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Cuarenta años y un par de días

La vida cotidiana y todos sus puertos, donde parar para ir por algo fuerte para tomar, como cuando una tarde decido quedarme sentado mirando el techo o leyendo o matándome a pajas. Todo eso envuelto en un lenguaje brumoso, casi violento, porque la vida también es ese tipo de accidente brutal. Ir caminando hacia la punta de un precipicio, que después es una suerte de remanso, y que después se transforma en la peor de las pesadillas: ese estado de incomodidad cuando se queda, la pesadilla de la que nadie puede despertar. Lo más doloroso acontece cuando uno empieza a ver a los demás penantes, sufrientes, sin poder hacer nada por advertirlos. Pero de eso se trata una visión poco menos que negativa, fatalista, brutalista. Y no es todo el tiempo eso, digo, la vida cotidiana. En el barrio Rivadavia hay un exceso de confianza en el tiempo, porque da la sensación de que si el domingo ganó Alvarado, todo lo demás puede ir acamodándose. Una cosa funciona más o menos bien, una fiesta salió divertida, se chupó como hace tiempo, se morfó diez puntos, ergo mañana lunes (hoy) las cosas en la ciudad van a ir mejor, el país sí o sí tiene que salir para adelante. Y para adelante es la bruma de ese puerto donde despunta un bar de mala muerte, donde ahora nos sentamos a tomar cualquier cosa fuerte, porque no hay ganas de saborear nada, solo de sentarse en la barra a quemar el paladar con agua ardiente (que por eso tiene ese nombre) y a pasar el resto de la vida charlando con el que atiende, el que se dedica a llenar y rellenar los vasos. Y nunca es un buen consejero, pero sí es el mejor escucha, el único que presta la debida atención porque sabe que se juega el sueldo. La más pura de las relaciones. Sabe perfectamente que va a llegar un momento de la noche en el que dirá las palabras mágicas que no quiero escuchar: “Ya fue suficiente, amigo”. Esta es una frase enlatada, inevitable, que por lo general suena igual en cualquier idioma. Yo puedo ser él o cualquiera, en el bar latitud x, longitud y, en la ciudad de los fracasos colectivos. Ahí está la especificidad de los sentimientos dolorosos, se sufren en soledad, aunque parecen estar dictados por todo un contexto que les da nacimiento, los encuba y los ve crecer. Envejecer es un poco entender que el viento va a seguir jodiendo, y que nadie lo va a reclamar, que es en vano caminarle en contra, y que esa intensidad nos va a acompañar hasta la finalísima, más vale irse acostumbrando. Frase de historia número tanto: “Pagarás lo que tengas que pagar, al final de este y todos los demás días”. La cuenta para estos casos es indistinta, el hecho de tener que pagar es el verdadero trauma. Deber a cada instante, estar en deuda, caer en esa desgracia cotidiana. Tratar de achicar, ponerse al día, todo un esfuerzo al pedo para poder volver a empezar el ciclo. Una deuda más al tigre, ¿qué le puede llegar a hacer? Aprovechar las ventajas de vivir en la sociedad mercantil poscapitalista, preapocalíptica, donde las expresiones políticas son un puñado de slogans de la próxima campaña electoral. Entonces caer otra vez en el casillero que dice: “la culpa de toda la mierda que comemos hoy la tiene el gobierno anterior”, “ahora resta enderezar el buque para normalizar las cuentas”, y así volver a empezar comiendo mierda pero sintiendo que en un futuro siempre lejano las cosas van a estar mejor para las grandes mayorías. Y si estás en descuerdo es que no querés a tu patria, que no respetás a tu matria, que si contamos los votos tendrías que admitir que no se puede decir ni jota porque el tanto por ciento decidió que la mejor manera de salir de la mierda es atragantarse de más mierda. Me dijeron que cumplir cuarenta años y algunos días traía algo de esperanza, y hacia eso estoy viajando. Pido al barman otro trago de eso, que ni sé cómo se llama pero que pega bien. En realidad, no sé si pega bien, pega y punto. A esta altura con que pegue fuerte alcanza. Frases que uso con más frecuencia a partir de hoy: “me duele la espalda”,” ya no tengo garantía y lo que se rompa a partir de acá no tendrá arreglo posible”. “Si de casualidad me llego a enamorar, tiene que ser culpa de ese mismo viento, o de esa cosa fuerte que estoy tamando, o en verdad quiere decir que estoy viendo una serie o una película, o leyendo una novela de xxx”. No me den bola, como me dijo hoy mi hermana: te pegaron mal los cuarenta. Pero en verdad lo que por ahí me pegó mal fue este licor de no sé qué mierda, será marca libertario. Me siento un gobernador de provincia siendo atacado por feroces tuiters de más que manso presidente pronto a salir de viaje turístico / religioso. No, no lo voté ni lo votaría, porque los presidentes me parecen personajes de ficción muy mal escritos, en una historia que deja mucho que desear, porque aunque tiene un argumento realista, para explicarse evade la realidad o la sepulta para siempre jamás, hasta que un día esa realidad ignorada comienza a germinar y se hace una enredadera que termina por invadir todos los espacios como un gran estallido social. Otra de esas frases que ya son de uso común, y que todos los días suenan en la radio. ¿Cuándo no estuvimos “a punto de un estallido social”? La realidad es un invento de laboratorio que salió mal, porque es un experimento. Como tal, experimento se le dice a todas esas cosas que no funcionan nada bien. Y la realidad sería un experimento siempre a punto de terminar pero nunca terminando bien, y entonces cada tanto hay que meterse otra vez en el laboratorio y ver qué puede salir otra vez, y otra vez…y otra ronda de ese trago fuerte, barman querido…sabés bien que hoy es lunes y me pegó mal cumplir cuarenta años y un par de días…No, no, el finde estaba bien, si hasta ganó Alvarado con gol del hijo de pascualito Rambert…pero hoy yo no sé, habrá sido el viento, el olor a mierda de los caños del baño, la oscuridad de este bar, mi cara de pescado muerto cuando me veo al espejo, no sé…me olvidaba, vos sabés que me compré unas ojotas bastante aparatosas, porque tengo miedo de empezar a caerme en la ducha, antes ni pensaba en eso. ¿Me llenás un vasito más de eso?


*al fin llegó el día en el que puedo sentirme perfectamente identificado con esta música:

******************humildemente, el yo que dice Yo************¡Como adoro los finales felices, aunque jamás voy a escribir uno!*****************y vivimos felices para siempre jamás, con esas ojotas que de verdad son muy cómodas******


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