Un derrumbarse como de grandes árboles

Las cosas se dieron de esa manera, y no hay conclusión al respecto. Con lo hecho hasta acá, se podría empezar una historia, tal vez, o un chiste relativamente corto, o una tragedia. Sin pausa, sin puntos y aparte, sin que se nos escape el momento en el que nos pensábamos…¿eternos?: Confieso que nunca me pasó algo así, pero que suelo distraerme lo suficiente como para olvidarme de todas esas cosas que son una mierda a mi alrededor. Por ejemplo, ayer puede que me haya quedado sin trabajo, justo a fin de mes, justo en medio de otra de esas clásicas crisis de barrio Rivadavia. Pero me puse a tocar en la guitarra una música de los Pixies que me gusta mucho, y de paso entre acordes experimenté algo similar a la felicidad. El efecto narcótico fue monumental, me olvidé hasta de que me dolía la panza. Después fue imaginarme por un rato cómo hacía Borges para escribir sin poder ver, mejor dicho, cómo hacía para soportar esos escritos, más o menos como decía Piglia en sus clases sobre el maestro. La escritura no es igual, cambió, mutó, perdió algo. Y también pienso en ese mismo Piglia, apilando palabras mediante computadora inteligente, armando los diarios de Renzi pero con una enfermedad que ya no le permitía ser el Piglia de siempre. Otro escritor, otra manera de enfrentar el texto propio. Como si se tratara de doppelgangers que se ven como esos escritores que alguna vez fueron, pero que luego mutaron por desmejoramientos de salud drásticos. Otros yos, otros ellos. Movimiento. Leer no es siempre igual. Mutable. La lectura es mutante, es estar preparados para ese sacrificio de sentido, que nunca se va a volver a repetir. De escribir, ni hablar. De momento, yo no tengo excusa. Calculo que mis cambios tienen que ver con mis mudanzas de barrio en barrio, y que por eso elijo el Rivadavia como el resumen de un todo que no es tal. Desplazamientos arbitrarios. Y acaso eso sea la lectura. No es igual que te lean algo escrito en voz alta, no se trabaja con el texto de la misma manera. Tampoco es lo mismo manejar correcciones con un programa de computadora a través de alguna parte del cuerpo que todavía funcione. Pero a veces es lo que hay, y lo que hay es la fuerza primitiva por escribir hasta la muerte, con lo que sea que resulte, con lo que quede. Se puede sacrificar cualquier sueño, cualquier historia, cualquier cosa, pero la pulsión por escribir es más fuerte, es intransferible, es como sacar esos acordes de una guitarra y regalarlos al aire. Después viene la lectura, goce simple y adictivo también. ¿Y la corrección? A lo mejor un mero padecimiento que viene endosado al paquete. Eso que dicen que es lo que diferencia a los buenos de los males escritores. La obsesión por corregir y esa súplica al cielo porque se publique cuanto antes, se sublime de una vez así podemos salir a tomar algo fuerte por la noche, para olvidar viejos padecimientos, para empezar  a transpirar la nostalgia por todo lo que faltó escribir, por todo lo que se podría haber hecho mejor. Una ronda más de ron con Coca, y darse cuenta de que no hay un centavo en el bolsillo, en la billetera virtual, en ninguna esquina, porque quién carajos puede pagar este humilde y arcaico ofrecimiento: un texto. Quemarse los ojos por él, enfermar y morir degradado por él, vivir sumido en la pobreza por él. Un texto. Un montón de palabras apiladas en una suerte de línea infinita, que esperamos que algún día se termine y nos deje dormir dos horas seguidas. Esas tazas extra de café negro y amargo, alguna gilada para sentir que todavía se puede un capítulo más, unos versos más. Un cuerpo destrozado, descuidado, mal cagado. Unas relaciones que son la degradación de la humanidad en el fondo del patio, que está completamente arruinado por la falta de mantenimiento. Despertar como nuevo, salir con un texto para nadie en una dirección totalmente incierta, y pensar que esas hojas que se tienen ahí son lo más impresionante de la literatura actual. Pero no. Después viene la lectura de esos otros ojos, la falta de sorpresa, la re lectura despiadada. Otra noche desgarrada con el autoestima durmiendo en un rincón, con la fuerza de un globo de cumpleaños desinflado, días después de que se soplara la torta. Estado fúnebre, lúgubre. Otro texto archivado, otra “gran obra” condenada al olvido, el peor de los infiernos. Romperse el cuerpo para nada, pero seguir funcionando, porque en cada cuadra hay una historia, en cada vereda unas personas hablando de algo, fantaseando…y alguien tiene que escribir eso, alguien lo tiene que poner en palabras, aunque sean pura ficción, porque así directa, la realidad no tiene el mismo impacto. Falta algo, el movimiento, el sacrificio, “un derrumbarse como de grandes árboles” Todos aquellos y aquellas que no pueden abandonar el camino sin destino, el texto sin rumbo claro. Como un instinto, quitar la mano del fuego, mover con la lectura, sacar la foto con la escritura, después mezclar los dos mecanismos hasta que más o menos parezcan lo mismo, y ya no poder dormir otras noches seguidas más. Como una secta de noctámbulos que no pueden dejar de picarse las venas de los brazos…un chute, amigo, y no pido más…pero seguir pidiendo todos los días, a cualquier hora y por cualquier canal. Sí, hay libros que tengo que sé que no voy a poder leer, y eso me angustia mucho. Obvio, existen un sinfín de historias que soy incapaz de escribir, que moriría por poder contar. Palabras que no me salen cuando las pienso, pensamientos que quedan atorados en el embudo de mi pobre imaginación. Eso también me deprime. Entonces escapo para delante, escribiendo y leyendo, como un soldado perdido en medio de una batalla que no entendió cómo fue que empezó. Pero está ahí, en el medio del tumulto, entre el polvo y la sangre y el semen y todas esas vidas que se le van cayendo al lado.  


****************el tema sugerido en el texto:

************************humildemente, el yo que dice Yo***************************************está todo bien************************los lunes se me pasa*********************

Oda al viejo detective de siempre

 

“Las veinticuatro horas del día alguien huye mientras otro intenta atraparlo. Afuera, en la noche de los mil crímenes, la gente moría, quedaba lisiada, cortadas por trozos de vidrio que volaban, o aplastada contra un volante o bajo los pesados neumáticos de los coches. A la gente le daban palizas, la robaban, la estrangulaban, la violaban y la asesinaban. La gente tenía hambre, estaba enferma, hastiada, desesperada por la soledad, el remordimiento o el miedo; rabiosa, cruel, enfebrecida y sollozante. Una ciudad no peor que otras; una ciudad rica, vigorosa y rebosante de orgullo; una ciudad perdida, apaleada y llena de vacío” (Raymond Chandler, El largo adiós)

 

Pareciera que la ciudad le cae sobre los hombros al detective de siempre, y que esta noche en particular no habrá licor que logre tranquilizar su alma. Una cara golpeada por enfrentamientos vanos, casos que fue activando y uniendo como un puente colgante a punto de venirse abajo. Y por ahí pasan todos los lectores, esperando que ese camino no se detenga nunca. Pero ya lo sabemos muy bien, nadie escapa del THE END, y luego fundido a negro y andá a preguntarle al Papa. Otra cosa que deberíamos recordar muy bien, tenerlo siempre presente: Ese viejo perro detective privado de todo – salvo su honestidad – ya se despidió en su debido momento. ¿Cómo, cuándo, dónde…….por qué? La última de las cuestiones es siempre la más vidriosa, la menos certera, la que da pie a las distintas hipótesis y por lo que se seguirán produciendo nuevos crímenes a la serie. El detective lo sabe como nadie. Con su vaso de licor en la mano, tiene esa única certeza: él es solo un eslabón más de una cadena bien podrida. Todas las manzanas del cajón vienen así, porque ya no son tiempos de nobles ciudadanos. Deberíamos confesarle, “old sport”, que el dinero ganó la batalla. Si es que alguna vez hubo tal cosa. Pero con diferencias según el barrio. Mientras que en los policiales de Chandler la plata viene de la mano del crimen, es solidez pura y es capaz de comprarlo y venderlo todo, menos la integridad del viejo detective; en el barrio Rivadavia la plata es algo tan líquido como las gotas del primer rocío  del año (((me tomo la licencia acá, utilizo el símil para dejarme llevar por el género, y para romperle las pelotas a la memoria de Raymond Chandler, que de seguro se reiría con la lectura antes de hacer pedazos esta hoja virtual))). Tal vez, en estos tiempos el viejo detective estaría remarcando el precio por el que lleva a cabo su trabajo. Veinticinco dólares al día, ni un centavo más, ni un centavo menos. ¿Pero y si el valor está “flotando entre bandas”? de seguro se cagaría de risa. Vamos a hacer eso, exactamente: el detective de siempre se caga de risa, en el momento exacto en el que se entera por la televisión pública, que su paga del día fue fluctuando mientras él salía a la pesca, era pescado, golpeado, escupido y devuelto a su mismo y roñoso despacho. Un despacho que debe abandonar a mitad de año, porque el contrato se le va a más del doble del alquiler actual. Además, el Oldsmobile está matado, porque para tratar de llegar a fin de mes le mete horas Uber. Horas detective, horas Uber, horas Pedidos Ya ¡Estaba politrabajando! Maldijo a su ex amigo que le había recomendado una tranquila jubilación en Mar del Plata: “¿Y dónde se supone que queda eso? ¿Argentina? ¿No es donde escaparon los nazis cuando terminó la guerra? Podría ser, pero ten cuidado amigo, los tienen también autóctonos” Desde la tele pública un analista insiste, recomienda que la gente invierta los dólares comprando pesos, en plazo fijo, para luego sacarlos y volver a comprar dólares que se habrán multiplicado por arte mágico/milagrosa del Carry Trade. Porque “Claro, Marlowe, hoy en día lo que vale es desplazar plata que no existe físicamente, como si se tratara de una utopía. Muy lamentable, una utopía bastante idiota. No lo dude, amigo”. Los diálogos del día se iban completando en su cabeza, que estaba a punto de estallar. Por suerte el vaso de licor le aliviaba tanto ruido. Pensó en tomar el teléfono y llamar a Linda. Pero ya no existían los teléfonos. Sintió nostalgia, se vio muy viejo, más de lo que le reflejaba el espejo que tenía en su baño, uno muy chiquito que venía adherido a una foto del cuadro de Edvard Munch, El asesino. Nadie es inocente del todo, pensó. También se lamentó la falta de bares que preparasen un gimlet como la gente, a la inglesa, con una ruda cortesía. “Ya no los hacen así ni en las afueras de Londres, amigo. Ya, entendí, el tiempo es una mierda y yo ya venía camino abajo”.  ¿Para qué habrá venido al culo del mundo? No quiso torturarse más. La verdad es que lo había hecho y punto. Por su cabeza pasó la idea de hacerse matar por la policía defendiendo jubilados muertos de hambre, que por entonces era lo que el gobierno de turno decidía sacrificar. No tanto por convicción o lástima, sino porque seguía odiando a la policía como siempre, y le pareció que de haber un verdugo en su vida, ese era el cuerpo con la corrupción adecuada para destruirlo. Justo a él, la peor persona del mundo, excepto en una sola cuestión: su honradez. Todo un género literario creado en base al honor del héroe, siempre lanzándose sobre un mundo corrompido, en franca decadencia. Ya estaba cansado, se le cerraban los ojos. No tuvo ganas de ponerse a preparar café, solo como él sabía hacer. Miró hacia el puente roído por el tiempo, lamentó la situación de los lectores que seguían pasando por allí sin advertir el peligro inminente. Supongo que miró hacia la cámara, pero – otra vez – no se quiso despedir:

-         No voy a decir adiós. Ya te lo dije cuando significaba algo. Te lo dije cuando era triste, solitario y final.


******Y de fondo suena el poema de Eliot, que Chandler nos sugiere:


*********************************humildemente, Juan**********************el invierno pasa, y después ya no***********y ahí empieza otro problema***espero tener siempre a mano una novela de Chandler**

La Gran Sele

Vamos a decirlo así. Perdón, mejor dicho, vamos a escribirlo así: me veo cruzando mal una calle por la mitad de cuadra, mojándome las zapatillas de lona – y eso es en verdad una cagada, porque es temprano en la mañana y faltan horas para volver a mi casa y secarme las patas -, bajando la cabeza mientras maldigo mi suerte y subiendo el brazo con la mano extendida, devolviendo un saludo que no debería haber devuelto. Bueno, es que a veces el presente nos deja trampas que fabrica con elementos muy dañinos del pasado. Esa frase podría atribuírsele a Francis Scott Fitzgerald, pero mejor dejemos su cadáver en paz, ya demasiado tiene con los intentos de películas sobre sus novelas, artefactos imposibles que siempre dejan mucho que desear y poco que rescatar. Mi mano alzada responde a la mano alzada de alguien más, esa persona que está en frente, desde la vereda par de la calle que ya mencioné, o no, o no importa mucho. Ahí está Sele, como arrancada de un mal sueño del mismo mar al que todos llamamos pasado. Y Sele no es Gatsby, porque es una persona bastante jodida como para ser escrita. Intento lo imposible. Yo tampoco soy Nick, el narrador poco confiable que se la pasa juzgando a los demás personajes de esa novela, desoyendo la enseñanza de su padre, con la que comienza El Gran Gatsby, eso de: “antes de criticar a nadie”, me dijo, “recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tu”. Para mayor complicación, el pasado que nos une es una larga historia de amor/odio, para nada similar a ninguna otra historia escrita. Porque eso, cada vínculo es una historia única, y nos demuestra que la narración no se termina nunca, como la cantidad de caracteres que podemos llegar a imaginar. Pero en esta escena que narro, nada de eso importa. Importa mi reacción ante esa silueta recortada de la vereda céntrica, con un fondo de edificio gris con estilo “vanguardista”, pero que se nota que no tiene materiales resistentes como para vivir más allá de diez años, luego de los que el peligro de derrumbe será inminente. Algo como este momento. Un saludo a destiempo, dentro del tiempo. Una cagada. Yo no quería, pero se dio así, y tuve que saludar a Sele. ¿Tuve que saludarla? Un abrazo más sentido de lo que me imaginaba, un cómo andás tanto tiempo, unos gestos que parecieron de telenovela de malos actores que no olvidaron el guión pero que les cuesta horrores entenderlo. Y las noticias que se pueden decir, como un cordial “bien”, “¿y vos?” “Estás igual”, “¿viste a tal?”, “¿te acordás de cual?”, “¡fue papá!”, “¿en serio?”, y etcétera. Esas frases hechas que permiten flotar en una superficie respirable hasta cierto punto. Pero en un momento deviene el silencio y, aunque sea por unos segundos, los dos vemos hacia abajo toda la profundidad del oscuro mar que es nuestro pasado. Y ahí están todas esas cosas que vivimos juntos, las lindas, las malas, las feas, las grotescas, las emocionantes, las traiciones, los deseos mal direccionados, las decisiones que nos alejaron. Toda una corriente que rápidamente se lleva esa frágil superficie con la que fingimos la alegría de un encuentro casual. Para salir del paso un salvavidas sobresale desde su estómago, la figura prominente de su panza, y la pregunta obvia que tiene respuesta cantada y que se enuncia más con tono de felicitación: “¿estás embarazada, Sele?” “¡Qué loco!”. Una mirada que parece lumínica sale de sus pupilas - ¿o eran párpados, Scott? – y yo no termino de descifrar lo que significan. Supongo que una mezcla de felicidad y melancolía, eso que sentimos a menudo cuando nuestro presente se choca con nuestro pasado cuando pensábamos que eso no iba a pasar, ¿verdad Scott?. Porque es martes y hace frío, y a lo mejor empieza a llover, porque todo lo doloroso y triste tiene que suceder en otoño. Es regla natural. Como dos hojas secas sacudidas por el viento, Sele y yo nos quedamos sin decir nada. ¿Qué podíamos decir? Solamente justificar lo que nos llevó hasta ese momento, nada más. Y, sobre todo, no morder el anzuelo que sí muerde Gatsby en tu novela, Scott. Al pasado mejor no salir a buscarlo. ¿Pero y si se nos aparece y nos saluda desde la vereda de enfrente? Luego del silencio final, que pareció durar una década, la voz de Sele nos despierta del encantamiento atroz de recuerdos que no necesitábamos, no esa mañana, no ese martes frío de otoño: “Perdoname pero me tengo que ir, se me hace tarde para llegar al laburo” Y andá a saber si sea verdad. Poco importa. Es el último salvavidas que nos tiramos, porque “Cierto, a mí también se me hace tarde”….tarde para pasar juntos todos esos momentos que fueron tan importantes en nuestras vidas y no compartimos, tarde para compartir el presente y sus cosas intrascendentes, porque ya no somos nada. Un mar profundo que se evaporó en un tiempo que ya no nos convoca. Esta noche no voy a saber dónde dormís, y vos tampoco me vas preguntar si comí bien. Y qué cagada esas lágrimas que se me escapan, porque sinceramente no las necesitaba. ¿Verdad, Scott? Hora de sacrificar alguno de los personajes, pero no jodas, tampoco es para tanto. Las veredas vuelven a separarse, yo cruzo otra vez muy mal por el medio y sin mirar a los lados. Tranquilos, no pasa ningún auto, esto no es una tragedia, ¿o no, Scott?. Sele se va para la otra esquina, pero ella circula con más cuidado, ya no va sola. O eso espero, o eso quiero imaginar. ¿Habrá una tenue luz verde en el horizonte que me espera, Scott? Puede ser, o puede ser solamente la señal del semáforo de la avenida Independencia, que me da paso a lo que va a ser el resto del martes, con lluvia y unos recuerdos que espero sublimar en la lectura del final del Gran Gatsby:

“Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros. Se nos escapa ahora, pero no importa, mañana correremos más, alargaremos más los brazos y llegarán más lejos..y una buena mañana…

Así seguimos, golpeándonos, barcas contracorriente, devueltos sin cesar al pasado”


********y de fondo, uno de esos temas que escuchan los personajes de Scott en la novela:

***********************humildemente, Juan*******a cien años de El Gran Gatsby, desde el barrio Rivadavia********casi desde el culo del universo, a un costado********


Hacerse el boludo

Llorar, reír, volver a dejar que de las mejillas se caigan esas gotas de agua salada, que vaya a saber por qué motivo mágico insisten en salir en algunos momentos muy extraños, o como le suelen decir “especiales”, pero de especial yo solo conozco un sabor de pizza que hacen y muy rica en ese lugar de pizzas del barrio Rivadavia que no puedo nombrar porque no sé si está habilitado, y como todo lo que es más o menos ilegal me cae muy bien, porque yo soy una persona más o menos ilegal, que un día se lanzó a escribir y nunca encontró su orilla, vaya a saber qué mierda significa eso, lo de hablar de orillas siendo un habitante de ciudad con playas, con costas, con balnearios y mucho negociado para poder ser millonarios en medio de la pobreza más grande, esa fatalidad de ser Sudamericano, aunque hoy me enteré de que tal fenómeno se repite en todos los costados del mundo, aunque ya no se pueda hablar de clases sociales, de pobres y de ricos, de explotadores y explotados, porque la inteligencia artificial pasa de Carlos Marx y de la sociología, porque un poco hay que hacerse el boludo como filosofía primera y última de nuestros tiempos, es así que mejor cagate de hambre como siempre pero no pienses mucho en la injusticia que eso conlleva, no jodas las buenas formas de la modernidad siempre infame, no atrases con tu salario de mal agüero y mejor comprate unas monedas virtuales y tiralas a la basura de esos grafiquitos marca trader que nunca lucen como una buena ganancia, yo prefiero la pizza concreta especial, la que se puede masticar y agarrar con las dos manos porque la mozzarella se cae de tan aceitosa que está, y ya empiezo a tener hambre y sé muy bien que no soy nada original, porque tiene hambre más de la mitad de la población mundial, y otra vez no jodas con eso Juan, ya pasó el tiempo de quejarse y señalar injusticias, la maquinaria se aceitó y ahora son tantas las desigualdades que resulta imposible señalar alguna, tanto mejor es pasarte para el lado de los ganadores pero sin poder tocar el premio, como si festejaras que otro se come la pizza pero vos te quedaste afuera, imaginate que ya no tenés hambre y que en tu trabajo te pagan más o menos bien, y si mañana no tenés más cobertura médica lo siento y a ponerse en la fila para que un cardiólogo te atienda en el barrio, te den un numerito y te llamen la semana que viene para decirte: “aguantá hasta diciembre que te tocó el turno, tratá de no agitarte demasiado y comer con poca sal”, gracias a todos por tan buenos tratos y esa atención inmediata para anunciar lo que ya sabía desde el primer día que fui consciente de la existencia de la avenida Jara: estoy cagado, bien cagado, y me voy a pasar el resto de la vida esperando encontrar eso que me va a matar, llamada al servicio de asistencia al suicida y alguien que atiende y que te pregunta si por casualidad no tenés un par de dólares para vender, y que hace dos años que no se toma vacaciones porque por ahí te rajan por ser un vago, aunque la situación es mala porque el sueldo no alcanza, ¿entonces para qué mierda seguís ahí?, lo que pasa es que el miedo todo lo puede y los que manejan las cosas lo saben perfectamente, ellos sí que saben que hay clases sociales y que mejor estar bien arriba, y cagar a los de abajo porque ese es el único Sistema posible, uno en el que solo ganan dos o tres y pierden millones, y las cámaras siempre mostrando el sufrimiento del perdedor porque para eso existe el deporte profesional, no interesa mucho sentirse como el ganador sino ver con atención esa otra cara, el sentimiento del fracaso y una mezcla de empatía, goce y miedo por tratar desesperadamente de no estar de ese lado, lado oscuro lado claro, nadie debería discriminar pero es el ejercicio favorito de la humanidad, imaginate cómo te pueden llegar a mirar a vos con la media rota, mi vieja siempre me retaba por eso y digo hoy que sí tiene razón, me miro los pies y las dos medias tienen agujeros, y claro que no llego ni a mitad de mes porque escribir es una profesión mal paga en la esquina de Francia y Garay, y resulta que yo trabajo ahí, es mi oficina, y tengo apenas una cerveza de marca vaya a saber qué, y no, para nada, no tomaría esas otras que se creen gourmet porque me hacen vomitar, no soporto ni los nombres, y qué es esa música que no dejo de escuchar todos estos días, ¡cierto! es Courtney Barnett que me parece lo más genial que dio este mundo al menos hoy, pero hoy no me siento nada bien, tal vez me pegó mal el FMI o esos dueños de locales que como hay colectivos funcionando un día de paro obligaron a ir a trabajar a sus empleados, porque es por su bien el trabajo dignifica, pero resulta que lo único que dignifica es la billetera del patrón, esa billetera llena de aportes nunca pagados, de evasiones calculadas con la contadora, deporte nacional de todo buen habitante de la ciudad feliz, una evasión que servirá para comprar gilada, para que sus hermosos hijitos se la peguen el fin de semana, o para vaya a saber qué otra estupidez en la que se suele gastar el dinero que no se comparte, porque a quién carajos le importa que tanta gente se muera de hambre en el barrio, mirá si vas a vivir preocupándote por todo, es claro que si hacés eso te morís de cáncer a la semana nomás, la vida es una sola y mejor hacerse el boludo, tal vez la única filosofía que puede ser de alguna utilidad en estos tiempos, insisto, tiempos cagados para los de siempre, como dice el refrán “cuando los cuernos de la luna están apuntando arriba significa buena suerte para los ricos, y cuando los cuernos de la luna apuntan abajo significa mala suerte para los pobres”.  

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************************humildemente, Juan**********ayer soñé que estaba cagando en el baño y no tenía papel higiénico********ojo, eso puede ser algún tipo de señal******

El lugar más hermoso del mundo

La utopía era ciencia ficción, pero al cien por cien. Supongamos que no hay más dónde escapar, porque finalmente nos dimos cuenta de que todos los lugares son más o menos lo mismo si nuestra cara de orto a la mañana va a ser siempre así. Y lo celebro, esta tarde de lluvia y frío en el barrio Rivadavia, porque todas esas caras de orto que se pasean por el chino de Jara y Garay, son las mismas que podrían estar en cualquier otro supermercado del mundo. Y no es un consuelo. La única verdad es que a nadie se le ocurriría contar una historia que no tuviese al menos un drama existencial, un drama vincular, unas imágenes totalmente dislocadas, unas historias que vale la pena designificar por el bien de quien tenga ganas de compartir esa excitación incontrolable, que es el combustible del lector. Esta semana me encontré con dos historias muy distintas, dos espacios muy diferentes, dos autores que no tienen (casi) nada que ver, aunque los dos le escriben a las ciudades que habitan, o que los habitan. Uno la Villa, el otro Nápoles. Uno comienza su relato con la brutal aparición de un cadáver, que tiene cinco agujeros en el cuerpo producto de los impactos de una nueve milímetros. El otro empieza con el sol y el mar de una ciudad que de tan perfecta, parece que se va a derrumbar. Y eso lo que un joven le dice a su tío, mientras contemplan la costa napolitana desde una habitación de ensueños: “No se puede ser feliz en el lugar más hermoso del mundo”. La clave está en que nada ni nadie contiene a la perfección en sí, y que la utopía es eso y nada más, ciencia ficción. Por eso, tal vez, la Villa de Saccomanno sea el lugar perfecto de tan podrido que está. A lo mejor sus criaturas ficcionales con sus excesos y su camino hacia la autodestrucción desemboquen en la pantalla estilizada de Sorrentino, y Nápoles se vaya tiñendo de una realidad que no es lo que se creía perfecto. A lo mejor el deseo es una droga que impera en todas las ciudades y villas del mundo. A lo mejor ese deseo nunca saciado sea la verdadera comunión universal. Pero se trata de poéticas muy distintas, eso seguro. Y después está quien lo mira y lo lee todo desde un café oscuro del barrio Rivadavia, mientras llueve y un par de personas discuten por el tránsito en el cruce de la avenida Jara con cualquiera de esas calles que no tienen semáforo. A veces pareciera que a la ciudad la hicieron a propósito para cagarle más fácil la vida a la gente. Y yo tomo mi primer café con leche del año. Y no puedo terminarlo porque un pibe entra y me ofrece un porta celular, y entonces le doy lo que queda en la taza, y le pido perdón pero ya no tengo casi nada de efectivo. Y la realidad ya no se puede adornar, y es por eso que la película de Sorrentino es tan genial. El todavía puede embellecer eso que quiere contar, aunque lo que se cuenta es bastante horrible. Es un contraste que resulta estimulante, y que se puede detectar…en esta esquina del Rivadavia también. Y lo puedo unir con la Villa de la última novela de Saccomanno, porque hay motivos similares. El más parecido es la obsesión por contar un lugar, por dejarse poseer por un lugar, por intentar sumergirse en él, mostrar su óptica como solo esos lugares pueden ofrecerla. Y ver qué pasa al final del camino, cuando se termina de salir de allí. Atmósferas que son irrespirables, personajes que ya están condenados aunque no lo sospechen. Y la fragilidad de los que sí lo sospechan, y no aguantan y se tienen que volar la cabeza de un escopetazo, o dejarse caer desde un precipicio en la costa más hermosa del mundo. No se puede ser feliz en ningún lugar, conclusión apurada. Buscar un respiro. Tal vez un destello de sol en la tarde más oscura, o un día en que la gente sale a festejar dejando la mugre debajo de esa alfombra que está detonada. Y bueno, sí, estas historias funcionan porque estamos detonados. “Hay que estar en movimiento” ¿pero para qué? No se puede ser tan pesimista, pero si las cartas están boca arriba y vienen mal, ¿qué otra cosa se puede hacer? ¿mentir para consolar, reírse como un idiota mientras todo se cae a pedazos? Bueno sí, tal vez esa sonrisa del niño que vivía sin hacerse mayores problemas, esa sonrisa que se va tornando gesto adusto y amargado con el paso del tiempo. Y luego todos los recuerdos manoseados puestos por escrito o en la pantalla, todo irreal, ciencia ficción. Más las lecturas nuevas que aparecen de aquello que ya no es, y que en verdad nunca fue como se recuerda. Ese movimiento puede ser la clave de lectura de esta semana. Dos historias que se suman a la mía. Tres lugares que nos consumen el alma y el lenguaje. Tres lugares que nos persiguen y no nos dejan dormir. Tres lugares tan distintos que se parecen mucho. Tres lugares que son más chicos de lo que se cuenta, porque son solo algunos personajes, unas cuantas historias, y muy pocas cuadras para describir. No se puede ser feliz en el lugar más hermoso del mundo, no se puede ser feliz en el lugar más sórdido del mundo, no se puede ser feliz en la ciudad feliz. Aunque sí se puede ser feliz escapando con una lectura, sí se puede ser feliz en el cine todavía, y sí se puede “aislarse de la desgracia” escribiendo una tarde en un café del barrio Rivadavia.

 

*Aclaraciones: entrecomillados van fragmentos que saco casi textuales de las dos obras citadas 1) la novela de Guillermo Saccomanno Arderá el viento 2) la película de Paolo Sorrentino Parthenope. Cualquiera de las dos cosas me resultaron geniales y son recomendables. Así como esta música que viene de fondo, y que es de la peli:

*************************humildemente, Juan****************************siendo el viento******************feliz otoño!!!*********************


Tengo un baile de marineros en mi cabeza

Eso sería el título o a lo mejor una cita de comienzo, o tal vez el epílogo, o un verso que me quedó haciendo ruido, desde una lectura de ha...