremos nunca desde dónde inventa tanta mierda, como una suerte de titiritero con talento sólo para cuestiones aborrecibles. Qué fácil que es odiar, qué fácil es ponerse en ese papel y mirar ese mundo-redondel de esa misma y estúpida forma. Espero poder volver una vuelta más, para mirarme a los ojos en el pasado, antes de salir otra vez, decirme: ¡pará un poco que ya tuvimos suficiente! ¿Por qué carajos no me contestás de una buena vez, la única pregunta que vale la pena?

“¿Te importa que baje las cortinas?”

Ahora,

porque ya sabés,

ese sol me jode,

y ya no tengo pestañas

para aguantar

una vuelta más…

y otra…

 

***Todo esto mientras el viento no para de llevarse cosas, como en la película. La música de fondo podría ser una suerte de respuesta amable a pregunta obvia después de un temporal:


*************Humildemente, amigues, yo:Juan*************Tranquil@s, todo va a estar más o menos bien**************************

Esa suave noche, después

 


“Sin embargo, casi todas las demás emociones parecen abandonarlos cuando mueren. Ni siquiera el amor conserva toda su fuerza. No me gusta tener que decirte esto, pero el odio persiste con mayor intensidad y durante más tiempo. Creo que cuando la gente ve fantasmas (en lugar de muertos) es debido al odio. La gente piensa que los fantasmas dan miedo porque lo dan”  (Después, Stephen King)

 

Siempre hay una palabra que nos persigue constantemente, como si fuera un aburrido fantasma, el de Canterville, el que dejó de asustar por haber perdido la intensidad con el paso del tiempo. Porque nada escapa a la ley del tiempo, nada escapa al olvido, ni siquiera las palabras. Entonces, según la fórmula propuesta en la novela del King, es mejor que te prepares para odiar, porque es la única manera de mantenerte un poco más en este mundo, el único que conocemos, en el único que transcurrimos, en el que podemos leer y escribir. Parece raro, pero no lo es tanto, si me siguen en el razonamiento. El escritor que muere en la novela deja de escribir, aunque termina su novela pos mortem, a través del dictado. Claro, lo hace de manera oral, al único médium que consigue, que es el adolescente hijo de su editora, el protagonista. Conveniente, sí. Necesario para que podamos ver que un escritor podría seguir con su tortura más allá de la muerte, pero recitando. Adiós al acto de escritura, adiós a la lectura, y después sí el final-final. Para durar más, por supuesto, hay que dejar este mundo material con una fuerte pasión, un gran amor, un grandísimo odio. Es así que en la genial película del japonés Makoto Shinkai, El tiempo  contigo, lo que tenemos es un primer amor, el que se dice más fuerte y puro, que logra trascender las barreras del tiempo, la distancia y las dimensiones. En la novela del King, es el odio lo que hace perdurar a ese ser maligno que quedó del otro lado. Entonces, ¿qué pasión conviene llevarse al otro mundo, a los otros mundos? Si tuviera que escribir una historia, esta noche, tendría que salir a la avenida Jara a comprar un par de cosas al chino, entre cerveza, fasos y una pre pizza –soy bien noventoso en mis vicios-. Sería una historia llena de lugares comunes, pero con un giro casi inesperado. En ese camino rutinario, aparecería un desvío provocado por otro personaje, con dones especiales. Alguien fuera del mundo rutinario-real, pero muy dentro del mundo imaginario-real, capaz de aparecer por un momento para acompañarme al supermercado, comprar conmigo y comer la pizza con la birra, fumando un par de horas, y tener una de esas noches especiales. Al otro día, volvería al instante de la ausencia, como si esa hubiese sido la única noche con permiso para pasear por el barrio Rivadavia por última vez. Ahora, lo que no me doy cuenta es si esa persona me odió o me amó, o simplemente formó parte del engranaje de la historia, como parte necesaria para una narración fantástica. Tal vez ni siquiera importe mucho, porque lo que sí había era una pasión fuerte, incapaz de desmaterializarse por algunas horas, lo que yo sentí. ¿Cómo darse cuenta de algo tan trascendental? ¿Una aparición, un milagro, epifanía, delirio? Como ya empiezo a estar afectado por el tiempo, no logro definirme, decido callar y seguir adelante, naturalizando la experiencia ¿fantástica? ¿realismo mágico? ¿terror? El tiempo y el polvo todo lo igualan, así que no puedo afirmar ninguna de las cuestiones, solo salir a caminar otra vez, cuando la lluvia deje de joder tanto, cuando las cosas se pongan más normales otra vez. Esto sería: salir de casa, ir al chino, no conocer a nadie, pagar un poco más caro que ayer la birra, la pre pizza y los fasos, ver una peli muy mediocre, acostarme y que sea mañana. Soñar, eso sí, entre medio de todo, en la suave noche, que voy volando por encima de un cielo poblado de nubes oscuras, donde el agua se puede respirar, mientras los peces voladores me llevan donde esa otra persona me espera para agarrarme de las manos y que volemos junt@s por una dimensión que es la de siempre, y que también es otra dimensión, otras dimensiones. ¿Qué pasión es la que me sacudía así? ¿Cómo se llamaba este sentimiento? Más allá lo que queda es eso y poco más. Después, esta suave noche en Jara y Castelli, lo que queda es un billete de doscientos pesos, un mensaje de texto que no llegó, y la certeza de que el momento en el que empiece a llover otra vez, no va a parar nunca más, la señal de que ahí tendremos la oportunidad única de jugarnos enteros por última vez, una última chance, un último vuelo por encima del mundo, el último encuentro. Espero que nos podamos decir todo eso que teníamos para decirnos, que nos tomemos las manos para volar en el agua y desvanecernos sin rencores, hasta que nos convoquen para una última plegaria. Después era esa palabra que no paraba de repetirse. Después.


***Entre todas estas historias, algunas menos reales que las otras, no para de sonarme esta tremenda música que viene bien para el texto de hoy:

**************************************************************************************************Bring it to me...********Humildemente, Juan********Suave, suave noche************* 


Tengo un baile de marineros en mi cabeza

Eso sería el título o a lo mejor una cita de comienzo, o tal vez el epílogo, o un verso que me quedó haciendo ruido, desde una lectura de ha...