“Y después se desata la tormenta de mierda” (Nocturno de Chile, Roberto Bolaño)
Tenía
varios temas pensados para escribir esta semana. En primer lugar, iba a
comentar un poco de lo que fue el genial recital de Buenos Vampiros del sábado,
y de cómo sentí que estaba en el set de filmación de la serie Buffy la cazavampiros,
y de cómo la música – afortunadamente – me sirve para conectar con una
generación que me queda cada día más lejos, para mi desgracia. Pero también
estaba el descubrimiento de un libro muy viejo, para ser más preciso, se trata
de un manual de rimas de la década del cuarenta, y que es la nueva joya de mi
muy heteróclita biblioteca. Sí, ya lo sé, a veces la felicidad tiene formas
impensadas, y eso está jodidamente copado. Perdón por la confesión, sigo, porque
había otro tema que me disparó un encuentro con una amiga que recién conozco, y
que parece ser bastante fan de las trivias y preguntas extrañas, entre las que
me sorprendió la número dos: ¿tenés enfermedades venéreas? Pero seguir por ese
camino sería meterme en terreno demasiado autobiográfico, y de una parte de la
autobiografía que no interesa mucho indagar, y me van a tener que tener fe en
eso. Y claro, resulta que hoy es lunes y que llovió casi todo el día en el
barrio Rivadavia, y más casual que eso es que estamos a once de septiembre, y
que se cumplen cincuenta años del golpe militar de Pinochet en Chile, el golpe
sangriento y asesino que terminó con el sueño de toda una generación, que
imaginaba una patria socialista democrática. La primera pregunta sería qué
quedó de esa parte de la Historia. Qué quedó resonando tan fuerte que me pone
en la situación de barrer con cualquier otra temática de escritura, hoy. Qué
genera ese hecho tan triste, que todavía resuena aunque no lo haya vivido,
porque no había nacido por entonces. Sin embargo, cada once de septiembre lo
tengo tan presente, que inclusive el pobre Sarmiento – discutible cualquier
adjetivación sobre este otro pedazo de la Historia, pero lo dejamos para otro momento
– pasa a un segundo plano, al igual que el aniversario de la caída de las Torres
Gemelas, hecho que sí fue contemporáneo a mi adolescencia, día que recuerdo
perfectamente porque fue un cimbronazo gigantesco que marcaría, también, un
cambio de época trágico. Pero los años pasaron y el once de septiembre fue
centrando cada vez más su atención en el golpe al gobierno socialista de
Allende. Ni hablar después de las lecturas de Pedro Lemebel, de Ariel Dorfman o
del propio Roberto Bolaño. Ni hablar después de las canciones que evocan el
terror, los testimonios de víctimas, las películas de ficción y documentales
que reconstruyen desde distintos puntos de vista un hecho tan doloroso para el
pueblo chileno. Y la resonancia, el prólogo al terrorismo de estado
perfeccionado para ser más sangriento. que sobrevino en Argentina, las
desapariciones de personas, el robo de bebés, la intolerancia con quien pensara
diferente, la vida y el arte censurados. La resonancia, el eco terrorífico del
golpe en Chile, lxs miles de chilenxs que hoy piensan que Pinochet hizo lo
correcto, que lo correcto sea desaparecer al que opina distinto, matar al que
canta diferente, censurar al que usa palabras no autorizadas por el señor
tijeras, un censor que no sabe diferenciar realidad de ficción, porque unió
todas las partes en una sola manera de ver el mundo: el terror. Y con eso fue
poniendo de prepo los anteojos en toda una sociedad, que fue inyectada de
muerte, generando anticuerpos que todavía hoy funcionan. Porque el terror deja
huellas imborrables, y en eso radica su poder. Y después pasaron los años,
experiencias de resistencia en todo un continente demasiado maltratado, un
continente experimental destinado a pagar las consecuencias funestas de todos
los sistemas que el poder central le impone. Pero sigue pasando que cada once
de septiembre resuena, insiste, invita relecturas. Entonces hay algo más que
solamente el terror. Hay algo que dice
ese terror. Algunas interpretaciones suelen cargar culpas desmedidas sobre las
víctimas, sobre el propio Allende en particular. Que se confió demasiado, que
tendría que haber logrado un mayor consenso en la clase media, que se debería
haber exiliado cuando pudo, y etcétera. Inclusive hay algo todavía más
preocupante: una lectura de sectores progresistas, de izquierda, que se dedican
a hacer lo que les resta capacidad de acción política: solemnizar. Así, la
figura de Allende es cada vez más un efecto de prócer, y su política – que fue
real – de una sociedad justa, un socialismo democrático, un objeto
inalcanzable. La veneración genera un rechazo desde el inicio, por considerarse
algo imposible para los humanos. Y de ahí se genera una mitología tan falsa
como potente: el socialismo democrático es imposible. No se puede aplicar en
este contexto. Cantinelas que se fueron propalando a lo largo de estos últimos
cincuenta años, y que nuestras sociedades adoptan casi sin cuestionar. Por eso
el once de septiembre, porque debería ser el día en el que seamos capaces de
pensar que las transformaciones son posibles, y que es posible vivir en un
mundo más justo y humano, porque cuando fue real lo vinieron a voltear. Ahí
está su potencia, justamente en la brutalidad de sus verdugos, torpes
guardianes del status quo, infernales defensores de viejos órdenes que sueñan
con perpetuar sus anquilosadas prácticas, provistos de una mirada obtusa del
mundo, limitada por las escasas palabras que manejan, dominados por un esquema
de poder económico que no los tendrá nunca en cuenta, porque siempre serán
serviles de lo que no entienden, por pereza intelectual, por vulgaridad de
espíritu, por escasez de amor. Cincuenta años y la necesidad de volver a esas
calles de Santiago, o las calles de cualquier lugar de Latinoamérica, para
levantarnos una vez más, sacudirnos los complejos y el resto de terror que nos
inocularon, para pensar una vez más en todas esas realidades que sí son
posibles, porque las podemos imaginar, y sobre todo porque las podemos
compartir, nombrar.
********El tema que se sugiere en el texto, y que emociona como pocos:
*Miguel Humberto Enríquez Espinosa fue un médico, político, revolucionario, fundador y Secretario General del Comité Central de la organización Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Ministro de Educación del presidente Salvador Allende en 1973.
**********Con humildad, Juan********siempre en una plaza liberada, por favor************
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