Reflexiones berretas, trozos de ficción, ensayos bonsai , trampas de lectura y escenas robadas, realizados por el Yo que dice yo: Juan Mnp, habitante del barrio Rivadavia / Don Bosco nacido en los ochenta. Tomate unos minutos y sumergite en alguno de estos textos. Contacto juanmanuelpenino@yahoo.com.ar
“La (avenida) Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas
las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio
de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio del año 2666, un
cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades
desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo
todo” (Roberto Bolaño, Amuleto)
Intentar olvidar es recordar, pero con más fuerza. Esa
pequeña frase que voy a tomar como verdad el día de hoy – y aclaro que esto
puede cambiar mañana por la mañana, o mejor dicho que sí va a cambiar mañana
por la mañana – me tomó casi cuarenta años descubrirla. Para ser más sincero
con quien lee, debería decir que lo que hice fue re-descubrirla, porque la
época de los descubrimientos se terminó hace siglos. Porque resulta que entre
Proust y Joyce ya estaba todo dicho y terminado, y que pase el universo que
venga y a quemarse las pestañas y las neuronas para ver si en las calles del
barrio Rivadavia, en un verano del 2021, queda algún rincón por descubrir,
algún trozo de lenguaje por articular y transformar en literatura 100% vegana,
libre de todos los restos cárnicos del festín de siglos pasados. Pero no, no me
toca a mí revolucionar el campo de las letras. Tal vez lo deje para otras vidas,
un poco más amables, en las que estaré cobijado por algo de talento. La
realidad es que en mi yo de ahora, no pude más que redescubrir esa frase del
inicio, en cuarenta años, que espero me ayude para aclarar algunas cuestiones
que no me dejan dormir hace diez años. Difícil dormir cuando la noche llega y
es un peligro todo el tiempo, porque tiene tanto movimiento sospechoso, tantas
ganas de impactar en la vida real, que hasta es capaz de meterse en los sueños.
Ahí hay dos campos distantes, con alambrados enormes y espesos, donde el tiempo
y el espacio son cosas totalmente distintas según donde se caiga. Pero algo de
la frase del comienzo comparten y es que en verdad cuando uno quiere olvidar
algo, ya sea sueño o realidad, lo que hace es acentuar ese recuerdo, reforzar
la evocación, dejar en evidencia el fracaso. Aunque, por lo demás, el soñar y
la realidad tienen más diferencias que similitudes. Por nombrar alguna de las
más inquietantes, podemos afirmar que la realidad es como una impresión detallada,
mucho más fácil de almacenar y recuperar que un sueño, que es una impresión que
por lo general viene pixelada y que se borra de la memoria casi sin esfuerzo.
Sin embargo, hay sueños que a pesar de borrarse de la memoria, pueden llegar a
volver en cualquier instante, a insistir con la fuerza intensa de lo
sorprendente, por lo que pueden dejar una huella, un trauma mucho más fuerte
que el recuperar un recuerdo real, que por lo general no tiene el mismo impacto
cuando se vuelve a presentar cualquier noche. Tal vez sea por eso que me está
costando tanto dormir desde hace diez años. Es un sueño que me acecha, un sueño
que me persigue, una especie de sombra que camina por la avenida Jara de
madrugada, cuando las luces comienzan a apagarse y el sol todavía está en la
playa desperezándose. Y lo peor es que esa sombra nunca termina de
corporizarse, quiero decir que el sueño sugerido no se me presenta nunca, pero
sé muy bien que está ahí. Es su presencia ausente lo que no me deja dormir. Al
principio sufrí mucho, como si fuese un espíritu varado eternamente en los
pasillos de un cementerio que ya nadie visita. El sufrimiento empezó a ser
tristeza, amargura, angustia. Pasado el tiempo, como todas las cosas de la
vida, uno se acostumbra. Y en la costumbre, llegué a experimentar algo de goce.
Porque visto desde otro lado era como tener una especie de super poder, podía
quedarme toda una noche leyendo a Proust y a Joyce y seguir a la mañana como si
nada. Eso pensaba solo yo. Desde el afuera, el comentario era: ¨Mirá cómo está
Scardanelli, hecho pelota, parece una especie de Kafka trasnochado¨. Bueno,
puede ser que esta última comparación sea más una proyección mía que la verdad.
El tema es que sí, la gente que me veía me creía en serios problemas. Tal vez
se habrá enganchado en las drogas, decían algunos, o quizá la pérdida de un
amor lo tiene a mal traer. Sí, claro, nadie habla así hoy por hoy en ningún barrio
de la ciudad, pero dejame contarla como me suena mejor, llamalo decoro, estilo,
forma, como sea. Con la mirada de los otros posada en mis hombros, retrocedí en
el sentimiento. Quiero decir, volví a experimentar la angustia. Peor aún,
comencé a sentir desesperación. No podía dormir hacía muchas, demasiadas
noches. Mi rostro se estaba desvaneciendo y mi humor no existía. Me estaba
muriendo despierto. Y acaso eso sea morir, despertar para siempre. Y esa otra
frase la acabo de re-descubrir para vos y para mí. Camino desde esas noches por
el mismo cementerio, con los ojos irritados y sangrando lágrimas sin duelo.
Quiero decir, no creas que esta historia puede terminar bien. Aflojá con la basura
que te venden todo el tiempo en las notificaciones de esos aparatos que ya cada
día cansan más. Y cuidado porque te estás construyendo tu propio cementerio, y
los pasillos son estrechos, las tumbas no tienen flores y las criptas tienen
todas la misma escultura, una especie de ángel del futuro, de 2666. Sí, ese
ángel, ya sabés. Si querés podemos redescubrirlo, pero hace siglos que anda
deambulando entre tu geta y la mía. Creo que alguien lo retrató en algún momento
para que un filósofo de la escuela de Frankfurt tuviera algo para decir después
de tanta guerra y tanta muerte. Fijate bien que ese ángel te mira, me mira, nos
mira, y tiene la misma cara con la que empecé a dejar de soñar, la misma cara
con la que empecé a escribir estas palabras, a redescubrir todo lo que ya sabía
que te iba a contar.
########No pude pensar en otro tema mejor que este para acompañar la lectura y la caminata por el barrio, el cementerio, cualquier cementerio...
°°°°°°°°Humildemente, sinceramente, apasionadamente, J.M. Scardanelli, por las esquinas del barrio Rivadavia°°°°°°°°°°°°°°
---Para no googlear: la imagen es el Agelus Novus de Paul Klee, un dibujo que compró Walter Benjamin (filósofo referido en la nota).
Hoy te quería hablar sobre un papel, que me dejé el otro día
ahí tirado en la cama. Resulta que después no lo pude encontrar. Antes de que
preguntes, sí, di vuelta sábanas, almohadas y colchón. Quiero decir, busqué por
todas partes ese condenado papel. Te imaginarás lo importante que es para mí,
como esas cosas cotidianas que sólo podemos valorar cuando abandonan la
cotidianidad, es decir, cuando ya no están más. Y no, no exagero ni un poquito.
Ese papel era importante porque guardaba una confesión. Horrible, como toda
confesión, que no es más que eso que sentimos con una fuerza incontrolable,
pero que preferimos callar, esconder, porque nos genera una culpa inmensa.
Aunque sabemos que, por exceso de sentimiento, vamos a terminar develando de
alguna forma. La mía fue escribir ese papel y dejarlo hasta que se me ocurriera
romperlo en mil pedazos y tirarlo a la basura. No, obvio, no lo iba a trozar en
tantas partes, con cuatro o cinco sobraba. Como sea, el hecho es que no tengo
más ese papel con la confesión escrita. Y lo peor, temo que haya caído en las
peores manos, o sea las de cualquiera que no sean las mías.
Verte ahí, con la cara aburrida y las valijas en las manos,
me confirma la detestable sospecha, el aroma de lo inevitable, el destino en su
máxima pena. Fuiste vos quien encontró la confesión en ese papel.
- Un alivio: ya resolví el misterio.
- El desconsuelo: que te vas para no volver jamás.
¡Ahí está! Ese papel, esa confesión, los excesos que
terminan haciendo el tiempo y el espacio, esos hechos sensibles al corazón.
II) El silencio
Te hablo, no te hablo, poquito, nada…
Traducir el silencio es una cagada
que entretiene todos los domingos
a los que no vamos a la iglesia,
porque sabemos bien que al silencio
no hay que crearle intérpretes célibes,
tampoco habría que endiosarlo,
gran crueldad para el silencio
que no tiene la culpa
de que nos cueste tanto entenderlo,
ni de que lo usemos para inventar
universos que nunca sugirió.
Encima le echamos la culpa
por estarse tan callado,
por ser tan insensible,
por dejar un vacío,
por no decir lo que queremos.
Te hablo, no te hablo, poquito, nada…
Mejor dejar pasar los días
y que las cosas se lleven el polvo
al otro lado de la cama
y que el gato rasque los sillones
y que la ventana no pare de chillar,
castigada por el viento norte,
mientras nosotros seguimos deshojando
las horas que ya no compartimos.
Dejemos al silencio con lo suyo,
cerremos las cortinas
y aceptemos el pacto tácito de lo muerto.
Te hablo, no te hablo, poquito, nada…
*****Los Byrds cantaban este tema como nadie, hasta que lo agarró Charly y lo contaminó. es la banda de sonido ideal para esto que escribí, sin duda:
*********Humildemente, Juan Scarda, un amigue del Barrio Rivadavia, que a veces se para en alguna esquina a escribir hasta que se pasan los días y hay que seguir la marcha. Esperar el momento***************
La frase del título podría ser mentira. Para probar esta
última afirmación deberíamos comenzar un texto más bien argumentativo. A lo
mejor filosófico o bien científico. La primera parte tendría que ver con el
concepto de verdad y sus derivados. La segunda caería en cuestiones
comprobables físicamente, el universo y su concepción. Pero nada de eso importa
a la literatura, por lo menos como la concibo yo. Mientras escribo, el viento
golpea las ventanas de la habitación, que suspiran esperando por volver a una
calma cálida, que las aleje – y a mí también – de los malos sentimientos. Esa
última oración es de lo que quería hablar hoy. Porque para la literatura – y solo
en su jerga – el viento puede tomar una acción propia de las personas y los
seres animados, como es el caso de golpear algo con intención. Mucho menos un
conjunto aleatorio de ventanas pueden ser susceptibles de algo así como un
suspiro por temor, o desear una calma que no pueden experimentar, ya que los
objetos - en la parte de la vida que escapa a la literatura- no pueden sentir
nada. Las cosas, vistas así, no tienen pasiones. Para avanzar en estos temas,
me coloco bajo la categoría de objeto yo también, y voy a tratar de no sentir
más que el viento como viene, como si no le importara nada más que simplemente
ser viento y sus efectos. Saldría del plano literario. Y no, esa era otra
trampa. Porque habría que razonar lo siguiente, si yo nombro una cosa, la
escribo, la bajo a la (i)realidad de las palabras, ya estoy peligrosamente
caminando por el limbo de la literatura, por donde se pasea estoicamente el
bueno de Virgilio. Y encima es verano, pero no, no tengo ganas de otra
temporada en el infierno – y hasta ahí llego con las referencias literarias
clásicas, por ahora -, prefiero continuar el camino por el bosque, en el medio
de la vida, que supongo que es lo que me toca recorrer. Hace instantes terminé
de leer lo que es el mejor manga del año pasado, que sería una secuela de otro
manga menos interesante. Se llama Hi
score girl Dash, y cuenta la historia de una profesora de secundario, de
unos veintiocho años, que ha perdido un poco las ganas de vivir, que se hundió
en una rutina que no sabe cómo construyó y que mucho menos puede romper. Sus
años de juventud (que transcurren en los dos primeros tomos del manga, en los
que es la tercera en discordia dentro de un romance adolescente) son el
recuerdo de la pasión que tenía por cosas y personas que ya no están. El cambio
del arco narrativo, del tono, el aumento del drama, son increíblemente potentes
para una historia que se encuadra en lo que los japoneses denominarían “novela
ligera”. Me fascinó ese cambio de tono y me llevó a replantearme el concepto de
literatura y otras cosas que no voy a poder explicar. Pero poco importa, no soy
el indicado para dar lecciones de nada, tampoco quiero. En este pantano del
medio de la vida, la profesora Hidaka se las va a tener que ver con esas cosas
del pasado, con esos rostros del pasado, pero ya resignificados, releídos. Su
gran pasión por una cosa sería su entrada en un universo diferente, donde se autopercibe
como una persona mucho más decidida y hasta implacable. Y tiene que ver con el
centro argumentativo que une las tres partes del maga: los videojuegos. Pero no
cualquiera, sino los que ella utilizaba con sus amigues en la infancia, los
arcade, para nosotros los fichines. Ese universo es el que la deslumbró y la
liberó como persona en su adolescencia. Pero luego pasó el tiempo, le rompieron
el corazón, creció amargada por ver cómo ese universo se le escapaba y, finalmente,
se acabó escondiendo en una rutina nada estimulante. Pero las cosas ya fueron
modificadas, las personas también. Será cuestión de tiempo para que se vuelva a
cruzar con eso y el universo se vuelva a transformar, y así alcanzar una
probada más de aquel paraíso perdido. Eso sería vivir en la literatura, ese es
el lenguaje de la literatura, el lugar donde los objetos y las personas siempre
cambian, se transforman. Por eso Dante se escribe su propio road trip al
infierno, por eso Rimbaud se hunde en los cálidos fuegos del suyo. Con eso bastará
para sobrevivir unos años más. Habrá universos más sobrevivibles que otros, por
supuesto. El infierno de Dante parece mucho más seguro que el desquicio de
Rimbaud. ¿Y el de la profesora Hidaka-kun? Es un infierno también, el de las
salas de videojuegos, ya pasadas de moda, con olor a cigarrillo y muy poca luz,
con palancas destrozadas y botones hundidos, con seres infrarreales descargando
sus frustraciones diarias en un juego de luchas virtuales. Esos infrarrealistas
de siempre, capaces de hacer del universo literario-poético el espacio real,
furiosamente real, que en verdad no debería ser. Un infrarrealista sería algo
así como un jugador de videojuegos que vive lo que pasa en la pantalla como lo
real, que no suelta la palanca en todo el día, que se desvive por apretar los
botones, desesperado, como si le urgiese hundirse en el peor de los infiernos.
¿Cuál es el peor de los infiernos imaginables? ¿La literatura es el infierno?
En uno de los universos posibles, sí. En la mayoría de los universos
imaginables el infierno es aquello que no se puede controlar, como define la
dependencia que genera la heroína el bueno de William Burroughs: “Es lo peor
que le puede pasar a un hombre. Todos creemos que podemos controlarlo al
principio. Luego dejamos de querer controlarlo” Esa potencia que es más fuerte
que el control externo de algo sobre nosotros. Lo peor de lo peor es no querer
controlarlo más, como voluntad suprema que asume uno mismo. Y eso es la
literatura para mí, una cosa, unas personas, unos signos, una droga, que no me
genera alegría ni bienestar, que simplemente es una manera de vivir. Ese es el
universo que adopto como propio y diferente al de cada une. No tengo idea cómo
terminará la historia de Hidaka o la mía. Espero que mejor que la de Rimbaud y
la de Burroughs, la de Dante poco importa.
********Insert coin: el título es una frase que pertenece al
Marcel Proust de En busca del tiempo
perdido, de la novela La prisionera
(la quinta de su obra magna). El manga mencionado tiene su versión en animé que
se llama igual: Hi score girl, pero
sólo se realizaron las dos primeras partes, dejando de lado lo mejor que es lo
que recomendaría absolutamente, su –hasta ahora- última parte. El resto son
menciones a la Divina comedia y a Una temporada en el infierno, demás está
aclarar. ¿Cómo terminé mezclando todo eso? Me olvidaba, también al pasar hay
algo de Yonqui del beatnik Burroughs
y de los poetas infrarrealistas mexicanes. Todas esas referencias van como
recomendación y muestra del universo del que hablo. Y esta canción…
************************Humildemente, Juan Scarda, tomando una birra entre los fichines y los flippers que tiene el club Jara en el barrio Rivadavia, y que agradezco en el alma***************************
“Durante un momento tuve la idea de que el mundo donde
estaban aquella habitación y aquellas librerías, y en el que Albertina significaba
tan poca cosa, era quizá un mundo intelectual, que era la única realidad y mi
pena algo así como la que produce la lectura de una novela, una pena que sólo un
loco podría prolongar en un dolor duradero y permanente de su vida; que acaso
bastaría un pequeño impulso de mi voluntad para llegar a ese mundo real y para
entrar en él atravesando mi dolor como quien rompe un cerco de papel, sin
preocuparme ya de lo que había hecho Albertina más de los que nos preocupan los
hechos de la heroína imaginaria en una novela después de acabar la lectura”
(Marcel Proust, En
busca del tiempo perdido: Sodoma y Gomorra)
“Hay una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay
una literatura para cuando estás calmado. Ésta es la mejor literatura, creo yo.
También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay una literatura para
cuando estás alegre. Hay una literatura para cuando estás ávido de
conocimiento. Y hay una literatura para cuando estás desesperado”
(Roberto Bolaño, Los
detectives salvajes)
Un par de horas de lectura, de corrido y para mí, resultan
como si pasara un lustro. De seguro se me cae el pelo que me queda y encanecen
mis cejas y pestañas. Las uñas de los dedos en pies y manos crecen hasta
partirse. Quedo totalmente encorvado, con todo el cuerpo comprimido hacia el
centro de la tierra. Mis brazos son el amanecer de la tendinitis. Las
hemorroides rebalsan por exceso de silla plana. De seguro, los ojos arden como
cualquier tarde en el desierto. Y quedo sólo, con los muertos en la mesa, sobre
las páginas blancas. Caen lágrimas de impotencia, y una sonrisa sarcástica
remata la imposibilidad de recuperar ese dolor. Tengo la sed del universo que
ignoré y el apetito voraz por las otras pasiones inconclusas, por los caminos
alternativos que ya resigné. Pierdo la capacidad de escribir, no puedo imaginar
historias por fuera de esa, la de la lectura. Mi rostro yace surcado por las
huellas de inútiles rastros que se van desvaneciendo. ¿Vale la pena tirarse a
ese precipicio? No lo sé, no es exactamente lo que me pregunto. Sólo leo, y
leo, porque la vida y el tiempo son de la misma especie, todas cosas que no
pedí, pero que están ahí. Y si están, tengo que usarlas, ¿no? “lo que está y no
se usa nos fulminará”, decía el flaco en un temazo. ¿Entonces, por qué no leer
a muerte? No tengo la respuesta para eso. Imagino que es la forma de aceptarse
en el mundo, de tocarlo, de imaginarlo. La mejor manera de no terminar
suicidado o hablando con las baldosas de cualquier vereda del barrio Rivadavia,
un sábado a la noche. ¿Quién puede interesarse por alguien así? Nadie, ni
siquiera yo. ¿Debería evitar tanto silencio, el camino a la desgracia
materializada? Tal vez la lectura es una de las formas de la tranquilidad. Leo,
¿ejercicio para el cerebro? No, para nada. Odio los gimnasios de cualquier tipo
y la gente que se mira al espejo esperando una transformación de propaganda.
Pero leo y hay muchas cosas que se mueven, no siempre buenas. ¿Debería aprender
a distinguir, a frenar? No puedo, no me corresponde morir en la moral o
cualquiera de sus engendros. No soy censor ni sabio, sólo leo, leo profundo,
leo con el compromiso absoluto que sólo la lectura me puede generar. ¿Se es
mejor persona leyendo? No, ni de cerca. Se es buena persona siendo buena
persona, leer sólo ayuda a la lectura, a que apilar e interpretar signos sea
coherente, cohesivo, y que con eso se pueda hacer explotar el poder más
enquistado del universo. Y sí, que algo se derrame, que algo se pierda para
siempre. Leer es jugarse la vida por atreverse a sentar las bases para el día
de nuestra muerte. En la lectura uno es consciente de la muerte. O también nos
podemos alojar en uno de esos fantasmas, para así mostrarles de verdad, el
pasado y sus consecuencias en el futuro. Pero ya tengo la cara pálida y amarilla,
como Proust cuando lo retrató Man Ray. Estoy sentado sobre el polvo de nuestros
antepasados. Soy un futuro ciego, leo, sin línea temporal. Pero leo, todavía,
que es una manera de habitar el espacio, sin manera, sin espacio. Así de
extraño e inevitable. Leo. Un par de horas, quemar las naves de la razón, tomar
el sol con las manos y sentir la desnudez del mundo. No servir para nada más
que el tiempo, no amar más que a los efectos. Cae el velo del atardecer, no sé
cómo envejecí, pero me doy cuenta de que acá llega el final. No te digo que te
espero, porque sería ficción. Ya no estoy aquí. Ya no soy aquí. Lo que leés es
una estrella que se fue apagando hace un lustro, que manda señales que dejó de
emitir. No soy más en tu lectura. Estás solo, sola, y lo siento mucho. Espero
que no hayas envejecido tanto, que te puedas poner de pie y sentir el viento
del verano en tu cara. Y que lo sepas aprovechar. El derrame…
********Sobre el tema citado, Elementales leches:
************************Humildemente, quien dice YO esta semana**************************************La que viene, vemos********