Hablar solo


Supongo que estaba cansado de hablar solo. Y digo supongo porque es un verbo que me suena bien como para empezar a escribir algo. Eso es una decisión arbitraria, caprichosa, nada lógica. Pero lo otro no, lo que viene después es un enunciado preocupante. Se ve que ese personaje se agotó, y en el acto de agotarse comienza a crecer el riesgo de una muy mala decisión, porque cuando alguien está cansado se duerme o se muere. Cualquiera de las dos cosas son lo mismo para el acto de escribir, quiero decir, si acostamos a dormir al escritor da lo mismo que se muera. No me voy a dormir, no por ahora. No me voy a matar, no por ahora. El que se cansa de hablar solo necesita la lectura, para que algo más hable por él y para él, y que sienta esa exclusividad iluminadora, reconfortante. Y ni tanto. El que se cansa de hablar solo necesita con desesperación escribir, para no abrumarse o perder el hilo de aquello que diagnosticamos como realidad. Seguir el hilo es una metáfora de costurero, y automáticamente trae recuerdos que no deberían ser expuestos en ninguna historia. Mi abuela tenía un costurero, mi madre tenía un costurero, yo tengo un costurero. Ninguno de los tres nos llevamos bien con la realidad y la lógica. Aunque sabemos muy bien disimular agujeros en camisas, polleras y pantalones, porque de algo sirven los hilos que te vendían en el bondi hace tiempo. Calculo que todavía hay alguno que sube al 554 y te vende un hilo negro más otro blanco y ese cartoncito con agujas de diverso tamaño y espesor. Sí, hoy me pasó. Tuve la fortuna de comprarme uno de esos cartuchos de agujas para coser, y ya dejé las medias casi como nuevas, o por lo menos con un solo agujero que es el que se utiliza para que pase el pie. ¿Y todas esas otras cosas importantes que sucedieron en el barrio por estos días? Se me permitirá el desvío, el desvarío, estoy casi hablando solo o en la antesala de un soliloquio insoportable. No soy Yo soy Joyce. Escribir o enloquecer, esa es la cuestión. Un perro rompe las pelotas en el patio del monoambiente de al lado. En la esquina del barrio hay otro de esos microbasurales que no sirven para nada. Dos sustantivos compuestas que dudo que aparezcan en el diccionario de uso del español de María Moliner. ¿Por qué será que a la pobre de María no la dejaron entrar a la Real Academia? ¿Para qué carajos querría alguien entrar a una Real Academia? Irreal Academia de escritores debidamente olvidados, lo que sería una institución similar a la del Sargento Pepper y la banda de los corazones solitarios. Esos lugares que son lindos para visitar como artefactos ficcionales. Son tiernos, dan ganas de escribirlos o cantarlos. Realmente nadie quisiera estar en ninguna institución de ese tipo. Aunque la Irreal Academia promete un futuro imposible, sería una suerte de utopía en tiempos donde la utopía es tratada como una mera pérdida de tiempo, porque no se la puede comprar o vender por Merqueado libre o Amazonia. Imposible, la utopía no sirve para apostar en poliuBetano o para convencer a una persona de que la querés demasiado, o demasiado poco como para dejar de leer, y lo siento mucho te prometo que el domingo salimos a caminar por la costa aunque llueva o esté mintiendo. Nada, la utopía es como un texto a la deriva o un poema que sirve para ir nadando hasta una orilla de cordón, de cemento, radicada en la esquina de siempre, Francia y Garay. La porción del universo que completa la experiencia vivenciada por cada uno de los personajes que se me ocurre sacar de su soliloquio para que…¿para qué? Buena pregunta, y calculo que la respuesta sería: para que no me dejen hablando solo a mí. Una búsqueda de piedad y misericordia en otras voces, para un lector que padece esa enfermedad intratable / incurable / insoportable que Antonio Castronuovo explora en su Diccionario del bibliómano, a la que considera un vicio que “al final reclama el rechazo del mundo y la inevitable extinción de aquella llamita comunitaria que se enciende en otros, pero no en el bibliófilo”. Y aquel o aquella que entienda, que arroje el primer libro, y cuidado porque ya he perdido bastantes amistades practicando el arte de robar libros, o lo que es lo mismo, no devolver jamás el ejemplar prestado. Otro defecto del bibliófilo, tanto como olvidar cumpleaños, no acudir a reuniones importantes, no contestar el teléfono – o cualquiera de sus variantes actuales, desde mensajes de texto hasta mensajes de wasap o imeils o posteos en redes sociales -, no prestar atención al cónyuge o pariente o amigue que se tiene en frente. ¿A qué venía todo esto? ¿cómo llegamos hasta acá?........cierto, supongo que estaba cansado de hablar solo.


**********una música de fondo que encontré hace poco y que me sirvió de fondo de escritura:

***************************+humildemente, Juan*****************nos vemos********************la próxima lectura************recortando distancias********

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Hablar solo

Supongo que estaba cansado de hablar solo. Y digo supongo porque es un verbo que me suena bien como para empezar a escribir algo. Eso es una...