Una novelita marplatense (quinta parte)

Regreso de la laguna…

Una vuelta, en la laguna de los Mapadres, dos pescadores encontraron un lobo marino. Y aunque nadie pudo corroborar nunca jamás la anécdota, todavía queda uno de ellos con vida. Este pescador vive en las cercanías de la laguna, o en sus lejanías pero de ahí nomás, en una casita tipo cabaña, que nadie conoce exactamente dónde queda, pero que es la prueba cabal de que esa anécdota es verdadera, y que una vez en la historia – por lo que se sabe fehacientemente – un lobo marino nadó en las aguas de la laguna de los Mapadres. ¡Y qué querés! A falta de monstruos legendarios, y a sobra de coipos y ratas, la laguna merece al menos esa leyenda, la del lobo marino de laguna, visto solo una vez por dos pescadores de la zona, uno de los cuales falleció hace años, y del otro poco se sabe, debe andar por acá nomás, medio escondido, medio vuelto loco por aquel descubrimiento de un animal fuera de contexto. Como nosotros, se dijeron la pareja de jóvenes que se habían conocido en un asalto. Se miraron mientras viajaban en el 777 rumbo al centro, para de ahí combinar con otro bondi, cada uno para su barrio, barrios que no voy a nombrar, pero que solían identificarse con equipos de fútbol archirrivales, porque para eso existen los equipos de fútbol masculinos, para poder juntarse a odiar a alguien más sin tener que dar ningún tipo de explicación. Y en el micro estaría bueno que la pareja se cruzase con aquel pescador sobreviviente, capaz de contar lo que sus incrédulos ojos habían visto ese día, un día que lo marcaría para toda la vida y más allá. Y el viejo pescador ya tendría el semblante de un Ahab, pero sin pata de palo, porque a diferencia de las ballenas los lobos marinos son bastante más perezosos, no suelen gastar energías en atacar seres humanos, por suerte. Y haría hincapié en eso, mirando a los jóvenes. Eso de que lo extraño había sido ver a un animal tan fuera de contexto. El final de la razón. ¿Cómo había llegado allí? ¿Alguien lo habría arrojado a la laguna? “Por supuesto que no, porque te das cuenta”, dice el viejo pescador. ¿De qué? “De que el animal se paseaba por la laguna como un experto habitante, como un local acostumbrado a esas aguas, a sus cambios, a la gente que acudía a hinchar las pelotas los fines de semana. Eso se le notaba en los ojos, en la manera de nadar, en su descanso entre los juncos, en la indiferencia de los coipos, que casi lo saludaban al pasar, como si se tratara de un vecino de toda la vida”. ¿Cómo podía ser eso posible? El pescador no se lo podía imaginar. Y lo que menos le entraba en la cabeza era cómo había desaparecido de repente, de un día para el otro. Jamás nadie volvió a ver al animal nadando por esas aguas. Jamás nadie en la zona se encontró con el cadáver del lobo marino. Sin dudas que lo trataron como a un loco, a un borracho de los tantos que hay en la zona. Un pobre tipo que inventaba historias para pasar el rato, que no es más que lo que intenta hacer este escritor del barrio…no no no, nada de nombre de barrios ni de marcas de alfajores o lugares reconocibles o calles o clubes o lo que sea que referencie a esa ciudad innombrable. ¡Cierto! Ya se me escapó el número de un colectivo, pero no es para tanto. Son números. Volviendo a eso de inventar historias para matar el rato, mientras se toma algo para entrar en calor en este otoño-invierno que me tiene estornudando casi 24x7. Sí, un poco este viejo pescador es la imagen de quien escribe, sin esperar mucho más de la vida. Escribir como pescar esperando sacar algo más que una zapatilla agujereada y dos piedras. Escribir imaginando que se sale del puerto en busca de la gran ballena blanca, o de cualquier otro animal fuera de su contexto, algo increíble, algo inverosímil pero real, y por eso inolvidable. Esa es la intención en la partida, que se crucen las bestias y que Virgilio nos guíe desde la oscuridad hacia la luz de Beatriz, y que la aventura termine en la brillantez de la mejor de las revelaciones. Pero nada de eso sucede nunca cuando se escribe. El camino es una constante de horizonte plano, una marea generalmente calma, con pocos sobresaltos y la certeza de que en algún momento las palabras se empezarán a mezclar tanto que sí, aparecerá una tormenta horrible que derivará en naufragio y llegada a una isla olvidada del mundo, pero muy mal escrita. Y fin de viaje. A lo lejos, algún distraído reparará y gritará señalando, “vean, ahí está ese loco que habla solo, o escribe, para el caso lo mismo da”. Lo mismo que ese pescador, este escritor se toma su vino y se acuesta a insomniar en una cabaña, recordando esas cosas que escribió y que pensó que serían sorprendentes para aquellos que no lo consideraron así. Y la pareja de jóvenes que se conocieron en el asalto llegan al centro, se despiden del viejo pescador, se bajan del 777 y caminan pensando en que si tuvieran a sus abuelos vivos, no querrían que fueran pescadores ni escritores.

 

Por primera vez en la novelita, el hospital…

Esto tiene que ver con ese lugar inevitable que todo el mundo nace queriendo evitar: El hospital. Paradójicamente, justamente es allí donde se nace. Preferentemente. Y también es allí donde se muere. Preferentemente. En el medio, todas las otras cosas que pasan en la vida, más alguna visita esporádica a ese evitable / inevitable lugar. A veces para compadecerse de alguien más, a veces porque alguna situación más desgraciada nos depositó ahí a cada uno de nosotros. Horas camilla, horas cama hospital. Todas esas horas que desearíamos utilizar para cualquier otra cosa, para estar en cualquier otro lugar, cualquiera. Elijan el que sea. Y estos dos jóvenes no querrían estar allí a punto de abortar, pero no les quedó opción. O no pensaron en otra cosa. La cagaron, sí, después de todo, decidí que tenían que vivir un drama tempranero. ¿Por qué? Principalmente, para joder a los anti derecho. De esos hay miles por las calles del barrio…no no no, no pienso morder el anzuelo, ningún barrio a nombrar, ninguna de sus calles, ningún tema musical habilitado para lista de esta novelita. Y entonces la situación intrahospitalaria imposible de evitar:

1) Hablando de Kafka, el clásico es la danza terrible con la burocracia. Trabas y burocracia qué frustración, no no no, otra vez un recuerdo musical. Como sea, el hospital te pide paciencia y que además no hagas ruido. A pesar de estar esperando horas por la atención, calladito y que pase el que sigue o pueda caminar. ¿A ver a quién le duele más / menos? Y los que aguantan el dolor, finalmente llegan a la ventanilla y tienen que sacar tarjetas, papeles, identificaciones, llenar formularios y firmar. Además de pagar porque la prestación médica esa reintegra luego de pasadas dos semanas. Si después de todo eso se sigue con vida y sin haberse desmayado, bueno, a sentarse en el banquito de suplentes y a esperar el llamado. Una voz confusa que tira un apellido al azar, y espero que no tengas en tu DNI un Martínez, González o López, porque la confusión puede terminar de concretar el trabajo de la enfermedad.

2) Suponiendo que te atienden dentro del día en el que fuiste a ver al médico, ojalá tengas / consigas una cama en alguna habitación abarrotada tipo pabellón carcelario, para poder hacerte la intervención o el tratamiento necesario. ¡Y que no te agarre un virus intra-hospitalario. El menos hospitalario de los virus, porque es uno que estuvo entrenando largo tiempo entre quirófano y quirófano, ya se las sabe todas, conoce a los enfermeros mala onda y a los matasanos menos avezados. Entonces el guacho se la agarra con los perejiles como YO. Y así fue como estuve a punto de morir. O, mejor dicho, así fue como llegué a morirme por unos minutos. Pero parece que la otra vida / más allá que acá, tenía menos capacidad que el hospital, y disculpe pero en este momento no hay lugar para alojarlo por el más allá, lamentablemente debe volver al más acá, y seguir soportando los ronquidos de su compañero de sala de cuidados intensivos.

3) El tan añorado / deseado / esperado día del alta. Ese que parece no llegar más, un día llega porque hacen falta camas, y cae el médico con un discurso un poco cambiado al del día anterior, Lo que antes era un “mejor nos quedamos tranquilos unos días más por acá”, ahora es un irrebatible y poco confiable “vamos a darte el alta y ver qué pasa”. ¿Y ver qué pasa? “Eso, sí, ver qué pasa, porque al parecer todo salió bien y no van a ser mapadres. Pero que quede claro que yo soy un médico hecho y derecho – sobre todo esto último – y que estudié en una prestigiosa facultad de medio pelo pero del Opus Dei, donde mientras aprendías sobre el cuerpo humano te enseñaban que Dios es un chabón con el poder de embarazar mujeres sin tener que dar ningún tipo de explicación. Más todavía, ellas deberían agradecerle. ¿Qué cómo lo hace? Con su pija divina, una que labura a distancia y en ausencia, la pija perfecta”.

Entonces los dos adolescentes que se conocieron en un asalto hace semanas, ahora ya tienen un trauma que compartir. Y, sobre todo, son conscientes de que una etapa de sus vidas ha quedado atrás. ¿Y para adelante?... Quién sabe, solo Dios y su pija divina sabe…no no no, otra vez una música que se quiere hacer lista de reproducción irreproducible. Perdón, acá va el peeeeeeeeep de censura.


*De la prohibida lista de temas, vamos con la religiosa, para tratar de reconciliarme con la gente divina del Opus Dei:

**************Humildemente, Juan Scardanelli********algún día voy a contar con ese tipo de producciones tipo...like the FBI and the CIA and the BBC, BB King ¡y Doris day! (otro tema para la lista musical de la novelita)****la semana que viene la seguimos, si te pinta..............

Una novelita marplatense (cuarta parte)

En ninguna laguna hay faros. Solía haber uno en cada pueblo costero, pero en un punto entraron en desuso por la evolución tecnológica. Lo mismo pasó con el amor, la guerra y las novelas marplatenses. En esta laguna pasaba todo eso que ya no existe. Dos personas tomando mates y charlando sobre nada en particular. Comentando cosas que vivieron pero nada demasiado profundo…profundo, lo que se dice profundo, no creo haber hablado con nadie, ni tampoco creo que lo haga, entonces no tengo material para mis dos – hasta ahora – queridos personajes. Y los quiero un poco justamente por eso, no necesito que me cuenten sus problemas. El escritor no es psicólogo ni mucho menos amigo de sus personajes. Mejor que se arreglen entre ellos. A lo mejor, sí consideran que lo que hablaron en la mateada de la laguna aquel día fue profundo. Yo, insisto, no lo puedo adivinar. ¿Qué sería hablar profundo, ponerse solemne y contar la vez que te coló la pija tu abuelo por el orto? No lo creo. Perdón por eso, todavía no quería enfocarme en escenas sexuales, sé muy bien que eso recién viene casi al final de las historias de amor entre personas jóvenes que se supone son vírgenes, o medio vírgenes, o casi vírgenes, o vírgenes de alguna parte, de alguna forma. El caso es que los traumas sexuales suelen rankear – dicen que en Perú y en Chile se escribe así, y que en el resto de Latinoamérica lo hacen de la siguiente forma: ranquear, aunque las dos suenan igual, igualmente inglés, un idioma que se tiene mucho en cuenta en el barrio, pero que queda mejor odiar un poco - alto en los temas considerados “profundos”. Justamente, de profundidad un poco se trata. Este tipo de chistes nada tiene que ver con lo que hablaban entre mates los dos personajes que ahora lucen su juventud en el baño de la laguna de los Mapadres. Y ahí el reviente se hizo carne, y comenzaron a meterse mano, a morderse, a chuparse, a frotarse, a lastimarse de ardor sexual. Todo sin desnudez total ni mucho menos penetración / profundidad. Hacía frío, estaban en un lugar público, había algunas personas dando vuelta. Pero bueno, algo lograron para mantener el calor de una historia que comienza a ponerse picante. Es necesario que los personajes aprieten de vez en cuando, se toquen la chota, se masajeen los pezones, se metan los dedos en el culo y después se los lleven a la boca, para demostrar que la cosa va mucho más allá de lo convencional, porque si hay amor está demostrado en ese tipo de acciones. Y después siguieron caminando como si nada, rumbo a la parada del 777, que estaba a punto de pasar por última vez en la tarde de la ruta 666. Una ruta que es casi como una calle más de la ciudad, totalmente integrada al ritmo marplatense, une barrios que en algún momento habían sido periféricos, pero que ya estaban contagiados de marplatensidad, un virus de singular tristeza que suele atacar fuerte en invierno, y que en verano muta un poco hacia la porteñidad, pero es una variante de corta duración. Una variante golondrina que empezó durando poco más de dos meses, y que ahora se reduce a una semana y media, la quincena como mucho. Los virus se degradan con el tiempo, se aburren de ser huéspedes. Y eso es una cagada porque de repente el virus es tu nueva personalidad, y lo que quedaba de tu identidad original es el nuevo huésped en franca retirada. Retirada de escena de camping que tenía ganas de inventar, porque la verdad es que en esa misma laguna tuve mi primera transa. No hablo de venta de drogas, sino del beso con lengua. De entre los grandes éxitos de mi vida, ese beso debería haber desaparecido, la verdad. Las bocas secas, las pieles duras del frío, los labios a punto de agrietarse, la poca flexibilidad en los movimientos de los cuellos, una cumbia de Amar Azul que sonaba de fondo, desde uno de los equipos de audio a pilas que se solía llevar para tener música en la era paleozoica, mucho antes del celular, el parlantito y el bluetooth y la mar en coche. Un beso tremendamente olvidable en el día del estudiante, en primavera…qué más quisiera que pasar la vida entera, como estudiante el día de la primavera…no no no dijimos que nada de lista de canciones pegajosas para esta novelita. Recuerdo también volver en el bondi con la sensación de haber pasado la prueba que me otorgaba, finalmente, el salto a la siguiente etapa de la vida. Un beso olvidable que significaba el final de la infancia. A lo mejor, por esa manera de interpretarlo de aquel entonces, ese beso sigue figurando en la lista de los greatest hits de mi vida. Y llegó a esta novela, a esta escena plena de sexualidad. Recuerdo también que llevaba un calzón rojo, eslip, con un par de agujeros. Y que cuando me senté en el bondi me di cuenta que estaban mojados por la puntita de mi poronga, que empezaba a despertar a la vida. ¡Cómo me dolieron los huevos esa noche! El alivio llegó con la película nocturna de The film zone, una que te mostraba hasta ahí nomás, pornografía para pobres, con escenas vedadas. Bueno, digamos que esta pareja no va a pasar por eso, porque en sus casas hay decodificador con canales premium. Una revancha que me da la escritura, ahora sí se acostaban mirando el canal Venus y todos sus detalles en alta calidad de imagen, sin rayas ni distorsiones, que fueron traumas con los que convivió y convive toda una generación, la generación a la que pertenezco y que no tiene por qué aparecer en esta historia. Una ex generación, portadora de faros, pilas grandes D alcalinas  y apretadas en baños públicos.


*Está bien, este capítulo dejó alguna que otra escena un poco fuerte. Pero es parte de la vida / escritura, y qué le vamos a hacer, tanto como el malogrado tema de Calamaro que sobrevivió a la poda musical que se propone en la novelita:

*******+Humildemente, Juan++++++*******Carcelero de tu lado más grosero************hasta la semana que se viene********

Una novelita marplatense (tercera parte)

A veces las cosas se traban. Y eso es lo que me pasa muchas veces con la escritura. Y en la vida. Y espero que mi revancha venga con la muerte, ser fluido al menos en ese acto. Pero volviendo a la historia de estos dos personajes…¿y por qué un número par, el más limitado de todos? Acá tendría que anexar un estudio sobre mi personalidad, pero como no se trata de mi historia del YO, sino de otros yoes, bueno, seguimos con estos dos. Calculo que podría aventurar que cada personaje se desdobla de mi propia personalidad, alentando una interpretación psicológica, cosa que está muy de moda. Corrijo, que siempre estuvo de moda. No lo prefiero. Son dos personas porque para que exista la Historia – así con mayúsculas, la que se puede enseñar / compartir en cualquier institución educativa, ya sea la de Mitre o la revisionista número quinientos veintitrés – deben interactuar, como mínimo, dos personas, para que puedan testimoniarse, compartirse ciertos razonamientos, vivencias, puntos de vista, y etcétera. Por eso y para poder destrabarme rápido cada vez que sienta que la escritura no fluye. Una pareja es lo más fácil de abordar, porque cualquier cosa cabe ahí. Un mundo a partir de dos hemisferios, con sus puntos en común y sus divergencias irreconciliables. Individuos diferentes, gustos diferentes, orígenes diferentes, futuros…con el futuro tengo un problema, y es la pregunta: ¿qué vas a hacer con él? Aunque, en verdad, la pregunta del millón sería ¿qué carajos va a hacer el futuro conmigo, con mis personajes, con esta novelita marplatense, con el pasaje del colectivo, con el laburo de verano, con la violencia, con la muerte, con la vida, con el amor…? En definitiva: enfermedades, porque se puede interpretar todo como una patología, como para salir rápido de la falta de ideas y quedar bastante inteligente. Vamos a poner por caso que un día, estos dos jóvenes que se conocieron hace meses en un asalto, se fueron a matear a la laguna de los Mapadres. Una laguna bastante sucia, que pretende ser una réplica del lago Ness o del Nahuel Huapi, pero que no tiene monstruos legendarios, ya que solo cuenta con familias de coipos, un roedor un poquito más chico y feo que un carpincho. Nada de leyendas ni de historias copadas. Sin capacidad para generar un ambiente vaporoso y de misterio como la laguna de Twin Peaks. Y yo como director, que nada que ver con David Lynch. No conozco bandas indie copadas, ni contesto teléfonos en salas rojas, entre enanos y seres humanos con cabeza de conejo. Más bien, una suerte de “yo puedo compaginar la inocencia con la piel” no no no, otra vez esa tentación de armar listas musicales en novelas que no valen la pena. Seguimos…siguen, ellos dos en la laguna, tomando / compartiendo mates y esperando porque algo suceda, algo parecido a lo de aquella noche, esos besos y caricias que ahora tenían en un pedestal. Pero la nueva escena, con frío, sol tibio y día, complicaba las cosas. ¿Por qué habrán quedado juntarse en la laguna de los Mapadres como segundo encuentro? Vaya uno a saber, y a lo mejor es que las relaciones también suelen tener sus momentos de traba, donde se descubre que lo que parecía fluir, bueno, ya no lo hace. Y de eso tiene la culpa el pasado y su constante necesidad de ser evocado. Un tiempo fabricado para cagarnos el presente y mantenernos a miles de kilómetros del futuro. El tiempo de la nostalgia, el tiempo que –paradójicamente – más nos hace perder el tiempo. El pasado y nada más…no no no, otra evocación de canción pasado / pasada de moda, resucitada alguna vez para una película que habrá que ver cómo envejeció con el paso de los años. Calculo que lo hizo / hace como yo. Nada ni nadie envejece bien. ¿Algunos vinos, tal vez? Aunque la mayoría se terminan picando y se vuelven intomables. YO. Ese Yo que dice yo, estaría pasando por un momento de envejecimiento prematuramente insoportable, y puesto a la mesa del domingo resulta una verdadera pesadilla en plena vigilia, que sería la peor manera de un sueño. Desde ese lugar de enunciación, que esa persona se ponga a contar la Historia de dos adolescentes que se conocieron en un asalto y que se juntaron en una laguna muy muy lejana llamada de los Mapadres, resulta un riesgo muy grande. Porque este narrador tiene que exigirse volver a su propio pasado para recuperar sensaciones, escenarios, palabras y formas de relacionarse con el mundo que le vienen desde muy atrás, cada día más atrás. Y esa evocación, a la vez, es un gran peligro de nostalgia que podría terminar en dos catástrofes insalvables:

1) Un asesinato en la laguna. A lo mejor, uno de los adolescentes mata al otro y comienza una novela de tipo policial / detectivesca, o de suspenso tipo fuga y persecución.

2) La caída en depresión total del narrador. Un YO que al escarbar en su pasado, se tienta a quedarse allí abrazado a su propia angustia, sus recuerdos dolorosos, sus pérdidas y malas decisiones. Un combo que podría finalizar con el suicidio – iba a escribir “abrupto”, pero es una redundancia – de un narrador más en pleno otoño en ciudad costera, con esas cosas propias de la zona Atlántico sur, como el frío y la soledad.

Pero puede haber una salida más. La única posible: la continuación de esta novelita con sus capítulos semanales en un blog de mala vida / buena muerte. Y para que la Historia continúe, estaría necesitando de todos sus personajes. *Advertencia para el narrador: ¡Por favor! No vayas a matar a nadie, al menos por ahora.

Con el pacto debidamente establecido, la novela continúa en esa laguna soleada y fría, llena de todo tipo de roedores y mugre que la gente tira porque da paja usar una bolsa. ¿Para qué será que existe el pasado? ¿Será ese el lugar donde acudir cada vez que un escritor está a punto de trabarse? Un lugar con doble filo, sin dudas.


***La seguimos la semana que viene. Y aunque el narrador no lo quiera, la lista de músicas continúa también:

*********************humildemente, Juan****************termino cada día empiezo cada día, pero la novelita va...........**********

Una novelita marplatense (segunda parte)

Volviendo a la historia principal, la más importante de todas. Esa que se utiliza como gancho para lo “supuestamente profundo”, que sería…¿Qué sería? Podría pararme sobre alguno de los dos personajes adolescentes que se conocieron hace un tiempo en una fiesta, que para melancólicos noventosos como yo se denominaba asalto. Y como opté por la opción menos traumática, no tuvieron ninguna situación desagradable, solo una apretada homeopática, una rascada sin mayores consecuencias. Entonces, quedaría habilitado para empezar a desmenuzar por separado a cada cual, a cada uno de esos que se empeñan en borrar límites para vaya a saber qué cosa. Juntarse para ser uno, perder un poco la individualidad. ¿O habría que decir que juntarse con alguien genera una mayor entropía, una ampliación de esa individualidad que por fiaca seguimos nombrando YO?. Así, en mayúsculas. Cualquiera de esas dos individualidades que rascaran en el asalto podrían llamarse YO. Yo mismo sería el yo que dice YO. Y ya habría una especie de triángulo amoroso espectral, con un vértice escrito, esta historia, o lo que sea. En esa figura geométrica – lo pongo así para no repetir la palabra triángulo, porque me molesta un poco – el más perjudicado es el que escribe, porque tiene todo el peso en su:

1) ¿Pluma? Muy poético, demasiado.

2) ¿Lápiz? Décadas que no escribo con uno. Aunque sí debo decir que me regalaron el año pasado el mejor de todos. Un lápiz con motivo Franz Kafka, solo para fanáticos que hayan paseado por Praga. Como nunca estuve ni cerca, trato de conocer gente que sí haya paseado por esos lugares que imagino siempre grises, por los que el también siempre gris Franz solía pasearse. Y me imagino que nos encontramos en esa cueva que siempre soñó o pesadilleó – gran verbo que propongo inventar para el mañana -, y que nos ponemos a escribir como posesos mientras alguien desde el afuera universal nos pasa comida y nada más, dos condenados a escribir por escribir nomás. ¿Y qué hacemos en los momentos de calentura, excitación, fiebre pasional? Cogernos. Me imagino cogiendo con Kafka, mientras comentamos lo que escribimos y las cucarachas nos miran como diciendo qué cosa más desagradable esos dos seres…y como lo que él escribe es todo el tiempo impresionantemente perfecto y sorprendente – y, sobre todo, muy kafkiano-, mi bronca me lleva a ser el más activo en lo sexual, una especie de consuelo de mal escritor, yo garchando a Kafka, aunque en verdad preferiría que fuese parejo, porque a lo mejor le robo algo con eso, y quién sabe si no hay una gran novelita marplatense esperando nacer…no no no nada de canciones para improbable lista a ser escuchada en más que sanguinaria plataforma dementora de grandes artistas.

3) ¿Lapicera? ¿Lápiz era? La cuestión con ese objeto es que soy zurdo. No lo digo políticamente, ni futbolísticamente, aunque sí suelo votar a la izquierda y me encantan los equipos que dirigía Ángel Cappa. Pero acá lo digo a la hora de escribir. Toda una vida luchando contra la mala prensa que sufrimos los zurdos de escritura, manuales interminables dedicados a nuestra supuesta enfermedad, butacas en la facultad que son todas para derechos y derechas. Personas derechas, eso es lo que se empeña en formar la ciudad, desde sus inicios. Por eso los curas tienen cada uno una escuela para formatear su futuro público, por eso siempre hay un intendente derechoso, siempre chabón, siempre con el mismo sweater, adicto al café de la Fuente de Oro. Del otro lado de Champagnat, algún zurdo como yo, condenado a mancharse la mano con lo que escribe, que después apenas si se entiende porque quedó todo borroneado, corrido de lugar. Y eso no está nada mal, después de todo. Hay poemas que nacieron así, de palabras borrosas que nunca pude recuperar, y que dieron nacimiento a otras que aparentemente mejoraron el texto en su conjunto. O al menos eso parece. O tal vez solo me parece a mí. Como sea, año 2024, mal año para ser zurdo. Aclaro, ninguno de mis dos personajes adolescentes que se conocieron hace unos días en el asalto son zurdos. Yo solo me mancho los dedos con tinta.

4) ¿Teclado? Usé varios formatos con teclado. La más vieja y confiable fue la máquina de escribir, una Olivetti que era de mi abuelo materno. La Olivetti que viajó a través del pueblo sojero con nombre de santo menor, y que llegó hasta el barrio…no lo voy a nombrar, pero queda por Jara al fondo, más o menos. ¡Más o menos bien! No no no nada de temas para lista insoportable de lavar ropa el domingo. Ya saben, otro lugar común, el que escribe comentando cómo era que se hundían las teclas con pura fuerza de dedo mientras los vecinos se quejaban por ruidos molestos y la famosa / prestigiosa imposibilidad de corregir: “en mis tiempos no había vuelta atrás, más vale darte un saque y escribir todo de una”. Luego recuerdo una semi automática, como un revolver calibre 38 actualizado / retocado, que recargara por su cuenta las balas. Una máquina a mitad de camino entre notebook y Olivetti: el teclado de compu, pero con rodillo y cinta. ¡Tercera posición! Lo malo de esa maravillosa máquina es que el mecanismo de teclado tipo compu exige demasiado al rodillo y la cinta, por lo que solía romperse a menudo. Además, se presionaba mucho a la memoria, porque el rodillo iba más despacio que los dedos. Textos enteros que perdían fluidez, como espero que no sea este caso, o no lo esté siendo. Ok, tengo un problema: la obsesión por la fluidez. Listo, máquina semiautomática descartada. Finalmente, y a falta de una adecuada evolución, llegamos a la computadora, que más o menos sigue siendo igual desde su aparición en el barrio hasta hoy. Ya sé que cambiaron un montón de cosas, pero en lo que es sentarse a escribir, la computadora funciona más o menos igual que décadas atrás. El teclado no evolucionó para ninguna parte. Por ahí puede ser más o menos compacto, más o menos sensible, pero las letras están distribuidas casi de la misma forma que la Olivetti. ¡De verdad! Doy fe porque estoy viendo las dos cosas en este momento. ¡Cuántos recuerdos en dos máquinas! ¡Cuántas historias que no funcionaron! ¡Cuántas horas….¿perdidas, ganadas, quemadas, invertidas, jugadas, pesadilleadas – insisto con esta palabra –? Recuerdo haberme caído de una escalera por llevar el peso de la Olivetti entre mis flacos y débiles brazos. Recuerdo haberme quebrado alguna parte del cuerpo por eso. Recuerdo que la Olivetti quedó intacta. Molestamente irrompible, a diferencia de la notebook que suelo usar y que se suele romper cada dos por tres, o que se suele quedar sin batería. En el juicio final:

a) ¿En cuál confiarían más?

b) ¿Con cuál se quedarían?

Esas son las dos preguntas más importantes que uno debe hacerse a la hora de elegir un objeto o persona. No significan lo mismo, y les adelanto algo – ahora se dice espoilear, no sé bien por qué -: muy rara vez coinciden las respuestas. Lo más confiable no suele ser objeto / sujeto de deseo. Lo más deseado no suele ser objeto / sujeto de confianza. Y algo de eso hay en esta relación que empieza con estos dos adolescentes que tal vez no deberían haberse conocido en el asalto en barrio Cheto. 


**Continúa la semana que viene. Y es verdad que está prohibida la lista de temas de la novelita, pero bueno, acá va una de los nombrados hoy:

**********************************humildemente y avanzando con la novelita, Juan Scardanelli++++++++++más o menos bieeeeeeeeeeen+

Tengo un baile de marineros en mi cabeza

Eso sería el título o a lo mejor una cita de comienzo, o tal vez el epílogo, o un verso que me quedó haciendo ruido, desde una lectura de ha...