Resistir

“Imagínate, dicen, se agarraba a esos harapos malolientes como si fueran su tesoro más preciado. Pero lo eran, lo eran: eran todo lo que le quedaba. Cuando se los sacamos le arrancamos el alma, y solo le dejamos ese cuerpo desnudo, y limpio, y peinado; ni siquiera la tierra que llenaba sus arrugas le habíamos dejado. Hacía bien en chillar, y pelear, y morder la india vieja. Hay momentos en que una se agarra a lo que sea, a su locura, a su vicio, a su mugre, como si fueran las propias entrañas; no porque sea valioso, no porque sea útil, sino apenas porque tiene que haber algo que no puedan sacarte” (La jaula de los onas, Carlos Gamerro)


El lugar de la resistencia es un espacio que construimos para definir nuestro punto de pertenencia. Desde allí, nos paramos para asomarnos al mundo, que muchas veces puede ser tremendamente hostil, o sospechosamente condescendiente. Y que se me disculpe el maniqueísmo, el binarismo caprichoso, pero estoy tratando de enfrentarme a una idea. Para cualquiera de los casos existe ese último y recóndito espacio de identidad, ese algo a defender, ese algo diferencial que te posibilita – en parte – ser quien dice “yo”. Desde allí hay que presentar todo tipo de batallas, y mucho sentimiento amoroso en épocas de paz. Qué lindas que son éstas últimas, cuando uno se pasea sin ningún tipo de remordimiento ni angustia, una mañana cualquiera, con un sol cualquiera, en una playa cualquiera, en un rincón cualquiera del barrio Rivadavia, empinando una cerveza cualquiera comprada en cualquier súper chino, pagando el precio cualquiera que toca esta semana – ahí entraría el punto de vista del bolsillo y su capacidad resolutiva, pero vamos a dejar estas vicisitudes para una próxima nota sobre economía en tiempos de pandemia -. Lamentablemente, y que se me disculpe el tono desesperanzador, los tiempos que se avecinan – acaso uno solo y mal avecinado – no indicarían ningún tipo de tregua. Por el contrario, estos días son prósperos para el arte de la guerra dialéctica, la batalla sin sentido, el enfrentamiento encarnizado y totalmente gratuito. En eso se nos va gran parte de la vida y –casi- toda la muerte. Reivindicando y luchando y buscando enemigos o inventándolos, porque para poder encontrar ese último refugio de cordura hay que generar un adversario acorde. Puede ser otro espacio, otras identidades, otros lenguajes, otros, otras, otres. Hasta se pueden iniciar batallas y reconocimientos de identidades utilizando tan solo una vocal, o tal vez dos. Y a prepararse, porque vendrán con todo, los tiempos, el tiempo. A nadie le gusta verse reflejado en alguien más, a menos que lo pueda poseer. Así que, mejor guardar esas ropas sucias, atar bien esas crenchas grelosas, tener en cuenta que si no ponemos los acentos donde creemos que van, alguien más vendrá a ponerlos por nosotr@s, y de ahí al final no hay mucho más que decir. Y un buen día llega ese día, el destinado a cada perro, un día en el que nos damos cuenta, vos y yo y l@s otr@s, que no estábamos en el mismo camino, pero que sí queríamos llegar al mismo lugar. Y defenderlo, ese espacio de resistencia hasta el final, por más dañino y equivocado que se estuviese. Obvio que la autocrítica no tiene sentido, es falsa modestia, que se me perdone lo que digo. A las pruebas históricas me remito. ¿Que somos muy diferentes? No, al menos, en este aspecto: defender el refugio. ¿Para qué? Para no perder la cordura, para poder seguir nombrando las cosas, para ordenar la realidad. Al menos, la realidad creada a partir del lenguaje, la cultura, nuestro lenguaje, nuestra cultura. ¿Vale la pena una vida de batallas y resistencias? Espero que sí, caso contrario, debería entregar las herramientas mañana, unirme al vacío que todo se lo lleva, que todo lo engulle, que todo lo aniquila. Guardar eso que te hace “vos”, protegerlo lo más que puedas a lo largo de toda tu vida, y tener en cuenta que nada está diseñado para tu conformidad. Las olas llegan a veces sí, otras veces no, los barcos zarpan en tiempo y forma, a veces sí, pero otras veces no. Te podés preparar para el gran salto, por supuesto. Pero tené en cuenta lo que te digo acá, puede ser que no tengas dónde saltar. Último secreto a voces: para defender algo primero lo tenés que crear. Seamos bienvenid@s a la vuelta de l@s mortales, sigamos escribiendo caminos imposibles, trazando mapas improbables, encarando aventuras inexplicables. Después defendamos lo recorrido, para mañana seguir tramando nuevas historias, que resistan, que se resistan a caer en los dientes de quienes todo lo quieren digerir con la velocidad que se percibe la muerte. Un instante, un salto, ver qué pasa. Nos vemos del otro lado, en ese último reducto de identidad, el último espacio de resistencia.


***Un lugar de resistencia puede ser la vereda en la esquina de Francia y Garay, con un mate lavado en la mano y medio faso que más vale sería ir abandonando. Y por supuesto, este temita sobre el aguante, que sirve de música de fondo para la lectura (gran acto de resistencia):

************************************Esto fue el aguante: humildemente, Juan y un par de personas más que me resisten***********************aguantemos******************


Sombra acercándose

 

“En mis fotografías no hay puntos medios, me expreso a mí mismo y a mi corazón” – Fan Ho

 


Estar en el momento preciso, observando la escena justa, con los personajes necesarios, en un contexto totalmente adecuado. Y que todo eso sea lo suficientemente relevante para ser pasado por el tamiz de la propia sensibilidad, el punto de vista del artista. Algo así, pero con otras palabras y en chino, decía el fotógrafo Fan Ho sobre su manera de encarar la fotografía. Por supuesto que vale para cualquier tipo de arte. El lugar, el personaje ideal, la situación y el espíritu, toda una conjunción virtuosa que suele terminar bien en las manos correctas. No sería mi caso, no sería este atardecer de invierno primaveral en el barrio Rivadavia. Y no porque no haya todas esas cosas que Fan Ho encontraba en las calles de Hong Kong, acá en Mar del Plata. Al contrario, todos esos claroscuros, esos asfaltos mojados y desoladores, esos paseantes solitarios y con cabezas gachas que pueblan las fotos del artista chino, sobran a lo largo y ancho de la avenida Jara. Pero lo que no encuentro es el punto de vista adecuado, las palabras que le den a los personajes ese mismo contraste angustiante y desolador que emanan tanto acá como en Hong Kong. Me hago cargo, es culpa mía y de nadie más. Hace un tiempo, le dije a una persona que quiero demasiado, que no me crea nada de lo que le diga. Vaya idiota, ¿no? Pero algo de razón había en esa especie de confesión medio pelo. Lo que en realidad quería significar era que el lenguaje – además de que carece de inocencia – es algo totalmente opaco. No tiene ningún tipo de transparencia ni luz deslumbrante, es lenguaje, un artificio más para tratar de acomodar un poco la realidad. Escribo realidad, pero sabemos muy bien que eso es imposible para el lenguaje. Entonces, el arte y su punto de vista, irreal pero más cerca de la realidad. La paradoja del arte: en esa serie de fotos de las calles de Hong Kong está el reflejo del espíritu de Hong Kong, aunque es un artificio en blanco y negro, exagerado por el contraste de la luz y la sombra. Sin embargo, esos retazos cambiados de Hong Kong son la realidad de Hong Kong, mucho más que una filmación en HD hecha hoy con un celular de última generación. Entonces gracias totales al arte, a los artistas y a esas cosas que todavía siguen distinguiéndose por guardar algún tipo de alma, espíritu, aura, o como quieran llamarle al exceso de vida que percibo también hoy, en el barrio Rivadavia. Ya va quedando poco espacio en la vereda para el sol, la sombra del atardecer gana su pulseada diaria, es su momento, y es el mío para mirar cómo un par de motos pasan un semáforo en rojo haciendo willy, mientras una pareja de ancian@s miran y gritan “ojalá que se caigan y se rompan la cabeza”. Una peluquera se fuma un cigarrillo en la puerta de su negocio, con el celular en la mano, tal vez chequeando una huevada en las redes sociales, tal vez contestando un audio de Whats app que le dice que no se olvide de comprar una birra de vuelta a la casa, tal vez leyendo azorada en un portal informativo que encontraron muerto en la vía pública a Palo Pandolfo, y qué cagada que las noticias importantes siempre sean los momentos de las muertes y no los retazos hermosos de vida compartida con el arte. Ahí estaría una buena idea, inventar una red social donde la gente, tod@s, pudiéramos compartir alguna expresión artística propia. Sin corazones ni comentarios posibles, sólo entrar para expresar algo y compartirlo sin pedir nada a cambio, una cadena sin pretensiones de negocio, para entrar, compartir y mirar expresiones artísticas de cualquier lado del mundo, todas originales, sin importar calidad o temática. Levanto por última vez mi botella de cerveza, para descifrar si todavía queda un culito, y sí. Qué alivio, un último trago y a seguir viaje, porque empieza a refrescar, como todas las tardes de invierno, ninguna novedad bajo el sol que ya se retiró. Ahora sí que se puso todo el barrio oscuro, y que las luces medio anaranjadas ponen un tono sepia bastante único a la avenida y sus locales, que empiezan a cerrar. Sé que por adentro se suceden un montón de otros hechos, algunos copados y otros muy de mierda. De los segundos nos vamos a enterar en los portales informativos y noticieros de mañana. Obvio que lo copado de la vida de las personas no vende, una lástima. Vuelvo caminando a la vereda que me da asilo, y sigo pensando un poco en ese fotógrafo chino y su obsesión por los contrastes, por la luz y la sombra. Me siento un poco esa mujer contra la pared, buscando algo de luz antes de que sea demasiado tarde, con la cabeza gacha, tal vez pensando en todas esas cosas que pudieron ser y no fueron, o imaginando una nueva historia, quien sabe. Y esa sombra que parece avanzar y cobrar la densidad necesaria como para acentuar la preocupación del personaje principal. Una foto existencial, una simetría perfecta, a lo mejor una carambola del ojo virtuoso del fotógrafo. No se me ocurre que algo así me pueda llegar a salir nunca, y mucho menos con palabras. Lo más cerca que puedo estar de aquello es sosteniendo la irrealidad de esa frase, que a su vez hace base en el carácter opaco del lenguaje, que avanza sobre la luz casi sin que lo podamos notar: no creas nada de lo que escribo.

 

****La manera correcta de interpretar un hecho no existe. Pero es conveniente dotar de sentido esa interpretación, por eso afirmo indefectiblemente que la forma adecuada de leer – que siempre es re leer- esta reflexión/nota/loquesea es con esta música de fondo:  


***********************Humildemente, Juan Scardanelli, con la cabeza en alguna parte****************que no es esta*************************************

Confesiones de yo

 


Ante la acusación tan abrumadora, bueno…mejor empezar a dar explicaciones a modo de confesión:

1-  Era, si mal no recuerdo, un martes trece a la tarde. Había sol, sí, pero hacía un frío de cagarse. La playa estaba bastante desolada y el mar bien planchado. Había dos lanchitas pesqueras, de las amarillas, o buques o como las llamen, que andaban cerca de la costa, como si los peces se intentaran esconder sobre las escolleras. Una locura, maniobraban como si fuera que estuviesen en una bicicleta. Habré estado, no te quiero mentir, dos horas mirando todo ese espectáculo. No, peces no pude distinguir ninguno, pero de seguro habría una buena cantidad. ¿Cardumen, no? Exacto, eso, una comunidad de peces que se habían avivado. Ojalá nos pasara un poco más eso, de juntarnos para protegernos y avivarnos más, porque la naturaleza es sabia y no perdona. No es que nos ponga a prueba, nos sacude con lo que tiene porque la estamos haciendo pelota. Pero bueno, no me quiero extender en reflexiones de mate…Eso también, las dos horas estuve tomando mate, una de esas yerbas baratas que son puro polvo.

2- No tengo testigos por la simple razón de que estaba completamente solo. Hace tiempo que vivo solo y muero solo. Pero eso le pasa a todo el mundo, nada especial. A lo mejor, hay alguien que me vio en la costa ese día, y es el viejito que vive en la playa. Aunque es cierto, puede ser difícil que me sepa distinguir con claridad. A decir verdad, ni siquiera yo me puedo distinguir con nitidez. ¿Cómo me puedo llegar a ver sentado en una playa en pleno invierno, tomando mate y mirando sin punto fijo. Como sea, no creo que sirva de mucho esta aclaración, porque parece sospechosa. Sería conveniente que nadie me haya visto, dejaría plantada la duda. Este punto es el más flojo de mi defensa…lo siento.

3- Aclaro, antes de seguir el divague, que no tengo ningún tipo de relación con las Instituciones. Hace años que no me acerco a ninguna, ni educativa, ni de salud, ni de seguridad, ni nada. La última vez que enfermé estuve desmayado en la cama un par de días. Cuando quise levantarme me caí y quedé en el suelo durante horas. Casi muero deshidratado, pero afortunadamente pude llegar hasta el baño y tomé agua del inodoro. No es algo que hubiese querido contar, pero prometí decir nada más que la verdad. Luego evolucioné bien y a los pocos días ya estaba como si nada. Mucho más flaco y con la cara pálida, pero ya en camino para volver a ser yo o algo parecido…Y no, el día que no me pueda levantar, ahí quedaré sin decir ni hacer nada. Es mi forma de vivir, no necesito de otra. Cuando hay algo que me duele mucho, suelo tomar gran cantidad de ron. ¿Por qué ron y no otra bebida fuerte? Porque me acostumbré, como le pasa a cualquiera.

4- Esa imagen que me ponen delante no la reconozco. No sé quién es esa persona, nunca la vi ni la traté. ¿Ella dice que me conoce? Imposible saber cuál es su móvil para mentir de esa manera. A lo mejor me confunde con alguien más. Nunca me pasó algo así, que me confundan con alguien más, pero siempre hay una primera vez para todo…¿no? Tiene los ojos grandes y redondos, esa persona que me muestran, y tiene las cejas bien frondosas. ¿Para qué se atará el pelo? Sí, lo tiene largo, pero le quedan más vistosas las entradas a la altura de la frente. Me hace acordar a esos samuráis de la película Harakiri, que eran pelados adelante y con una cola larga en la nuca…No, no me estoy burlando. La película esa me encanta. Nunca entendí cómo carajo esos tipos eran capaces de clavarse un puñal en el estómago, menos uno desafilado. ¿Para qué tanto sufrimiento? ¿Por qué tanto sufrimiento?...¿Yo? ¿Qué tengo que ver con eso?

5- Respecto a ese documento, no tengo ni idea de por qué dice ese nombre y esa dirección y ese grupo sanguíneo. Se me ocurre que es una casualidad enorme, o un error del sistema. Suele haber errores en todo tipo de sistemas, ninguno es infalible. Mas bien, lo que hay son sistemas inefables, que de alguna manera queremos creer que son perfectos. ¿Qué van a ser ideales? Nada de lo humano puede ser perfecto, lo siento. Como también lo siento por esta persona, no tengo palabras para decirle porque no tengo nada para explicarle. Al parecer nacidos el mismo día, el mismo mes, en el mismo año. Cuando lo llamen, seguro que también me voy a dar vuelta. Puedo donarle sangre cuando lo necesite, no tenemos un grupo sanguíneo popular.

6- En lo que tiene que ver con ese poema, perdón, yo no lo escribí. Imposible que yo escriba yo en ningún verso. ¿Él dice que fui yo? ¿No será que él no sabe decir yo, escribir yo? Es fácil, pero a lo mejor tiene problemas con aceptarse. Yo nada más miraba los barquitos amarillos, esas dos horas, tomando mate. Eso era lo que estaba haciendo ¿Cómo voy a estar escribiendo al mismo tiempo un poema en el que digo que yo – o sea él- “estoy parado mirando el horizonte sin saber cómo se hace para respirar con tanta muerte”? Eso es tremendo, no es algo que pueda pensar. Más bien, en ese momento se me venían a la cabeza Moby Dick y Titanic y todas las historias con barcos y bestias del mar, ya sean mamíferos o hielos gigantes y sin vida. Eso pensaba, y también en qué carajos comería a la noche.

Repito, soy inocente, no soy un asesino de versos y palabras. Ese es el otro que quiere decir que yo soy él, diciendo yo. Que se haga cargo de lo que dice y lo que hace, que me deje a mí disfrutar una puesta de sol en la playa tomando mates y sin esperar nada, sin falsear ninguna reflexión. Que no me joda más la escritura.


****Parece algo paranoico eso que acabo de escribir, o que alguien más acaba de escribir. Entonces como que de banda sonora no puede ir más que esta música:

************Humildemente, Juan, que no se piensa un Yo*************ni en pedo******************************************mejor salir...


OTRA PARTE

La vida es más divertida cuando uno desea algo, y se deshace de todo...con tal de conseguirlo (Reiji Miyajima en Kanojo, Okarishimasu) 

Esta parte ya no tiene nada que ver con Aira. A lo mejor, tiene que ver con la lectura enfermiza de Aira. Es un escrito más, de esos que no puedo dejar de vomitar. Seguro se acerca más al estilo de una confesión, bien religiosa o de diván, con cura o analista. En cualquiera de los casos, se trata de hablar un rato para poder salir de algún espacio con la conciencia más tranquila, o la cabeza despejada, o con la idea de que hay que ir a comprar un par de remedios con la receta que se obtuvo, tomarlos a la noche y luego descansar a ver qué pasa. Pero al otro día el camino continúa inverso, entonces hay que esperar una semana para poder volver a vaciar un poco, evitar el colapso, y seguir llenándose hasta que en algún momento, y con suerte y el apoyo de la palabra de alguien más, el cuento se termina. Con un final, y punto. Pero es un punto final que tiene secuelas, porque al otro día arranco otra vez, como en una de esas películas donde el protagonista llega a un quiebre, luego pasan unos cuantos meses o años, el tipo parece que se curó de todo y que olvidó lo que había sido un tremendo drama durante las (casi) dos horas anteriores. Pero la aparición de alguien de ese pasado, o el recuerdo de un lugar / acción / pensamiento, actualiza y enciende todos esos fantasmas que habían sido borrados temporariamente. Entonces, la caída. Y como en realidad es una re-caída, el laberinto se vuelve mucho más frondoso, la iluminación es más mala y las cosas que ya empiezan a repetirse pierden cierta emoción que mantenían el suspenso en el comienzo, y casi que todo se vuelve una gran farsa. Ese es el momento perfecto para coquetear con el suicidio. Y no porque sea algo insoportable volver a transcurrir lo ya olvidado, sino porque resulta poderosamente aburrido, poco estimulante. A nadie le gusta vivir en una comedia de farsantes. Sí que está bueno verlas, los sábados a la noche tirado en la cama, con una picada y una birra fresca. ¿Pero vivir en una comedia dramática? No, gracias. Además, en el barrio, no hay guionistas tan buenos. Es más, ni siquiera son pasables. La narración sería escueta y me tendría deparado un par de escenarios ineludibles: el supermercado chino, un café semi desierto y mal atendido, la costa un día de frío insoportable y el parque Camet el domingo con asados mal diagnosticados y humo de motos ruidosas. En medio de todo eso, la historia preparada para mí, tendría un par de personajes fijos: un amigo esquizofrénico y fanático del fútbol, una mujer misteriosa que no me quiere, tres extras más que se la pasan mirando pavadas en Youtube y un par de libros que molestan hasta que se descubre que son: La parte recordada de Fresán y Por la parte de Swan de Proust. Muchas páginas de poca acción y demasiadas interpretaciones, en busca del tiempo perdido que no voy a recuperar jamás. Gracias por eso, amigos guionistas. Supongo que me la pasaría dando vueltas hasta que un andamio me parte la cabeza y THE END. La escena final sería una carta, que supuestamente dejé yo, como un testamento anticipado, porque un escritor debe ser consciente de que en cualquier momento se nos puede caer algo en la cabeza y decretar el final de la vida. Bueno, en el testamento, que en verdad es una confesión muy formalizada, habría espacio para la nada misma de una vida. Esa nada misma sería repartida entre cada uno de los personajes que aparecieron en la historia, porque a fin de cuentas todos ocupan un mismo plano, al igual que el supermercado chino y ese café que ya se parece más a una de esas cervecerías que tiene un yenga en las mesas, para que parezca que hay algo más para hacer que solo simplemente embriagarse para completar páginas y páginas de una historia que, seamos sinceros y buenos con los guionistas, no valía la pena ser contada. Y ahora hasta mañana, me voy a dormir, porque es lo mejor que un personaje de ficción puede hacer. Queda en silencio cada escena, con la ausencia de un presente que descansa, para poder volver al laberinto mañana por la mañana, con bufanda y un par de guantes, esas prendas de utilería tan necesarias los meses fríos, que son casi todos......................................................... Aunque tengo un mensaje esperanzador para el cierre, no quiero amargarte el fin de semana largo, la fecha patria número uno y la llegada del turno para la vacuna. Es el final de la lectura del libro de César Aira, y por supuesto le voy a robar: No te olvides nunca de escapar siempre para adelante, aunque no tengas mucha idea de para dónde es ese lugar. Con la sensación de que huimos hacia lo divertido del deseo nos vamos a arreglar -como Kazuya en la foto de la portada del manga que acabo de conseguir, que por eso está ahí¿?(-. FIN, ahora sí.


*Como fondo musical, algo de una banda que mezclaba cosas dejándose llevar por el deseo. Algo así como la búsqueda de la libertad total:

***************************Hasta la semana que viene******************Humildemente hipnopartizado, Juan*****************************Sigamos escribiendo hasta que se apaguen los vientos******************************


Horizonte de fuego

 


El pasado es la única forma del tiempo que condesciende a objeto del pensamiento; se hizo pasado para ser pensado, se deslizó al campo de los signos, volviéndose condición de emergencia de todos los signos. Es modelo, diagrama y miniatura del tiempo, arte del tiempo. Podemos leerlo, pero como leemos los libros que más amamos; sin entenderlo. (César Aira, "La ola que lee")


Y es verdad y muy posible que el pasado sea el tiempo de la literatura. Yo escribiendo "yo", en un presente que ya está consumido, por eso se escribe, para no perderlo del todo, para que se extinga más despacio. Desde otra galaxia llegan todas esas voces que actualizamos en la lectura y que nos catapultan a un futuro que será de escritura, de pensamiento, que será pasado. Aunque no debería pensar en eso ahora, porque hace demasiado frío y queda mucho para que empiece a encenderse la parte del año que tanto añoramos, la de los días tibios, la de los días cálidos. En el ambiente hay como una sensación de que algo bueno está por venir, porque ya pagamos demasiado estos últimos meses, como que la maldición estaría saldada. No me siento así, y pido perdón por eso. Entiendo la necesidad de ese optimismo, trato de formar parte de esa reacción (casi)ilógica. Igual, como que siempre me tocó ser así, y digo que me tocó porque es como una buena historia que vengo leyendo desde el pasado, y que actualizo todos los días. En esa búsqueda que es la lectura -y que lo es también la escritura-, se configura un yo que tiene siempre las de perder, que se sienta en la misma vereda de siempre – pero esto ya lo saben, no necesito nombrar otra vez las calles que se cruzan desde ese inmenso pasado de la ciudad y el barrio que habito – a tomar cerveza, porque este personaje es un clásico de los noventa, una remake de cualquier historia de esa época en la que se anunciaba – nada más y nada menos - que  el fin de la Historia. Aunque después del fin vendría el post-fin y las innumerables secuelas que todavía siguen completando ese extraño pedazo de tierra y tiempo que es Argentina. Y no desaparecimos, para pesar de Aira que jugó imaginariamente con la desaparición del país. Ni siquiera Nostradamus pudo con estas calles y estas veredas y estos mismos baches de toda la vida. Si la trampa surte el efecto deseado, quien esté leyendo estas insobornables palabras, habrá dado con un par de cosas, a lo mejor menores, que se parecen a la verdad:

1)      1) Esto es pasado, por lo que - siguiendo el razonamiento del inicio- estaríamos en presencia de un texto literario. No digo que sea bueno o malo, aunque me inclino por la segunda opción.

2)     2) Quien dice “yo” está queriendo sobresalir todo el tiempo, aunque solo se trata de una mera formalidad para dejar que la escritura fluya. No tienen idea lo bien que se siente, fluir un poco todos los días….la ola que escribe.

3)    3) Ya desaparecimos ayer, cuando esperábamos el colectivo, no hay caso. A partir de mañana ya vamos a ser otr@s, estaremos transformad@s en apenas unos cuantos signos, seremos Historia, esa que habían decretado como finalizada.

4)     4) Los finales están hechos para ser reinterpretados eternamente, como el concepto de Dios y Tiempo, que yo pongo en un mismo lugar. Inventamos finales para poder seguir con otra cosa más útil que la literatura. Sin ir más lejos, se me está haciendo bastante tarde mientras escribo esto, debería ponerme a cocinar ya. *Desvío:  ¿Para qué carajos uno se pone a ver programas de cocina? Para caer en los fideos con aceite y queso, o tal vez sólo con manteca.

Ponganlé que algo así sería el juego literario. Mejor dicho, más específico y personal, eso es el juego literario para mí. En cuanto a lectura, es como si estuviese persiguiendo los platos más sofisticados, heterogéneos y deliciosos del mundo. En cuanto a la escritura, confieso que no tengo más que los fideos con manteca y queso, tal vez con aceite. Lo bueno de todo esto es que puedo seguir cocinando todos los días, y que hay grandísim@s cociner@s que todavía tienen platos geniales para compartir. Lo que más me gusta, lo que más disfruto – obvio – es sentarme a oler, masticar y saborear esas cosas.  De malas comparaciones está hecha mi escritura. La culpa no es del juego, no vayan a creer. Seguro que ni siquiera hay culpable. ¿Y la Historia? Dejémosla que siga, para donde tenga ganas de salir. No decretemos su final, porque sería el nuestro y el de la literatura.   

*Otro desvío: El novelista irlandés John Banville dice que el escritor se acerca más a la figura del asesino que a la del detective, porque está en fuga siempre, porque tiene cosas que ocultar y también que exponer. Además, pienso, que será porque el hecho de poner en palabras ciertas acciones es como apretar un gatillo, ¿no? El escritor / la escritora, sería un espacio para el crimen puro y duro. Lleno/a de fetiches y de melancolía, de psicopatía, de neurosis y de pulsión asesina. ¿No estaré exagerando, hiperbolizando? Sí, porque escribir es exagerar la realidad. El escribir es un acto exagerado, una apuesta desmedida y una manera de pararse frente a un mundo de cartulina. Entonces el juego se empieza a complicar y se nos van terminando los tragos de whiskey, las digresiones y las voces de escritores de otras épocas, los clásicos. Lo que habría que hacer a continuación es ir a ver cómo funcionaba la Dublín de 1950, que desquició al viejo Banville, que después lo llevó a desquiciar a sus personajes. ¿Pero quién soy yo para proponer una manera caprichosa de ver a estos escritores?. El frío me tiene un poco retenido, y a lo mejor por eso desvarío como no lo hago en otra parte del año. Verdad que discutir con el libro de Aira o con la entrevista de Banville es un poco declararse insano mental, cosa que tanto un escritor como un lector lo son. Hablar solo, sola, como un desquiciado, desquiciada, es lo mismo que escribir. Ergo, no estoy atendiendo lo que pasa a mi alrededor y pierdo el tiempo en divagues que no me van a solucionar problemas tan simples como:

1)      1) Arreglar el caño del baño, que pierde agua por donde no debiera.

2)      2) Pintar el techo de la cocina, para disimular un poco tanto tiempo de abandono.

3)      3) Comprar un par de guantes de lana que no estén rotos, los necesito para no congelarme los dedos a la mañana.

4)      4) Firmar un buen contrato de trabajo, esto quiere decir digno, con el que pueda vivir un poco más “normal”. Eso sería respetar las cuatro comidas diarias.

5)     5) Sacar turno con algún psicólogo o psicóloga, debo tener una catarata de traumas no resueltos. Para eso debería volver al punto 4).

6)      6) No hablar más solo. ¿Esto significaría dejar de escribir?                                                                                                                                                                                                                                               Y tantas otras cosas más que no puedo listar en esta reflexión de jueves por la noche. Y ahí está, lo que escribo es un desvío, lo que escondo son mis muertos en el placard. Pero, como todo escritor/a, dejo algunas pistas, para quien quiera ponerse a jugar al Hércules Poirot. Cuidado, no existen en la realidad ese tipo de investigadores tan cabezotas, tan cool. Por lo general, los casos se resuelven de puro ojete, y los asesinos son personas bastante estúpidas. Ese es mi camino, el de un asesino estúpido, que elige mal sus víctimas y que termina encerrado con cadáveres que lo señalan como un farsante. La parte dramática es el cierre de la tarde de hoy, es la oscuridad de una escena policial cualquiera, donde se cruzan dos calles, con algo de neblina y una silueta que se disuelve con el sonido de un disparo. Alguien cae, era el farsante, un asesino de pacotilla. *Ultimo desvío, lo prometo: caminando a comprar más birra, por Jara al fondo, como en un horizonte de fuego, "yo", todo pasado ya.


*Una ensalada que debería tener algún sabor interesante, ese es mi deseo para hoy. Como para acompañar el mal trago, va la siguiente música de fondo, para cualquier policial:

*****************************Humildemente, Juan Scardanelli, desde el interior del barrio Rivadavia*************************************Cualquier duda o cuestión, me escriben desde el pasado******************************


El príncipe de Persia

Saltar, pasar en zigzag. Supongamos que un príncipe Persa cierra los ojos mientras le cae una bomba en el medio de la cabeza, y todo estalla...