La vida
cotidiana y todos sus puertos, donde parar para ir por algo fuerte para tomar,
como cuando una tarde decido quedarme sentado mirando el techo o leyendo o
matándome a pajas. Todo eso envuelto en un lenguaje brumoso, casi violento,
porque la vida también es ese tipo de accidente brutal. Ir caminando hacia la
punta de un precipicio, que después es una suerte de remanso, y que después se
transforma en la peor de las pesadillas: ese estado de incomodidad cuando se
queda, la pesadilla de la que nadie puede despertar. Lo más doloroso acontece
cuando uno empieza a ver a los demás penantes, sufrientes, sin poder hacer nada
por advertirlos. Pero de eso se trata una visión poco menos que negativa,
fatalista, brutalista. Y no es todo el tiempo eso, digo, la vida cotidiana. En
el barrio Rivadavia hay un exceso de confianza en el tiempo, porque da la
sensación de que si el domingo ganó Alvarado, todo lo demás puede ir
acamodándose. Una cosa funciona más o menos bien, una fiesta salió divertida,
se chupó como hace tiempo, se morfó diez puntos, ergo mañana lunes (hoy) las
cosas en la ciudad van a ir mejor, el país sí o sí tiene que salir para
adelante. Y para adelante es la bruma de ese puerto donde despunta un bar de
mala muerte, donde ahora nos sentamos a tomar cualquier cosa fuerte, porque no
hay ganas de saborear nada, solo de sentarse en la barra a quemar el paladar
con agua ardiente (que por eso tiene ese nombre) y a pasar el resto de la vida
charlando con el que atiende, el que se dedica a llenar y rellenar los vasos. Y
nunca es un buen consejero, pero sí es el mejor escucha, el único que presta la
debida atención porque sabe que se juega el sueldo. La más pura de las
relaciones. Sabe perfectamente que va a llegar un momento de la noche en el que
dirá las palabras mágicas que no quiero escuchar: “Ya fue suficiente, amigo”.
Esta es una frase enlatada, inevitable, que por lo general suena igual en
cualquier idioma. Yo puedo ser él o cualquiera, en el bar latitud x, longitud
y, en la ciudad de los fracasos colectivos. Ahí está la especificidad de los
sentimientos dolorosos, se sufren en soledad, aunque parecen estar dictados por
todo un contexto que les da nacimiento, los encuba y los ve crecer. Envejecer
es un poco entender que el viento va a seguir jodiendo, y que nadie lo va a
reclamar, que es en vano caminarle en contra, y que esa intensidad nos va a
acompañar hasta la finalísima, más vale irse acostumbrando. Frase de historia
número tanto: “Pagarás lo que tengas que pagar, al final de este y todos los
demás días”. La cuenta para estos casos es indistinta, el hecho de tener que
pagar es el verdadero trauma. Deber a cada instante, estar en deuda, caer en
esa desgracia cotidiana. Tratar de achicar, ponerse al día, todo un esfuerzo al
pedo para poder volver a empezar el ciclo. Una deuda más al tigre, ¿qué le
puede llegar a hacer? Aprovechar las ventajas de vivir en la sociedad mercantil
poscapitalista, preapocalíptica, donde las expresiones políticas son un puñado
de slogans de la próxima campaña electoral. Entonces caer otra vez en el
casillero que dice: “la culpa de toda la mierda que comemos hoy la tiene el
gobierno anterior”, “ahora resta enderezar el buque para normalizar las cuentas”,
y así volver a empezar comiendo mierda pero sintiendo que en un futuro siempre
lejano las cosas van a estar mejor para las grandes mayorías. Y si estás en
descuerdo es que no querés a tu patria, que no respetás a tu matria, que si
contamos los votos tendrías que admitir que no se puede decir ni jota porque el
tanto por ciento decidió que la mejor manera de salir de la mierda es
atragantarse de más mierda. Me dijeron que cumplir cuarenta años y algunos días
traía algo de esperanza, y hacia eso estoy viajando. Pido al barman otro trago
de eso, que ni sé cómo se llama pero que pega bien. En realidad, no sé si pega
bien, pega y punto. A esta altura con que pegue fuerte alcanza. Frases que uso
con más frecuencia a partir de hoy: “me duele la espalda”,” ya no tengo
garantía y lo que se rompa a partir de acá no tendrá arreglo posible”. “Si de
casualidad me llego a enamorar, tiene que ser culpa de ese mismo viento, o de
esa cosa fuerte que estoy tamando, o en verdad quiere decir que estoy viendo
una serie o una película, o leyendo una novela de xxx”. No me den bola, como me
dijo hoy mi hermana: te pegaron mal los cuarenta. Pero en verdad lo que por ahí
me pegó mal fue este licor de no sé qué mierda, será marca libertario. Me
siento un gobernador de provincia siendo atacado por feroces tuiters de más que
manso presidente pronto a salir de viaje turístico / religioso. No, no lo voté
ni lo votaría, porque los presidentes me parecen personajes de ficción muy mal
escritos, en una historia que deja mucho que desear, porque aunque tiene un
argumento realista, para explicarse evade la realidad o la sepulta para siempre
jamás, hasta que un día esa realidad ignorada comienza a germinar y se hace una
enredadera que termina por invadir todos los espacios como un gran estallido
social. Otra de esas frases que ya son de uso común, y que todos los días
suenan en la radio. ¿Cuándo no estuvimos “a punto de un estallido social”? La
realidad es un invento de laboratorio que salió mal, porque es un experimento.
Como tal, experimento se le dice a todas esas cosas que no funcionan nada bien.
Y la realidad sería un experimento siempre a punto de terminar pero nunca
terminando bien, y entonces cada tanto hay que meterse otra vez en el
laboratorio y ver qué puede salir otra vez, y otra vez…y otra ronda de ese
trago fuerte, barman querido…sabés bien que hoy es lunes y me pegó mal cumplir
cuarenta años y un par de días…No, no, el finde estaba bien, si hasta ganó
Alvarado con gol del hijo de pascualito Rambert…pero hoy yo no sé, habrá sido
el viento, el olor a mierda de los caños del baño, la oscuridad de este bar, mi
cara de pescado muerto cuando me veo al espejo, no sé…me olvidaba, vos sabés
que me compré unas ojotas bastante aparatosas, porque tengo miedo de empezar a
caerme en la ducha, antes ni pensaba en eso. ¿Me llenás un vasito más de eso?
*al fin llegó el día en el que puedo sentirme perfectamente identificado con esta música:
******************humildemente, el yo que dice Yo************¡Como adoro los finales felices, aunque jamás voy a escribir uno!*****************y vivimos felices para siempre jamás, con esas ojotas que de verdad son muy cómodas******
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