Mientras escucho música

 


 ¡Qué placer si yo fuese como un viajero / que a tus playas desciende sin otro fin / que el de gustar con ánimo placentero / de tu tranquilo encanto de gran jardín.     

(Emilio Frugoni, Poemas montevideanos)


En algún momento de la infancia, ese tiempo que parece haber existido en un sueño y que no termina nunca de reconfigurarse, recuerdo haber tenido el siguiente descubrimiento: en el mundo existen cosas que huelen muy bien, pero que tienen un sabor horrible. Seguramente, la revelación me vino el día que cometí el tremendo error de llevarme a la boca un poco del shampoo de fresas que teníamos en casa, y que era el que usábamos todos los habitantes. Qué rico que olía eso, pero qué terrible saborearlo con la lengua. Doble lección aprendida, porque mientras lloraba por el mal gusto que no se me iba de la boca, mis padres me retaban y amenazaban con que la próxima vez que hiciera lo mismo…como si hubiese hecho falta. Ok, después pasaron los días, hasta que es hoy, tengo casi cuarenta años y me sigo empeñando en caer en ese tipo de trampas. Y lo peor, veo que a mi alrededor es mucha la gente que cae en engaños peores, y que inclusive se tragan la mierda agradeciendo. Pero bueno, ya saben, es penoso estar sin ti... Perdón, eso último es lo que estoy escuchando ahora de fondo, un tema de Ryan Adams, que volvió con un nuevo disco en vivo que reseñaron en un diario, y que me pareció una verdadera belleza… Es muy difícil no llamarte... Pero claro, como el shampoo, este tipo de música huele tan bien… Ya nada importa realmente, si no estás acá…pero es una cagada cuando probás un cachito del sabor de esas letras y esos acordes tan angustiosos, se vienen esos pasados lacrimógenos y dan ganas de tirarse a llorar por lo que no fue, lo que no es, y mucho menos será. Volviendo al tema que nos compete, mejor ir aprendiendo lo siguiente: uno nunca termina de aprender, pero tampoco termina de equivocarse. Y a veces mejor no aprender tan rápido y perfectamente a equivocarse tanto y tan seguido. ¡Eso! hubiese estado bueno haberme encontrado con esa advertencia a tiempo, a lo mejor me podría haber ahorrado varias noches de tristeza. Aunque, y pensándolo ahora que lo escribo, si no hubiese atravesado ese dolor, tal vez no sabría apreciar tanto estas músicas tan desgarradoras y bonitas. Cambiemos un poco la manera de pensar y hundámonos en el océano de esta música, y tal vez nos encontremos con algo más interesante: si uno tiene la intención, todos los días puede descubrir a un artista nuevo o nueva, y eso mejora la vida un montón. Mejora la vida y la hace mucho más bonita, caso contrario estaríamos hablando todo el tiempo de lo que nos salió tal producto en comparación al mes pasado, y qué triste que es la vida del capitalista made in siglo veintiuno, que lo único que sabe es calcular a cuánto cierra el dólar hoy, para empezar mañana con la leve sensación de que está perdiendo plata a cada instante, y que para peor alguien más la debe estar aprovechando. Un cambio de perspectiva: mirar, desde que uno sale de la piecita del barrio Rivadavia, cada una de las construcciones arquitectónicas que se encuentre, como una aventura estética que empezó un día y no parece que vaya a terminar jamás. Y un poco por eso es que cito en el inicio los versos del poeta uruguayo Emilio Frugoni, porque tuvo la acertada forma de alegrar su existencia contando su ciudad en unos versos que hoy lucen inmortales. Y eso que no son para nada los versos que me pueden llegar a interpelar, están escritos en un registro que no es el mío en lo más mínimo. Sin embargo, hay algo en esos poemas que expresan lo mismo que siento cuando estoy escuchando el disco que les dije que estoy escuchando. Hay algo de esos versos que me animan a la aventura de volver sobre mis pasos para mirar con más atención las calles del barrio, y descubrir que también hay cosas que son muy hermosas, y que tal vez soy yo el que en este momento no las puedo describir lo suficientemente bien. En eso, a lo mejor me encuentre con unas personas que están sonrientes y que la pasan bien contando pavadas, mirando el cielo, tomando algo, compartiendo eso que es la vida, cosas muy corrientes, tan corrientes que a veces se escapan de unas cabezas que nos empeñamos por atosigar de preocupaciones que no necesitamos para nada. Y de repente suena una música con un rasgueo de guitarra más animado, y que se acompaña con un canto optimista, de una persona que está segura de lo que está haciendo en ese momento que intenta llegar a alguien más, y luego sigue una armónica dylaneana que relaja y parece maridar bien con un vaso de cerveza y el sol recostándose por el fondo de las ruta 226, y qué linda y simple puede ser la vida cuando menos la vemos venir. Aunque no hay que perder de vista el lado B, y todo lo que no pudimos resolver, y todos esos años que se nos vinieron encima, y ese día en el que aprendimos que las cosas no duran para siempre. Porque como dicta ese recuerdo de mi infancia que mencioné en el inicio de la nota: hay cosas que huelen muy bien pero que son muy feas de sabor. Una última advertencia, para completar el aprendizaje: a lo mejor, tendríamos que hacernos la idea de que existen cosas que huelen bien porque están para ser aprovechadas así, y que otras son las indicadas para llevar a la boca. Cada historia, cada tiempo, cada persona, para cada momento de la vida. Y nada más, nos veremos en el próximo viaje…


******Decía, mientras escucho:


***************************Humildemente, Juan*********************pasando un buen momento*********ahora*******


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