Puede decirse que sí, un poco; pero no exactamente

La relectura del verano trae aparejada un sinfín de errores, que muchas veces no tienen nada que ver con eso de tener mala fe. Errores de la memoria, o lecturas del pasado, que necesariamente están completamente editadas, corregidas, desarregladas, empañadas. Por ejemplo. “Yo recuerdo que por estos días, cuando era apenas un niño, tenía que dormir en el piso para sentir un ratito de algo más o menos frío” “En enero, en el barrio Rivadavia, el calor ablandaba los techos, y si después caía una tormenta, había que ir a buscar las chapas al patio del vecino”. Y sí…y no… o no para tanto, ¡eh! También se inventaban otro tipo de historias, como esa aterradora de los teléfonos públicos y las butacas de los cines -a los que no íbamos porque nos quedaban demasiado lejos-. ¿Se acuerdan? Eso de que había gente muy enferma, que dejaba alfileres y agujas pequeñas con restos de sangre infectada por virus mortal, para que quien metiera la mano o se sentara se contagiara y muriera a las pocas horas. O esa otra leyenda urbana, de que Nopucid contrataba helicópteros y/o aviones para sembrar de piojos las playas de la costa Atlántica, logrando así incrementar sus ganancias con la venta del único antídoto 100% efectivo contra esos pequeños bichos saltarines y provocadores de picor constante más allá del cuero cabelludo. Y de que el circo que viene todos los años le da de comer a los leones las mascotas de todos los niños del barrio Don Bosco. Tiempos previos a la sobreexplotación del googleo, a la exagerada consulta online de cualquier cosa, a la desmedida exposición a las cámaras de los celulares, que retratan todo lo que sucede para compartirlo al instante, y que la vida carezca (casi) de esos misterios insondables que despertaban la imaginación, en un contexto siempre limitado y pobre de una ciudad perdida a las orillas del Atlántico sur. Un Atlántida marplabatanense, ocupada por gente de escasos recursos pero buena (y sobre todo necesaria) imaginación. Romantizar esos recuerdos totalmente inexactos, algo que con la llegada del verano es muy común. A lo mejor, un tiempo de ocio más alargado se preste a la reflexión sobre el pasado, a la relectura, y a no dejar de agrandar esos errores totales de cosas que nos parecieron de una manera, pero que en realidad…¿? ¿En la realidad de qué o de quién?. Para Nabokov, según nunca se cansa de afirmar Rodrigo Fresán, a la realidad hay que escribirla entre comillas, algo así: “realidad”. Esa “realidad”, que sería la única, resulta tan mentirosa como la interpretación que puede hacerse hoy de su pasado, cualquier vecino del barrio Rivadavia. En mis veranos de antaño, la gente paseaba mucho más por la avenida X, siempre se compraba una campera para el invierno, y le dábamos de comer pasto las jirafas del circo que viene todos los años. Y uno y otros nos enamorábamos más fácil y con más intensidad, entre chapuzón y panzada en las playas, que por supuesto eran mucho más limpias y el agua, no me lo van a creer, era un par de grados más caliente. Y la gente que venía de vacaciones se quedaba los dos meses enteros, y salían a comer todas las noches, como también iban al teatro a ver al negro Olmedo, y era muy común cruzarte por la zona de Costa Pobre con Mirtha Legrand. Bueno, hay cosas que pueden no haber cambiado mucho, y otras que sí…o más o menos, o qué sé yo. Hoy enero se parece más a un otoño con mejor iluminación, que al verano que todos soñamos. Ya saben, no se hagan los giles…hablo de ese verano que tiene esa noche en la que no corre una gota de viento, pero que no hace un calor agobiante, sino que solamente el calor necesario para andar de remera y pantalón corto o minifalda, en el que el puerto todavía tiene una fiesta de los pescadores, y hay picada marítima a mitad de precio con cerveza muy fría de regalo, y la gente se pasea con ganas de pasarla bien y no discutiendo por cualquier gilada, y pasa el tren de la alegría con un buen tema de fondo de vaya a saber qué banda tropical, y más gente bailando y con las sonrisas dibujadas pero de verdad, y entonces se camina mucho por la costa y se miran las estrellas y todo parece como un cuento árabe, donde sultanes y sultanas se desean el mejor de los amores, y los niños y las niñas corren felices por la rambla, mientras los actores y las actrices preparan sus funciones memorables en el teatro que nunca cambia, y los años parecen caer sobre las cabezas de todos y todas y todes…y….fallas….ruido de error….ok, tal vez nos fuimos demasiado hacia una fantasía un tanto naif. Volver del pasado siempre duele, por supuesto. Imposible creerle a cualquier testigo. Las palabras escriben textos, nunca recuerdos. Y los escritores en verdad somos editores de ese material entrecortado y nunca del todo bien salvado….omisiones….mentiras….secretos….errores. Entonces la noche de hoy es una noche de enero pero para ponerse una campera, y mejor ver a dónde se puede comprar fiambre, algo de pan y un fernet Vittone que la cuenta FMI pueda pagar. El circo te lo regalo, ya no tiene animales, y los actores y actrices por ahí son youtubers que compraron un espacio al de remate gobierno monterubiano. Lo que sí, casi seguro que si andás por la zona del hotel Costa Pobre, te podés llegar a cruzar con el fantasma de la señora de los almuerzos. Y ojo con esas cosas, porque ¿cómo lo vas a contar en el futuro? ¿cómo vamos a releer este presente que ya es pasado?...y ojalá que algún día de estos pueda salir a dar una vuelta por el barrio estrenando el pantalón cortito, que todavía no pude sacar de la bolsita de los recuerdos…¿era así?....¿sí?...¿no?....¿más o menos?


*******Cierto, feliz año (casi)nuevo:

***************************humildemente, desde algún sótano del barrio Don Bosco**************Juan*********en el viejo Los Gallegos solía comer el mejor tostado del mundo***de un mundo muy acotado***********o algo así, aunque no exactamente*******

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