Una novelita marplatense (octava parte)

Un tipo cae al piso fulminado por alguna arteria que no quiso fluir más. Otra persona se le acerca, porque todo pasa en una vereda de cualquier calle. Cierto, hay un montón de esas hojas de árboles inútiles que en algún momento beneficiaron a los vecinos de la ciudad. Ahora solo son una molestia, ensucian y tapan los pocos desagües que evitarían una inundación. A nadie le importa hacer nada al respecto, porque la memoria se activa cuando la catástrofe está sucediendo, nunca antes. Y el hombre que socorre lo toma de la mano al que está colapsado en el piso de la vereda, chequea el pulso aunque no tiene idea de qué sería lo correcto. Se da cuenta que debería haber hecho un curso de RCP en algún instante de su intrascendente existencia, para estar preparado para el momento más adrenalínico –otra de esas palabras inventadas que tanto me gustan, y ya debería ir armando un diccionario propio del “uso de la lengua en el barrio…”-  de su vida. Justo ese. Pero lo único que le sale es eso, tomarle el pulso al otro, mirarlo a los ojos que están como perdidos en un más allá, y decirle suavemente y lo más calmado posible, algo que vio y escuchó en más de una escena de película o serie de televisión: “Tranquilo, quedate conmigo”:

1) ¿Tranquilo? Mucho más tranquilo sería muerto. Y eso es en verdad lo que más o menos buscamos todos los días. El instante de tranquilidad. ¿O será que lo que buscamos es relatarnos un instante de tranquilidad? Entonces, en los momentos siguientes, aparece esa evocación en palabras, y ya nos lamentamos porque pasó. El momento de la re-lectura de una acción que ya se quedó muy atrás, y que inclusive puede que no haya sido tan así, o que directamente no haya existido. La materialización de cualquier vivencia se da posteriormente, cuando la ponemos en palabras, ahí existe y pasa por primera vez. ¿Y el grado cero de esa vivencia? El grado cero es eso, un lugar en el que nada pasa porque nada se conoce. Un abismo. El socorrista le pide tranquilidad a alguien que acaba de colapsar, un sin sentido que deberá ser aclarado en la próxima re-lectura, la única manera que tenemos para acomodar la realidad. Igual, tranquilo, lo que se dice tranquilo, es casi desearle la muerte. Como sea, bien por el socorrista, no van tan mal. Mal para el colapsado, no sabemos si llegue al final de esta historia. Aunque el final es en donde partí…no no no, nada de música.

2) ¿Quedate conmigo? De todas las personas que deseamos que nos digan eso, la que menos deseamos es aquella que nos socorre. ¿Por qué el colapsado se va a querer quedar con un socorrista desesperado, a quien nunca vio en su vida, en el medio de una calle otoñal, al aire frío / libre? ¿Y por qué alguien le diría a otra persona “quedate conmigo”, si en verdad tampoco lo desea? Una mentira que sale prefabricada desde el fondo de lo que alguna vez vimos en alguna ficción. Y ahí tenés, la ficción nos da los lineamientos generales para poder acomodar la realidad. Parece paradójico, pero es así. Lo que vivimos día a día, nuestras acciones, son en verdad actos reflejos que incorporamos de tanto consumir ficciones, en el formato que sea. En mi caso debo confesar que de no haber visto películas, no podría enfrentarme a una situación de socorro del estilo que intento redactar. Ver una persona en el piso, asistirla, hablarle para que “se quede conmigo”. Genial, gracias ficciones, gracias... 

Ahora, volviendo a la habitación del personaje perdido en vaya a saber qué lugar: entre perdidos suelen cruzarse, aunque no estoy muy seguro. Podemos aventurar un encuentro sobrenatural, más allá de lo físico, más acá de lo espiritual. Dos seres ficcionales que colapsaron en distintas circunstancias, y que tal vez uno esté mucho más cerca que el otro de la muerte. Digamos que sí, escribamos que sí. Y se encuentran chocando sus energías en un espacio sin profundidad, sin materia, y se sienten y se cruzan sus dispersos pensamientos, y se dan una serie encadenada de pesadillas en las que no se reconocen para nada, como si sus recuerdos materiales y reales se mezclasen de manera caótica, como si sus partes importantes de la vida fueran trozos de un rompecabezas sin sentido. Imposible reconstruir aquello. Una fusión descontrolada y donde esos dos cosos etéreos mantienen algo de su individualidad. Individuos hasta el final, y más allá... 

---Y más acá intentan identificarse esos personajes que se ubicaron en la posición de rescatistas. Tal vez, uno se la comió de garrón, mientras que el otro fue decidido a intentar sacar del abismo a ese personaje que había conocido en un asalto, con quien días después había ido a la laguna a tomar mates, con quien había abortado y de quien creía empezar a enamorarse. ¿Cómo enamorarse de un abismo? O ¿Cómo no enamorarse de un abismo? Las historias se cruzan, los personajes también. Y es todo un desorden porque no conozco ninguno de sus nombres. Hay algo que impide nombrar en este abismo. ¿Y quién dice YO? Abismado como la historia que ahora parece perder todo tipo de referencia, de sentido. El cielo está despejado, el otoño descansa en sus hojas doradas sobre el asfalto, dos personas que no se conocen comparten un viaje con destino a la muerte, pero solo hay lugar para una de ellas. La otra, quedará en ese abismo, quién sabe hasta cuándo. A veces es mejor morir y ya, se dicen para sí los otros dos personajes rescatistas. Pero no pierden las esperanzas. Están atentos a una reacción, no quieren que su rescatado se les muera, no al menos en ese instante, porque ¿qué hacer ante esa situación? ¿en qué ficción referenciarse? ¿llorar? ¿llamar a la casa velatoria? ¿salir corriendo? Pero el abismo da garantía, las personas que elije no se pueden escapar así de fácil. Y el trabajo es en dos direcciones: dentro y fuera. Pero a no engañarse, el todo es del abismo.


*****y una música más para la no lista de la novelita:

*************Las fotos corresponden a una serie que se titula: las mejores peores postales de la ciudad**************humildemente, un servidor**********esta semana descubrí las mejores empanadas del barrio Rivadavia*********no me auspician, no te puedo decir********


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Tengo un baile de marineros en mi cabeza

Eso sería el título o a lo mejor una cita de comienzo, o tal vez el epílogo, o un verso que me quedó haciendo ruido, desde una lectura de ha...