Una estela de enfermeras emprenden el regreso a casa

 


“Sí, el mundo es un navío en un viaje sin retorno”

Moby Dick, Herman Melville

 

“Poeta agrio, la vida hierve

y la ciudad arde”

El ombligo de los limbos, Antonin Artaud

 

Tengo las suficientes marcas en el cuerpo como para querer meterme un tatuaje en el medio de tanta cicatriz. Y confieso que la mayoría de esas huellas no se ven a primera vista, porque son como la pata perdida del Capitán Ahab, un recuerdo que va a seguir insistiendo por leguas y leguas de ese viaje que, parece, tiene un final y que no es para nada agradable… Entonces lo que más se quiere ahora es un breve – pero profundo – distanciamiento social acompañando de un codazo, que devino en saludo cariñoso. ¿Cuándo nos volvimos tan explícit@s? Debe ser que el barrio Rivadavia – que sería algo así como una sinécdoque del mundo y sus espacios – cambió sin que me diera cuenta, como si yo fuese un pollo que se va “haciendo” a fuego lento, y que cuando empieza a reaccionar porque lo están quemando, ya es tarde. Otra vez el tiempo y sus llegadas a cualquier hora, a citas ya convenidas. No sé cómo le hace para cagarse tanto en las reglas, las convenciones. Menos mal que tenemos esas cosas, una Constitución llena de vacíos y una bocha de jueces (im)probos que se encargan de hacer asados en sus quinchos todos los domingos, después de un picadito de polo en la chacrita de un buen amigo, “porque Luisito es lo más, está bien que la caga a palos a la mujer y que garcó a medio mundo del trabajo, pero sigue siendo Luisito, tan adorable como sus interminables hectáreas sembradas de amable soja transgénica, el producto del futuro que repite el pasado, el granero transgénico del universo que hipoteca el presente”. ¡Ah! Pero vale una aclaración, siempre hay sojeros buenos, o que miran para otro lado mientras sacan la cosecha más cojonuda de los últimos años. Pero que a los impuestos los pague George Harrison con su inefable Taxman, y no jodan que somos (casi)pobres. Al menos lloramos un montón, con Luisito, cada vez que los comunistas hablan de sacarnos lo que es nuestro, porque lo supimos heredar. ¿O acaso Jesucristo renegó del reino del padre? Y ese sí que era un reino enorme y mucho más machirulo y violento que el nuestro. Pero no señor, nadie tiene que soltar nada que no le pertenezca por mandato de vaya a saber qué tribu que habitó anteriormente estas tierras, y que por suerte se le ocurrió inventar jueces y escrituras y boletos de compra venta y……..navíos, navíos hechos pelota, con forma de lanchitas amarillas que se hunden cada tanto y se llevan la vida de valerosos salvajes de Rokovoko, nunca reclamados por sus familiares. A esos trabajadores sobre-explotados, muy feliz día, y que la explotación siga por los siglos de los siglos. O uno de esos buques oxidados y grises, que estacionan en el puerto todas las semanas y son pintados con banderas piratas, para que sus grandes dueños evadan impuestos. De verdad, les juro que si no tocamos las grandes fortunas de la ciudad:

1)       El intendente va a gobernar mejor, porque va a seguir con el culo atornillado en la silla del COM sin que nadie le rompa los huevos, mientras pone cara de barbijo para decirle a la gente que se cuide, a los comerciantes que no se puede hacer mucho, y a los demás cofrades que si no se llora no se sobrevive, porque de mamar ya está cansado.

2)       Los CEOS, los grandes tenedores de grandes cosas, los acumuladores compulsivos, los súper evasores de súper impuestos, van a devolver sin que se les diga nada. Te juro, es como una promesa tirada dentro de una botella, que sale a alta mar tras la gran ballena blanca, que nunca se entera. Y que los que se quedan en la orilla hagan algo por sus vidas, se arreglen como puedan, sigan nadando porque ya van a llegar a algún otro país que esté dispuesto a seguir explotándolos. Todas las orillas se parecen.

Suerte con todo eso y con lo demás. Yo me bajo del navío y me quedo un poco más cerca de Francia y Castelli, porque no vaya a ser cosa que me agarre la próxima ola del capitalismo salvaje. Le tengo miedo, porque se contagia sin querer y no hay vacuna que la pueda frenar. Peor aún, parece que toda la población es asintomática, y que no se da cuenta de que se va muriendo desolada. Y mire, por favor, tenga cuidado, porque el hielo se deshace en la lluvia y mañana hay que salir otra vez a navegar hacia la nada, con un timón que no es nada, en un navío de la nada, pero con mucha gente arriba, eso sí. ¿Qué hacer para aliviar los costos? Pedir prestado al Fondo, que encima tiene el nombre de la condena. Otra buena idea de la gente que estudia en Harvard, que justamente es auspiciada por el Fondo, pero quién va a sospechar. Ahora no importa, mientras más obsceno, mejor. Estamos cerquita del día del trabajador, pongámosle mejor el día del trabajo y terminemos de sacarle la poca humanidad que le quedaba. Celebremos los productos que podemos consumir esta noche, mientras miles de personas se mueren en el pasillo de una guardia de salita de emergencias, o se congelan con los primeros fríos debajo de un árbol atacado por hormigas coloradas. ¿Cuántas imágenes más puede aguantar un ser humano? Infinitas, siempre que se las ponga por Netflix o cualquiera de sus allegados, prestadores del mismo servicio, con los mismos argumentos y los mismos actores, actrices, sonidos, escenas, remakes y docurescates de cualquier tipo. Al menos nos queda algo de mar, el que nos dejan ver los balnearios y los edificios deshabitados, listos para habitar bancos y que la burbuja se expanda hasta que le estalle en la cara al boludo ese, que está tratando de tomar una birra con el último y tibio rayo del sol de otoño, esperando por esa enorme luna que no es más que el desierto prometido. Un alivio, el desierto, porque no va a tener todo lo que ya venimos acumulando. Necesito un Ahab con pata de palo y mirada angustiante y un Queequeg dispuesto a dormir conmigo esta noche.


*****Casi me olvido de que tengo que ir a pagar unos impuestos que me quedaron del mes pasado, y eso que no paro de bajar el consumo de todos los servicios, pero no hay caso: las boletas siguen llegando con el mismo valor que si hubiese consumido el doble. Paradojas de la vida cotidiana, ventajas de los monopolios, sufrimiento de much@s. Para aliviar la cuestión, el clásico de los Beatles que se nombre en la reflexión de jueves, pero en la versión de Tom Petty y the Heartbreakers, con bonus tracks:

***************************************************************************************************Humildemente, Juan Scarda, amasando ñoquis un 29, como para no perder una tradición que no es mía, como esta de escribir a (des)tiempo***************Al final no pagué un carajo, perdón, voy a esperar a que reaccione la afamada teoría del derrame*****************************Love you all the time........********I need you***


Para siempre



Si te vas a ir,

para siempre,

no te olvides

de ponerte las zapatillas afuera,

porque los pisos están limpios.

(JMP)

 

No me gusta ese tipo de angustia que es una fábrica de condenados. A todos nos dejaron de garpe alguna vez, y lo mejor es hacerse la idea de que esa es, más bien, la regla general. La excepción sería tener los pisos sucios. Porque siempre es mejor, cuando alguien te abandona, que por lo menos deje el espacio común lo más limpio posible. ¿Quién en su sano juicio puede tener fuerzas para lavar los pisos, minutos después de que una persona amada se va para siempre? Para siempre, que parece tanto tiempo. En verdad, es todo el tiempo que tenemos como mortales, y hoy en día está cada vez más devaluado, como discurso de – y acá puede poner el personaje que le parezca, un periodista, un político, un líder espiritual, un psicólogo, una historiadora, un historiador, un actor de Hollywood, un mediático, un DT de fútbol masculino, un defensor de los derechos de las marmotas, un poeta, etcétera – Mi discurso, por suerte, nunca cotizó alto, por lo que puedo seguir sin tomarme tan al pie de la letra. Volvamos al para siempre, el tiempo eterno de los mortales, el tiempo de los compromisos irrompibles, la nueva normalidad. Para siempre parece que va sumando cuestiones todo el tiempo y está plagada de protocolos, muertes que solían ser evitables, hospitales sold out y salas de cine casi vacías, como desierto de Sahara. Y ahora y para siempre los aeropuertos son los lugares más letales del mundo, tanto que ni los terroristas se atreven a sacar su propio boleto hacia la muerte colectiva. Ya no hace falta, la muerte está por todos lados, y se va desprestigiando. Hay tanta, crece tanto. La nueva normalidad es un para siempre de seres (in)humanos que ya venían de antes cagándose en el de al lado, en la de al lado. Pero para siempre estarán las resistencias, por supuesto, y es casi lo único que vale la pena. Mientras la muerte gana adeptos en su para siempre fatal, la lucha por los derechos también tiene su grupo de fans, rebeldes antisistémic@s en un para siempre revolucionario. Esto último quisiera reivindicar, mientras me tomo una cerveza en la misma vereda de toda la vida. El para siempre de ese lugar del barrio Rivadavia, que me tiene que aguantar sin poder hacer nada a cambio. Un para siempre evitable, siempre lo escribo, esos cráteres de las calles, que alguna vez fueron asfaltadas. El para siempre de los intendentes que pasan, todos chabones, saliendo a saludar a les vecines a preguntarles cómo andan y a quién votarían si tuviesen que hacerlo el fin de semana. Y botarían a todo hipócrita que les preguntara algo así. Y para siempre hay que atender al calendario de vacunaciones, para poder seguir respirando un día más, y salir a ponerle el pecho a lo que venga por dos mangos con cincuenta, por debajo de la línea de la pobreza, otro para siempre que parece inevitable. Y para siempre también la búsqueda del placer, en una ciudad que se esconde su parte amable, porque mejor mostrar los dientes primero, hay que anticiparse a la hostilidad del otre, del otro, de la otra. Para siempre las ganas de que las cosas cambien, o mejor que se transformen, se pongan patas para arriba y vemos qué pasa. Porque, para siempre, este despertador: Las cosas así son una mierda. De verdad, el capitalismo no sirve. Lo lamento, ese es otro para siempre que ya va siendo hora que aceptemos. Pero no hagamos como que sí y mañana a comprar bitcoins y vuelta al ruedo. Sabemos que este Sistema es injusto, genera desigualdad, es una real cagada, pues aceptémoslo de una vez y transformemos. Los grandes paradigmas se hicieron para respetar un tiempo, luego para romper, luego para reflotar, luego para volver a destrozar. ¿Y el para siempre del después? ¿Qué hacer con el futuro para siempre? No me mires a mí, que me acaban de dejar. Alguien me dijo que me iba a querer para siempre, y ahora no me contesta un miserable Whatsapp. ¿Para qué carajos inventaron el Whatsapp? ¿Por qué mejor no inventaron un nuevo sabor de caramelos? El mundo sería muy diferente. Bueno, se me terminan el día y la cerveza del jueves. Me quedé un poco más solo que ayer. Por suerte, los pisos están limpios. Al final se puso las zapatillas embarradas afuera. Está todo bien, en este nuevo para siempre.


****¿Para qué decimos para siempre? Parte de este texto corto es una suerte de recordatorio para mí mismo. Será cuestión de no repetir los mismos errores que no puedo dejar de repetir todas las semanas. ¿Cómo hacen ustedes para no decir “para siempre” en alguna conversación? No me sale, como tampoco me sale dejar de equivocarme en los mismos momentos en los que me vengo equivocando hace años. Igual, me da la sensación de que este mundo es un poco así, está diseñado para insistir en el error, hasta que un buen día todo se termine, en ese famoso último amanecer en la Tierra, del que tanto hablaba el bueno de Carl Sagan.  Ya saben, el sol de David Gilmour engordando hasta explotar en ese solo guitarrero que es devastador. Y el nacimiento de esa música, que tal vez sirva de fondo para toda la lectura:

********************************************************************************************************Humildemente, Juan, desde los jardines agujereados de un patio del barrio Rivadavia, ciudad de Batán-Mdp, galaxia Argentina, dentro de un Universo que vaya usted a saber si exista*************************************************************************************************************************************************************





 

Tras los pasos de las bestias

 


“Que al cine lo salve su chingada madre” (JMP)

El veranito de abril en cualquier parte del mundo viene cargado de restricciones, vacunas que no llegan, contagios, muertes, capitalismo salvaje, sálvese quien pueda, mosquitos insufribles, barbijos mal puestos, trabajadorxs esenciales mal pagos, trabajadorxs no esenciales sin trabajo, bocha de seres humanos viviendo en la calle, desapariciones, incendios de bosques alentados por la mega minería y el agro negocio, avivadas de todo tipo, mucha hambre, precios inalcanzables, metas que no se podrán cumplir, ojeras hasta el piso, violencia, burbujas sociales pinchadas, hospitales abarrotados, empresas periodísticas haciendo lobby por otras empresas para vender su vacuna, una suerte de Wall Street donde todo los días suben y bajan las acciones de cada vacuna mientras se mueren miles de personas, donde la Organización Mundial de la Salud saca un tweet pidiendo por favorcito a las grandes potencias mundiales – que son empresas – que compartan la vacuna civilizadamente. Ejem, el ser humano es el único bicho que negocia, el único que compra y vende para seguir vendiendo y comprando, hasta llegar a su último día, donde vuelve a comprar por vez final un último objeto: un cajón de madera o una urna de cremación, o una bolsa de plástico, si no hubo suerte con los negocios. Y hay gente que mientras yo escribo esto, en la vereda de Francia y Castelli - con los mosquitos comiéndome los tobillos literalmente – se juega la vida al póker virtual o invirtiendo en cripto monedas, porque los casinos virtuales funcionan a las mil maravillas. Es más, hay muchísimxs acotres / actrices  que abandonaron el negocio en crisis del cine para dedicarse a dos cosas: vender boludeces en sus “podcasts”/redes sociales/WhatssApp/Amazon, y publicitar la nueva cripto moneda de la semana. ¿Cómo batallar contra tanta locura posapocalíptica? Por eso mismo es que, luego de un interminable año, decidí volver al cine. Hablo de meterse en la sala gigante, con la pantalla gigante, con las butacas gigantes, el polvo y el olor del cine. Pero en pandemia la experiencia es muy distinta a lo recordado. Para empezar, es imposible elegir la película. Funciona completamente al revés, la película te elige a vos. Consecuencia, solo se proyecta el tanque hollywoodense de la semana. En esta hubo poca suerte, tocó un bodrio (casi)insoportable titulado King Kong versus Godzilla. Tal vez, el nombre ideal para un video juego. Es lo que hay, me digo, al menos salí después de tanto tiempo, y cuando se termine la proyección sabré qué cosas dijeron las ojeras del presidente sobre cómo vamos a seguir enfrentando lo que no sabemos cómo carajos se puede enfrentar. Y todo muy predecible, porque las dos bestias en cuestión están tan aburridas como yo - y las otras pobres tres personas que pagaron la entrada para que la sala no esté totalmente vacía, y la verdad creo que fueron tres extras que me pusieron para que no me sintiese tan mal – y se la pasan las dos horas y pico de película persiguiéndose para golpearse salvajemente, mientras utilizan de ring cualquier parte del mundo, en lo posible alguna jungla o ciudad con grandes rascacielos. Todo tan fácil de imaginar, que no vale la pena que pusieran actores de carne y hueso para dialogar lo que ya se ve perfectamente con las imágenes, una lucha sin cuartel y con mala edición. Es así porque la película no logra entusiasmar en ningún momento, ni siquiera con la aparición de la joven “Eleven” de Stranger things. Pero la intensión es desconectarse un rato, ¿no?, lo lindo de haber vuelto al cine, ¿no? Sería terrible que el virus me mate en estos días y que la última escena de película que tenga sea la del reptil gigante saludando al mono bestial, en medio de una jungla de cemento. Y cada cual para su casa, las bestias vuelven a Far far away y yo a mi pieza del barrio Rivadavia. Sí, la noche está hermosa porque todavía hay buen tiempo. No, la noche no está hermosa porque a la altura de la nueva terminal hay toda una familia viviendo debajo de un árbol. Los mosquitos siguen insoportables, como pequeñas bestias en busca de su propia película, una muy mala que me tiene a mí de protagonista, volviendo de ver una película horrible sobre bestias –justamente-. El argumento es el siguiente: un mosquito decide ser diferente, entonces de alguna extraña forma logra mutar y se vuelve un súper insecto gigantesco, entonces empieza a picar gente hasta la muerte, gente que nomás intenta salvarse a sí misma, hasta que una farmacéutica súper capitalista inventa un Off mega gigantesco, que sale a batallar con el gigante mosquito, la pelea se lleva a cabo en Jara y Juan B Justo, yo estoy sentado alentando al mosquito – creo – mientras me tomo una cerveza y pienso que las películas malas son apenas eso, mosquitos pequeños, pero que todas las bestias que nos inventamos día a día son el verdadero problema. Ojalá que las cosas…mejor no digo nada, mejor me guardo para la próxima semana, tal vez tengamos una función un tanto más estimulante.   


*******Para acompañar una pelea entre bestias, la música adecuada sería la que se comparte a continuación, con mucha onda:


***********Humildemente, Juan M. P., desde el corazón del Barrio Rivadavia********Hasta el anuncio que viene*****************


Cosas que no hay que pedirle a la poesía

 


 

“Mi estilo de vida. ¿cómo lo describiría? Pues nunca diría: estilo de vida” (Fran Lebowitz)

  "Don't you understand?, it's not my problem" (Bob Dylan)

  "Es la música la que es libre" (Kaori)

En la primera imagen que me gustaría recordar de mi, estoy sentado en un banco de la vieja terminal, esquivando las cagadas de paloma y esperando salir con un micro para Miramar, para hacer un trabajo y sumar a la canasta básica familiar, que por entonces estaba tan lejana como hoy. Pero eran fines de los noventa, la realidad estaba híper exagerada, convivían entre sí cosas incompatibles. Era como planear en una burbuja muy mal pintada, a punto de reventar en cualquier momento. Pero quienes estábamos adentro, no queríamos percatarnos de eso, estaba bien como estaba, había que hacer como que las cosas no podían volar para cualquier lado, implosionar y llevarnos puestos a todes. En esa imagen, me releo – me recuerdo – mirando una tele chica, en uno de esos puestos de la vieja terminal. El artefacto electrónico de veinte pulgadas, con alguna cagada blanca en la pantalla, devolvía una suerte de show. Más específicamente era un recital. Se veía una cantidad de gente impresionante, cosa que ya resultaba común en ese tipo de eventos en Capital. Pero como no había internet de manera masiva, y mucho menos celulares a toda hora y a toda mano, la transmisión televisiva de un show tenía un impacto importante. El artista era un flaco en cuero y todo pintado, que se movía como un espectro tirado por piolines, de un lado al otro del escenario, sin parar. A veces cantaba algo en inglés, a veces gritaba enardeciendo al público y otras tocaba un teclado, un sintetizador, un piano. El humo, las luces, la banda acompañando como podía, y un sonido caótico que envolvía la escena que me sigue teniendo a mi sentado, como un espectador hundido a cientos de kilómetros de distancia. Me veo totalmente en trance…Esa música me sorprende, porque tiene tantos sonidos que no los puedo decodificar en el momento. Hay algo de rock, hay momentos de música clásica un saxo que sugiere jazz,, hay una parte de un tema de Bob Dylan, están los Beatles allí también. ¡Qué es todo ese sonido mezclado, creando un nuevo orden desde el caos, invitándome a sumergirme en un viaje donde la entrada es gratuita, pero la salida…Sale el micro, me tengo de despertar, salir de ese hechizo. Imposible. Me veo en esa imagen reconociendo lo que quisiera ser para toda la vida. Me veo buscando una voz desde ese momento, mezclando registros, experimentando con el lenguaje, como ese flaco lo hacía con la música. Me veo persiguiendo ese instinto, que está compuesto de otros instintos, dentro de otros más. Me veo perdiéndome y hundido en el fondo de un mar que muchas veces – lo sé perfectamente – va a ser oscuro. Me veo jugándome la vida en un par de versos, porque no concibo otra manera de vivir. Me veo envuelto en voces ajenas, en busca de una propia que quizá jamás llegue. En Miramar la cuestión fue peor, la malaria se palpaba con mayor intensidad. Me veo caminando por el centro en dirección a la costa, leyendo un poema de Mario Santiago, ese en el que se nombra al Rey Loptitos, una suerte de caudillo popular mexicano. Me veo buscando la referencia, sin Wikipedia porque no eran tiempos. Me veo como uno de esos hijos del Rey Loptitos, caminando al borde del abismo, buscando sexo en todas las esquinas, llevando un cuchillo en la yugular, cruzando las avenidas sin mirar a los lados, soltando la mano hacia el mar oscuro, hundiéndome en el sonido que ya no me iría a abandonar.

Después pasó el tiempo, después pasó lo que pasó. Entonces me quedo con esa escena, en la que estoy siendo iniciado como poeta, sin saberlo. Es hoy, ya quedé con lo que tengo, es tarde en el barrio Rivadavia, todavía llueve y hay otra de esas crisis. Me veo sentado en la esquina de Francia y Castelli. Me veo mojado, con el mismo poema en la mano, que comienza así: “Nuestra aventura fue esta: / - otro rayo en las bragas del caos - / Despertar / sumergirnos / como ola la piel estrellada / en contextos no siempre reales…

Sigo yo a partir de acá, con mis propias confesiones. Necesito aclarar las cosas con respecto a la poesía, antes de tirarme al mar oscuro una vez más:

Cosas que no hay que pedirle a la poesía:

-          - Algún tipo de salvación.

-          - Saciar el hambre.

-          - Que funcione como cable a tierra.

-          - Dinero.

-          - Que otorgue calma.

-          - Que ofrezca treguas.

-          - Que caliente la cama.

-          - Que sirva de llamador.

-          - Que acompañe el domingo.

-          - Dinero.

-          - Que riegue sabiduría.

-          - Sexo desenfrenado.

-          - Grandes satisfacciones.

-          - Horribles decepciones.

-          - Claridad.

-          - Oscuridad.

-          - Grises.

-          - Compromisos, distinción o nobleza.

-          - Dinero.

-          - Un cargo público.

-          - Felicidad a raudales.

-          - Sufrimiento indecible.

-          - Un marido.

-          - Alivio en las enfermedades.

-          - Inmunización de la estupidez.

-          - Seguridad absoluta.

-          - Grandes hazañas.

-          - Que funcione como propaganda.

-          - Salidas al cine.

-          - Buena predisposición.

-          - Revelación de trucos.

-          - Tres deseos.

-          - Que te haga más agradable y divertido.

-          - Dinero.

-          - Amor.

-          - Odio.

-          - Revelación de dioses.

-          - Encubrimiento de dioses.

-          - Ricos olores.

-          - Grandes orgasmos.

-          - Sonidos pacíficos.

-          - Dinero.

-          - Una buena noche.

-          - Horas de sueño.

-          - Paseos matinales.

-          - Vientos calmos.

-          - Buenos amigos.

-          - Perfectos enemigos.

-          - Tragos de ron.

-          - Grandes banquetes.

-          - Rugidos en el Olimpo.

-          - Clarividencia.

-          - Lectura del futuro.

-          - Lectura del pasado.

-          - Presente.

-          - Tiempo.

-          - Dinero.

-          - Ganas de vivir.

-          - Placer en el suicidio.

-          - Razones para algo.

-          - Sinsentidos varios.

-          - Grandiosos desmayos.

-          - Tardes al sol.

-          - Noches estrelladas.

-          - Dinero.

-          - Ojos enamorados.

-          - Fervientes odiadores.

-          - Salud,

-          - y

-          - sobre todo

-          - no hay que pedirle

-          - que sea poesía.

 

Las listas sirven para ordenar todo lo que, sabemos muy bien, nunca será ordenado, porque no es su naturaleza. Me veo terminar de escribir casi mil palabras sin recordar qué carajos hacía escribiendo en una libreta mojada, bajo la lluvia. Cierto, ese flaco se mueve como un espectro y genera un caos que es creación riesgosa. Me gusta, no lo voy a evitar…


*********************************************************************Humildemente, Juan, desde el Rivadavia, otoño, no hay más cigarrillos, se mojaron los que quedaban*************************************

Las formas del final

 


Final, fin.

La ópera termina con un rondó final. Este es el final de aquella ópera. Poco después de aquella aria, que es el final, hallamos escrita en el libreto la palabra fin.

De modo que el fin comprende el final, mientras que el final no comprende en ningún caso el fin.

Luego, el final es un fin convenido, y el fin un final absoluto.

El que finaliza acaba por entonces, es decir, concluye. Yo finalizo mi tarea, la finalizo ahora; pero mil tareas pueden venir después.

El que fina concluye para siempre; es decir, acaba. Todos finamos.

(Roque Barcia en Sinónimos castellanos)

 

-          Me voy – Repitió el enfermo.

-          ¿Por qué lo crees?- Preguntó Lyóvin para decir algo.

-          Porque me voy – Repitió, como si le agradase la expresión -. Este es el fin.

(Lev Tolstói en Anna Karenina)

 

De sillas, de atardeceres extra, de pistolas que acarician

nuestros mejores amigos

está hecha la muerte

(Roberto Bolaño en La universidad desconocida)


Porque justo estaba llegando al final de una historia y me atacó esa dulce congoja. Por un lado, necesito leer ese final y saber qué pasa con los protagonistas, finalmente, cuando inventen de la nada esa escena en la que acaso se digan todo, o tal vez, olviden en un fatídico momento qué carajos estuvieron haciendo hasta ese punto, y se concluya con un final abierto. Como sea, la congoja llega después del descubrimiento, la angustia porque se termina, se llega al final de los hechos narrados. Pero, como bien señala y distingue Roque Barcia en su libro de sinónimos, ese es sólo un final, porque en verdad nada ha finalizado, y mucho menos finamos. Me agrada la creencia de que después de la muerte uno continúa el camino por otros medios. Pero no me convence, porque sería traicionar a la historia. Hay que alcanzar el fin, hay que finar finalmente para darle sentido a las palabras y a todas las cosas que fueron narradas. Por eso la necesidad de la muerte, para ponerle un nombre a quien es archinémesis del tiempo, siempre sediento de eternidad. ¿Y todo esto para qué o por qué o para quién? A menudo comienzo historias de todo tipo, en papeles, en dispositivos electrónicos, en mi mente, en el día. Todas ellas tienen la misma jerarquía y merecen su respectivo final. Cada uno de ellos es una pequeña muerte, una forma de ir preparando el definitivo fin. De cada uno de ellos he tenido que padecer un duelo, que a veces termina bien, y otras veces no parece tener final. El final de un duelo es cosa improbable, porque el cuerpo tiene memoria y no se puede fraguar  el funcionamiento, por lo que es factible que en cualquier momento se me abra una vieja herida porque un recuerdo me trajo el duelo que pensé que había cerrado hace tanto tiempo. Y el duelo se queda un rato, el que le parece, hasta que nuevamente, impulsado por otra historia, el cuerpo se aleja de ello y recobra el estado cicatrizante. Esta ilusión permite seguir adelante con la vida en su día a día, final a final. Pero como somos también una especie averiada, continuamos en el mismo punto que nos llevó al primer duelo: el comienzo de una nueva historia, que anticipa a modo de spoiler que va a concluir, será más pronto que tarde un nuevo final. Y es demasiado tarde para salir indemne, claro. Cada uno de esos finales dejarán su huella en nosotres. Bien, acumulamos tantos y de distinto calibre, que llegado el final del final, ya no tendremos manera de rememorarlos a todos, tenderemos al olvido, hasta que nuestro hermosamente diseñado cerebro se apague, fine. Otra cualidad asombrosa es que puede ser que finemos antes de tiempo, lo que comúnmente se conoce como morir en paz, y que no es precisamente el haberse despedido de los seres queridos en tiempo y forma, dejando las cuestiones administrativas ordenadas y etcétera. Finamos antes de tiempo cuando sentimos que nuestro cuerpo empieza a dar tirones involuntarios y tiende hacia la rigidez. Ese sentimiento es la certeza de que hemos finado y no hay nada más por hacer. Nada que ver con un estado de paz, casi que todo lo contrario. Y no se piensa en nada más que en  que se es consciente de que se agotaron todas las posibilidades lingüísticas, hemos alcanzado el fin del final. Restará un fundido a negro con un “The end” en blanco, para avisarle a quienes no acaban de darse cuenta, de que esa historia ha concluido, pero que mañana comienzan otras y que mejor prepararse, porque un poco la vida es acostumbrarse al fin del final.

Y llegamos a la muerte como mejor manera de comentar un fin de final. Entonces, no me vengan con resucitados que aparecen para joderme el argumento. Para que exista el final el resucitado debe aceptarlo. Una historia termina y es mejor que no se la deje con puntos suspensivos, como esperando un regreso que no debe ocurrir. Y perdón por eso, pero es una cuestión terapéutica, necesito que haya finales para no volverme loco esta y las demás noches. Un final fraguado es una de esas tardes extra de las que habla Bolaño, claro, porque el gran secreto es que no hacen falta. En lo más mínimo. A las buenas historias hay que podarlas cada tanto y dejar el final donde corresponda. El Apocalipsis es un grandísimo final de ciencia ficción para un libro que debería ser leído de esa forma, una genial historia de ciencia ficción. Y tampoco tan genial, porque de verdad hay momentos en que la narración se cae, y hay que pasar muchos años a la deriva por desiertos poco estimulantes.

En fin, que sería un adelanto del final de esto que estoy escribiendo, pero no el final. Tendré que aceptar – solo por ahora – que una tarde más se apoderó de las calles del barrio Rivadavia, que es una suerte de final en sí. Y como tal, la posibilidad de que mañana vuelva a empezar una historia parecida, con personajes un poco diferentes, que en unos siglos con suerte se convertirán en protagonistas de la próxima novela de ciencia ficción a canonizar. No sabremos cuál será el fin de ese final, porque en definitiva todo lo que sabemos del fin es amargo y, en verdad, muy poco.

 

FIN

 

****Final de nota: un tema que viene a cuento y que no es el final de nada



 

*********Nos vemos en el próximo paraje, humildemente, Juan Scarda******************Desde el patio chorizo de una casa del barrio Rivadavia***************

 


Tengo un baile de marineros en mi cabeza

Eso sería el título o a lo mejor una cita de comienzo, o tal vez el epílogo, o un verso que me quedó haciendo ruido, desde una lectura de ha...