Dos movimientos: la confesión y el silencio

 


I) La  confesión

 

Hoy te quería hablar sobre un papel, que me dejé el otro día ahí tirado en la cama. Resulta que después no lo pude encontrar. Antes de que preguntes, sí, di vuelta sábanas, almohadas y colchón. Quiero decir, busqué por todas partes ese condenado papel. Te imaginarás lo importante que es para mí, como esas cosas cotidianas que sólo podemos valorar cuando abandonan la cotidianidad, es decir, cuando ya no están más. Y no, no exagero ni un poquito. Ese papel era importante porque guardaba una confesión. Horrible, como toda confesión, que no es más que eso que sentimos con una fuerza incontrolable, pero que preferimos callar, esconder, porque nos genera una culpa inmensa. Aunque sabemos que, por exceso de sentimiento, vamos a terminar develando de alguna forma. La mía fue escribir ese papel y dejarlo hasta que se me ocurriera romperlo en mil pedazos y tirarlo a la basura. No, obvio, no lo iba a trozar en tantas partes, con cuatro o cinco sobraba. Como sea, el hecho es que no tengo más ese papel con la confesión escrita. Y lo peor, temo que haya caído en las peores manos, o sea las de cualquiera que no sean las mías.

Verte ahí, con la cara aburrida y las valijas en las manos, me confirma la detestable sospecha, el aroma de lo inevitable, el destino en su máxima pena. Fuiste vos quien encontró la confesión en ese papel.

- Un alivio: ya resolví el misterio.

- El desconsuelo: que te vas para no volver jamás.

¡Ahí está! Ese papel, esa confesión, los excesos que terminan haciendo el tiempo y el espacio, esos hechos sensibles al corazón.

 

 

II) El silencio

 

Te hablo, no te hablo, poquito, nada…

Traducir el silencio es una cagada

que entretiene todos los domingos

a los que no vamos a la iglesia,

porque sabemos bien que al silencio

no hay que crearle intérpretes célibes,

tampoco habría que endiosarlo,

gran crueldad para el silencio

que no tiene la culpa

de que nos cueste tanto entenderlo,

ni de que lo usemos para inventar

universos que nunca sugirió.

Encima le echamos la culpa

por estarse tan callado,

por ser tan insensible,

por dejar un vacío,

por no decir lo que queremos.

Te hablo, no te hablo, poquito, nada…

Mejor dejar pasar los días

y que las cosas se lleven el polvo

al otro lado de la cama

y que el gato rasque los sillones

y que la ventana no pare de chillar,

castigada por el viento norte,

mientras nosotros seguimos deshojando

las horas que ya no compartimos.

Dejemos al silencio con lo suyo,

cerremos las cortinas

y aceptemos el pacto tácito de lo muerto.

Te hablo, no te hablo, poquito, nada…


*****Los Byrds cantaban este tema como nadie, hasta que lo agarró Charly y lo contaminó. es la banda de sonido ideal para esto que escribí, sin duda:


*********Humildemente, Juan Scarda, un amigue del Barrio Rivadavia, que a veces se para en alguna esquina a escribir hasta que se pasan los días y hay que seguir la marcha. Esperar el momento***************

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